viernes, 21 de agosto de 2015

La melodía de las esferas


       Un concepto que me cautivó desde la primera vez que lo oí en el instituto en las primeras clases de filosofía fue la idea pitagórica de la melodía de las esferas, o más acertadamente, de los cuerpos celestes. Recuerdo que estábamos remontándonos a los primeros tiempos de la filosofía conocida, allá por la Grecia clásica. Hablamos de Séneca, de Platón, de Aristóteles y ¡como no!, de Pitágoras y su academia.

          Por lo que se conocía gracias a los escasos documentos que han pervivido hasta nosotros, este sabio griego (s. VI a.C.) consideraba a los números y a las matemáticas como el medio vehicular para conocer todo lo que existe e incluso todo aquello que, por la limitación de nuestros sentidos, se nos escapa. De hecho, basándose en estas ideas el propio Galileo Galilei llegará a “descubrir” Plutón por el rastro que dejaba en otros cuerpos celestes que se resentían de su presencia y gravedad. Por tanto, como me gusta decir, Galilei descubrió el antes planeta (ahora rebajado a “plutoide” o planeta enano, desde la reunión de la Asamblea General de la Unión astronómica internacional celebrada en Praga el 24 de agosto de 2006) “en negativo”, por usar un símil fotográfico, ya que al ver las irregularidades de Neptuno y de otros astros, Galileo concluyó que por fuerza debía haber un cuerpo allí que no veíamos.


Plutón observado desde la superficie de Tritón por la sonda Voyager 2 en 1989 (imagen cortesía de la NASA).

          De acuerdo con el sabio griego Pitágoras (s.VI a.C.), los astros en su movimiento producen vibraciones que se transmiten mediante ondas sonoras similares a las de cualquier otro sonido, ya que los tonos que los elementos del universo emiten dependerían de las proporciones aritméticas de sus órbitas alrededor de la Tierra, de manera muy similar a la relación existente entre el tono y la longitud de la cuerda de una lira (pequeño arpa) Así, cuánto más cerca de nuestro planeta se movieran, más graves serían los sonidos emitidos, y más agudos al aumentar la distancia. Por eso llamó a este “concierto” conformado por los sonidos individuales de cada elemento del universo en movimiento, a la manera de una enorme orquesta planetaria, “la melodía de las esferas, de los astros”. Añadía el filósofo que al nacer con ese sonido de fondo que estaba presente en todo momento de nuestra vida, nos acostumbramos tanto a él que nos resulta inaudible, pero que en verdad está ahí.
         Esta idea se mantuvo durante todo el medievo y lo sobrepasó, puesto que el jesuita Kirscher trabajó semejante idea elaborando su teoría de “la gran música del mundo” ya que, extrapolando la idea, la propia Tierra tendría que emitir algún tipo de sonido en su movimiento por el Universo. Johannes Kepler también abordó este tema defendiendo que los astros con un desplazamiento rápido emitirían un sonido más agudo que aquellos que se movían más lentamente. Incluso Albert Einstein, admirador de las obras musicales de Mozart, decía que de no haber sido físico habría sido músico pues para él la música contenía enunciados, conceptos y era capaz de reflejar ideas. Llegó a afirmar: “la música de Mozart es tan pura que siempre ha estado presente en el Universo, esperando sólo a ser descubierta por el maestro.”


          Pues bien, este apasionante y profundo concepto pitagórico ha tenido que esperar más de dos mil años para poder ser verificado. Así, recientemente la NASA ha tenido la gentileza de compartir con todos nosotros tal sonido del Universo, en el video que adjunto a continuación.


          Lo más fascinante de todo es que cada vez hay más arqueólogos que no sólo reconocen que el conocimiento astronómico en el pasado, por las culturas ancestrales, era mayor del reconocido sino que hacen de esta tesis su línea profesional a seguir. De esta manera aparecen trabajos que señalan posibles paralelismos entre ciertas construcciones antiguas (en este caso concreto, la iniciática iglesia templaria navarra de Eunate) y hechos astronómicos (la disposición de los planetas, como se recoge en la imagen que reproduce las tesis de Juan Escoto).



          El análisis no termina ahí puesto que tanto historiadores como arquitectos han analizado las peculiaridades de esta obra medieval, encontrando estrechas relaciones entre las energías telúricas que circulan bajo el templo y el aspecto final del edificio, dibujado en planta. La misma idea se extrapola al milenario dolmen de Menga, en Antequera. Se puede encontrar información muy interesante de estos análisis picando aquí.


2 comentarios:

  1. Estimada Valeria
    Me ha gustado mucho este artículo. Es muy grande que la NASA certifique esos conceptos que estaban prácticamente olvidados por la gran mayoría. Cuánto nos queda aún por aprender de culturas ancestrales que demostraron tan alto nivel de conocimiento y espiritualidad. Mi admirado Carl Sagan hubiera disfrutado mucho de ésto, tan convencido como estaba de que somos "polvo de estrellas".
    Gracias por su trabajo. Seguiré con interés nuevas entradas.

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  2. Estimado lector/a, gracias por compartir su opinión. Ciertamente existen fenómenos de la antigüedad que resultan asombrosos y muchos de ellos estaban relacionados con la música. No pude dejar de maravillarme, hace ya unos años, al visitar los colosos de Memnón en una llanura cercana a la egipcia y mágica Luxor, alzándose solitarios como restos de lo que en su día fue el mayor templo dedicado al faraón Amenhotep III, que representan. Sendos gigantes, sentados, miran hacia el Este. Debían tener sus ojos centrados en el río Nilo que por allí discurre, pero también en el firmamento ya que contemplan al sol naciente.
    Pues bien, los egipcios sostienen que estos gigantes de piedra de 18 metros, cantaban o emitían un sonido con los primeros rayos del Sol, el astro rey, al despuntar en el horizonte. El historiador clásico Estrabón dejó anotado que este fenómeno comenzó a partir de un terremoto ocurrido el 27 a.C. que fisuró en parte estas estatuas, así que cuando la roca -húmeda durante la noche al estar próximas al Nilo- se calentaba con el Sol, el agua se escapaba en forma de vapor produciendo ese curioso sonido. De hecho, dicen que este ruido cesó cuando las estatuas fueron restauradas por orden del emperador Septimio Severo (s. III d.C.). La verdad es que me cuesta creer tal explicación, en primer lugar porque haría falta una gran cantidad de agua y de temperatura (estas estatuas son bonitas, pero de ahí a pretender verlas como ollas a presión, pues no); en segundo lugar, porque considero a los arquitectos egipcios lo suficientemente capaces de haber maquinado lo necesario hasta hacer generar este fenómeno acústico voluntariamente.
    Cuando visité estas estatuas, hacía ya mucho tiempo que permanecían calladas y las pobres han acusado mal el paso del tiempo. Con todo, no pude evitar verlas con cierta ternura imaginando la sensibilidad de un pueblo que fue capaz de desarrollar unas gigantescas estatuas de su máximo dirigente saludando al Sol todos los días…si es que fue voluntario, que quiero pensar que sí. Y es que ciertamente hasta el más importante de los seres humanos no somos nada ante las montañas, los astros, el amanecer diario, las crecidas del Nilo,... Somos nada más (y nada menos) que eso, polvo...pero de estrellas. Un saludo.

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