Confieso
que me he vuelto tan adicta a descifrar el simbolismo alquímico de las muchas
joyas románicas que jalonan mi amada tierra Soriana que al final he terminado
extrapolándolo a cuántos ámbitos me topo . Ya vimos el caso de las estatuas ecuestres,
de los santos que adornan las diversas iglesias no tan caprichosamente como cabría pensar y
de algunas pinturas como las de la Capilla Sixtina, de Dalí o del Bosco,
por no hablar del plateresco al que dedico todo un libro centrado en el
arquitecto Diego de Riaño ( y su continuidad con las logias medievales). Ahora
desearía centrarme en dos curiosos y recargados cuadros de Gustave Moureau.
Sabemos
que este artista francés del siglo XIX (1826-1898) cursó pocas materias en un
internado antes de acabar instruyéndose de manera particular y peculiar, que es
lo mismo que decir que no se tiene conocimiento alguno sobre la educación que
recibió. Sí se sabe que en varias ocasiones visitó Italia, realizando copias de
varias obras de escultores y pintores italianos de fama internacional e
igualmente se sabe que vivía no lejos del museo del Louvre, donde era frecuente
encontrarlo copiando obras conocidísimas, allí expuestas.
Pues
bien, únicamente por una detallada observación de estos dos cuadros suyos, “las
hijas de Tespio” y “la aparición” podemos asegurar, sin riesgo a equivocarnos,
un amplio conocimiento del autor tanto en lo referente a la alquimia como a las
culturas ancestrales matriarcales. No en vano se le considera uno de los
precursores del simbolismo, del que los entendidos en arte aseguran que “Para los simbolistas, el mundo es un
misterio por descifrar, y el poeta debe para ello trazar las correspondencias
ocultas que unen los objetos sensibles.” Me atrevería a decir que no sólo
el poeta, sino el entendido, el iniciado. Para el resto…son cuadros recargados
sin acertar muy bien a discernir lo que se quiere contar en ellos.
En la imagen se muestran dos cuadros de
Moureau (Santa Cecilia y El joven poeta, donde repárese en que es una joven y no un
chico lo representado así que ¿es el joven poeta quién contempla la escena?) junto a un autorretrato.
Aunque
de casi todos sus cuadros se puede dar una lectura alquímica, voy a centrarme
por cuestión de espacio en dar unas breves pinceladas (nunca mejor dicho) a las
obras mencionadas. Comenzaremos con “las hijas de Tespio”. A continuación se
muestra el cuadro en cuestión con algunos aspectos que paso a comentar,
numerados.
Para
los profanos, el cuadro representa la historia de las hijas de Tespio,
aristócrata del mundo clásico antiguo que tenía cincuenta bellas hijas a las que protegía de los hombres
por miedo a que se casaran mal. La solución le vino cuando el héroe Heracles
estuvo 50 días alojado en su casa para dar caza al león de Citerón. Entonces
Tespio le ofreció yacer con su hija mayor y sin saberlo el héroe (o eso dicen),
todas las noches se acostó con una joven diferente, estando con todas ellas, a
fin de dejarlas embarazadas. Pues bien, ahí dejamos el relato sumamente
resumido y pasemos a observar al cuadro. Lo primero que vemos es que todas las
mujeres están contemplando al joven, de manera que se puede decir que son ellas
las que la eligen y no al revés (2). Recordemos los relatos ancestrales
matriarcales, donde el hombre era un mero copulador. Sin embargo, si observamos,
sobre él percibiremos dos columnas, una con una esfinge sobre la que hay un
símbolo solar y otra con un toro, sobre el que hay un sol (1). Recordemos que
posteriormente, en el rito del Rey Sagrado, el guerrero fue sustituido por un
toro que aquí aparece representando precisamente al hombre, asociado al sol
mientras la mujer (alada, en este caso) se asocia a la luna. Pues bien, esa
representación sol-principio masculino y mujer-principio femenino es puramente
alquímica. El hecho de aparecer las alas nos habla además de un compuesto
volátil, relacionado con uno de los pasos de la
Gran Obra, que explicaré tal vez en otra
ocasión. Por cierto que “Gran Obra” es como se denomina a la transmutación
alquímica, para los que lo desconozcan. Pero sigamos con el cuadro.
Por
si la idea y referencia al mito del Rey Sagrado no ha quedado bastante
evidente, el pintor vuelve a insinuarlo sutilmente (3) al poner a varias
mujeres sentadas sobre la cabeza de un macho cabrío o de un toro. Ella está
viva y descansada, los animales (o el Rey Sagrado al que sustituyen), muertos.
Más claro imposible. Peeero, por si aún queda alguna duda, en una de las
columnas se observa a dos mujeres que parecen sostener el capitel con cabezas
de toro (4). Sin embargo, si miramos con atención comprobaremos que no, que
tienen las manos sobre la cabeza en actitud de descanso, como cuando nos
tumbamos en la hierba o en el sofá. Por tanto, de nuevo las mujeres están
descansadas y tranquilas y el animal, muerto, adornando. Aún hay otro detalle,
ya que estas mujeres parecen tener numerosos pechos pero si nos fijamos, en
verdad son manzanas lo que tienen junto a los pechos. Sabemos que Moreau, el
pintor, visitó Italia y sin duda conoció en profundidad la obra de Miguel
Ángel. En la Capilla Sixtina
el artista italiano puso a la serpiente del Edén con cuerpo de mujer,
entregando a Adán la manzana. En los cultos matriarcales la manzana representa
el conocimiento de la fertilidad de la Tierra.
No es casual que tengan manzanas junto a los pechos, pues
dicha sabiduría alimenta al iniciado como la leche materna a los bebés.
Finalmente,
en el cuadro abundan las aves palmípedas (de nuevo la Madre Tierra), las flores y el
agua (5).
Por
su parte el cuadro de “la aparición” representa a Salomé bailando semidesnuda
ante Herodes, representado con típica indumentaria persa, cuando ante ellos se
aparece la cabeza de San Juan Bautista recordando a la de Medusa (de la que ya
se habló aquí). Lo que más llama la atención es la decoración del supuesto palacio de
Herodes. Nada que ver con decoraciones cristianas, sino totalmente profanas.
Además, si se observa, la figura de Herodes para totalmente desapercibida, casi
como un elemento decorativo más ya que su papel se ha limitado a sacrificar el
Rey Sagrado. Realmente resalta la joven Salomé y la cabeza muy parecida a la Gorgona, que recordemos
actuaba como protección incluso después de muerta, cuyos cabellos eran
serpientes (animal totem del principio femenino) y que se transformó en ese ser
monstruoso al ser violada por el dios del Mar (agua, fertilidad, del mar nació
Venus) siendo sacerdotisa de Atenea (esto es, iniciada en la sabiduría
matriarcal).
En la imagen, detalle del rey
Herodes en el cuadro, grabado aclarado de decoración del palacio de Herodes
mostrando a lo que parece ser la poderosa diosa Kali hindú (madre del Universo
y de todo lo que existe) sentada en la posición de loto sobre una columna
adornada con cabezas de elefantes, y otra decoración aclarada mostrando a dos
aves enfrentadas que recuerdan a los dos basiliscos enfrentados que adornan
numerosas ermitas románicas españolas, como la de Sta Catalina de Hinojosa,
simbolizando el Bien (sin adentrarnos en su significado alquímico que sí
detallo en mi trabajo “Jesús y otras
sombras templarias”).
¿Verdad que la próxima vez que el lector
se encuentre cara a cara con una obra de Moreau, lo verá con otros ojos?. Si es
así, me doy por satisfecha.
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