Howard Carter, el británico aficionado a la
arqueología que soñaba con descubrir una tumba egipcia intacta y que finalmente
saltó a la fama mundial, logrando su objetivo al encontrar la tumba del
faraón adolescente Tutankamón, convirtiéndose en el personaje que cientos de
generaciones soñaban con ser, vuelve a ser un ejemplo más de la eficacia
publicitaria que siempre ha caracterizado al mundo anglosajón.
De hecho, encumbran a sus ídolos autóctonos a la par que ocultan sus errores que, de haber sido realizados, aún de menor magnitud, por personas de otros países, los habrían calificado de imperdonables. Pues bie, hoy vamos a
centrarnos en ese lado oscuro de uno de los personajes más admirados de entre
los aventureros buscadores de tesoros.
De
nuevo volvemos a encontrarnos con la enorme paradoja recurrente en el mundo
anglosajón, hartos de repetir machaconamente cómo los españoles fueron al
Nuevo Mundo sedientos de oro, cuando esconden que gran parte de la sociedad inglesa de
entonces vivía precisamente de saquear y piratear ese oro que
los españoles se llevaban, a la vez que trataban de adelantarles, haciendo uso de todas las malas artes
posibles, en la persecución de absurdas leyendas como El Dorado o la Fuente de
la Eterna Juventud, callando la cantidad de buscavidas de sus nacionalidades
que morían en esa empresa pero cacareando a los cuatro vientos las desgracias ajenas, Con esa política propagandística
convirtieron en personajes dignos de admiración a meros aficionados a la
historia que no dudaban en destruir yacimientos, comprar en el mercado negro
local piezas de gran valor, fomentando el expolio entre los lugareños más
empobrecidos. Baste ver la trayectoria de ingleses por Egipto, con varios “sir”
que acabaron siendo incluso detenidos por las autoridades locales precisamente por
dicho expolio, saqueando piezas del Instituto de Antigüedades de El Cairo; o
cómo aprovecharon el mal momento político y económico que atravesaba Grecia para comprar por “cuatro
duros” todos los elementos del Parthenon que quisieron llevarse al British
Museum y que se niegan a devolver al país cuna de la democracia, a pesar de la insistencia del
Gobierno griego para recuperar su patrimonio. Uno de estos personajes es Sir
Ernest Alfred Thompson Wallis Budge. Tras huir perseguido por las autoridades
egipcias, pisándole los talones literalmente en varias localidades, finalmente
sería atrapado con numerosas piezas de incalculable valor, entre las que se
encontraba el pergamino más completo conocido del Libro de los Muertos, Aún
a día de hoy siguen esgrimiendo, en varios documentales de reciente creación, que
este codicioso personaje (cuya profesión era precisamente la de adquisidor de
piezas para el Museo Británico) realmente salvó dicho ejemplar de haber sido
despedazado en numerosas partes para ser vendidas en el mercado negro, argumentando la facilidad que tenían de sobornar a funcionarios del Departamento de Antigüedades con grandes sumas de dinero para que
les vendieran piezas que estaban destinadas a ser expuestas en museos. Así se
comportaba tal personaje, y lo peor es que, usando el prestigio del que siempre
ha gozado un ciudadano británico (eso lo han sabido hacer), sir Alfred se libró de terminar con
sus huesos en una cárcel egipcia, donde iban aquellos sobornados por la poca
ética de este “sir”, que regresó a su país con todas las piezas compradas a expoliadores.
Famosa escena
del llamado Papiro de Ani, de 26 metros de largo y que se encuentra en el Museo
Británico, siendo saqueado de una tumba de la XVIII dinastía, cerca de Luxor,
que se cree que pertenecía a Ani, un destacado sacerdote de la época. En el
centro y derecha, fotos de “su descubridor”.
