sábado, 26 de septiembre de 2015

Simbolismo milenario


       Ya en una ocasión anterior me referí, a resultas del análisis de determinadas representaciones comunes en el Medievo románico y gótico de nuestras iglesias, al uso de imágenes que se habían prolongado en el tiempo desde el mismísimo Egipto faraónico, posiblemente mantenidas en el saber oculto y transmitido por vía oral en logias de constructores que se fueron sucediendo en el tiempo desde las obras mastodónticas egipcias, aflorando casi milenio y medio más tarde, en las iglesias católicas europeas.
          En ese momento hablaba de la representación del pesaje de las almas (aquí). Ahora voy a analizar otra imagen que se nos ha transmitido idéntica desde la época de los Faraones.


         La imagen en sí pasa desapercibida para muchos, como un elemento más del amplio y aparentemente caprichoso bestiario románico. Pero siempre he sostenido y sostendré que en aquellas construcciones medievales nada estaba dejado al azar y mucho menos la elección de animales tan fabulosos y aparentemente tan paganos.

            Consiste en la sencilla representación de un ave peleando con una serpiente, hecho que en sí nada tiene de especial y que sin embargo es una imagen que se repite en multitud de culturas aparentemente independientes y ajenas unas de las otras como puede ser el medievo (s.XII-XIII) europeo y la cultura azteca contemporánea desarrollada en México. Si mal no recuerdo, uno de los guías que allá contratamos para visitar diversas ruinas nos comentó que la figura que aparece en la bandera mexicana, un águila atacando a una serpiente sobre un cactus, responde a una milenaria leyenda que hablaba del asentamiento de los aztecas allí donde vieran esa escena, lo que ocurrió en una zona pantanosa que posteriormente se convertiría en la capital azteca, Tenochtitlán, hoy día  México D.F.

Detalle de capiteles mostrando una pelea entre un ave y una serpiente en San Andrés (Ávila) [izda], San Martín de Fromistá (centro) y Santa María de Villanueva de Teverga (dcha).

Se encuentra también en un capitel del pórtico de la iglesia de San Miguel de Sotosalbos (Segovia), en otro capitel de la iglesia de San Andrés, en Ávila (en este caso, bajo un simbólico ajedrezado similar al estandarte templario), en el burgalés Monasterio de Santo Domingo de Silos (donde aún es posible escuchar misas en latín y cantos gregorianos medievales en vivo por los monjes), en San Martín de Fromistá (Palencia), en Santa Cecilia de Aguilar de Campoo (Palencia) o en Santa María de Villanueva de Teverga (Asturias), entre otras iglesias hispanas.

            Desde la visión medievalista, el escritor Casiano nos da la clave para poder ver con ojos de un visitante del siglo XII estos recintos religiosos, al anotar que el ideario de todo monje (y por extensión, entiendo, de todo buen cristiano) es lograr poseer un “alma alada” que consiga liberarse de la carne (de lo material y los instintos terrenales representados por la serpiente, el Diablo en la Biblia; recordemos la serpiente en la Expulsión del Paraíso) para volar “hacia las alturas del Espíritu”.

          Ahora bien, ¿qué diría el lector si le señalo que exactamente la misma imagen, sin apenas variaciones, la encontramos en los dibujos realizados por los maestros constructores egipcios para el faraón de turno?.


Comparación de similar imagen egipcia, romana (mosaico), azteca (en la actual bandera mexicana) y medieval (capitel de Santa Cecilia de Aguilar de Campoo, s.XII, España).

            Para los entendidos en simbología universal, como por ejemplo Bruce Mirfort Miranda, dicha escena representa la eterna lucha de los contrarios, representando el ave el cielo y sus astros (el águila sería el Sol, de ahí que en el medievo se le asemeje con Dios), mientras el reptil representa la tierra (y el agua, por similitud entre su morfología y el discurrir como los arroyos de montaña). Nuevamente la unión de ambos evoca la fertilidad de la naturaleza ya que en terrenos abandonados donde abunda la tierra, el aire libre y el agua, siempre acabando brotando la vida; pero también habla de las eternas tensiones entre los elementos de la naturaleza, responsables en la mentalidad medieval de hechos tales como los rayos y truenos o los terremotos.

            Igualmente, como señalo al analizar diversos capiteles románicos sorianos en mi libro “Jesús y otras sombras templarias”, esta imagen en clave alquímica aludiría a uno de los pasos de “la Gran Obra” para trasmutar elementos y obtener el elixir de la eterna juventud o de la vida en sí.


Cuadro “El alquimista” de David Teniers expuesto en el Museo de El Prado (Madrid, España). A su lado, “El alquimista descubriendo el fósforo”, de Joseph Wright (Museo y Galería de Arte de Derby, U.K.).

     Como vemos, hay muchas escenas del inconsciente colectivo que se llevan repitiendo machaconamente a lo largo de los siglos sin que mucha gente sea consciente de ello e incluso del gran saber milenario que se esconde tras estos dibujos y tallas, tenidos por muchos como meros caprichos de los artesanos y constructores de recintos sagrados en las diversas culturas que se han ido sucediendo a lo largo de la historia de la Humanidad. Conviene considerarlos pues, si tras más de 3.000 años se ha seguido utilizando, por algo será ¿no creen?.


No hay comentarios:

Publicar un comentario