Giorgione
es el nombre con el que se conoce a Giorgio Barbarelli da Castelfranco
(1477-1510), un pintor del que se conoce poco y cuya obra con frecuencia
resulta difícil de distinguir si es de autoría propia o bien concluida por parte de sus
aprendices, entre los que figura el mismísimo Tiziano, ya que murió a la temprana edad
de 33 o 38 años a consecuencia de la peste contraída por la mujer que amaba,
dejando tras de sí numerosos cuadros a medio acabar y un sinfín de obras de
cuestionada autoría. Con todo, legó a sus discípulos la técnica de aplicar los
colores sin boceto previo. Este impulso creativo podrá reconocerse más tarde
en Tiziano, del que a día de hoy son muchos los profesionales del arte
incapaces de distinguir su obra de la de su maestro Giorgione.
Supongo
que algún lector se cuestionará la razón de escoger la obra, hoy día aún dudosa,
de este autor desconocido. Pues bien, para mi mezcla como pocos una bella obra y un posible simbolismo semioculto. Y eso me atrae bastante, así que pasemos a
ver algunos de sus cuadros.
Comencemos
con “La Vecchia”.
Ciertamente no es la mujer más bella pintada por Giorgione pero para mi
se trata de un cuadro que poco tiene que envidiar a la mismísima Gioconda de
Leonardo Da Vinci en lo andrógino del rostro representado, ya que aceptamos que
se trata de una mujer por el título del óleo, pero igual pudiera tratarse de un
hombre…
A pesar de
haber sufrido bastante esta pintura con el paso del tiempo, se pueden apreciar
bastante bien los finos trazos. La mujer porta una hoja donde puede leerse muy
claro “col tempo”. Los entendidos dicen que es “tempo col”, traducible como “con
el tiempo”, aludiendo a la pérdida de belleza con el paso del tiempo. Lo que me
sorprende de este cuadro es precisamente la obviedad de su mensaje, para un
artista que muchos han percibido como autor de obras de oculto simbolismo, porque
frecuentemente otros pintores considerados menos “ocultistas” tienden a señalar este mismo mensaje añadiendo una calavera.
Aún a riesgo de llevar la contraria a todos los críticos de arte que han analizado este cuadro, considero que su significado es sutilmente diferente y claramente más oculto. Es cierto que la mujer sostiene ese papel con la demoledora sentencia, pero no es menos cierto que la mano que la sostiene señala a su corazón. Creo que el autor trata de reflejar en esta obra los estragos que el mal de amores, los constantes desengaños de la vida y otras “heridas del alma”, llamémoslas así, causan en la entereza de una persona, hasta el punto de hacerla envejecer aunque tenga 30 años. En este sentido habría que recordar la letra de una bonita y melancólica canción de Celtas Cortos (La Senda del Tiempo) que decía: “a veces llega un momento en que te haces viejo de repente, sin arrugas en la frente pero con ganas de morir; paseando por la calle todo tiene igual color, siento que algo echo en falta, no se si será el amor. Me despierto por las noches entre una gran confusión, esta gran melancolía está acabando conmigo, siento que me vuelvo loco y me sumerjo en el alcohol, las estrellas de la noche han perdido su esplendor. He buscado en los desiertos de la tierra del dolor y no he hallado más respuesta que espejismos de ilusión, he hablado con las montañas de la desesperación y su respuesta era solo el eco sordo de mi voz”.
Aún a riesgo de llevar la contraria a todos los críticos de arte que han analizado este cuadro, considero que su significado es sutilmente diferente y claramente más oculto. Es cierto que la mujer sostiene ese papel con la demoledora sentencia, pero no es menos cierto que la mano que la sostiene señala a su corazón. Creo que el autor trata de reflejar en esta obra los estragos que el mal de amores, los constantes desengaños de la vida y otras “heridas del alma”, llamémoslas así, causan en la entereza de una persona, hasta el punto de hacerla envejecer aunque tenga 30 años. En este sentido habría que recordar la letra de una bonita y melancólica canción de Celtas Cortos (La Senda del Tiempo) que decía: “a veces llega un momento en que te haces viejo de repente, sin arrugas en la frente pero con ganas de morir; paseando por la calle todo tiene igual color, siento que algo echo en falta, no se si será el amor. Me despierto por las noches entre una gran confusión, esta gran melancolía está acabando conmigo, siento que me vuelvo loco y me sumerjo en el alcohol, las estrellas de la noche han perdido su esplendor. He buscado en los desiertos de la tierra del dolor y no he hallado más respuesta que espejismos de ilusión, he hablado con las montañas de la desesperación y su respuesta era solo el eco sordo de mi voz”.