Entre
esta élite de encumbrados personajes británicos se encuentra Howard
Carter, quién no dudó en buscarse el apoyo de un rico benefactor, en este caso Lord Carnarvon, para disponer de las riquezas de este señor en adquirir
permisos de excavaciones negadas a arqueólogos profesionales alemanes por
problemas precisamente de venta de antigüedades en el mercado negro a ricos
europeos; también para comprar la “vista gorda” de las autoridades, pagar a expoliadores para
que le dieran pistas sobre dónde expoliar, que no excavar, pues en los permisos
de excavación firmados con las autoridades se exigía que debían notificar cualquier hallazgo peculiar y relevante, aguardando a la llegada de la autoridad competente
para efectuar la apertura de tumbas, santuarios, etc, ya que sopesarían
el valor de todo lo encontrado y le permitirían quedarse con un 10-20% de lo
encontrado, bajo la supervisión de las autoridades. ¿Qué hacían los buscadores ingleses? Pues abrían
túneles por detrás, entrando en la sala en cuestión y llevándose las piezas que
más les gustaran, para luego decir que habían sido expoliadas hacía siglos; o
quitaban alguna pieza sin romper el sello de apertura de la tumba,
colándose y saqueando, para hacer el teatrillo ante las
autoridades al día siguiente, de entrar por primera vez en dicho lugar, reclamando su parte
correspondiente del hallazgo.
De
izquierda a derecha, Evelyn Carnarvon (hija de Lord Carnarvon) posa cogida del
brazo de Howard Carter, junto con Lord Carnarvon (quinto conde, de nombre
George Edward Stanhope Molyneux Herbert Carnarvon).
Esto fue lo que ocurrió con la tumba de
Tutankamón, por ejemplo. Por muy novelado y muchas florituras que se añadan al
relato del descubrimiento de la tumba, pido al lector que repare en que el
episodio archiconocido, cuando el aristócrata pregunta a Howard Carter qué ve
dentro y este responde al ver el brillo de su antorcha en cientos de objetos de
oro: “cosas maravillosas”, ocurre precisamente la noche antes de la apertura de
la tumba ante las autoridades enviadas desde el Departamento de Antigüedades de
El Cairo.
Izquierda,
teatrillo realizado por los británicos acompañando a las autoridades de
Antigüedades egipcias a proceder a la apertura de la tumba de Tutankamón cuando
todo el mundo sabe que habían entrado la noche anterior (derecha,
reconstrucción).
Dudo mucho que, tras decenas de años buscando su
tesoro de oro y piedras preciosas y el gasto de gran parte de la fortuna de los Carnarvon, ambos ingleses se limitaran a
ver miles de objetos maravillosos apilados, dieran la vuelta y se echaran a
dormir ¿Por qué digo esto? Fácil, porque recuerdo cómo hacia 1985 o 1995, no preciso
bien, cuando estaba leyendo el periódico, me topé con una noticia que me puso una
sonrisa de oreja a oreja. Hablaban de unas reformas que se estaban efectuando
en una de las propiedades del afamado mecenas blablabla... Lord Carnarvon, cuando en el transcurso de las obras uno de
los muros del sótano se vino parcialmente abajo, dejando ver una cámara oculta
a la que se accedía de una forma que ya se había olvidado, en la que apareció
una vitrina con numerosos objetos egipcios por los que rápidamente se
interesaron los profesionales del British Museum ¿Qué hacían esas piezas
ocultas de esa manera, para exclusivo deleite del lord? Porque dudo que fueran
las piezas concedidas por las autoridades egipcias, ya que en ese caso se habrían
exhibido en un lugar bien visible, dada la fama mundial que adquirió el
descubrimiento de dicha tumba.
Los maravillosos
objetos del interior de la tumba del joven faraón Tut fueron desfilando durante
la horda de fotógrafos y curiosos hasta allí desplazados, procurando que
hubiera suficiente luz natural solar para ser inmortalizados en diarios de todo
el mundo, cuando lo ideal –para un experto en antigüedades más preocupado por
preservarlas que por ser famoso- habría sido sacarlas ya empaquetadas evitando la
dañina radiación solar, o realizar la tarea de su transportarte durante el
atardecer y la noche.
