“ET
teléfono mi casa”, “ET telefonear a casa” es quizá la frase que más se repite
en la ya mítica película “ET el extreterrestre” dirigida en 1982 por un joven
Steven Spielberg.
Se
ve que el film plasmaba a la perfección la idea popular de posibles
visitas alienígenas a nuestro planeta, en esta ocasión del “buen
extraterrestre”, frente a la psicosis producida por Orson Wells al relatar en
la radio “la guerra de los mundos” un 30 de octubre de 1938, en forma de
difusión radiofónica de una supuesta invasión de “alienígenas malos” con afán
de conquistar nuestro mundo. Estas ideas
eran tan comunes en la sociedad del siglo XX que incluso hubo muchos
científicos a los que su posible subconsciente pudo traicionar. Así, ¿qué pensaría
el lector si le dijera que los mismísimos quásars y los púlsares del Universo fueron
descubiertos precisamente creyendo estar “en línea” con “los hombrecillos
verdes”, como se les solía llamar a final del siglo XX a los extraterrestres?.
La historia no deja de ser cuando menos, curiosa. Veámosla.
Fotografía de
Orson Wells emitiendo su vesión radiofónica de “La Guerra de los Mundos”
(izda); varias portadas recogiendo la histeria colectiva que desató en USA
(centro) y detalle de la corrosiva película “Mars attacks!” (“¡los marcianos
atacan!”) con tres de ellos posando como guiris ante el Taj Mahal mientras un
ovni lo destruye.
Pongámonos en situación: Universidad
de Cambridge, sur de Inglaterra, 1967. La estudiante de doctorado, Jocelyn Bell,
está tratando de controlar su excitación mientras observa su cronómetro para
confirmar que efectivamente estaba recibiendo del espacio exterior señales, una
especie de pitido, de exactamente 1,3373 segundos de duración, que se repetía
invariablemente cada 0,04 segundos. ¿¿Qué estaba sucediendo?? ¿qué era esa
extraña señal?. Volvió a comprobar de nuevo la procedencia de esas señales y
todas ellas se emitían de un lugar del cielo ubicado concretamente en las
coordenadas 19:19 y 21 grados de declinación. Las evidencias estaban ahí, los
datos no variaban, así que con ellos en la mano se armó de valor y se dirigió a
compartir su hallazgo con su director de tesis, Anthony Hewish.
El profesor, haciendo uso de su
lógica, supuso que respondería a algún tipo de interferencia generada en la
Tierra y que seguramente al día siguiente ya no estaría y Jocelyn podría seguir
con su tesis. Pero para sorpresa de todos, la señal se repitió, con los mismos
datos medidos por la estudiante. Y también a la noche siguiente. Y a la otra.
Sorprendidos, se concentraron en esa señal y sorprendentemente vieron que
únicamente aparecía a la hora de la tarde-noche en que la captó Jocelyn. Es
decir, la emisión era periódica cada 24 horas, menos unos minutos. ¿Cómo era
posible que una señal tan matemática fuera natural?. Por fuerza debía responder
a una inteligencia que la manejara y emitiera. Investigaron su periodicidad
descubriendo con sorpresa que esas casi 24 horas coincidían con la rotación de
nuestro planeta. En otras palabras, como los telescopios estaban fijos en el
suelo, esas casi 24 horas correspondían al tiempo que tardaba el planeta en
girar sobre su eje volviendo a situar a los telescopios observando la misma
región celeste: las coordenadas 19:19 y 21 grados de declinación. Eso
descartaba definitivamente la procedencia de la emisión de la señal desde la
Tierra. ¡¡Se originaba en el Universo y apuntaba hacia nuestro planeta!!.
De esta forma, los dos científicos
decidieron dar por nombre al lugar celeste de emisión, LGM-1, letras que
procedían de la expresión “Little Green Man 1”, esto es, “Hombrecillo Verde 1”.
Jocelyn Bell
(izda) y su director de tesis, Anthony Hewish (dcha). Universidad de Cambridge.