Continuando
con los cuadros, el siguiente es el “Concerto Campestre” expuesto en el Louvre
(París, Francia), una polémica obra que es atribuida a Giorgione por los
críticos de arte especialmente anglosajones, mientras que los italianos se lo
atribuyen a Tiziano Vecellio (si bien dentro de estos, hay quién cree que
posiblemente fue una obra inacabada del maestro rematada por su alumno
aventajado).
Si
miramos el bucólico paisaje con la escena representada, lo primero que llama la
atención es lo vestidos que se muestran los hombres dibujados frente a la
desnudez de las dos mujeres a las que, por cierto, parecen ignorar. Para mi, el
mensaje está claro precisamente por esos dos detalles. Las mujeres
representan a las musas grecorromanas. Por eso, la que está de espaldas porta
una flauta y mira atenta a los dos trovadores que se afanan por componer una
bella melodía. Algo más alejada, otra mujer desnuda echa agua sobre el pilón de
una fuente. Claramente se trata de Venus, nacida de las aguas, la diosa de la sensualidad,
de lo que se deduce que los dos músicos tratan de cantar al amor y a la belleza
(eterno tema de los trovadores medievales). Esta atardeciendo, así que es de
suponer que ambos músicos debaten interminables horas sobre lo divino y lo
humano del asunto del amor.
Analicemos
ahora el considerado como “el primer
paisaje de la historia del arte occidental”, el magnífico cuadro denominado
“La tempestad”. Muchos autores consideran que Giorgione trató de simbolizar la
dualidad, al representar el hombre-mujer y la ciudad versus campo. La curiosa escena muestra una tormenta sobre una ciudad,
mientras una mujer amamanta a un bebé y en la otra orilla del río, un soldado
la contempla.
Es
posible. Sin embargo, discrepo con lo relativo al hombre representado. No me
parece que se trate de un soldado y me llama la atención que presente una
pierna al descubierto y la otra vendada. Me recuerda muchísimo a otro personaje
que aparece en este otro cuadro del mismo pintor, a la derecha de la Virgen:
El
cuadro se llama “Virgen con niño, San Antonio y San Roque” y se encuentra
expuesto en el Museo de El Prado (Madrid, España). Para variar, algunos lo
atribuyen a Tiziano, si bien lo que me interesa es el personaje mencionado, San
Roque, al que se rezaba insistentemente para proteger a la población de la peste, enfermedad de la que
murió el pintor. De ser cierta mi suposición, el mensaje que “La tempestad”
transmitiría sería la llegada de la terrible enfermedad a la ciudad (la
tempestad se cierne sobre la población que hasta entonces vivía feliz),
asolándola y sin hacer distinciones entre mujeres, hombres, niños o ancianos
(representados por la mujer y su hijo lactante, en señal de la prosperidad de
la ciudad que pronto se verá asolada).
Ahora
bien, hay algo que me llama poderosamente la atención en las obras de este
desconocido pintor y es la repetición de cierto detalle en la vestimenta
masculina. No sé si era tendencia entre los aristócratas de su tiempo, y por eso
lo refleja, o bien le atribuye un simbolismo que se me escapa. Se trata de los
extraños correajes que algunos nobles representados llevan sobre su muslo
(concretamente el hombre con bigote y barba junto al niño y el señor maduro que
porta una capa, más atrás; así como el personaje a la derecha del cuadro
inferior de “la adoración de los magos”, que está junto a un caballo). ¿Qué
sentido tenían esas ligaduras?, ¿eran meramente estéticas? (nada acertadas, me
parece a mi) ¿o tratan de señalar algo?.
Concluiré esta
breve revisión de algunos lienzos de Giorgione mostrando un cuadro que
considero recoge bastante bien la concepción que en la
Edad Media se tenía sobre el mimetismo de
Dios con el mismísimo astro rey. Y es que, como ya vimos en otras ocasiones al
analizar La Sagrada Familia
de Gaudí (aquí) o un cuadro de Durero (aquí), Dios se consideraba el creador del Universo y por tanto estudiar los
objetos creados y su esencia suponía acercarse al Creador. De esta idea nacería
la Alquimia,
que posteriormente daría paso a las ciencias tales como la Química, Biología, Física,
Matemáticas y Astronomía.
Precisamente de esta última, posee Giorgione otro
original cuadro mostrando diversos aparatos usados para el estudio de los
astros, mostrado también en la imagen. Es la idea del Macrocosmos-microcosmos
que tanto peso tendrá en la Edad Media
y Renacimiento y que puede resumirse muy por encima como del estudio del
detalle se podrá llegar a la consideración del conocimiento de la Creación y de la propia
esencia divina.
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