viernes, 21 de diciembre de 2018

La transición musulmana en Hispania, parte II. Abderramán III

         Terminábamos la entrada anterior tras la derrota de D. Rodrigo, último rey godo, en el mes de julio del año 711 cristiano (92 de la Hégira, para los musulmanes), por los bereberes del califato Omeya comandados por Tariq ibn Ziyad, lugarteniente del emir de África del Norte Muza ben Nusaryr, con el apoyo de algunos condes visigodos. Ahora proseguiremos nuestro relato desde ese punto, tratando de aclarar qué ocurrió en esos tumultuosos tiempos.

 Como viene siendo recurrente en la historia, en los momentos en que una fuerza pacta con otra que le facilita alzarse como máxima fuerza guerrera, luego ésta es reacia a deponer las armas para devolver el poder a los que le facilitaron llegar. Este caso que nos atañe no fue la excepción. Los musulmanes no respetaron el acuerdo con los nobles godos traidores al rey Rodrigo, partidarios de coronar en su lugar al hijo del rey godo Witiza, antecesor de D. Rodrigo, y viéndose como fuerza militar superior a la visigoda, los árabes optaron por conquistar la antigua Hispania romana, de igual forma que siglos antes hicieran los visigodos contratados por los romanos para frenar el avance de los Hunos.
Los invasores de la media luna tenían como único objetivo la expansión de su imperio, pactando con aquellos nobles godos que les prometían fidelidad  a cambio de respetarles sus privilegios. El avance hacia el norte era imparable al no disponer los visigodos de ejército unido –que no fuerte, que lo era- para frenarlos. Pero el problema del mundo godo es que se seguía el modo de vida feudal, con reyezuelos o nobles que disponían de sus ejércitos particulares y sus partidarios, les faltaba cohesión frente a un enemigo común, como igual les ocurrió a las distintas tribus prerromanas frente al Imperio Romano que se expandía por su territorio.  
En la conquista de la Hispania goda por el ejército de Tarik por el oeste, y por el de Musa por el este, no sólo intervinieron bereberes, sino que fueron distintos los grupos que intervinieron: árabes, sirios, yemeníes, shiíes, suníes…, que llegaron tanto de Oriente como del norte de África. En ocho años conquistaron casi toda la Península Ibérica, formando un nuevo estado que llamaron Al-Ándalus. Sólo fueron frenados en Covadonga por D. Pelayo, el 28 de mayo del 722, y en Roncesvalles, el 15 de Agosto del 778, por Carlomagno.
            Este avance hacia occidente era encabezado por emires del linaje Omeya, que dependían de un califa de Damasco. En el año 755 dos hechos conmocionaron al imperio musulmán. Aquí, los enfrentamientos por el poder en Al-Andalus entre los dos grandes conquistadores, Tarik y Musa (que nos dejaron el enigmático episodio de su pugna por hacerse con la esotérica Mesa de Salomón y su esencia de Dios, que desarrollo con todo detalle en mi libro “Hitler quiere el Grial”, siendo recriminados por el califa de Damasco que los mandó acudir a su presencia), y por otro lado el acceso al poder en Damasco del linaje abasí, que derrotó a la familia omeya y provocó que Abd-al-Rahman (Abderramán I), último superviviente de los omeyas, huyera desde Palestina hasta el actual Marruecos cruzando todo el África Septentrional. En el norte de África,  ayudado por la tribu de Nafza, se hizo fuerte en Ceuta y Tánger frente a las tropas fatimíes del califa Al-Mu’izz, de la dinastía Shií, dirigidas por su comandante supremo Yawhar, cuyo ejército se extendía por todo el norte de África. Su derrota era inminente, pero ocurrió que tras la conquista de Egipto por Yawhar, el califa decidió trasladar su corte al Nilo, dando prioridad a la expansión por Oriente y dejando en el actual Marruecos al jefe de la tribu bereber Biluggin Ibn Ziri, con el rango de jalifa (lugarteniente), a fin de  presionar a las diferentes tribus para que se fueran pasando al califato de Bagdad.

