domingo, 12 de abril de 2015

Simbolismo de un cuadro enigmático


       Confieso que me he vuelto tan adicta a descifrar el simbolismo alquímico de las muchas joyas románicas que jalonan mi amada tierra Soriana que al final he terminado extrapolándolo a cuántos ámbitos me topo . Ya vimos el caso de las estatuas ecuestres, de los santos que adornan las diversas iglesias no tan caprichosamente como cabría pensar y de algunas pinturas como las de la Capilla Sixtina, de Dalí o del Bosco, por no hablar del plateresco al que dedico todo un libro centrado en el arquitecto Diego de Riaño ( y su continuidad con las logias medievales). Ahora desearía centrarme en dos curiosos y recargados cuadros de Gustave Moureau.

            Sabemos que este artista francés del siglo XIX (1826-1898) cursó pocas materias en un internado antes de acabar instruyéndose de manera particular y peculiar, que es lo mismo que decir que no se tiene conocimiento alguno sobre la educación que recibió. Sí se sabe que en varias ocasiones visitó Italia, realizando copias de varias obras de escultores y pintores italianos de fama internacional e igualmente se sabe que vivía no lejos del museo del Louvre, donde era frecuente encontrarlo copiando obras conocidísimas, allí expuestas.
        Pues bien, únicamente por una detallada observación de estos dos cuadros suyos, “las hijas de Tespio” y “la aparición” podemos asegurar, sin riesgo a equivocarnos, un amplio conocimiento del autor tanto en lo referente a la alquimia como a las culturas ancestrales matriarcales. No en vano se le considera uno de los precursores del simbolismo, del que los entendidos en arte aseguran que “Para los simbolistas, el mundo es un misterio por descifrar, y el poeta debe para ello trazar las correspondencias ocultas que unen los objetos sensibles.” Me atrevería a decir que no sólo el poeta, sino el entendido, el iniciado. Para el resto…son cuadros recargados sin acertar muy bien a discernir lo que se quiere contar en ellos.



 En la imagen se muestran dos cuadros de Moureau (Santa Cecilia y El joven poeta, donde repárese en que es una joven y no un chico lo representado así que ¿es el joven poeta quién contempla la escena?) junto a un autorretrato.

        Aunque de casi todos sus cuadros se puede dar una lectura alquímica, voy a centrarme por cuestión de espacio en dar unas breves pinceladas (nunca mejor dicho) a las obras mencionadas. Comenzaremos con “las hijas de Tespio”. A continuación se muestra el cuadro en cuestión con algunos aspectos que paso a comentar, numerados.

             Para los profanos, el cuadro representa la historia de las hijas de Tespio, aristócrata del mundo clásico  antiguo que tenía cincuenta bellas hijas a las que protegía de los hombres por miedo a que se casaran mal. La solución le vino cuando el héroe Heracles estuvo 50 días alojado en su casa para dar caza al león de Citerón. Entonces Tespio le ofreció yacer con su hija mayor y sin saberlo el héroe (o eso dicen), todas las noches se acostó con una joven diferente, estando con todas ellas, a fin de dejarlas embarazadas. Pues bien, ahí dejamos el relato sumamente resumido y pasemos a observar al cuadro. Lo primero que vemos es que todas las mujeres están contemplando al joven, de manera que se puede decir que son ellas las que la eligen y no al revés (2). Recordemos los relatos ancestrales matriarcales, donde el hombre era un mero copulador. Sin embargo, si observamos, sobre él percibiremos dos columnas, una con una esfinge sobre la que hay un símbolo solar y otra con un toro, sobre el que hay un sol (1). Recordemos que posteriormente, en el rito del Rey Sagrado, el guerrero fue sustituido por un toro que aquí aparece representando precisamente al hombre, asociado al sol mientras la mujer (alada, en este caso) se asocia a la luna. Pues bien, esa representación sol-principio masculino y mujer-principio femenino es puramente alquímica. El hecho de aparecer las alas nos habla además de un compuesto volátil, relacionado con uno de los pasos de la Gran Obra, que explicaré tal vez en otra ocasión. Por cierto que “Gran Obra” es como se denomina a la transmutación alquímica, para los que lo desconozcan. Pero sigamos con el cuadro.
            Por si la idea y referencia al mito del Rey Sagrado no ha quedado bastante evidente, el pintor vuelve a insinuarlo sutilmente (3) al poner a varias mujeres sentadas sobre la cabeza de un macho cabrío o de un toro. Ella está viva y descansada, los animales (o el Rey Sagrado al que sustituyen), muertos. Más claro imposible. Peeero, por si aún queda alguna duda, en una de las columnas se observa a dos mujeres que parecen sostener el capitel con cabezas de toro (4). Sin embargo, si miramos con atención comprobaremos que no, que tienen las manos sobre la cabeza en actitud de descanso, como cuando nos tumbamos en la hierba o en el sofá. Por tanto, de nuevo las mujeres están descansadas y tranquilas y el animal, muerto, adornando. Aún hay otro detalle, ya que estas mujeres parecen tener numerosos pechos pero si nos fijamos, en verdad son manzanas lo que tienen junto a los pechos. Sabemos que Moreau, el pintor, visitó Italia y sin duda conoció en profundidad la obra de Miguel Ángel. En la Capilla Sixtina el artista italiano puso a la serpiente del Edén con cuerpo de mujer, entregando a Adán la manzana. En los cultos matriarcales la manzana representa el conocimiento de la fertilidad de la Tierra. No es casual que tengan manzanas junto a los pechos, pues dicha sabiduría alimenta al iniciado como la leche materna a los bebés.
            Finalmente, en el cuadro abundan las aves palmípedas (de nuevo la Madre Tierra), las flores y el agua (5).


             Por su parte el cuadro de “la aparición” representa a Salomé bailando semidesnuda ante Herodes, representado con típica indumentaria persa, cuando ante ellos se aparece la cabeza de San Juan Bautista recordando a la de Medusa (de la que ya se habló aquí). Lo que más llama la atención es la decoración del supuesto palacio de Herodes. Nada que ver con decoraciones cristianas, sino totalmente profanas. Además, si se observa, la figura de Herodes para totalmente desapercibida, casi como un elemento decorativo más ya que su papel se ha limitado a sacrificar el Rey Sagrado. Realmente resalta la joven Salomé y la cabeza muy parecida a la Gorgona, que recordemos actuaba como protección incluso después de muerta, cuyos cabellos eran serpientes (animal totem del principio femenino) y que se transformó en ese ser monstruoso al ser violada por el dios del Mar (agua, fertilidad, del mar nació Venus) siendo sacerdotisa de Atenea (esto es, iniciada en la sabiduría matriarcal).


En la imagen, detalle del rey Herodes en el cuadro, grabado aclarado de decoración del palacio de Herodes mostrando a lo que parece ser la poderosa diosa Kali hindú (madre del Universo y de todo lo que existe) sentada en la posición de loto sobre una columna adornada con cabezas de elefantes, y otra decoración aclarada mostrando a dos aves enfrentadas que recuerdan a los dos basiliscos enfrentados que adornan numerosas ermitas románicas españolas, como la de Sta Catalina de Hinojosa, simbolizando el Bien (sin adentrarnos en su significado alquímico que sí detallo en mi trabajo “Jesús y otras sombras templarias”).
     ¿Verdad que la próxima vez que el lector se encuentre cara a cara con una obra de Moreau, lo verá con otros ojos?. Si es así, me doy por satisfecha.


No hay comentarios:

Publicar un comentario