jueves, 20 de agosto de 2020

Los graves errores de Howard Carter


            Howard Carter, el británico aficionado a la arqueología que soñaba con descubrir una tumba egipcia intacta y que finalmente saltó a la fama mundial, logrando su objetivo al encontrar la tumba del faraón adolescente Tutankamón, convirtiéndose en el personaje que cientos de generaciones soñaban con ser, vuelve a ser un ejemplo más de la eficacia publicitaria que siempre ha caracterizado al mundo anglosajón. De hecho, encumbran a sus ídolos autóctonos a la par que ocultan sus errores que, de haber sido realizados, aún de menor magnitud,  por personas de otros países, los habrían calificado de imperdonables. Pues bie, hoy vamos a centrarnos en ese lado oscuro de uno de los personajes más admirados de entre los aventureros buscadores de tesoros.

             De nuevo volvemos a encontrarnos con la enorme paradoja recurrente en el mundo anglosajón, hartos de repetir machaconamente cómo los españoles fueron al Nuevo Mundo sedientos de oro, cuando esconden que gran parte de la sociedad inglesa de entonces vivía precisamente de saquear y piratear ese oro que los españoles se llevaban, a la vez que trataban de adelantarles, haciendo uso de todas las malas artes posibles, en la persecución de absurdas leyendas como El Dorado o la Fuente de la Eterna Juventud, callando la cantidad de buscavidas de sus nacionalidades que morían en esa empresa pero cacareando a los cuatro vientos las desgracias ajenas, Con esa política propagandística convirtieron en personajes dignos de admiración a meros aficionados a la historia que no dudaban en destruir yacimientos, comprar en el mercado negro local piezas de gran valor, fomentando el expolio entre los lugareños más empobrecidos. Baste ver la trayectoria de ingleses por Egipto, con varios “sir” que acabaron siendo incluso detenidos por las autoridades locales precisamente por dicho expolio, saqueando piezas del Instituto de Antigüedades de El Cairo; o cómo aprovecharon el mal momento político y económico que atravesaba Grecia para comprar por “cuatro duros” todos los elementos del Parthenon que quisieron llevarse al British Museum y que se niegan a devolver al país cuna de la democracia, a pesar de la insistencia del Gobierno griego para recuperar su patrimonio. Uno de estos personajes es Sir Ernest Alfred Thompson Wallis Budge. Tras huir perseguido por las autoridades egipcias, pisándole los talones literalmente en varias localidades, finalmente sería atrapado con numerosas piezas de incalculable valor, entre las que se encontraba el pergamino más completo conocido del Libro de los Muertos, Aún a día de hoy siguen esgrimiendo, en varios documentales de reciente creación, que este codicioso personaje (cuya profesión era precisamente la de adquisidor de piezas para el Museo Británico) realmente salvó dicho ejemplar de haber sido despedazado en numerosas partes para ser vendidas en el mercado negro, argumentando la facilidad que tenían de sobornar a funcionarios del Departamento de Antigüedades con grandes sumas de dinero para que les vendieran piezas que estaban destinadas a ser expuestas en museos. Así se comportaba tal personaje, y lo peor es que, usando el prestigio del que siempre ha gozado un ciudadano británico (eso lo han sabido hacer), sir Alfred se libró de terminar con sus huesos en una cárcel egipcia, donde iban aquellos sobornados por la poca ética de este “sir”, que regresó a su país con todas las piezas compradas a expoliadores.

Famosa escena del llamado Papiro de Ani, de 26 metros de largo y que se encuentra en el Museo Británico, siendo saqueado de una tumba de la XVIII dinastía, cerca de Luxor, que se cree que pertenecía a Ani, un destacado sacerdote de la época. En el centro y derecha, fotos de “su descubridor”.