Conquista musulmana de la Península Ibérica

             Abderramán I, último miembro de la dinastía Omeya, aprovechó esta circunstancia para embarcar en el 755, enfermo y cansado, hacia al-Ándalus, donde se vivía una situación muy inestable, consecuencia de una nueva lucha interna entre el gobernador wali Yusuf y el gobernador de Zaragoza, Somail. Abderramán fue bien recibido por los simpatizantes de los omeyas, que le alojaron y lo prepararon para el poder en el castillo de Torrox, entre Iznájar y Loja. Fue proclamado emir en Archidona desde donde se encaminó a Córdoba.

 Dibujo de Abderramán I, junto a diversas imágenes de la malagueña población de Archidona y su fortaleza de época andalusí, encaramada sobre uno de los relieves que se alzan sobre la milenaria llanura próxima a Antequera y sus dólmenes. Se han hallado restos del Paleolítico en esta localidad de Archidona, la Escua fenicia y la Ulisis túrdula primero y luego romana, pasaría a ser la Medina Arxiduna árabe.

Abderramán I combatió  contra Yusuf y contra Somaíl, con los que al final negoció e inició su gobierno con firmeza, preparando un ejército fuerte para implantar el orden y la ley en al-Ándalus, lo que logró tras sucesivas batallas contra conspiradores árabes, yemeníes y bereberes rebeldes. Tuvo que implantar un despotismo militar y hacerse con una fuerte tropa pretoriana mercenaria para combatir  la intromisión de Carlomagno por el norte (778) y todo tipo de traiciones y confabulaciones, incluso de amigos y familiares, lo que le hizo gobernar violentamente, con medidas represivas y ejecuciones para afianzar la dinastía independiente del califato oriental. No lo tuvo fácil, ni en la península ni en el Magreb, ya que se vio obligado a enviar tropas a Ceuta y a Tánger para defenderlas de los ataques bereberes. También sufrió algunos reverses, como el hundimiento de parte de su flota en Almería por el ejército abasí mandado por el califa Al Mansur, que intentó tomar el puerto, siendo rechazado heroicamente por las huestes de Abderramán, al que el califa siempre reconoció su valentía.

Mapa mostrando la Península Ibérica tras Abderramán I, con la imagen de un Dirham acuñado durante el mandato de este personaje.

            Abderramán I inició la construcción de la Mezquita de Córdoba. A su muerte, en el año 788, dejó una frontera fuerte frente al enemigo cristiano del norte y un emirato en Córdoba independiente del califa de Bagdad. Fue sin lugar a dudas uno de los mejores emires del al-Ándalus. Sólo igualado por su nieto Abd al-Rahman III.

Imagen de la parte de la mezquita de Córdoba iniciada con Abderramán I. Mapa mostrando la Península Ibérica con Hixan I.

            Lo sustituyó su hijo Hixan I, que tuvo que hacer frente a sucesivas rebeliones y  retrocedió en su reinado la frontera del norte al río Duero, con el nacimiento de los diferentes reinos cristianos. Aún así mantuvo la unidad de al-Ándalus hasta su muerte en el 821, cuando le sustituyó su hijo Abderramán II. Este emir era más espiritual que guerrero. Durante su emirato crecieron las artes en Córdoba, alcanzando cotas inigualables la música, la literatura, la poesía y el arte. Músicos como Ziriab hicieron florecer la cultura en la corte. Abderramán II dejó el ejército en manos de una intrigante emir-a, asesorada por un eunuco llamado Nasar que odiaba a los cristianos, lo que provocó sucesivas rebeliones generales de los mozárabes (cristianos sometidos a los árabes) que condujeron a levantamientos en Toledo, Mérida y Murcia, entre otros. En esta última ciudad hubo una guerra civil que duró siete años. Otros levantamientos de los antiguos hispano-romanos, que no aceptaban ser ciudadanos de segunda clase, completaron la situación de inestabilidad, que duró los cuatro años de su mandato. Este clima inestable pervivió hasta la llegada de Abderramán III, octavo emir independiente y primer califa independiente de Damasco. Este personaje fue elegido por su abuelo, el emir Abd Alláh, en lugar de su propio hijo, porque valoraba su inteligencia, astucia y crueldad, que consideraba necesarias para restablecer la unidad, el orden y las fronteras en al-Ándalus. Abderramán III dejó una gran impronta en sus cincuenta años de reinado.

