El ser humano, en su condición de mayor depredador de la Tierra,
siempre ha sentido fascinación por otros grandes predadores de la naturaleza.
De ahí el reprochable afán por posar con los cadáveres de otros animales de
envergadura considerable, poniéndoles el pie encima en un derroche de
testosterona y complejo cavernícola por hacerse ver como macho alfa (de hecho,
solo les falta darse golpes en el pecho, a lo King Kong). Dentro de esa
fascinación destructiva, el tiburón blanco, denominado a veces como “gran
Blanco” (el mayor ejemplar cazado medía 7 metros de envergadura) se lleva la palma, y por desgracia esa aniquilación acaba extendiéndola
al resto de los escualos o tiburones, hoy en grave riesgo de extinción (con datos en la mano, en un gran número de áreas con colonias de estos peces se ha constatado una disminución del 70 % en su población).
Por suerte, a veces se vislumbra algún rasgo de
raciocinio en nuestra especie, y comienza a darse una tendencia hacia la
protección del resto de vida salvaje (y digo “resto” porque me cuesta encontrar
una especie más salvaje y autodestructiva que el ser humano; ojo, mi visión
negativa hacia nuestra especie no es exclusiva mía, sino heredada de los
grandes filósofos de la Grecia clásica que consideraban que el ser humano desde
su origen ha buscado perfeccionar su autodestrucción con armas cada vez más
sofisticadas; sería el autor romano
Plauto, nacido en el 254 a.C., quien resumiría la idea con su lapidaria
expresión “homo homini lupus”, que en latín viene a significar que el ser
humano es un lobo –un depredador- para el propio ser humano). Las pistolas y
arpones pasan a sustituirse por cámaras fotográficas y pistolas de artefactos
que permitan el seguimiento de los individuos marcados, con fines meramente
proteccionistas. Y es entonces cuando realmente surgen las sorpresas y
fascinación. Por eso, hoy me he decidido a compartir con los lectores los
últimos hallazgos científicos sobre este fascinante depredador al que me
atrevería a tildar como la máquina más perfecta desarrollada por la evolución
biológica. Pasemos a admirarlos.
El culmen de la teoría
evolutiva
Algo que conviene destacar de los tiburones es que
posiblemente sea “la especie” (filogenéticamente es en verdad un superorden,
Selachimorpha, que deriva del término griego “selachos”, tiburón y que agrupa
una inmensidad de géneros y especies) mejor adaptada y lo más importante, con
mayor potencial de adaptación, de todas las que se han ido sucediendo a lo
largo de la historia de nuestro planeta. Y es que los tiburones como tales
surgen ya, hace la friolera de 417 millones de años. Desde entonces, como digo,
han tenido la capacidad para ir adaptándose a los continuos cambios ambientales
de su entorno, para lograr sobrevivir. Estas continuas adaptaciones han
generado una amplísima variedad dentro de ellos, evidenciándose en las
aproximadamente 375 especies diferentes que actualmente habitan en las aguas
terrestres, principalmente saladas, si bien algunas especies toleran bien las
aguas dulces.
Distintos géneros de tiburones
que han existido, siendo sin duda el más famoso el Megalodón, a la derecha
representado en proporción con un ser humano.
Fallos de la película Megalodón
Recientemente (2018) se ha
estrenado una película cuya estrella principal es el Megalodón, el género de
tiburones emparentados con el Tiburón Blanco (éste científicamente se denomina Carcharodon carcharias, mientras el
megalodón es Carcharodon megalodon)
que mayor envergadura ha llegado a alcanzar, hasta 20 metros según algunas
estimaciones.
De nuevo, como la exitosa
serie de Parque Jurásico (que no incluía ni una sola especie de dinosaurios que
habitó en el Jurásico, en su primera película), los fallos que esta película
comete desde el punto de vista paleontológico son considerables. El principal
de ellos, sin ir más lejos, es ubicar a esta especie por debajo de la
termoclina, en las fosas Marianas. Para los que lo desconozcan, las condiciones
en tal zona son sumamente radicales, con elevadas presiones, temperaturas extremadamente
bajas y porcentaje de sal mucho más bajo que en otras aguas marinas, además de
haber unas condiciones reductoras tremendas (el oxígeno es sumamente escaso) que
conlleva la eliminación de carbonatos, a favor de los fosfatos. Pues bien, como
digo, en la película ubican ahí el hábitat de los megalodones, cuando las
evidencias paleontológicas muestran que sus restos fósiles se encuentran en
depósitos de mares cálidos tipo los caribeños actuales. Eso por no mencionar
que dado el enorme tamaño de estos tiburones, al ascender a aguas menos
profundas y más cálidas fallecerían con el ascenso (y si no que pregunten a
cualquier forofo del submarinismo sobre los problemas de la descompresión). Y
en el supuesto de que hubiera superado la terrible descompresión, las
condiciones más salinas de las aguas, la luz solar, mayores temperaturas…lo
habrían aniquilado.