            Entre esta élite de encumbrados personajes británicos se encuentra Howard Carter, quién no dudó en buscarse el apoyo de un rico benefactor, en este caso Lord Carnarvon, para disponer de las riquezas de este señor en adquirir permisos de excavaciones negadas a arqueólogos profesionales alemanes por problemas precisamente de venta de antigüedades en el mercado negro a ricos europeos; también para comprar la “vista gorda” de las autoridades, pagar a expoliadores para que le dieran pistas sobre dónde expoliar, que no excavar, pues en los permisos de excavación firmados con las autoridades se exigía que debían notificar cualquier hallazgo peculiar y relevante, aguardando a la llegada de la autoridad competente para efectuar la apertura de tumbas, santuarios, etc, ya que sopesarían el valor de todo lo encontrado y le permitirían quedarse con un 10-20% de lo encontrado, bajo la supervisión de las autoridades. ¿Qué hacían los buscadores ingleses? Pues abrían túneles por detrás, entrando en la sala en cuestión y llevándose las piezas que más les gustaran, para luego decir que habían sido expoliadas hacía siglos; o quitaban alguna pieza sin romper el sello de apertura de la tumba, colándose y saqueando, para hacer el teatrillo ante las autoridades al día siguiente, de entrar por primera vez en dicho lugar, reclamando su parte correspondiente del hallazgo.

De izquierda a derecha, Evelyn Carnarvon (hija de Lord Carnarvon) posa cogida del brazo de Howard Carter, junto con Lord Carnarvon (quinto conde, de nombre George Edward Stanhope Molyneux Herbert Carnarvon).

           Esto fue lo que ocurrió con la tumba de Tutankamón, por ejemplo. Por muy novelado y muchas florituras que se añadan al relato del descubrimiento de la tumba, pido al lector que repare en que el episodio archiconocido, cuando el aristócrata pregunta a Howard Carter qué ve dentro y este responde al ver el brillo de su antorcha en cientos de objetos de oro: “cosas maravillosas”, ocurre precisamente la noche antes de la apertura de la tumba ante las autoridades enviadas desde el Departamento de Antigüedades de El Cairo.


Izquierda, teatrillo realizado por los británicos acompañando a las autoridades de Antigüedades egipcias a proceder a la apertura de la tumba de Tutankamón cuando todo el mundo sabe que habían entrado la noche anterior (derecha, reconstrucción).

            Dudo mucho que, tras decenas de años buscando su tesoro de oro y piedras preciosas y el gasto de gran parte de la fortuna de los Carnarvon, ambos ingleses se limitaran a ver miles de objetos maravillosos apilados, dieran la vuelta y se echaran a dormir ¿Por qué digo esto? Fácil, porque recuerdo cómo hacia 1985 o 1995, no preciso bien, cuando estaba leyendo el periódico, me topé con una noticia que me puso una sonrisa de oreja a oreja. Hablaban de unas reformas que se estaban efectuando en una de las propiedades del afamado mecenas blablabla... Lord Carnarvon, cuando en el transcurso de las obras uno de los muros del sótano se vino parcialmente abajo, dejando ver una cámara oculta a la que se accedía de una forma que ya se había olvidado, en la que apareció una vitrina con numerosos objetos egipcios por los que rápidamente se interesaron los profesionales del British Museum ¿Qué hacían esas piezas ocultas de esa manera, para exclusivo deleite del lord? Porque dudo que fueran las piezas concedidas por las autoridades egipcias, ya que en ese caso se habrían exhibido en un lugar bien visible, dada la fama mundial que adquirió el descubrimiento de dicha tumba.

Los maravillosos objetos del interior de la tumba del joven faraón Tut fueron desfilando durante la horda de fotógrafos y curiosos hasta allí desplazados, procurando que hubiera suficiente luz natural solar para ser inmortalizados en diarios de todo el mundo, cuando lo ideal –para un experto en antigüedades más preocupado por preservarlas que por ser famoso- habría sido sacarlas ya empaquetadas evitando la dañina radiación solar, o realizar la tarea de su transportarte durante el atardecer y la noche.
           
