Los
hallazgos arqueológicos del Egipto antiguo no dejan de sorprendernos. El mes
pasado un equipo francés sacaba a la luz los restos de una cantante del Coro
Sagrado durante las dinastías XXII y XXIV (1070-650 a.C.).
Los
restos reposaban dentro de tres sarcófagos de madera, contenidos uno dentro del
otro (técnica que ya se constató con los restos del paradigmático
faraón Tutankamón).
Por ello se supone que esta mujer y corista debió de gozar
de gran popularidad y estatus social, lo que nos plantea la idea de si el
fenómeno de masas de cantantes seguidos por una legión incondicional de fans ya
era un hecho en los tiempos faraónicos. Y es que si algo nos repite
constantemente el registro arqueológico es que no hay nada nuevo bajo el sol.
Por muy especiales y únicos que nos sintamos, tanto nosotros como individuos o
como integrantes de una cultura, lo cierto es que estamos condenados a repetir acciones
parecidas y reacciones sociales idénticas a las que ocurren en cada
civilización.
Este
curioso hallazgo se produjo durante las labores de desescombro de una tumba que se considera es de la nodriza o niñera de Tutankamón (XVIII dinastía, 1550
a.C.-1295 a.C.), Maya, en el cementerio de Bastet, en la Menfis faraónica
conocida hoy como Saqqara, cerca de la actual capital egipcia, El Cairo. Según
parece, la corista se llamaba Ta Ajt, si bien se desconoce si era su nombre
real o el artístico, tal y como ocurre hoy día.
Saqqara e Imhotep
La cantante fue enterrada en la necrópolis de Saqqara,
donde se encuentra la pirámide más antigua del mundo, la pirámide escalonada
diseñada por el arquitecto Imhotep (“el que viene en paz”) quién tuvo la
desgracia de que algún guionista hollywodiense se fijase en él para dar su
nombre al personaje de las dos taquilleras películas “la Momia” y “el regreso
de la momia”.
No obstante, Imhotep es uno de los personajes más enigmáticos de
la antigüedad (vivió hacia el 2690 - 2610 a. C.) ya que, a pesar de
ser una persona real y de encontrar referencias escritas sobre su labor, así
como de hallarse sus obras (la pirámide escalonada y todo su complejo laberinto
subterráneo que constituye la necrópolis, es un claro ejemplo) es quizá el
único personaje “real” de todo un amplio conjunto de divinidades civilizadoras
que enseñaron a diversas culturas diferentes materias científicas, sacándoles
de las tinieblas para comenzar a alzar monumentos, escribir y redactar leyes, desarrollar cuestiones astronómicas, o mostrar conocimientos
médicos, entre otros muchos logros.
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