Aunque pocos libros de historia lo detallen, lo cierto es que Abderramán III, hijo de una mujer vascona, era un pelirrojo de ojos verdes o azules que optó por teñir sus cabellos y barba de negro, cubriendo su nacimiento con turbante, para acercarse más a la imagen de los árabes que al de los cristianos descendientes de Godos y prerromanos, con pieles rosadas y cabellos y ojos claros.

Abderramán III nació el 7 de enero del 891 y accedió al poder con 20 años. Era hijo del primogénito del emir Abd Alláh y de una concubina cristiana de origen vascón llamada Muzayana. Veinte días después de su nacimiento, su padre era asesinado por su hermano Al-Mutarrif, que años después seguiría la misma suerte de su hermano y que pretendía gobernar apoyado por el rebelde Omar Ibn Hafsún. Abderramán se crió en el harén de su abuelo recibiendo una educación muy rígida y hasta violenta de su tía al Sayvida (la Señora) gobernadora del harén y hermana de Al-Mutarrif. Físicamente era un hombre fuerte y atractivo, de piel blanca, ojos azules y pelo rubio rojizo. Se teñía la barba y el pelo para parecer árabe. Muy culto, cortés, comprensivo, inteligente, perspicaz y generoso. Muy cruel con sus enemigos y diplomático, sagaz y firme con sus allegados. Era un gran orador y un excelente poeta. No era fanático ni intolerante en los asuntos religiosos, permitiendo que cristianos y judíos ocuparan puestos importantes en su gobierno.

A: Omar Ibn Hafsún; B: estatua de Alfonso III de Asturias (852-910, coronado rey con 14 años), en Portugal, podríamos decir que este monarca fue el artífice de la idea de la Reconquista cristiana, unificando por primera vez a los diversos nobles cristianos contra un enemigo común: los árabes. C: mapa de la Península Ibérica en tiempos de Abderramán III.

En el año 929 inició el nuevo periodo conocido como Emirato Independiente rompiendo las dependencias sociales y políticas con Damasco. Nombró a Córdoba sede de la capital del Califato y trasladó su  lugar de residencia y de todos los califas posteriores, al palacio de Madinat al-Zahra, que había ordenado construir, desde donde controló todo al-Ándalus. Allí desarrolló sus dos grandes pasiones: el lujo y la bebida. Su tarea fue muy dura ya que tuvo que apaciguar rebeliones e independencias, arrasando en campañas militares a los que se sublevaban y perdonando a los que se rendían sin resistencia.


Primero ordenó y unificó el interior de al-Ándalus, atacando y destruyendo al rebelde Omar Ibn Hafsún que dominaba una gran extensión de territorio que iba desde Algeciras a Murcia. Tras sucesivas batallas acorraló a sus huestes en Bobastro, donde ya había fallecido Ibn Hafsún. Derrotó y mató a sus hijos, desenterró el cadáver del padre y los colgó a todos en las plazas de Córdoba. Su segunda prioridad era defender la frontera del norte frente al expansionismo del reino asturleonés que había llevado la frontera hasta el Duero. En el año 939 sufrió una gran derrota frente al rey Ramiro II en Simancas, en la que parte de su ejército lo abandonó y él estuvo a punto de morir. Aunque esa victoria cristiana no tuvo mucha repercusión territorial pues se mantuvo la frontera cristiana en el Duero, para Abderramán el resultado fue terrible, ya que los responsables de las deserciones fueron crucificados por todos los caminos de Córdoba y cedió la defensa de las fronteras a sus caídes, fortaleciendo las plazas de Medinaceli y Gormaz.