Uno de los aspectos que
sorprende es cómo varía las dimensiones del tiburón, y su radio de mordedura,
en las diferentes escenas de la película Megalodón.
¿Cómo paliar este gran fallo? Fácil, se añaden conductos
hidrotermales, como los que se observan al inicio de la película, y listo. El
problema es que geológicamente hablando, esa solución no es tan “fácil” pues
conlleva unos cambios mediambientales que casan mal con la termoclina. Es
decir, ésta en estas condiciones se invertiría, pero no entremos en
complicaciones técnicas. Baste decir que el punto de partida de la película
queda invalidado.
Y podemos citar
más fallos, tales como que al final el héroe raja al animal con un
minisubmarino, cuando la verdad es que son muchos los tiburones actuales que
presentan en sus cuerpos cicatrices producidas por peleas con otros tiburones e
incluso calamares gigantes. Si extrapolamos las dimensiones de estos tiburones
a los cerca de 18 metros del Megalodón, ese roce con el minisubmarino si acaso
le hubiera provocado cosquillas. O cuando el Megalodón, en un recuerdo de la película
Tiburón, se sube a la parte trasera del barco y éste no se hunde
automáticamente ni se parte, por el incremento instantáneo de más de cien
toneladas de peso en la zona posterior de la nave. Por no hablar de cómo se
supone que se las ingenian para sacar del agua el cadáver del primer megalodón
muerto, con el terrible peso muerto que suponía, incapaz de ser izado por grúa
de barco alguna. E incluso el constante peligro de ser atacados por este
megapez, cada vez que uno de los protagonistas cae al agua. ¿De verdad debemos
pensar que un animal de 18 metros va a tomarse la molestia de atacar un animal
de 1,80 metros de longitud, cuando puede optar por otros animales marinos de
mayor envergadura?. Pero dejemos la película para proseguir con nuestro acercamiento
a los tiburones blancos reales.
Biológicamente no es el mayor
depredador de su cadena alimenticia
Esto es al menos
lo que ha demostrado un análisis de datos continuo de diversos individuos de
Tiburón Blanco marcados. Para sorpresa de numerosos biólogos marinos que han
estado realizando durante años el seguimiento de diversos tiburones en diversas
partes del globo terráqueo, resulta que cuando un grupo de Orcas entra en el
territorio del tiburón blanco éstos huyen y a veces no regresan durante meses,
hasta incluso un año, a pesar de que en ocasiones estas Orcas simplemente estén
de paso.
Curiosas sorpresas
El estudio
contínuo en el tiempo de poblaciones de tiburones ha permitido comprobar cómo
algunos tiburones, tales como el Tiburón
toro y especialmente el Tiburón sarda
puede moverse con relativa comodidad por agua dulce.
La sorpresa fue mayúscula cuando
se descubrió que en Papúa Nueva Guinea aún existían ejemplares del que se creía
extinto género de tiburón de agua dulce, Glyphis garricki.
Además de
hallarse otras especies, aún vivas, de géneros que se consideraban extintos
hacía tiempo, considerados fósiles vivientes.
El denominado coloquialmente
“tiburón anguila” es un tipo de tiburón fósil que, para sorpresa de los científicos,
ha logrado sobrevivir hasta la actualidad.
El mayor pez que existe
Puestos a hablar
de curiosidades, ¿sabía el lector que el mayor pez que actualmente habita en
nuestros océanos es un escualo cuyas dimensiones dejan la envergadura de los
tiburones blancos como mero chiste?. Se trata del Tiburón ballena (Rhincodon
typus), un pez bonachón que carece de dientes y se alimenta del
microscópico plancton. Llega a alcanzar los 12 metros de envergadura y,
lamentablemente, es aún un gran desconocido para los científicos.
