Ya en una ocasión anterior me referí, a resultas del análisis de determinadas representaciones comunes en el Medievo
románico y gótico de nuestras iglesias, al uso de imágenes que se habían
prolongado en el tiempo desde el mismísimo Egipto faraónico, posiblemente
mantenidas en el saber oculto y transmitido por vía oral en logias de
constructores que se fueron sucediendo en el tiempo desde las obras mastodónticas egipcias, aflorando casi milenio y medio más tarde, en las
iglesias católicas europeas.
En
ese momento hablaba de la representación del pesaje de las almas (aquí).
Ahora voy a analizar otra imagen que se nos ha transmitido idéntica desde la
época de los Faraones.
La
imagen en sí pasa desapercibida para muchos, como un elemento más del amplio y
aparentemente caprichoso bestiario románico. Pero siempre he sostenido y
sostendré que en aquellas construcciones medievales nada estaba dejado al azar
y mucho menos la elección de animales tan fabulosos y aparentemente tan
paganos.
Consiste
en la sencilla representación de un ave peleando con una serpiente, hecho que
en sí nada tiene de especial y que sin embargo es una imagen que se repite en
multitud de culturas aparentemente independientes y ajenas unas de las otras
como puede ser el medievo (s.XII-XIII) europeo y la cultura azteca
contemporánea desarrollada en México. Si mal no recuerdo, uno de los guías que
allá contratamos para visitar diversas ruinas nos comentó que la figura que
aparece en la bandera mexicana, un águila atacando a una serpiente sobre un
cactus, responde a una milenaria leyenda que hablaba del asentamiento de los
aztecas allí donde vieran esa escena, lo que ocurrió en una zona pantanosa que
posteriormente se convertiría en la capital azteca, Tenochtitlán, hoy día México D.F.
Detalle de capiteles mostrando una
pelea entre un ave y una serpiente en San Andrés (Ávila) [izda], San Martín
de Fromistá (centro) y Santa María de Villanueva de Teverga (dcha).
Se encuentra también en un capitel del
pórtico de la iglesia de San Miguel de Sotosalbos (Segovia), en otro capitel de
la iglesia de San Andrés, en Ávila (en este caso, bajo un simbólico ajedrezado
similar al estandarte templario), en el burgalés Monasterio de Santo Domingo de
Silos (donde aún es posible escuchar misas en latín y cantos gregorianos
medievales en vivo por los monjes), en San Martín de Fromistá (Palencia), en Santa
Cecilia de Aguilar de Campoo (Palencia) o en Santa María de Villanueva de
Teverga (Asturias), entre otras iglesias hispanas.
Desde
la visión medievalista, el escritor Casiano nos da la clave para poder ver con
ojos de un visitante del siglo XII estos recintos religiosos, al anotar que
el ideario de todo monje (y por extensión, entiendo, de todo buen cristiano) es
lograr poseer un “alma alada” que
consiga liberarse de la carne (de lo material y los instintos terrenales
representados por la serpiente, el Diablo en la Biblia; recordemos la
serpiente en la Expulsión
del Paraíso) para volar “hacia las
alturas del Espíritu”.
Ahora
bien, ¿qué diría el lector si le señalo que exactamente la misma imagen, sin
apenas variaciones, la encontramos en los dibujos realizados por los maestros
constructores egipcios para el faraón de turno?.
Comparación de similar imagen
egipcia, romana (mosaico), azteca (en la actual bandera mexicana) y medieval
(capitel de Santa Cecilia de Aguilar de Campoo, s.XII, España).
Para
los entendidos en simbología universal, como por ejemplo Bruce Mirfort Miranda,
dicha escena representa la eterna lucha de los contrarios, representando el ave
el cielo y sus astros (el águila sería el Sol, de ahí que en el medievo se le
asemeje con Dios), mientras el reptil representa la tierra (y el agua, por
similitud entre su morfología y el discurrir como los arroyos de montaña).
Nuevamente la unión de ambos evoca la fertilidad de la naturaleza ya que en
terrenos abandonados donde abunda la tierra, el aire libre y el agua, siempre
acabando brotando la vida; pero también habla de las eternas tensiones entre
los elementos de la naturaleza, responsables en la mentalidad medieval de
hechos tales como los rayos y truenos o los terremotos.
Igualmente,
como señalo al analizar diversos capiteles románicos sorianos en mi libro “Jesús y otras sombras templarias”, esta
imagen en clave alquímica aludiría a uno de los pasos de “la
Gran Obra” para trasmutar elementos y
obtener el elixir de la eterna juventud o de la vida en sí.
Cuadro “El alquimista” de David Teniers expuesto en el Museo de El Prado
(Madrid, España). A su lado, “El
alquimista descubriendo el fósforo”, de Joseph Wright (Museo y Galería de
Arte de Derby, U.K.).
Como vemos, hay muchas escenas del inconsciente colectivo que se llevan repitiendo machaconamente a lo largo de los siglos sin que mucha gente sea consciente de ello e incluso del gran saber milenario que se esconde tras estos dibujos y tallas, tenidos por muchos como meros caprichos de los artesanos y constructores de recintos sagrados en las diversas culturas que se han ido sucediendo a lo largo de la historia de la Humanidad. Conviene considerarlos pues, si tras más de 3.000 años se ha seguido utilizando, por algo será ¿no creen?.
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