martes, 14 de julio de 2015

La tumba del padre de Alejandro Magno


        Uno de los grandes misterios de la antigüedad es dónde se encuentran los restos de Alejandro Magno puesto que aunque se sabe que construyó un enorme mausoleo en la ciudad que lleva su nombre, Alejandría (en Egipto, con su colosal faro -similar a la Torre de Hércules, de la Coruña, único faro romano que aún perdura, de la antigüedad, en el mundo- y la Biblioteca) donde fue adorado por todo tipo de personajes ilustres y anónimos, hay rumores que dicen que los árabes acabaron destruyendo sus restos. Otros, creen que se encuentran en la zona de la antigua Alejandría que actualmente está bajo las aguas del Mar Mediterráneo.
             Y entre todo esto, hay arqueólogos que no sólo repararon en el desconocimiento sobre la tumba de Alejandro Magno, sino que también se desconocía la localización de los restos de los padres del conquistador macedonio.

            … Hasta junio del presente año.  En dicho mes saltaba a las publicaciones de todo el mundo que una tumba descubierta en Vergina muy posiblemente contuviese los restos de Filipo II, el padre de Alejandro Magno.


            Imagen de los restos de la pira funeraria crematoria de Filipo II y de su tumba, en Aigai (Vergina), con los restos encontrados en ella.

            De acuerdo con los historiadores, Filipo II subió en 359 a.C. al trono de Macedonia de manera temporal, como regente del sobrino que acababa de nacer y que era el verdadero rey. Con bastante tiempo por delante como monarca y acomodado en el papel, inició sus campañas de conquista de las tierras vecinas, ampliando el territorio del reino que gobernaba parece ser que con todo tipo de lujos y sin ninguna privación, disponiendo de hombres y mujeres con los que tenía relaciones sexuales sin ocultarlas.
            Precisamente, cuando fue asesinado a manos de un guardaespaldas, en un teatro de Egas en 336 a.C., hubo rumores que señalaron al asesino como un ex-amante despechado, otros decían que era un contratado por el padre de un ex-amante del rey que, tras caer en desdicha, Filipo II obligó a suicidarse, e incluso llegó a señalarse a la cuarta esposa del rey, Olimpia (madre de Alejandro), como la persona que había pagado al asesino para despejarle a su hijo Alejandro el trono de Macedonia.
            Una vez muerto Filipo II, Olimpia, su entonces esposa, quedó como reina absoluta, de manera que lo primero que hizo fue mover los hilos para que los hijos que Filipo II tuvo con su ex-esposa Cleopatra Eurídice, a los que el rey consideraba sus sucesores con derecho al trono, fueran asesinados. Tras lograrlo, Olimpia no cesó de acosar a la propia Cleopatra Eurídice hasta obligarla a suicidarse. De esta manera, el joven Alejandro se sentó en el trono de Macedonia. Como ya había participado (y destacado) como miliar en las campañas de su padre, Alejandro continuó con las acciones expansivas de él, logrando verdaderas hazañas en el campo de batalla que le llevaron a ser admirado tanto por soldados propios como por los enemigos.