Aún no se sabe
exactamente el número de tiburones ballena que existen en nuestros mares pero
se han echado a andar diversos proyectos enfocados en la protección de estos
gigantones, entre los que se incluye la oferta de poder nadar con ellos, en
pleno mar caribeño, como medida para aprender a respetarlos y admirarlos.
En el segundo
puesto de este podio a las mayores dimensiones se encuentra el llamado Tiburón peregrino (Cetorhinus maximus), muy parecido al Tiburón ballena pero con unas
dimensiones ligeramente inferiores, pues “solo” alcanzan los 10 metros de
longitud y cuatro toneladas de peso.
Renovarse o morir: un organismo
que roza la perfección
Pero si algo cabe
destacar de los tiburones es su capacidad para ir readaptándose a las
cambiantes condiciones de su entorno, desarrollando un amplio abanico de
mecanismos y posibilidades que le han convertido en la perfección andante de su
entorno. Así, ha desarrollado un cuerpo extraordinariamente hidrodinámico, que
le permite alcanzar enormes velocidades. Pero es que si además observamos de
cerca la piel del tiburón, encontraremos que está compuesta por una serie de
escamas cuya morfología permite “romper el agua” creando microturbulencias por
el agua por la que circula, que incrementa su hidrodinamismo al reducir la resistencia
del agua a su paso y que le confiere la aspereza de una lija, al tacto. De
hecho, al mayor nadador medallista olímpico norteamericano, Michael Phelps, se
le amenazó con penalizarse si hacía uso en las pruebas de su traje de baño
diseñando a imitación de la piel de tiburón.
Detalle de la piel de tiburón
observada con microscopio (dentículos dérmicos, izda), clave para su
extraordinaria agilidad en el agua (centro). Los tiburones son, además,
auténticos limpiadores de los océanos (derecha, tiburón blanco comiendo una
ballena muerta).
Pero es que
además, los tiburones poseen un esqueleto cartilaginoso que les resta peso y
les permite una mayor flexibilidad, lo que les permite aproximarse a zonas
someras costeras para cazar focas, pudiendo luego regresar a aguas más
profundas sin problema. Seguro que alguna persona, al leer esto, estará
pensando inevitablemente en otro gran predador marino, de cuerpo también
hidrodinámico y hábil cazador de focas: las Orcas o “ballenas asesinas”. Pues
bien, si hemos de compararlos, lo cierto es que sobre el papel ganaría el
tiburón debido a que las Orcas, al ser mamíferos y no peces como los tiburones,
respiran a través de pulmones. En otras palabras, necesitan salir a la
superficie a tomar aire o morirían ahogadas, paradójicamente. El tiburón, al
poseer agallas, respira bajo el agua, tomando de ellas el oxígeno necesario.
Además de todo lo
dicho con respecto a su morfología, el diseño del tiburón lleva incorporado
diversos “extras” que sin duda le hacen rozar la perfección y es que este
animal posee longitudinalmente en sus flancos la denominada “línea lateral”, un
sensor interno conectado con su cerebro que le informa de la más leve vibración
en el agua. Al comparar sus sensaciones con ciertos patrones que lleva
adquiridos, puede conocer dónde se encuentran otros tiburones, o si hay un
banco de peces, de ballenas, etc. A eso debemos añadir su más que
extraordinario olfato, capaz de oler una sola gota de sangre en el agua por la
que faene, si bien es falso que el olor de la sangre despierte en ellos sus más
salvajes instintos puesto que cuando un tiburón ha comido y está saciado, suele
ignorar a una presa sangrando, dejándola para otros tiburones.
Otro órgano increíble que posee el tiburón es la llamada “ampolla de Lorenzini”, que actúa cual tacto y que permite a estos peces detectar las distintas cargas eléctricas que todo ser vivo emite (y que se incrementan cuando se agitan en el agua). El oído también parece estar muy desarrollado puesto que muchos científicos creen que puede distinguir ruidos a kilómetros, gracias a ciertas membranas que poseen a la altura de su oído interno y que incrementan las vibraciones (como aquel juego infantil que usaba el recipiente de un yogur para oír, precisamente porque su fondo vibraba aumentando el sonido que transmite). Con respecto al sabor, los tiburones carecen de lengua, por lo cual los sensores del sabor (el equivalente a las papilas gustativas de las lenguas de los mamíferos) se distribuyen por toda la superficie de su amplia boca, ¡ahí es nada!. Por todo ello, tal vez estos extraordinariamente desarrollados sentidos dejen en desventaja al menos perfecto de ellos, por así decirlo, y que resulta ser la vista. Maticemos: no es que no esté desarrollada -de hecho pueden ver bien en aguas turbias, al atardecer, de noche, …- sino que lo está menos que el resto de sus sistemas sensoriales. Por este motivo muchísimos ataques de tiburones a personas se deben precisamente a un fallo de percepción, al confundir a una persona subida en un colchón, tabla de surf o a los miembros que agite en el agua, con una tortuga marina, una foca o león marino, una cría de delfín o incluso algún pez tipo anguila. De hecho, una vez que muerden a la persona, terminan soltándola ya que no la saborean como la presa que esperaban haber cazado.