            Pues bien, será en esta tumba donde precisamente Howard Carter realice parte de sus errores imperdonables. Y no me estoy refiriendo a ese saqueo de objetos a espaldas de las autoridades de Antigüedade; uno de esos errores era exponer a la intemperie bajo un sol de justicia, como hizo y durante largo tiempo, tras haber estado más de 2.800 años bajo tierra, todos los objetos que se acumulaban en el interior de la tumba, causando un daño tremendo a baños de oro, pinturas, barnices, telas, etcétera. Pero quizás el error más  descomunal fue, no sólo retirar sin guantes ni cuidado parte de los vendajes de la momia de Tutankamón de su pecho en busca de los talismanes de oro y piedras preciosas que solían añadirle los sacerdotes para asegurarle una próspera vida en el Más Allá al difunto, con el riesgo de que la momia pudiera deteriorarse al contacto con el aire tras tanto milenios resguardada, sino la de llegar a serrar (¡¡Sí, cortar serrucho en mano!!) la momia y parte de los objetos que según él no cabían por la puerta de la tumba, para sacarlos al exterior. Como puede comprobarse, estas acciones dejan en evidencia el respeto que este británico tenía por los faraones egipcios del país en el que estaba excavando, acciones similares a las realizadas por personajes como Lara Croft o Indiana Jones, que una vez que entran en unas ruinas desaparecen para siempre o les causan daños de muy difícil reparación.
            Pero si hablamos del Egipto faraónico, sin duda uno de los personajes más polémicos, aparte del faraón Akenatón, sea el del faraón-mujer Hatshepsut. Hija de faraón (Tutmosis I) y esposa de faraón, quedó como reina regente cuando su esposo y hermanastro Tutmosis II murió dejando a Tutmosis III siendo muy pequeño; los dos hijos varones del faraón y Hatshepsut habían fallecido en circunstancias diversas.

Imagen del templo de Hatsheput en Luxor y detalle de una de sus representaciones como faraón con rasgos afeminados. Como puede verse, se borró de su tocado la serpiente y el buitre que la señalaban como faraón de los dos imperios, del Alto y el Bajo Nilo.

            Sin pensarlo dos veces, y posiblemente viéndose más preparada para reinar que muchos de los faraones que lo habían sido (de hecho su nombre significa “la primera de las nobles damas”), no dudó en tomar las riendas de un país en el que todo estaba organizada para que fueran hombres los reyes-semidioses (faraones), los dirigentes (consejeros y militares reales) y los segundos en importancia y autoridad tras el faraón (los sacerdotes), reinando entre 1490 y 1468 a. C., aproximadamente. Es por ello que esta mujer hizo esfuerzos extraordinarios dado que se le exigía el doble que a un hombre. Así, tras décadas de estudio concienzudo se ha visto que un pequeño cofre que contenía el hígado de esta mujer y un molar, se ha logrado determinar por radiografías y otras técnicas no invasivas que su momia se encontraba entre varias anónimas de las conservadas en los fondos del museo de El Cairo.

Momia de la reina Hatscheput, mostrando uno de sus brazos descansando sobre su pecho, algo que de acuerdo con un experto arqueólogo del Museo de El Cairo la identifica como miembro de la más destacada aristocracia del Egipto antiguo, como todo profesional del tema debe saber y que sin embargo pasó por alto Howard Carter.

