Podría decirse que la historia de la cultura
y de la Ciencia se inició hace casi 2300 años en una bella ciudad del norte de
Egipto, en el enorme centro de estudio y experimentación que fue la Biblioteca
de Alejandría. Se cree que empezó a funcionar en el año 331 a.C., poco después
de la fundación de esta metrópoli por Alejandro Magno. Este gran conquistador siempre
potenció el respeto por todas las culturas y animó la búsqueda sin prejuicios
del conocimiento. La ciudad estaba construida de forma grandiosa, para ser el
centro del comercio, la cultura y el saber en el mundo conocido. Tenía amplias
y enormes avenidas de treinta metros de ancho, adornadas con bellas
construcciones y elegantes estatuas. Allí descansaría Alejandro y era el lugar
idóneo para guardar su monumental tumba. Su puerto era un prodigio vigilado por
un gran Faro que era una de las siete maravillas del mundo antiguo. Pero, sin
lugar a dudas, la mayor maravilla era la Biblioteca con su amplio museo. En
ella las mejores mentes de la antigüedad colocaron las bases de las
matemáticas, la astronomía, la física, la biología, la medicina, la geografía,
la literatura, la filosofía, la ingeniería, … Fue el lugar donde pensadores y
científicos estudiaron por primera vez de modo serio y sistemático el
conocimiento del mundo, teniendo
a su disposición colecciones científicas y laboratorios que les
permitían continuar investigando, labor que alternaban con la impartición de
enseñanza.
Posible
aspecto del conjunto de la biblioteca de Alejandría (es de suponer que los
alrededores estarían algo más urbanizados). