viernes, 26 de agosto de 2016

Dos andaluces para la historia


            O más propiamente dicho, debería titularlo “dos andalusíes para la historia” pues siguiendo la estela iniciada con la entrada “dos españoles en la Luna” (ver aquí) me gustaría continuar sacando a la luz personajes de nuestro pasado peninsular que contribuyeron a que el Imperio Español llegara a alcanzar la grandeza que tuvo. En esta ocasión hablaremos de un malagueño que morirá en Córdoba y un madrileño que será cordobés de adopción.

            Nuestro primer personaje se llamaba Abulqasim Abbás Ibn Firnás, nacido hacia el 810 en la mágica localidad de Ronda. Posee el mérito de ser considerado posiblemente el primer astrónomo andalusí del que se tiene constancia. Como viene siendo habitual en estos hombres de Ciencia, el que sobresaliera como astrónomo no es impedimento para que destacara igualmente como geólogo, físico, químico, humanista, filósofo, astrólogo y astrónomo.
            Entre sus logros está el introducir entre los orfebres andalusíes, las técnicas para el tallado de los diáfanos cristales de cuarzo, o el manejo de numerosos instrumentos de precisión y observación. Por no olvidar sus destacadas dotes como poeta, que le hicieron ser un destacado autor de la corte (primero con Abderramán II, luego con el sucesor de éste, Mohamed I).


            En un cierto momento de su vida se trasladó a Córdoba, la capital del reino Omeya y allí, en una da las habitaciones de su casa y laboratorio, realizó en cristal un planisferio celeste. También fue el primero en usar las tablas de Sinhind, astronómicas (recopiladas en la India), marcando la pauta de muchos otros astrónomos que le seguirían siglos más tarde.
Con todo este bagaje, no debe sorprendernos que hiciera sus pinitos en la aeronáutica pues intrigado por el vuelo en las aves, sopesó todos los requerimientos que serían necesarios cubrir para que el hombre llegara a volar. Así las cosas, se sabe que con 65 años, en el año 875, se hizo construir unas alas cual el malparado héroe griego Ícaro o el burgalés Diego Marín Aguilera del que ya hablamos aquí (y que dudo mucho llegara a tener conocimiento de los experimentos de este rondeño, obteniendo mejores resultados), lanzándose desde lo más alto del valle cordobés de Ruzafa y fracturándose ambas piernas por no haber equipado su invento de cola alguna, como él mismo admitiría más tarde al sopesar resultados. Años antes, en el 852 ya se había lanzado desde el minarete más alto de la capital cordobesa –de la mezquita de Córdoba- agarrado únicamente a una recia lona, logrando tocar tierra con tan sólo unas leves magulladuras (por lo que ha sido considerado el inventor del primer paracaídas).

Más que unas alas, el artilugio inventado por Ibn Firnás se asemejaba más a un ala delta, con un armazón de madera, recubierto de seda y a su vez, cubierto por plumas de rapaces.

Fallecería en Córdoba, 77 años después de su nacimiento, y a pesar de que la Asociación de Astrónomos de Ronda (Málaga) y un puente cordobés lleve el nombre de este ilustrado, es grande el desconocimiento que en nuestro país se tiene de este hombre de ciencia. Sin embargo en otros países como Iraq, ha cedido su nombre a un aeropuerto y en Libia figura su rostro en unos sellos postales. Finalmente, uno de los cráteres de la cara oculta de la Luna fue bautizado con su nombre, pero hasta en este detalle se le ha dado la espalda puesto que como su nombre indica, está en una región lunar nunca visible desde la Tierra.


Sello español en memoria del científico (izda), estatua que le recuerda en Iraq (centro) y puente cordobés que lleva su nombre (dcha).


El segundo de los personajes de los que deseo hablar hoy lleva por nombre Maslama Ben Ahmad Al-Mayriti, nacido en Madrid en fecha incierta y fallecido en Córdoba en el 1008 d.C. (seis años después del fallecimiento de Almanzor). Si recurro a él tras Abulqasim es porque, como él, ha sido considerado como uno de los astrónomos andalusíes más destacados.

No son muchos los datos que de él se tienen aunque se sabe que tras desplazarse a Córdoba fundaría allí una escuela de Matemáticas y Astronomía que aglutinó a tantos sabios y aprendices que en ellas se realizarían las primeras tablas astronómicas elaboradas en Al-Andalus (basándose en las Tablas de Al-Jwarizmi) y ajustadas al meridiano que pasaba por la ciudad, antigua capital omeya y que competía con Damasco en conocimientos y comercio. Tal fue la fama de sus enseñanzas que comenzó a ser designado como “El Euclides de España”.
Además, basándose en la mismísima Hégira, el propio Maslama se encargaría de transformar el calendario persa al árabe, así como de traducir el Planisferio de Ptolomeo, siendo usada posteriormente su obra por numerosos intelectuales cristianos de toda Europa.
Al-Mayriti, que en árabe significa “el madrileño”, también tuvo su “lado oscuro”. Por referencias se sabe que escribió numerosos tratados de alquimia, sortilegios, medicina, astronomía, matemáticas, física y trabajó como astrólogo del personaje más importante de su época, el maquiavélico Almanzor, indicándole los lugares y fechas que le serían favorables para la victoria e incluso, según ciertos historiadores, llegó a predecir el fin del Califato Omeya. Gozó de gran reconocimiento en vida, aunque lamentablemente toda su obra hoy está prácticamente perdida, excepto por una copia de su “Tratado del Astrolabio” preservada en La Biblioteca del Escorial de Felipe II (de la que ya hablamos aquí). Hay también referencias a otras obras suyas como “El libro de la aritmética práctica” y “la teoría de la perfección de las ciencias numerales”.
Finalmente, son varios los autores que defienden la teoría de la existencia de una hija que ayudaría a su padre en sus investigaciones e incluso ella misma sería una excelente astrónoma conocida como “Fátima de Madrid”. Desgraciadamente, hasta el momento, no se tienen más que conjeturas sobre esta mujer.


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