Otro órgano increíble que posee el tiburón es la llamada “ampolla de Lorenzini”, que actúa cual tacto y que permite a estos peces detectar las distintas cargas eléctricas que todo ser vivo emite (y que se incrementan cuando se agitan en el agua). El oído también parece estar muy desarrollado puesto que muchos científicos creen que puede distinguir ruidos a kilómetros, gracias a ciertas membranas que poseen a la altura de su oído interno y que incrementan las vibraciones (como aquel juego infantil que usaba el recipiente de un yogur para oír, precisamente porque su fondo vibraba aumentando el sonido que transmite). Con respecto al sabor, los tiburones carecen de lengua, por lo cual los sensores del sabor (el equivalente a las papilas gustativas de las lenguas de los mamíferos) se distribuyen por toda la superficie de su amplia boca, ¡ahí es nada!. Por todo ello, tal vez estos extraordinariamente desarrollados sentidos dejen en desventaja al menos perfecto de ellos, por así decirlo, y que resulta ser la vista. Maticemos: no es que no esté desarrollada -de hecho pueden ver bien en aguas turbias, al atardecer, de noche, …- sino que lo está menos que el resto de sus sistemas sensoriales. Por este motivo muchísimos ataques de tiburones a personas se deben precisamente a un fallo de percepción, al confundir a una persona subida en un colchón, tabla de surf o a los miembros que agite en el agua, con una tortuga marina, una foca o león marino, una cría de delfín o incluso algún pez tipo anguila. De hecho, una vez que muerden a la persona, terminan soltándola ya que no la saborean como la presa que esperaban haber cazado.
Izda: tortuga marina observada
desde la profundidad del mar. Centro: niña en flotador inflable en forma de rosco, vista desde abajo. Dcha:
colchoneta para playa y piscina, de morfología que ya de por sí se asemeja a una
tortuga marina nadando.
Lo que el seguimiento de los
tiburones blancos nos ha enseñado
Quizás el aspecto
más sorprendente es que estos animales, de vivir sin el peligro de ser cazados
por el ser humano, es que pueden alcanzar los 70 años de vida. Por eso
entristece tanto el comprobar que las dimensiones de los tiburones blancos son
cada vez menores, señal de que son más jóvenes y que posiblemente su caza
indiscriminada les impida alcanzar la madurez e incluso estadios seniles. Por
cierto que no es verdad que el tomar cartílago de tiburón mejore nuestros
propios cartílagos, alargando nuestra salud (idea tan absurda como creer que
ingerir polvo de cuerno de rinoceronte o la bilis de oso vaya a incrementar la
virilidad). Actualmente existen productos de farmacia y parafarmacia, mucho más
efectivos para lograr tal propósito, sin necesidad de aniquilar a ningún
animal.
Una curiosa
cuestión sobre los tiburones, y especialmente sobre el Tiburón Blanco, tenía
que ver con sus ojos, pues en ocasiones se observaban blancos. ¿Qué ocurría,
tenían cataratas?. Tras muchas observaciones se ha podido comprobar que
realmente se trata de un párpado que poseen y que está relacionado con su
mandíbula (por cierto, a modo de curiosidad, ¿sabían que la película Tiburón,
de Spielberg, realmente se llamó, en inglés, "Mandíbulas"?). Observemos la
siguiente imagen, para entenderlo mejor:
Cuando un tiburón muerde, de forma habitual, lo
hace con un simple mordisco (como en la primera imagen, izda y dibujo 2). Sin
embargo, cuando el bocado es de mayor tamaño, debe abrir más su boca lo que
provoca que los músculos se tensen enseñando “más encías”, por así decirlo
(imagen derecha y dibujo 3). En los casos en que debe abrir totalmente sus
mandíbulas, hasta casi desencajarlas, sus músculos se tensan tantísimo que
provocan que se cierre el párpado y de ahí que se les vea el ojo blanco, pues
el párpado más claro cubre sus ojos negros característicos.
Como en el caso de los Tiburones Ballena, existe un
tipo de turismo ecológico consistente en nadar entre tiburones, acompañados de
expertos que en todo momento comprueban que no haya peligro alguno. Por cierto,
¿sabía el lector que la punta del hocico del tiburón es tan sensible que si se
acercan a nosotros, con golpearles ahí servirá para que se desvíen y se
marchen?, aunque si se les desea hacer daño de verdad, su punto más sensible
son ojos y branquias. Y es que la zona del hocico de los tiburones es tan
sensible que el buzo sudafricano Andre Hartman ha saltado a la fama como
encantador de tiburones, ya que con ciertas caricias que les hace en tal zona,
logra que se queden quietos y relajados. De hecho, si se fijan en los documentales, es frecuente que para medirlos o marcarlos se les de la vuelta pues entran en una especie de letargo que permite su manejo (siempre que no dure mucho tiempo o morirán).
El encantador de tiburones,
mostrando sus habilidades con “tiburones limón” (Carcharhinus acronotus). En la
imagen de la derecha puede observarse parcialmente el párpado.
Como decimos,
afortunadamente parece que el ser humano comienza a tratar de acercarse a estos
animales más con un afán de respeto y observación que de destrucción. Esto
acarrea que haya más datos, observaciones y poblaciones siendo estudiadas en
diversas partes del mundo. Al compartir estos datos, se encuentran
observaciones curiosas como que por ejemplo en la zona de la isla de Guadalupe
(México) haya individuos de mayores dimensiones que en Nueva Zelanda. Parece
ser que se asocia con sus presas pues mientras que en la zona de Oceanía el
Tiburón Blanco caza focas, en México se alimenta de leones marinos, de mayor
tamaño que las focas. Por otra parte, el hecho de que las aguas sean más frías
en Nueva Zelanda que en el Caribe puede estar detrás de la evidencia de que los
machos sean más abundantes en Nueva Zelanda que en México, donde
proporcionalmente hay más hembras y crías.
Estudios genéticos nos han
revolucionado la idea que teníamos de los tiburones blancos
Efectivamente, la
mayor sorpresa que nos ha llegado de los tiburones ha sido de la mano de los
análisis genéticos de cierta población de tiburones que llevaban siendo
estudiadas durante años. Al tomar muestras de varios ejemplares de la Isla de
Guadalupe (México) para analizar la relación que pudiera existir entre ellos,
descubrieron que había dos parejas de hermanos, siendo la más joven
(macho-hembra) de ese año y la mayor (dos machos) de dos años y medio o tres de
edad. Al contrastarlas entre ellas resulta que todos ellos, los cuatro,
resultan ser hijos de la misma madre. Aún no se habían recuperado de la
sorpresa cuando un nuevo análisis les muestra ¡que también son hijos del mismo
padre!. Esto conmocionó, lógicamente, a los científicos. ¡¡Resulta que son
monógamos!!, ¡y familiares! Porque ¿de qué otra forma puede interpretarse que
una pareja de hermanos comparta territorio con otra pareja de hermanos mucho
más joven?, ¿y que según los análisis genéticos, el mismo macho se aparee con
la misma hembra por al menos cuatro años seguidos?.
Sin duda se
requieren más datos para corroborar estas afirmaciones que parecen ser ciertas,
el problema es que se requiere una media de 25 años para que un tiburón blanco
alcance su madurez sexual y la caza indiscriminada está diezmando la población
de tiburones en todo el mundo. Por suerte, diversos gobiernos comienzan a
concienciarse y crear santuarios marinos para proteger a estos grandes peces,
entre otras cosas porque siendo prácticos, resulta mucho más rentable un
tiburón vivo que un tiburón muerto desde el punto de vista de su capacidad para
atraer turismo. Incluso se está desarrollando un spray ahuyentador de escualos desarrollados a base de una hormona que aparece en los tiburones muertos. De esta manera se pueden garantizar playas libres de tiburones sin necesidad de masacrarlos para que el ser humano disfrute de un chapoteo.
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