       En la tumba de Vergina se encontraron los restos de un hombre con un rico ajuar funerarios y con problemas en uno de sus ojos (se cree por eso que son los de Filipo II), junto con los de una mujer, así que varios académicos creen que puede ser Cleopatra Eurídice, fallecida poco tiempo después que Filipo II.
     En la imagen, estatua de Filipo II de Macedonia y reconstrucción de su rostro.
         De esa manera, ampliando los límites de su reino, Alejandro fue separándose cada vez más de la influencia de su maquiavélica madre, quién según Plutarco dormía con serpientes. La historia de Alejandro el Magno es sobradamente conocida (ver aquí), así como su prematura muerte en 323 a.C. y las peleas entre sus generales por el mando. Pues bien, tras estos conflictos, otro de los hijos de Filipo II, Filipo III Arrhidaios, se coronó rey de Macedonia, casándose son su sobrina Eurídice. Este rey tenía serios problemas mentales que Plutarco consideró consecuencia del intento de envenenamiento por parte de Olimpia (madre de Alejandro Magno) cuando era pequeño.          
              La pareja real temía las confabulaciones de Olimpia que se negaba a perder el poder así que, como era de esperar, terminaron enfrentándose. Ganó el ejército de Olimpia, Filipo III Arrhidaios fue ejecutado y como era costumbre en Olimpia con respecto a las mujeres rivales, invitó a la joven reina a suicidarse. Tras esto, fueron enterrados juntos pero al año escaso, Olimpia mandó desenterrarlos, quemando sus restos públicamente. Esto confirmó que en 1981, tras un nuevo estudio de los restos de la pareja de la tumba de Vergina, que los cadáveres que yacían en la tumba era en realidad de Filipo III Arrhidaios y Eurídice, ya que los huesos habían sido quemados.
            La reconstrucción facial del cráneo del varón realizada por el anatomista inglés de la universidad de Bristol, Jonathan Musgrave, mostró una anomalía en el rostro –sobre uno de los ojos- que coincidía con una herida de guerra sufrida por el padre de Alejandro Magno y de Filipo III, Filipo II. Diez años más tarde, en 2000, estas supuestas anomalías faciales identificadas por el inglés eran consideradas consecuencia de la cremación de los restos, en un artículo de la prestigiosa Science escrito por el antropólogo griego Antonis Bartsiokas.
            Tras cinco años de concienzudos análisis de los restos, el equipo científico dirigido por Theodore Antikas (Universidad Aristóteles, en Tesalónica, Grecia) tampoco ha identificado la supuesta anomalía en uno de los ojos del cráneo del varón, si bien ha constatado una cicatriz en los huesos de una de sus manos, así como nodos de Schmorl en las vértebras, generados por un uso muy acusado de la equitación, lo que respaldaría que son los restos de Filipo II y no de su hijo Filipo III, fallecido más joven y con menos batallas a sus espaldas.


            Reconstrucción de la tumba en el museo de as Tumbas Reales de Vergina. Corona imitando hojas (¿corona real de Filipo II?) y tiara escita halladas entre el ajuar funerario de la tumba decorada.

Con respecto a la mujer, de entre 30-34 años, también mostraba haber sido una experta jinete, además de mostrar una fractura mal curada en su pierna izquierda que le produjo una cojera en vida, al quedar la pierna más acortada que la otra. Parece ser que entre los restos que la acompañaban había lo que pudo ser una especie de protector de dicha pierna mal curada, junto con unas 74 puntas de flecha que parecen ser escitas. Lo más sorprendente que es que los Escitas (antiguo pueblo de jinetes que habitaba en la actual Europa oriental y Asia Central) eran hábiles jinetes, teniendo tanto guerreros masculinos como femeninos, de gran ferocidad. Por eso, Theodore Antikas y colaboradores consideran que la armadura de hierro y flechas de la tumba no pertenecían al varón enterrado, sino a la mujer, una guerrera escita aristócrata, posiblemente una princesa. Y da la casualidad que Filipo II tuvo como séptima concubina a una escita, hija del rey Ateas, llamada Meda.


Detalle del hallazgo del peto de la armadura de hierro y del casco de bronce encontrados en la tumba. Dos imágenes de la armadura, espada, casco y gran escudo una vez restaurados. Reparar en la amplia espinillera de una de las piernas. ¿Era la armadura de Meda, en lugar de ser la de Filipo II como se creía hasta ahora?.

            Paradojas de la vida, tras cerca de 40 años de intensos debates, parece ser que finalmente los restos de Filipo II se van a poder identificar no por él, sino por la mujer que le acompañó en su tumba, la princesa guerrera Meda.

           Mientras tanto, la localización de la tumba de Alejandro Magno y de su madre Olimpia siguen encontrándose aún hoy en paradero desconocido. La pregunta recurrente que se hacen muchos investigadores es, ¿se llegará algún día a dar con ellas o hace bastantes siglos que se perdieron irremediablemente?.


2 comentarios:

  1. Un muy importante descubrimiento, gracias por este gran articulo.

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    1. Gracias a usted, Sr. Farkfan por apreciarlo. Comentarios como el suyo animan a seguir compartiendo noticias de hallazgos importantes que con frecuencia terminan ocultas entre las crónicas sociales cada vez más tremendistas. Ayudan a no perder el norte. Un saludo.

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