Pues
bien, será en esta tumba donde precisamente Howard Carter realice parte de sus
errores imperdonables. Y no me estoy refiriendo a ese saqueo de objetos a
espaldas de las autoridades de Antigüedade; uno de esos errores era exponer a la intemperie bajo un sol de justicia, como hizo y durante largo tiempo,
tras haber estado más de 2.800 años bajo tierra, todos los objetos que se
acumulaban en el interior de la tumba, causando un daño tremendo a baños de oro,
pinturas, barnices, telas, etcétera. Pero quizás el error más descomunal fue, no sólo retirar sin
guantes ni cuidado parte de los vendajes de la momia de Tutankamón de su pecho
en busca de los talismanes de oro y piedras preciosas que solían añadirle los
sacerdotes para asegurarle una próspera vida en el Más Allá al difunto, con el riesgo de que la momia pudiera deteriorarse al contacto con el aire tras
tanto milenios resguardada, sino la de llegar a serrar (¡¡Sí, cortar
serrucho en mano!!) la momia y parte de los objetos que según él no cabían por
la puerta de la tumba, para sacarlos al exterior. Como puede comprobarse, estas
acciones dejan en evidencia el respeto que este británico tenía por los
faraones egipcios del país en el que estaba excavando, acciones similares a las
realizadas por personajes como Lara Croft o Indiana Jones, que una vez que
entran en unas ruinas desaparecen para siempre o les causan daños de muy
difícil reparación.
Pero
si hablamos del Egipto faraónico, sin duda uno de los personajes más polémicos,
aparte del faraón Akenatón, sea el del faraón-mujer Hatshepsut. Hija de faraón
(Tutmosis I) y esposa de faraón, quedó como reina regente cuando su esposo y
hermanastro Tutmosis II murió dejando a Tutmosis III siendo muy pequeño; los
dos hijos varones del faraón y Hatshepsut habían fallecido en circunstancias
diversas.
Imagen del
templo de Hatsheput en Luxor y detalle de una de sus representaciones como
faraón con rasgos afeminados. Como puede verse, se borró de su tocado la
serpiente y el buitre que la señalaban como faraón de los dos imperios, del
Alto y el Bajo Nilo.
Sin pensarlo dos veces, y posiblemente viéndose más
preparada para reinar que muchos de los faraones que lo habían sido (de hecho
su nombre significa “la primera de las nobles damas”), no dudó en tomar las
riendas de un país en el que todo estaba organizada para que fueran hombres los
reyes-semidioses (faraones), los dirigentes (consejeros y militares reales) y los
segundos en importancia y autoridad tras el faraón (los sacerdotes), reinando
entre 1490 y 1468 a. C., aproximadamente. Es por ello que esta mujer
hizo esfuerzos extraordinarios dado que se le exigía el doble que a un hombre.
Así, tras décadas de estudio concienzudo se ha visto que un pequeño cofre que
contenía el hígado de esta mujer y un molar, se ha logrado determinar por radiografías y otras técnicas no invasivas que su momia se encontraba entre varias
anónimas de las conservadas en los fondos del museo de El Cairo.
Momia de la
reina Hatscheput, mostrando uno de sus brazos descansando sobre su pecho, algo
que de acuerdo con un experto arqueólogo del Museo de El Cairo la identifica
como miembro de la más destacada aristocracia del Egipto antiguo, como todo
profesional del tema debe saber y que sin embargo pasó por alto Howard Carter.
