Si debiéramos
señalar a un personaje de la historia como el más enigmático en virtud de los
comentarios que sobre él nos han llegado, sin duda alguna ese debe ser el conde
de Saint Germain. De hecho, este título está ganado dignamente no sólo por
comentarios ajenos sino por sus propios méritos, ya que en todo momento procuró
fomentar los rumores que hacían de él una persona inmortal.
De porte
aristocrático, amplia cultura, un saber estar y un gran carisma hicieron de él
un personaje ineludible en todo tipo de eventos destacados. A ello debemos
sumar méritos propios como su facilidad por hablar numerosas lenguas (latín,
español, italiano, chino, inglés, sánscrito, árabe, rumano y francés), escribir
igualmente en diversas lenguas, dotes de violinista y, cómo no, de alquimista
ya que como él mismo sostenía, fue precisamente su conocimiento de la Gran Obra
el que le otorgó la inmortalidad, a través del Elixir de la Vida que él mismo
se preparaba. De hecho, son varios los autores que creen que sigue vivo entre
nosotros, a pesar de que se le ubicara en el siglo XVIII, siendo habitual de la
corte francesa de Luis XIV, así como de la austríaca. Pero, ¿qué hay de cierto
en todos estos rumores, es realmente inmortal?.
Pondré como
música de fondo a la que considero la mejor voz del pop-rock, la del británico
de origen hindú Freddy Mercury, con su banda Queen y su canción “¿Quién quiere
vivir para siempre?”, incorporada a la película los Inmortales (I). Por cierto,
¿sabía el lector que como le ocurriera a la autora de Harry Potter, fueron
numerosos los profesionales (discográficas y editoriales) que les dijeron no
tener talento para la canción o la novela y que mejor se dedicaran a otra
cosa?.
Regresando al
conde Saint Germain, con semejantes dotes y talentos, no debe extrañarnos que
un personaje tan singular rápidamente fuera de gran admiración entre la nobleza
de los diversos reinos y, en plena época de proliferación de sectas ocultistas,
todas ellas pelearan por adquirir tan preciado “premio gordo”. Así las cosas,
se le señaló como francmasón, como masón, como illuminati, como rosacruz e
incluso como templario (particularmente considero que dicha orden murió en la
hoguera con su último gran maestre, De Molay, como ya vimos aquí).
Existen además
rumores que ubican a este personaje en la trama de diversas conspiraciones palaciegas, en
la corte inglesa, o en Rusia (donde ayudaría a dar el trono a Catalina “la
Grande”). Como nota curiosa, el British Museum dice poseer una Biblia del siglo
XV que perteneció al conde de Saint Germain.
Se decía de él que
era hijo del príncipe rumano Francisco Rákóczi II. El comentario se lo debemos
al príncipe Karl de Hesse-Kassel y según el infante, fue el mismo conde de
Saint Germain quién casualmente se lo confesó a su amigo (muchos consideran que
el conde fallecería estando como invitado en la residencia de este príncipe, el 27 de febrero de
1784).
Como se observa,
el propio conde trató de fomentar de él mismo la creencia de que era un gran
alquimista, posiblemente el único que había logrado dar con el Elixir de la
Vida manteniéndolo eternamente joven. Sus rasgos aniñados eran un gran aliado,
aderezados con fantasías que soltaba en forma de perlas insinuando haber sido
asesor de la reina de Saba, haber asistido a las bodas de Canaán descritas en
la Biblia, al nacimiento de la Francmasonería (siendo el último de los
fundadores que continuaba vivo) y a otros hechos históricos pasados.
La gente que lo
trató comenzó a considerarlo como el padre de Jesucristo, el hijo de una
princesa de Italia, Francis Bacon, un judío natural de Estrasburgo llamado
Simon Wolff, un marqués portugués, un jesuita español que atendía al apelativo
de Aymar ¡y hasta Cristóbal Colón!, encontrándolo en diversas fotografías de
distintas épocas (muy posiblemente, manipuladas).
Helena Blavatsky (izda), fundadora
de la Sociedad Teosófica, posando con el conde de Saint Germain, entre otros,
si bien el parecido entre los tres hombres es notable. Richard Chanfray (centro)
dijo ser el conde de Saint Germain. También el astrólogo francés Serge Raynaud
de la Ferrière (fundador de la Gran Fraternidad Universal, con sede en Caracas)
se ha identificado con el conde de Saint Germain (dcha).
El escritor germano E.M. Oettinger añadirá su contribución a esta
rocambolesca historia al publicar en el siglo XIX la biografía de este conde,
al que decía conocer, añadiendo confesiones hechas por él a su amigo escritor
como que aprendió la Alquimia de Paracelso (s. XVI) en Basilea y la magia de
Raymundo Lulio (s.XIV). Como es de suponer, la obra gozó de gran aceptación
entre los amantes del misterio, deseosos de conocer al mismísimo conde inmortal
del que hablaba el libro. Este escrito pudo motivar que diversos personajes de
reconocida fama como Alejandro Dumas, Balzac o Sue admitieran haber coincidido con el
conde de Saint Germain en diversas tertulias. Oettinger recogía que la condesa
de Adhémar, tras la toma de la Bastilla (Revolución Francesa y en teoría, cinco
años después de morir el conde) tuvo una prolongada conversación con el
enigmático personaje el mismo día de la muerte de María Antonieta.
