viernes, 2 de mayo de 2014

El bello castillo templario de Ucero (I)


            Ucero es un pueblecito soriano ubicado en una zona de rica historia y tradiciones que se remontan a los albores de la humanidad. Los diferentes pueblos y culturas que se han ido sucediendo en aquel solar han dejado tras de sí elementos que, lejos de aportar luz, han incrementado aún más los misterios. Tal es el caso de las auténticas obras de ingeniería subterránea realizadas por los romanos, consistentes en admirables túneles tallados en la roca viva, que se adentran en la montaña, a la entrada del pueblo y con capacidad para dos personas dispuestas una junta a la otra, sin necesidad de rozarse entre ellas o con las paredes y el techo.
        

         Los arqueólogos no terminan de ponerse de acuerdo sobre las razones de su utilidad y construcción, ya que para servir como canalización de aguas no se requería el gran tamaño que muestran y que sin duda supuso la movilización de varias toneladas de tierra procedente de la roca picada. Aún así, en paneles explicativos e información turística impresa, precisan que estamos ante canales hidráulicos que abastecerían de agua a la cercana población de Uxama, actual Burgo de Osma. El dato no deja de sorprender, considerando que precisamente dicha urbe –asentada sobre un castro celtibero– se alza cerca del caudaloso río que cruza la villa. Hay incluso quienes defienden que dichos túneles pudieron ser realizados por los celtiberos, no por los romanos, atribuyéndoles a éstos obras civiles anteriores (algo que ya comentamos en otra entrada, al tratar de los adelantos prerromanos peninsulares).


      Continuando con los elementos enigmáticos, hay constancia de la existencia en la localidad de varias vírgenes negras, algunas hoy tristemente perdidas. Tal es el caso de la existente en la ermita templaria del cañón del río Lobos, cuya pequeña estatua ennegrecida fue mandada destruir por la Iglesia, adquiriendo otra más moderna, parecida, pero blanca. Esta manera de proceder ha sido algo recurrente con las vírgenes asociadas al Temple y es que, según algunos escritos aludidos por Juan Eslava Galán, varias de estas estatuillas poseían cuerpos no muy propios de la Madre de Dios y más cercanos a las antiguas diosas de la fertilidad paleolíticas, con generosos pechos, caderas y extremidades. Por esta razón, es muy posible que las pocas vírgenes negras preservadas suelen taparse con bonitos ropajes, de tal forma que sólo permiten ver la cara, las manos y al niño.

            También se conserva un crucificado en madera cuya forma señala inequívocamente a los templarios como dueños de tal efigie. Y es que esta orden militar tuvo una fuerte presencia en la localidad. Se sabe que tuvo un monasterio en el cercano cañón del río Lobos, donde el arroyo discurre cerca de una cueva en la que se han hallado restos milenarios. Actualmente sólo se ha conservado la ermita del monasterio, que está consagrado al esotérico San Bartolomé, patrón de las embarazadas (cristianización del culto a la fertilidad) y representación del renacer, pues fue martirizado arrancándole su piel. Casi todos los alquimistas, iniciáticos y pertenecientes a órdenes ocultistas lo tenían como patrón, al suponer que representaba el paso de su anterior vida en penumbra a una nueva vida en la luz de los saberes ancestrales. El propio Miguel Ángel puso su rostro a la piel arrancada de San Bartolomé, en la Capilla Sixtina).

            La ermita de San Bartolomé muestra todo un curioso simbolismo en sus elementos decorativos. Vemos crismones (que señalaban el Camino místico de Santiago), barriles de vino (el fruto de la tierra en los cultos dionisíacos, nuevamente de fertilidad), una H tal vez de Hermes (dios de la sabiduría y mensajero de los dioses) e incluso un rosetón con una estrella de cinco puntas invertida que, lejos de representar cultos satánicos, como se ha llegado a decir, alude nuevamente a cultos a la fertilidad de la Madre Tierra (algo lógico, por otra parte, al estar junto a un manantial y una cueva). Esta ermita, de acuerdo con Atienza, dista los mismos kilómetros de la punta más alejada de Galicia que de su equivalente en Cataluña y permite toda una serie de geometría mágica que dio a conocer en su célebre libro “La meta secreta de los templarios”. Además cuenta con esos curiosos juegos de luz, en fechas señaladas, incidiendo un rayo solar sobre una cruz templaria tallada en el suelo.
            Pero no termina ahí la cosa ya que, cerca de la plataforma en la que se ubica la ermita, se han hallado restos de la edad del Hierro y del Cobre. Lo extraño es que el terreno es poco extenso, lo que me lleva a suponer que dichos restos pudieron corresponder a sucesivos santuarios a la fertilidad o tal vez al renacimiento, al tratarse del tabernáculo donde eran depositados los cuerpos de los guerreros fallecidos para que los buitres llevaran su alma a los cielos, alcanzando así la inmortalidad (como vimos en otra entrada, ver). Sobra decir que en el cañón anidan numerosos buitres, incluyendo el protegido buitre negro. También hubo lobos, animal totémico del dios de la sabiduría Lug, “el portador de luz”, del que posiblemente derivó el nombre de Lucifer o Luz Bella (ver aquí la catedral española donde se adoraba a lucifer). Para seguir leyendo sobre Ucero, picar aquí.

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