Mucho
se ha hablado de una supuesta maldición del joven faraón contra los que
profanaron su tumba y pasaron junto a un óstracon de arcilla con la siguiente
advertencia: “La muerte golpeará con sus
alas a aquel que turbe el reposo del faraón”. El hecho es que al cabo de
siete años de haber abierto la tumba habían fallecido dieciséis de los
personajes que pisaron por primera vez tras tantos siglos la última morada del
faraón.
Un
hallazgo sorprendente
El
4 de noviembre de 1922, unos trabajadores egipcios contratados por Howard
Carter dejaban al descubierto los primeros escalones del pasillo que conducía a
la que sería la tumba más famosa del Valle de los Reyes, el gran cementerio de
los faraones egipcios. Veintidós días más tarde, junto a lord Carnarvon, Carter
se asomaba por el agujero practicado en uno de los muros de la tumba real
descubriendo que la luz de su candil era devuelta por el brillo de infinidad de piezas de
oro. El mundo redescubría al joven faraón de la XVIII dinastía Tut-ank-amón,
tras 3.300 años olvidado en su mediana sepultura. Y es que en opinión de muchos
egiptólogos entre los que se incluía Carter, posiblemente su tumba estaba
destinada a su general Ay o a un sumo sacerdote pero, al fallecer el joven
faraón precipitadamente, hubo de enterrarse en la única tumba disponible. Sobre
el pecho de la momia se encontró un collar de flores dejado seguramente por su
joven viuda (en la imagen, detalle de la pareja en el trono del faraón hallado en la tumba).
El
mismo día que se abrió la tumba, rompiéndose el sello, una cobra se comió el
canario de Howard Carter, lo que algunos trabajadores egipcios vieron como un
mal augurio.
El
4 de abril de 1923, 5 meses después de abrir la tumba del faraón, lord
Carnarvon fallecía en su mansión de Inglaterra a consecuencia de una neumonía
acentuada por septicemia transmitida por un mosquito que le picó estando en
Egipto. A la misma hora El Cairo sufría un apagón y el perro de Carnarvon, en
la capital egipcia, moría de golpe tras un penoso aullido. Cinco meses más
tarde, en septiembre de 1923, hacía lo propio el hermano de Carnarvon (que
también presenció la apertura de la tumba del joven rey egipcio), suicidándose.
El mismo fin tuvo George Jay Gould, que se personó en El Cairo tras el
fallecimiento de Carnarvon para repatriar las pertenencias de su amigo,
aprovechando para visitar la tumba descubierta. Durante su visita se resfrió,
falleciendo de neumonía al poco tiempo.
Le
siguió Arthur Mace, el hombre que abrió en último lugar la cámara del faraón y
que fallecía antes de que esta se vaciara de sus piezas destinadas al museo de
El Cairo. Más tarde moría Sir Douglas Reid, quién radiografió la momia del
faraón para Carter. La siguiente en la lista fue la secretaría del propio
Howard. Cuando el padre de la joven se enteró del funesto ataque al corazón
sufrido por su hija, decidió suicidarse.
Y
aquí no terminan las desdichas pues un profesor canadiense de historia que
estuvo colaborando con Carter en el recuento y descripción de las piezas del
ajuar funerario de Tutankamón moría de un ataque cerebral a su regreso de
Egipto. Otro de los colaboradores, Richard Bethell, se suicidaba poco después,
con 49 años. El padre de éste hacía lo propio en su casa de Londres, donde
albergaba algunas piezas procedentes de la tumba de Tutankamón. Otros
visitantes de la tumba que también morirían al poco de regresar a sus países tras
su visita fueron Alb Lythgoe (departamento egipcio del Museo Metropolitano de
Nueva York) como consecuencia de un infarto y George Benedite (museo del
Louvre), de neumonía. Por su parte, Ali Kemel Fahmy Bey murió tras ser
disparado por su esposa en Londres, a su regreso de El Cairo.
Tampoco
aquí terminan las muertes ya que varios directores de diversos museos
arqueológicos del mundo fallecieron al poco de haber accedido a albergar
temporalmente algunas piezas de la tumba del faraón.
Qué
hay de cierto en la supuesta maldición
Lo
que ocurre es que, dramatismos aparte, muchos de los periodistas y primeros
visitantes de la tumba seguían vivos así que ¿por qué la supuesta maldición se
aplicaba caprichosamente a unos y a otros no?. La respuesta llegó de la mano de
distintos laboratorios de análisis, varias décadas más tarde. Y es que con
ayuda de potentes ordenadores, microscopios y análisis de laboratorio se
descubrieron numerosas superficies pobladas por hongos y esporas que habían
sobrevivido y reproducido en la penumbra y en el microsistema de la tumba
sellada y que fueron los causantes de las muertes mediante el contacto directo
de la piel con pequeñas heridas (recordemos que lord Carnarvon se había cortado
afeitándose, la mañana de la entrada en la tumba), o mediante afecciones
respiratorias. También se encontraron numerosas esporas del moho Aspergillus
níger y Aspergillus flavus. Ambas especies suelen causar reacciones
alérgicas y deficiencias respiratorias.
Como
se observa en la imagen, ningún trabajador usó mascarilla o guantes para
manipular los restos y respirar el aire enrarecido de la tumba. Junto a la
fotografía de Carter y un ayudante contemplando el sarcófago del joven faraón,
imagen de la expectación que causó la tumba y detalle de una pequeña sala de la
tumba repleta de mobiliario funerario desmontado.
Un
“pequeño” detalle que se le escapa a los partidarios de las supuestas
maldiciones (en mi opinión, inocuas) es el hecho de que el principal
protagonista de la historia, Howard Carter, no sufrió daño alguno, falleciendo
17 años más tarde (en 1939) de muerte natural. Por tanto, ¿cómo sostener la
existencia de una maldición que mata a personajes secundarios dejando vivo al
principal?.
El
ADN habla
Recientes
análisis de ADN practicados en once momias ha logrado arrojar luz sobre el
linaje de Tutankamón. Así, han permitido conocer que los restos -muy
deteriorados- del faraón hereje Ankhenatón son los encontrados en la llamada
tumba KV55. Este faraón fue el padre de Tutankamón, mientras que su madre reposaba
momificada en la tumba KV35 y al desconocerse su nombre se la llama mediante el
apelativo “dama joven”. Con respecto a la esposa de Tutankamón, Ankhesenamón
(hallada en la tumba KV21), el ADN ha revelado que era igualmente hija de
Ankhenatón (hermanastra, por tanto de su marido) y de Nefertiti. Por tanto,
¿pudo ser esa consanguinidad la responsable de la presencia de dos fetos de
niñas de 25 y 36 cm,
en la tumba de Tutankamón? ¿Fueron abortos?.
En
la imagen se muestra el esquema de la tumba y una cuerda que desde el día que
se enterró al faraón cerraba el acceso.
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