Regresando al personaje del siglo XVIII, además del gran carisma
que lo hizo frecuentar numerosas cortes europeas, solía amasar grandes fortunas
vendiendo elixires para todo tipo de problemas. Sin embargo, nuevamente se hace
cierto el dicho de “el diablo se esconde en los detalles” puesto que si
prestamos atención a éstos, veremos hechos reveladores. Así, había rumores que
hablaban de su peculiar alimentación a base de gotas de oro líquido o de una
muy fina harina que parecía ser de avena. Curiosamente ambos elementos podemos
encontrarlos en la actualidad como componentes de los tratamientos de belleza
más caros, lo que me insinúa el afán de este personaje por combatir los
visibles síntomas del paso del tiempo en su rostro.
Pero si hay algo que me convence
definitivamente del carácter embaucador de este personaje viene precisamente de
la propia mano del conde de Saint Germain. Y es que resulta que son muchos los
que le atribuyen la autoría de una de las obras más simbólicas e iniciáticas de
las que se tienen en consideración por “los entendidos”, la denominada “La muy Santa Trinosofía”. De ser cierta
tal aseveración, para mi dicho conde “habría caído con todo el equipo”
demostrando ser un auténtico embaucador dado a amedrentar dialécticamente… sin
saber siquiera de lo que habla. Me explicaré, pasemos a ver algunos párrafos de
esta obra considerada sumamente hermética y leamos:
“Vas a penetrar, mi querido Filocal, en el
santuario de las ciencias sublimes, mi mano levantará para ti el velo
impenetrable que esconde a los ojos del vulgo el tabernáculo, el santuario
donde el eterno depositó los secretos de la naturaleza, secretos que él reserva
para algunos seres privilegiados, para los elegidos que su gran poder creó para
ver, para encumbrarse tras él en la inmensidad de su gloria y desviar sobre la
especie humana uno de los rayos que brillan en torno a su trono de oro”.
Pues bien, con este bonito
principio en el que promete compartir el conocimiento absoluto a cualquier
lector (algo totalmente impensable entre los verdaderos conocedores de las
ciencias esotéricas, así como por los Maestros que se oponen a todo
conocimiento que no le llegue al aprendiz por sus propios medios), descubrimos
un pequeñísimo detalle bastante evidente a cualquier versado en estos
conocimientos … y es que en el tabernáculo no se guardó secreto de la
naturaleza alguna, sino que estaba el altar donde únicamente el sacerdote
elegido podía acceder para entablar conversación con ÉL, con Dios, en el Sancto
sanctorum. Posteriormente allí se guardaría El Arca de la Alianza pero en su
interior no se conservaban tales conocimientos, si no las Tablas de los
Mandamientos, de atenemos a Las Escrituras.
La sorpresa más notable llegará
sin embargo hacia el final de esta obra tan esotérica diciendo:
“Atravesé el lugar y subiendo una escalinata
de mármol que se encontraba delante de mí, vi con asombro que volvía a entrar
en la sala de los tronos (la primera, en la que me había encontrado cuando
llegué al palacio de la sabiduría). El altar triangular estaba siempre en el
centro de esta sala, pero el pájaro, el altar y la antorcha estaban reunidos y
no formaban sino un solo cuerpo. Cerca de ellos descansaba un sol de oro; la
espada que yo había llevado de la sala de fuego yacía a algunos pasos de allí
sobre los cojines de uno de los tronos.
Tomé la espada y golpeando el sol lo reduje a polvo, luego lo
toqué y cada molécula se transformó en un sol de oro semejante a aquel que yo
había roto. “¡La obra es perfecta!”, exclamó al instante una voz fuerte y
melodiosa. A ese grito los hijos de la luz se apresuraron a reunirse conmigo.
Las puertas de la inmortalidad me fueron abiertas, la nube que cubre los ojos
de los mortales se disipó, yo vi, y los espíritus que presiden los elementos me
reconocieron como su maestro”.
Bueno,
al margen de sus evidentes deseos mesiánicos, claramente el párrafo hace ver
que sin duda debió tomarse de otro alquímico ligeramente diferente o que se
realizó inspirándose en aquel pues el simbolismo alquímico sí es evidente pero precisamente
por éste podemos ver que se encuentra en una etapa de la Gran Obra muy anterior
a la etapa final de ésta, que es la de la obtención del oro puro. De hecho,
insisto que basándome en el simbolismo del texto, podemos precisar que está en
una de las primeras etapas de la vía húmeda, concretamente en la combustión del
elemento que llamaban azufre (nada que ver con el de la Tabla Periódica),
impuro, al que desea eliminar sus componentes volátiles por sublimación.
Por tanto, concluyo que claramente el autor de esta obra ("La muy santa Trinosofía") es un farsante que nada sabe de la Gran Obra
Alquímica pero desea hacerse pasar por un gran conocedor del Hermetismo. Así
las cosas, coincido con la descripción que de él dio Giacomo Casanova: el rey
de los impostores.
Retrato del “don Juan” italiano, Giacomo
Casanova. Lo más paradójico de todo es el gran parecido que encuentro entre el
italiano (izda) y el conde de Saint Germain pintado en el siglo XVIII (dcha).
Anda que si se tratara del mismo personaje…
Concretamente,
escribiría sobre él el italiano:
“La más gustosa
cena que tuve fue con Madame de Robert Gergi, quien acudió con el famosos
aventurero conocido bajo el nombre de Conde de St. Germain. Este individuo, en
lugar de comer, habló desde el principio hasta el final del encuentro (…). St Germain se entregó a compartir una
serie de maravillas, siempre dirigidas a impresionar, lo cual con frecuencia
lograba. Era educado, manejaba distintas lenguas, era notable músico y químico,
además de ser bien parecido y manejar un trato perfecto ante las damas (…). Este hombre extraordinario, destinado a
ser el rey de los impostores, afirmaba con confianza tener más de 300 años de
edad, poseer el secreto de la Medicina Universal, controlar la naturaleza,
fundir diamantes (…).”
No hay comentarios:
Publicar un comentario