Al analizarla se pudo comprobar
que la reina, cuando falleció, presentaba varias evidencias de sobrepeso, así cómo
la mala calidad de su dentadura hizo considerar que pudo tener diabetes,
también sufría de osteoporosis, y lo más sorprendente fue que, al analizar el contenido
de un bote del tocador de esta reina-faraón a base de brea y aceites naturales
para pasar a ver la dermis de su cara, vieron que sufrió de psoriasis. Otros
científicos han llegado incluso a considerar que pudo morir de cáncer, pero lo
que es evidente es que gran parte de sus últimos años los vivió entre grandes
dolores e incomodidades. Sin embargo consiguió hechos dignos de admiración,
como lograr mantener a raya a la fuerte oposición de personajes masculinos
influyentes en la sociedad; no sólo mantuvo sus fronteras sino que las amplió,
trayendo a Egipto en sus exitosas campañas militares cientos de productos
exóticos, como esclavos, ébano, ganado, inciensos, etc, tal como se relata en su
propio templo-palacio de Luxor, donde es representada como un hombre. Sin embargo, una vez fallecida, hubo una gran campaña de difamación contra
ella borrándose su figura y cartucho de numerosos monumentos, incluso
profanando su morada eterna al sacar su cuerpo de su panteón y dejarlo tirado en
el suelo de la tumba de una de sus sirvientas, donde fue encontrado. De hecho,
durante muchos años se llegó a decir que su repentina muerte, en la cincuentena,
pudo ser causada por su hijastro Tutmosis III que cogobernó con ella y
finalmente la asesinó por usurpadora del trono. Ahora que se conoce su momia,
se sabe que no tiene ninguna herida abierta, por lo que gana peso la creencia en su muerte natural por
un cáncer o diabetes. Así, ese supuesto odio del nuevo faraón, considerado hasta
ahora, ha desaparecido para acusar a los sacerdotes de dicha campaña de
desprestigio y erradicación de su persona de la historia, temiendo que otras
mujeres pudieran inspirarse en su figura y pasaran a ser sacerdotisas,
militares o incluso faraonas.
Pues
bien, aludíamos a que la momia fue encontrada tirada en el suelo de la tumba de
una sirvienta (la llamada “tumba KV60”), para restar dignidad a
una mujer que no solo fue faraona sino que era hija de faraón y esposa de
faraón. Junto a ella había muchos gansos momificados y recordemos que estas
aves servían para llevar las almas de los difuntos al más allá, otra evidencia
más del amor que Tutmosis III tuvo hacia su madrastra, con la que cogobernó.
Como supondrá el lector, nuestro amigo Howard Carter andaba por ahí y, en uno de sus sobornos a reconocidos expoliadores estuvo el de
aquél que le mostró esta tumba. Ante el cuerpo de uno de los personajes
más célebres de la historia del Egipto faraónico ¿qué creen que hizo el
británico? Efectivamente, removió toda la tumba buscando objetos de valor,
incluso entre los paños de la momia, para llevarse posibles talismanes, arrambló
con todas las momias de los gansos y pasó por encima de esta momia y otra más
que yacía junto a ella, tal vez la propia sierva, volviendo a sellar la tumba
durante cientos de años diciendo que había sido saqueada hacía ya tiempo y que
no contenía nada de valor, salvo un par de momias. Tres hurras por tan insigne
aficionado a la arqueología, proclamo. Es más, son muchos los que consideran
que incluso compitiendo con el hallazgo de la tumba de Tutankamón –un faraón
hasta entonces desconocido-, el hecho de haber encontrado el cuerpo de la faraona
Hatsheput habría otorgado a Carter gran reconocimiento internacional en su
conocimiento del Antiguo Egipto aportando al personaje más destacado. Si lo
hubiese hecho, claro, en lugar de dejarla tirada ignorándola y calificándose de
nulo valor. No obstante, aún a día de hoy son muchos los que dicen que Howard
Carter “entre otros” tienen el mérito de haber recuperado el nombre de esta
faraona de las sombras del olvido, cuando lo cierto es que tal mérito se
debe realmente a un joven francés de mente privilegiada apellidado Champolion,
que amaba tanto el Egipto faraónico que gracias a su labor –y a la piedra
Rossetta, cuya original se encuentra igualmente en el Museo Británico- se lograron
descifrar los jeroglíficos y todo el saber que guardaban.
Aspecto que
debió mostrar la faraona Hatsheput tras la reconstrucción de músculos y nervios
realizada por profesionales basándose en el rostro y cráneo de la momia.
Afortunadamente,
como en Egipto no se desprecia nada del pasado faraónico, tiempo después se
recuperaron las dos momias que yacían tiradas en el suelo de la tumba KV 60 y
se llevaron a los fondos del museo de El Cairo en su sala de las momias. Estudios posteriores, como he
contado muy someramente, permitieron descubrir la identidad de una de estas
momias y darle todo el reconocimiento y dignidad que supo ganarse en vida esta
extraordinaria mujer. Su momia ha permitido conocer el gusto de esta
reina-faraón por el esmalte de uñas rojo y negro (combinando ambos), así como
perfumes de gran calidad.
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