Pero mientras los científicos de la
universidad inglesa de Cambridge trataban de recopilar más datos con los que
hacer la presentación oficial de su descubrimiento, otros científicos en la
URSS se habían topado años antes con lo que parecía ser la misma extraña señal de radio, tan precisa
en sus ciclos, repeticiones y duración. De hecho, antes de que Jocelyn Bell
diera con la señal, un equipo de científicos de la universidad de Moscú
compadecía ante los medios para informarles de haber descubierto una emisión
extraterrestre procedente de un foco de emisión posiblemente artificial, al que
llamaron CTA-102. Como es de imaginar, los periodistas reunidos no tardaron en
considerar qué evidencias había para creer que realmente eran señales de radio
emitidas por algún aparato de una civilización extraterrestre: su extremada
precisión. Los rusos aportaron aún más datos: esta emisión oscilaba
cíclicamente cada 100 días exactos. De nuevo hubo una conmoción en la sociedad
pues, ¿estaba alguna civilización extraterrestre tratando de comunicarse con
nosotros?, ¿nos enviaban ese mensaje conscientes de nuestra existencia o por el
contrario no sabían de nosotros y emitían su señal a los cuatro vientos, a
quién pudiera escucharlos? ¿nos avisaban de que nos preparáramos para ser invadidos?.
Posición
(flecha) del CTA-102 e imágenes de éste revelando que realmente se trata de un
quásar.
Estando en plena Guerra Fría, esta
jugosa información no tardó en llegar a Estados Unidos, que por entonces estaba
llevando a cabo un ambicioso proyecto por parte de la NASA: el proyecto SETI
(Search for ExtraTerrestrial Intelligence, es decir, la búsqueda de
inteligencia artificial), entre cuyo equipo científico asesor se encontraba el
célebre Carl Sagan, presentador de la mítica serie “Cosmos” y promotor del
proyecto, aunque siempre se mostró escéptico al respecto de los posibles
hombrecillos verdes recorriendo las galaxias.
El astrofísico
norteamericano Carl Sagan (izda) fue el promotor del proyecto SETI, que
actualmente ofrece la oportunidad, con “seti home” a los ciudadanos de
cualquier lugar (único requisito: tener un pc de sobremesa potente) a colaborar
en la búsqueda dejando acceder al pc particular para escanear en él las ondas
que se puedan recibir desde una parcela determinada del Universo con el fin de
barrer el mayor espacio posible.
Rápidamente los científicos del
proyecto SETI se centraron en la emisión de radio periódica emitida por el
CTA-102. Y apareció la respuesta al enigma: se trataba de algo ya analizado en
1961. Por raro que pareciera, su naturaleza era natural y por tanto irracional:
estaban ante un quásar. De hecho, este fenómeno toma su nombre de las iniciales
en inglés de la expresión “fuente de radio cuasi-estelar”. Hoy se sabe que son
posiblemente los componentes del universo más alejados de nosotros, y continúan
agrandando esa distancia, ya que la energía que emanan presenta el
característico corrimiento al rojo (efecto Doppler) evidenciando la expansión
del Universo (si el corrimiento fuera hacia el violeta, mostraría que se nos acerca).
Se cree que los cuasars poseen en su interior un agujero negro, que atrapa
toda la materia que se encuentra en sus relativas proximidades, concentrándola.
Las fuertes reacciones que se generan son las que producen los rayos o
emisiones periódicas, extraordinariamente energéticas que se manifiestan bien
como luz visible (generalmente los cuásars se detectan como puntos de luz que a veces varían la intensidad de su
luminosidad), bien como ondas de radio. De acuerdo con algunos astrónomos y
astrofísicos, los quásars podrían suponer la creación de una nueva galaxia.
Los quásars con
frecuencia suelen observarse como potentes puntos de luz, en la lejanía.
Realmente son “sumideros” o “aspiradores” que atrapan todo lo que queda a su
alcance, emitiendo energéticos rayos en ocasiones tan luminosos como billones de
soles.
