Desde que se aceptara la idea de la
evolución, tanto desde el punto de vista de Wallace (recordemos su idea de las
generaciones de jirafas con los cuellos alargándose de forma acorde con sus esfuerzos
para alcanzar vegetación cada vez más alta), como desde Darwin (y su idea de
que son las duras condiciones del medio las que seleccionan), se ha instalado
en nuestras cabezas una idea de sucesión de formas dirigidas a una finalidad.
Algo que continuamente el registro fósil se empeña en desmentir.
Tal vez, parte de la culpa de considerar la
evolución como algo dirigido en un sentido determinado lo tengan los esquemas
explicativos que suelen figurar en los libros de los escolares y que se han
parodiado (en la imagen se muestran dos casos).
Incluso las campañas publicitarias fomentan esa idea de
perfeccionamiento de la especie humana hacia individuos cada vez más
musculosos, altos e inteligentes. Y sin embargo, todo es falso.
Recientemente varias universidades de
diversos países se han centrado en el estudio de los diferentes ejemplares
hallados en el largo camino evolutivo del ser humano, desde hace cerca de 2,5
millones de años, a raíz de las controversias suscitadas últimamente y
comentadas aquí.
Para
sorpresa de todos los investigadores, las conclusiones fueron similares y es
que no parece haberse dado una tendencia hacia individuos cada vez más altos o
con más masa cerebral sino que en todo momento ha parecido existir una
variabilidad morfológica similar a la que podemos encontrar hoy en cualquier
grupo social normal, donde se observan personas de distintas alturas y
diferentes anchuras. Esto ha sido así con los restos de Homo más antiguos hallados en África (puede consultarse el artículo
científico publicado en el Journal of
Human Evolution, volumen 81, de abril de 2015 aquí).
Lo
mismo cabe decir de los restos encontrados en toda Europa y Asia de la primera
oleada de humanos que dejaron África atrás para adentrarse en terrenos nuevos
por explorar. Tanto en las especies de Homo
ergaster, como de Homo habilis y H. rudolfensis, la diversidad en
estaturas y corpulencia es algo habitual. Y recordemos que la inteligencia no
se mide por el tamaño del cerebro sino por el porcentaje o coeficiente de
encefalización, que mide la proporción entre el tamaño/peso del cerebro
respecto al del cuerpo del individuo. De esa forma se ha visto que posiblemente
algunos cetáceos (ciertos delfines y las orcas o “ballenas asesinas”) sean más
inteligentes que el ser humano.
De esta manera se ha repetido recurrentemente el mismo error de considerar que un incremento de la capacidad craneana en las distintas especies de seres humanos que se iban sucediendo mostraban una tendencia creciente a ejemplares cada vez más altos y más “cerebrados”. Grave error. Si observamos la figura, se puede ver que el aumento en estatura representado en la imagen es casi proporcional al del cerebro y por lo tanto, su coeficiente de encefalización permanecería similar. Es decir, podría ser un individuo de mayor envergadura corporal que su predecesor pero, en lo relativo a su inteligencia, sería similar.
Tratándo
de subsanar estos errores, en los últimos tiempos los científicos
(paleontólogos, biólogos y antropólogos especialmente) se han centrado en las
variaciones morfológicas o los límites (inferior y superior) dimensionales,
tanto del cuerpo general como del cerebro, en diversas especies. Y nuevamente
han aparecido las sorpresas al obtener resultados como el de la imagen, donde
se comprueba que el ser humano dista mucho de ser el animal con mayor
coeficiente de encefalización. Además, otras especies, como por ejemplo los
caballos, a los que muchas personas consideran tontos, han resultado tener
una inteligencia muy similar a la del ser humano y, desde luego, mayor que la
de los perros.
Por tanto, y regresando
a la cuestión inicial, sí parece haberse observado un coeficiente de
encefalización mayor en las sucesivas especies de Homo pero esto no es sólo debido a que el ser humano se va haciendo
cada vez más alto (que no lo hace, de hecho, como el registro fósil y
arqueológico ha mostrado, ya había seres humanos de 1,8 millones de años que
superaban los 1,80 cm
de altura y también los que escasamente pasaban de 1,50 cm) sino a que su
cerebro aumenta de tamaño en una proporción mayor a la de su corpulencia. Este
aumento, por otra parte, debe mostrarse en todos los ejemplares, sea cual sea su
estatura, sexo y tamaño o no podría generalizarse esa observación ya que no
sería específica sino únicamente propia de un grupo aislado, determinado.
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