A: representación de los preparativos de la Batalla de Simancas, con el rey Ramiro II de León (B) observando el eclipse de Sol que según las crónicas árabes y cristianas ocurrió unos 15 días antes de la batalla, tomado como mal presagio por los de la media luna. C: imagen de la fortaleza árabe de Gormaz (Soria). D: detalle del arco romano de Medinaceli (Soria).

            Su reinado estuvo repleto de batallas importantes como la toma de Badajoz, Toledo, Murcia, Zaragoza…y la derrota del rebelde Omar Ibn Hafsún y su saga, siendo la toma y destrucción de Bobastro, la hazaña que más fama y admiración le acarrearon,  lo que sumado a las múltiples incursiones y razias por Pamplona y Castilla, que le permitieron conseguir múltiples riquezas para sus obras arquitectónicas en Córdoba y que también le aseguraron la frontera del norte, le dieron la imagen de un guerrero invencible. También aseguró la situación del Magreb frente a la dinastía fatimí, que tras crear allí un califato independiente de Damasco pretendía la conquista de todo el norte africano. Mandó allí un ejército que le permitió fortalecer defensivamente las plazas andalusís de Ceuta y Tánger, frenando cualquier intento de avance de los ejércitos fatimíes.

Estatua de Abderramán III en Medina Azahara, Patrimonio de la Humanidad.

            A su muerte, el 15 de octubre de 961 en Medina Azahara, Abderramán III había logrado la unidad y la pacificación de todo al-Ándalus. Desde el punto de vista cultural impulsó enormemente las ciencias, las letras y las artes, desarrolló y expandió la arquitectura dejando como muestra su parte de la mezquita de Córdoba y la maravilla de Medina Azahara, fundó una universidad, una escuela de Medicina y otra de Traductores  de libros en griego, hebreo o latín al árabe y dotó a Córdoba de 70 bibliotecas. En su corte brilló Recesmundo, filósofo y astrólogo; Hasday ibn Shaprut, médico y traductor de obras médicas, como "De Materia Médica" de Dioscórides, regalo de la corte de Constantinopla; Mundhir ibn Saíd al- Balluti, juez, literato, filólogo y poeta; en su harén de más de 6300 mujeres había músicos, poetisas, filósofas… Él mismo era un hombre muy culto, literato y buen poeta que obligó a que sus hijos fueran historiadores,  filósofos o literatos. Fue un grande de al-Ándalus. Posiblemente en lo militar sólo le superara otro posteriormente otro personaje: Almanzor.
            Le sucedió, contando ya 46 años, su hijo Alhakén II (Al-Hakan II) que no tuvo las cualidades de su padre.
                         (continuará)
           

2 comentarios:

  1. Interesante exposición la que hace brevemente de las historia del al´andalus en sus tres artículos. Tengo una duda, ¿Abderraman III no murió guerreando en la frontera con Castilla?. Saludos

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    1. Gracias por su comentario, Rosendo. Abderramán III (891-961), octavo y último emir independiente y primer califa omeya de Córdoba, fundador de la ciudad de Medina Azahara, fue uno de los mejeros guerreros de Al Andalus e intervino en muchas razzias. En varias de ellas tuvo intervenciones difíciles y complicadas, sobre todo en la frontera castellana, como su derrota en la batalla de Simancas, contra Ramiro II de León (939). Algunos investigadores, como el escritor Miguel Moreno son partidarios de que falleció en dicha batalla, pero la mayor parte de los historiadores e investigadores señalan que su muerte fue en Córdoba, en su Medina Azahara, el 15 de octubre de 961. A su muerte dejó un poderoso califato con un gran ejército, que era uno de los Estados más poderosos de la Europa conocida. Un saludo.

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