Pues bien, una vez que se comprobó
que las “comunicaciones extraterrestres” detectadas por los científicos rusos
obedecían a hechos naturales y se hubo ridiculizado hasta la saciedad a los
rusos (sin reparar en que los científicos que dieron con la explicación
formaban parte de un proyecto especialmente creado para buscar vida
extraterrestre), los ojos se volvieron al “hombrecillo
verde 1” analizado por los científicos ingleses. Se comprobó que las
señales detectadas por Jocelyn Bell y Anthony Hewish diferían de los valores
analizados por los rusos para sus señales, deduciéndose que el LGM-1 inglés era
distinto del CTA-102 ruso. De esta
manera los ingleses terminaron describiendo un nuevo objeto celeste: una
estrella de neutrones.
De
un modo sencillo, puede decirse que las estrellas de neutrones son los objetos
más densos del universo debido a que en el corazón de una estrella supermasiva
la gravedad se va incrementando, así como la temperatura, comprimiendo la
materia existente hasta tal punto que los átomos pierden los electrones y
protones de su estructura compactándose y quedando casi conformada por neutrones ya que la
estrella ha perdido totalmente “su combustible” que producía la fusión nuclear
(que contrarresta la enorme fuerza de atracción, o gravedad, provocada por los
neutrones). Conforme más se compacta, mayor es el poder de atracción (recordemos que la gravedad, en su fórmula, depende de una constante por la masa de ambos cuerpos que interaccionan y dividido por el cuadrado de la distancia que los separa, de acuerdo con la Ley de la Gravitación Universal enunciada por Isaac Newton). De acuerdo con todo ello, entonces, la estrella de neutrones acabará por comprimirse
totalmente, colapsando, ¿no?.
Pues resulta que no ya que en ese caso se
generaría un agujero negro, y no ocurre. Así que, ¿qué pasa realmente en una
estrella de neutrones ya avanzada?. Los científicos recurren entonces a la
física cuántica para explicar que cuando la gravedad es tan elevada que ha reducido
casi toda la materia a poco más que un dado pero de billones de toneladas de
peso, actúa una energía de naturaleza cuántica conocida como "presión
degenerada", que se contrapone a la gravedad lo suficiente para evitar el
colapso de la estrella de neutrones. En todo este proceso se va emitiendo
energía cíclicamente hasta que la presión degenerada hace acto de presencia
creándose entonces un inestable equilibrio de fuerzas atrayentes (gravedad) versus fuerza repulsiva (presión
degenerada) que desembocará en una explosión similar a la de una supernova,
esparciéndose alrededor la energía y la materia. La energía liberada provoca el
enfriamiento del conjunto, a la vez que la materia esparcida se recupera
volviendo a estar conformada por átomos con todos sus componentes. Eso sí, no
deja de ser materia y como tal, creará fuerzas de atracción (gravedad)
comenzando un nuevo ciclo.
Quasar (izda,
con un agujero negro en su centro) versus estrella de neutrones (dcha).
Pues bien, para Jocelyn Bell y
Anthony Hewish, el LGM-1 (ya rebautizado como SR-1929+21) era una estrella de
neutrones que emitía periódicamente radiacción muy intensa a intervalos cortos
de tiempo, de manera regular. Por ello, cada vez que la estrella de neutrones
giraba emitía una radiación que era recibida en la capa más externa de nuestro
planeta, la magnetosfera, como un pulso electromagnético. Por eso esta peculiar
estrella de neutrones fue denominada “pulsar” (en plural, púlsares). Este
complejo estudio fue distinguido en 1974 con un premio Nobel de Física y como
ya vimos al tratar la vida de Marie Curie, “curiosamente” Jocelyn Bell fue “olvidada”, justificando que el premio se
diera a Anthony Hewish, su director de tesis, por ser el director y jefe del
proyecto científico que estudió estas pulsaciones electromagnéticas llegadas
del espacio exterior y captadas por Jocelyn Bell.
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