Terminábamos la
entrada anterior tras la derrota de D. Rodrigo, último rey godo, en el mes de
julio del año 711 cristiano (92 de la Hégira, para los musulmanes), por los
bereberes del califato Omeya comandados por Tariq ibn Ziyad, lugarteniente del
emir de África del Norte Muza ben Nusaryr, con el apoyo de algunos condes
visigodos. Ahora proseguiremos nuestro relato desde ese punto, tratando de
aclarar qué ocurrió en esos tumultuosos tiempos.
Como
viene siendo recurrente en la historia, en los momentos en que una fuerza pacta
con otra que le facilita alzarse como máxima fuerza guerrera, luego ésta es
reacia a deponer las armas para devolver el poder a los que le facilitaron
llegar. Este caso que nos atañe no fue la excepción. Los musulmanes no respetaron
el acuerdo con los nobles godos traidores al rey Rodrigo, partidarios de
coronar en su lugar al hijo del rey godo Witiza, antecesor de D. Rodrigo, y
viéndose como fuerza militar superior a la visigoda, los árabes optaron por
conquistar la antigua Hispania romana, de igual forma que siglos antes hicieran
los visigodos contratados por los romanos para frenar el avance de los Hunos.
Los
invasores de la media luna tenían como único objetivo la expansión de su
imperio, pactando con aquellos nobles godos que les prometían fidelidad a cambio de respetarles sus privilegios. El
avance hacia el norte era imparable al no disponer los visigodos de ejército unido
–que no fuerte, que lo era- para frenarlos. Pero el problema del mundo godo es
que se seguía el modo de vida feudal, con reyezuelos o nobles que disponían de
sus ejércitos particulares y sus partidarios, les faltaba cohesión frente a un
enemigo común, como igual les ocurrió a las distintas tribus prerromanas frente
al Imperio Romano que se expandía por su territorio.
En
la conquista de la Hispania goda por el ejército de Tarik por el oeste, y por
el de Musa por el este, no sólo intervinieron bereberes, sino que fueron
distintos los grupos que intervinieron: árabes, sirios, yemeníes, shiíes, suníes…,
que llegaron tanto de Oriente como del norte de África. En ocho años conquistaron
casi toda la Península Ibérica, formando un nuevo estado que llamaron Al-Ándalus.
Sólo fueron frenados en Covadonga por D. Pelayo, el 28 de mayo del 722, y en Roncesvalles,
el 15 de Agosto del 778, por Carlomagno.
Este avance hacia occidente era
encabezado por emires del linaje Omeya, que dependían de un califa de Damasco.
En el año 755 dos hechos conmocionaron al imperio musulmán. Aquí, los
enfrentamientos por el poder en Al-Andalus entre los dos grandes conquistadores,
Tarik y Musa (que nos dejaron el enigmático episodio de su pugna por hacerse
con la esotérica Mesa de Salomón y su esencia de Dios, que desarrollo con todo
detalle en mi libro “Hitler quiere el Grial”,
siendo recriminados por el califa de Damasco que los mandó acudir a su
presencia), y por otro lado el acceso al poder en Damasco del linaje abasí, que
derrotó a la familia omeya y provocó que Abd-al-Rahman (Abderramán I), último
superviviente de los omeyas, huyera desde Palestina hasta el actual Marruecos
cruzando todo el África Septentrional. En el norte de África, ayudado por la tribu de Nafza, se hizo fuerte
en Ceuta y Tánger frente a las tropas fatimíes del califa Al-Mu’izz, de la
dinastía Shií, dirigidas por su comandante supremo Yawhar, cuyo ejército se
extendía por todo el norte de África. Su derrota era inminente, pero ocurrió
que tras la conquista de Egipto por Yawhar, el califa decidió trasladar su
corte al Nilo, dando prioridad a la expansión por Oriente y dejando en el
actual Marruecos al jefe de la tribu bereber Biluggin Ibn Ziri, con el rango de
jalifa (lugarteniente), a fin de
presionar a las diferentes tribus para que se fueran pasando al califato
de Bagdad.