Al analizarla se pudo comprobar que la reina, cuando falleció, presentaba varias evidencias de sobrepeso, así cómo la mala calidad de su dentadura hizo considerar que pudo tener diabetes, también sufría de osteoporosis, y lo más sorprendente fue que, al analizar el contenido de un bote del tocador de esta reina-faraón a base de brea y aceites naturales para pasar a ver la dermis de su cara, vieron que sufrió de psoriasis. Otros científicos han llegado incluso a considerar que pudo morir de cáncer, pero lo que es evidente es que gran parte de sus últimos años los vivió entre grandes dolores e incomodidades. Sin embargo consiguió hechos dignos de admiración, como lograr mantener a raya a la fuerte oposición de personajes masculinos influyentes en la sociedad; no sólo mantuvo sus fronteras sino que las amplió, trayendo a Egipto en sus exitosas campañas militares cientos de productos exóticos, como esclavos, ébano, ganado, inciensos, etc, tal como se relata en su propio templo-palacio de Luxor, donde es representada como un hombre. Sin embargo, una vez fallecida, hubo una gran campaña de difamación contra ella borrándose su figura y cartucho de numerosos monumentos, incluso profanando su morada eterna al sacar su cuerpo de su panteón y dejarlo tirado en el suelo de la tumba de una de sus sirvientas, donde fue encontrado. De hecho, durante muchos años se llegó a decir que su repentina muerte, en la cincuentena, pudo ser causada por su hijastro Tutmosis III que cogobernó con ella y finalmente la asesinó por usurpadora del trono. Ahora que se conoce su momia, se sabe que no tiene ninguna herida abierta, por lo que gana peso la creencia en su muerte natural por un cáncer o diabetes. Así, ese supuesto odio del nuevo faraón, considerado hasta ahora, ha desaparecido para acusar a los sacerdotes de dicha campaña de desprestigio y erradicación de su persona de la historia, temiendo que otras mujeres pudieran inspirarse en su figura y pasaran a ser sacerdotisas, militares o incluso faraonas.
            Pues bien, aludíamos  a que la momia fue encontrada tirada en el suelo de la tumba de una sirvienta (la llamada “tumba KV60”), para restar dignidad a una mujer que no solo fue faraona sino que era hija de faraón y esposa de faraón. Junto a ella había muchos gansos momificados y recordemos que estas aves servían para llevar las almas de los difuntos al más allá, otra evidencia más del amor que Tutmosis III tuvo hacia su madrastra, con la que cogobernó. Como supondrá el lector, nuestro amigo Howard Carter andaba por ahí y, en uno de sus sobornos a reconocidos expoliadores estuvo el de aquél que le mostró esta tumba. Ante el cuerpo de uno de los personajes más célebres de la historia del Egipto faraónico ¿qué creen que hizo el británico? Efectivamente, removió toda la tumba buscando objetos de valor, incluso entre los paños de la momia, para llevarse posibles talismanes, arrambló con todas las momias de los gansos y pasó por encima de esta momia y otra más que yacía junto a ella, tal vez la propia sierva, volviendo a sellar la tumba durante cientos de años diciendo que había sido saqueada hacía ya tiempo y que no contenía nada de valor, salvo un par de momias. Tres hurras por tan insigne aficionado a la arqueología, proclamo. Es más, son muchos los que consideran que incluso compitiendo con el hallazgo de la tumba de Tutankamón –un faraón hasta entonces desconocido-, el  hecho de haber encontrado el cuerpo de la faraona Hatsheput habría otorgado a Carter gran reconocimiento internacional en su conocimiento del Antiguo Egipto aportando al personaje más destacado. Si lo hubiese hecho, claro, en lugar de dejarla tirada ignorándola y calificándose de nulo valor. No obstante, aún a día de hoy son muchos los que dicen que Howard Carter “entre otros” tienen el mérito de haber recuperado el nombre de esta faraona de las sombras del olvido, cuando lo cierto es que tal mérito se debe realmente a un joven francés de mente privilegiada apellidado Champolion, que amaba tanto el Egipto faraónico que gracias a su labor –y a la piedra Rossetta, cuya original se encuentra igualmente en el Museo Británico- se lograron descifrar los jeroglíficos y todo el saber que guardaban.

Aspecto que debió mostrar la faraona Hatsheput tras la reconstrucción de músculos y nervios realizada por profesionales basándose en el rostro y cráneo de la momia.
             
        Afortunadamente, como en Egipto no se desprecia nada del pasado faraónico, tiempo después se recuperaron las dos momias que yacían tiradas en el suelo de la tumba KV 60 y se llevaron a los fondos del museo de El Cairo en su sala de las momias. Estudios posteriores, como he contado muy someramente, permitieron descubrir la identidad de una de estas momias y darle todo el reconocimiento y dignidad que supo ganarse en vida esta extraordinaria mujer. Su momia ha permitido conocer el gusto de esta reina-faraón por el esmalte de uñas rojo y negro (combinando ambos), así como perfumes de gran calidad.

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