lunes, 15 de diciembre de 2014

Qué pasó en Castilla tras la muerte de Isabel la Católica

       Como relata muy bien la magnífica serie de TVE “Isabel”, los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, nombrados “los católicos” por decisión papal, consiguieron frenar el caos en el que se movía la sociedad castellano-leonesa por la ambición desmedida de nobles y prelados, acostumbrados a financiar ejércitos propios para fines egoístas, ajenos a cualquier tipo de lealtad a proyectos ajenos a su propio interés. Por eso, los apoyos a reyes sucesivos eran cambiantes, las traiciones y los choques armados fomentaban la fragilidad de la realeza. Los Reyes Católicos, con gran inteligencia y trabajando conjuntamente ante graves dificultades (“tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”), consiguieron apaciguar esta situación y realizaron grandes reformas normativas en Castilla-León y Aragón que afectaron no sólo a nobles y eclesiásticos, sino también a la paupérrima situación del pueblo llano. Es universal el reconocimiento de su ingente labor para sentar las bases de la nación española.

            El 26 de noviembre de 1504 moría la reina Isabel. Desde mayo a septiembre de ese año su salud empeoró progresivamente, hasta el punto que desde el 14 de septiembre no firmó ningún documento con la excepción de un codicilo a su testamento, firmado el 23 de noviembre. El día antes, recibió la extremaunción de manos del prior de La Mejorada, en presencia de Fernando, concedió la libertad a todos sus esclavos y expiró al día siguiente. El 18 de diciembre fue enterrada en la Capilla Real de la nueva catedral de Granada, en la que el escultor florentino Domenico Fancelli esculpió el hermoso catafalco. En la imagen se observa un detalle de las esculturas de su tumba y sendos retratos de los Reyes Católicos.

     Con la muerte de Isabel y la posibilidad de que su hija Juana (junto con su marido consorte Felipe, también llamado “el hermoso”), pudiera llegar a ser reina de Castilla, volvieron a manifestarse nobles desfavorecidos para intentar evitar que Fernando reinase en Castilla y así volver a conseguir poderes y fortunas que con el rey tenían vetados.
      

          Se generó una enorme confusión y un gran temor a que se volviera a la situación anterior a 1474. Por otra parte, el testamento de Isabel no era del todo claro. El codicilo firmado contradecía en parte a su testamento, en el que nombraba heredera a su hija Juana (en la imagen, junto a un retrato de su esposo), dejando a Fernando la administración del reino. Pero surgían algunas dudas y preguntas ante el estado de enajenación mental de su hija (Juana era una mujer muy culta, inteligente y bella, pero había sufrido muchas depresiones, agravadas por la infidelidad de su esposo Felipe, y estaba muy obsesionada por el recuerdo de los desvaríos de su abuela Isabel de Portugal que la habían incapacitado para gobernar y la llevaron a vivir recluida y sola en Arévalo hasta el fin de sus días). ¿Quién debía gobernar en su lugar, Fernando?, ¿el detestado y extranjero Felipe (pero marido de Juana) o incluso el cardenal Cisneros?.
       Se produjeron disturbios en Castilla en los que los nobles se apoderaron de terrenos y ciudades a los que no tenían derecho y algunos hombres honestos dudaron acerca de la decisión que adoptar, si apoyar a Fernando o a Felipe.
       El aristócrata de sangre real Juan Manuel, embajador de los Reyes Católicos ante el emperador Maximiliano, padre de Felipe, tomo postura por éste. Envió a Castilla un representante, el señor de Veyere, para aglutinar miembros de la nobleza a favor de “el hermoso” realizando promesas y concesiones hasta que consiguió su objetivo. Fomentaba así, de nuevo, las ansias egoístas de nobles y prelados. Poco a poco se fue decantando la balanza hacía Felipe, sumándose a su causa el marqués de Villena, el duque de Medina-Sidonia, el conde de Benavente y el duque de Nájera. Sólo el duque de Alba, el marques de Denia, el conde de Tendilla, el conde de Cifuentes y el adelantado de Murcia apoyaban a Fernando, manteniendose al margen de ambos el almirante Enriquez, el duque del infantado (jefe de los Mendoza) y el condestable Velasco.
       El 11 de enero de 1505, tras la lectura del testamento de Isabel, las Cortes Castellanas, reunidas en Toro, tras la toma de juramento a Fernando como “administrador y gobernador”, y tras declarar incapaz a Juana para gobernar, nombraron a Fernando “regente permanente” y ordenaron informar a Felipe de ello. No fue una decisión acertada porque muchos nobles indecisos se acercaron a Flandes para apoyar a Felipe. Para rematar el desastre, la cosecha de cereales de ese año fue una catástrofe que duplicó el precio de los alimentos más básicos y, en ese contexto, Fernando decide casarse el 22 de marzo de 1506 en Valladolid con la sobrina del rey francés Luís, Germana de Foix (con 18 años, era 36 años mas joven que Fernando), quizás deseando tener un hijo varón o quizás buscando nuevas alianzas para fortalecer su propuesta. Este enlace indignó a los nobles porque Francia había sido siempre el enemigo contra el que se había luchado en sucesivas guerras, tanto en Italia como en Francia, a pesar de que con esa boda Fernando consiguió que el rey de Francia renunciase a cualquier reivindicación sobre Nápoles, motivo de tantas guerras anteriores. Además, el matrimonio ponía en peligro la unión de Castilla y Aragón, porque, al no ser Fernando rey de Castilla, un posible hijo con Germana no tendría ninguna ascendencia sobre estos reinos. Posiblemente, la mayor pretensión de Fernando con esta boda fue evitar el gobierno de Aragón por un rey extranjero.

 



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