Conquista musulmana de la Península Ibérica
Abderramán
I, último miembro de la dinastía Omeya, aprovechó esta circunstancia
para embarcar en el 755, enfermo y cansado, hacia al-Ándalus, donde se vivía
una situación muy inestable, consecuencia de una nueva lucha interna entre el
gobernador wali Yusuf y el gobernador de Zaragoza, Somail. Abderramán fue bien
recibido por los simpatizantes de los omeyas, que le alojaron y lo prepararon
para el poder en el castillo de Torrox, entre Iznájar y Loja. Fue proclamado
emir en Archidona desde donde se encaminó a Córdoba.
Dibujo de Abderramán I,
junto a diversas imágenes de la malagueña población de Archidona y su fortaleza
de época andalusí, encaramada sobre uno de los relieves que se alzan sobre la
milenaria llanura próxima a Antequera y sus dólmenes. Se han hallado restos del
Paleolítico en esta localidad de Archidona, la Escua fenicia y la Ulisis
túrdula primero y luego romana, pasaría a ser la Medina Arxiduna árabe.
Abderramán
I combatió contra Yusuf y contra Somaíl,
con los que al final negoció e inició su gobierno con firmeza, preparando un
ejército fuerte para implantar el orden y la ley en al-Ándalus, lo que logró
tras sucesivas batallas contra conspiradores árabes, yemeníes y bereberes
rebeldes. Tuvo que implantar un despotismo militar y hacerse con una fuerte
tropa pretoriana mercenaria para combatir la intromisión de Carlomagno por el norte (778)
y todo tipo de traiciones y confabulaciones, incluso de amigos y familiares, lo
que le hizo gobernar violentamente, con medidas represivas y ejecuciones para afianzar
la dinastía independiente del califato oriental. No lo tuvo fácil, ni en la
península ni en el Magreb, ya que se vio obligado a enviar tropas a Ceuta y a Tánger
para defenderlas de los ataques bereberes. También sufrió algunos reverses,
como el hundimiento de parte de su flota en Almería por el ejército abasí mandado
por el califa Al Mansur, que intentó tomar el puerto, siendo rechazado heroicamente
por las huestes de Abderramán, al que el califa siempre reconoció su valentía.
Mapa mostrando la Península Ibérica tras Abderramán I, con la
imagen de un Dirham acuñado durante el mandato de este personaje.
Abderramán I inició la construcción
de la Mezquita de Córdoba. A su muerte, en el año 788, dejó una frontera fuerte
frente al enemigo cristiano del norte y un emirato en Córdoba independiente del
califa de Bagdad. Fue sin lugar a dudas uno de los mejores emires del al-Ándalus.
Sólo igualado por su nieto Abd al-Rahman III.
Imagen de la parte de la mezquita de Córdoba iniciada con
Abderramán I. Mapa mostrando la Península Ibérica con Hixan I.
Lo sustituyó su hijo Hixan I, que
tuvo que hacer frente a sucesivas rebeliones y retrocedió en su reinado la frontera del norte
al río Duero, con el nacimiento de los diferentes reinos cristianos. Aún así
mantuvo la unidad de al-Ándalus hasta su muerte en el 821, cuando le sustituyó
su hijo Abderramán II. Este emir era más espiritual que guerrero. Durante su
emirato crecieron las artes en Córdoba, alcanzando cotas inigualables la
música, la literatura, la poesía y el arte. Músicos como Ziriab hicieron
florecer la cultura en la corte. Abderramán II dejó el ejército en manos de una
intrigante emir-a, asesorada por un eunuco llamado Nasar que odiaba a los
cristianos, lo que provocó sucesivas rebeliones generales de los mozárabes
(cristianos sometidos a los árabes) que condujeron a levantamientos en Toledo,
Mérida y Murcia, entre otros. En esta última ciudad hubo una guerra civil que
duró siete años. Otros levantamientos de los antiguos hispano-romanos, que no
aceptaban ser ciudadanos de segunda clase, completaron la situación de
inestabilidad, que duró los cuatro años de su mandato. Este clima inestable
pervivió hasta la llegada de Abderramán III, octavo emir independiente y primer
califa independiente de Damasco. Este personaje fue elegido por su abuelo, el
emir Abd Alláh, en lugar de su propio hijo, porque valoraba su inteligencia,
astucia y crueldad, que consideraba necesarias para restablecer la unidad, el
orden y las fronteras en al-Ándalus. Abderramán III dejó una gran impronta en
sus cincuenta años de reinado.
Aunque pocos libros de historia lo detallen, lo cierto
es que Abderramán III, hijo de una mujer vascona, era un pelirrojo de ojos
verdes o azules que optó por teñir sus cabellos y barba de negro, cubriendo su
nacimiento con turbante, para acercarse más a la imagen de los árabes que al de
los cristianos descendientes de Godos y prerromanos, con pieles rosadas y
cabellos y ojos claros.
Abderramán
III nació el 7 de enero del 891 y accedió al poder con 20 años. Era hijo del
primogénito del emir Abd Alláh y de una concubina cristiana de origen vascón
llamada Muzayana. Veinte días después de su nacimiento, su padre era asesinado
por su hermano Al-Mutarrif, que años después seguiría la misma suerte de su
hermano y que pretendía gobernar apoyado por el rebelde Omar Ibn Hafsún.
Abderramán se crió en el harén de su abuelo recibiendo una educación muy rígida
y hasta violenta de su tía al Sayvida (la Señora) gobernadora del harén y
hermana de Al-Mutarrif. Físicamente era un hombre fuerte y atractivo, de piel
blanca, ojos azules y pelo rubio rojizo. Se teñía la barba y el pelo para
parecer árabe. Muy culto, cortés, comprensivo, inteligente, perspicaz y
generoso. Muy cruel con sus enemigos y diplomático, sagaz y firme con sus
allegados. Era un gran orador y un excelente poeta. No era fanático ni
intolerante en los asuntos religiosos, permitiendo que cristianos y judíos
ocuparan puestos importantes en su gobierno.
A: Omar Ibn Hafsún; B: estatua de Alfonso III de
Asturias (852-910, coronado rey con 14 años), en Portugal, podríamos decir que
este monarca fue el artífice de la idea de la Reconquista cristiana, unificando
por primera vez a los diversos nobles cristianos contra un enemigo común: los
árabes. C: mapa de la Península Ibérica en tiempos de Abderramán III.
En
el año 929 inició el nuevo periodo conocido como Emirato Independiente rompiendo
las dependencias sociales y políticas con Damasco. Nombró a Córdoba sede de la
capital del Califato y trasladó su lugar
de residencia y de todos los califas posteriores, al palacio de Madinat
al-Zahra, que había ordenado construir, desde donde controló todo al-Ándalus. Allí
desarrolló sus dos grandes pasiones: el lujo y la bebida. Su tarea fue muy dura
ya que tuvo que apaciguar rebeliones e independencias, arrasando en campañas
militares a los que se sublevaban y perdonando a los que se rendían sin
resistencia.
Primero
ordenó y unificó el interior de al-Ándalus, atacando y destruyendo al rebelde
Omar Ibn Hafsún que dominaba una gran extensión de territorio que iba desde
Algeciras a Murcia. Tras sucesivas batallas acorraló a sus huestes en Bobastro,
donde ya había fallecido Ibn Hafsún. Derrotó y mató a sus hijos, desenterró el
cadáver del padre y los colgó a todos en las plazas de Córdoba. Su segunda prioridad
era defender la frontera del norte frente al expansionismo del reino asturleonés
que había llevado la frontera hasta el Duero. En el año 939 sufrió una gran
derrota frente al rey Ramiro II en Simancas, en la que parte de su ejército lo
abandonó y él estuvo a punto de morir. Aunque esa victoria cristiana no tuvo
mucha repercusión territorial pues se mantuvo la frontera cristiana en el
Duero, para Abderramán el resultado fue terrible, ya que los responsables de
las deserciones fueron crucificados por todos los caminos de Córdoba y cedió la
defensa de las fronteras a sus caídes, fortaleciendo las plazas de Medinaceli y
Gormaz.
A: representación de los preparativos de la Batalla de
Simancas, con el rey Ramiro II de León (B) observando el eclipse de Sol que
según las crónicas árabes y cristianas ocurrió unos 15 días antes de la
batalla, tomado como mal presagio por los de la media luna. C: imagen de la
fortaleza árabe de Gormaz (Soria). D: detalle del arco romano de Medinaceli
(Soria).
Su reinado estuvo repleto de
batallas importantes como la toma de Badajoz, Toledo, Murcia, Zaragoza…y la
derrota del rebelde Omar Ibn Hafsún y su saga, siendo la toma y destrucción de
Bobastro, la hazaña que más fama y admiración le acarrearon, lo que sumado a las múltiples incursiones y
razias por Pamplona y Castilla, que le permitieron conseguir múltiples riquezas
para sus obras arquitectónicas en Córdoba y que también le aseguraron la
frontera del norte, le dieron la imagen de un guerrero invencible. También
aseguró la situación del Magreb frente a la dinastía fatimí, que tras crear allí
un califato independiente de Damasco pretendía la conquista de todo el norte
africano. Mandó allí un ejército que le permitió fortalecer defensivamente las
plazas andalusís de Ceuta y Tánger, frenando cualquier intento de avance de los
ejércitos fatimíes.
Estatua de Abderramán III en Medina Azahara,
Patrimonio de la Humanidad.
A su muerte, el 15 de octubre de 961
en Medina Azahara, Abderramán III había logrado la unidad y la pacificación de
todo al-Ándalus. Desde el punto de vista cultural impulsó enormemente las
ciencias, las letras y las artes, desarrolló y expandió la arquitectura dejando
como muestra su parte de la mezquita de Córdoba y la maravilla de Medina
Azahara, fundó una universidad, una escuela de Medicina y otra de Traductores de libros en griego, hebreo o latín al árabe
y dotó a Córdoba de 70 bibliotecas. En su corte brilló Recesmundo, filósofo y
astrólogo; Hasday ibn Shaprut, médico y traductor de obras médicas, como
"De Materia Médica" de Dioscórides, regalo de la corte de
Constantinopla; Mundhir ibn Saíd al- Balluti, juez, literato, filólogo y poeta;
en su harén de más de 6300 mujeres había músicos, poetisas, filósofas… Él mismo
era un hombre muy culto, literato y buen poeta que obligó a que sus hijos
fueran historiadores, filósofos o literatos.
Fue un grande de al-Ándalus. Posiblemente en lo militar sólo le superara otro
posteriormente otro personaje: Almanzor.
Le sucedió, contando ya 46 años, su
hijo Alhakén II (Al-Hakan II) que no tuvo las cualidades de su padre.
(continuará)
Interesante exposición la que hace brevemente de las historia del al´andalus en sus tres artículos. Tengo una duda, ¿Abderraman III no murió guerreando en la frontera con Castilla?. Saludos
ResponderEliminarGracias por su comentario, Rosendo. Abderramán III (891-961), octavo y último emir independiente y primer califa omeya de Córdoba, fundador de la ciudad de Medina Azahara, fue uno de los mejeros guerreros de Al Andalus e intervino en muchas razzias. En varias de ellas tuvo intervenciones difíciles y complicadas, sobre todo en la frontera castellana, como su derrota en la batalla de Simancas, contra Ramiro II de León (939). Algunos investigadores, como el escritor Miguel Moreno son partidarios de que falleció en dicha batalla, pero la mayor parte de los historiadores e investigadores señalan que su muerte fue en Córdoba, en su Medina Azahara, el 15 de octubre de 961. A su muerte dejó un poderoso califato con un gran ejército, que era uno de los Estados más poderosos de la Europa conocida. Un saludo.
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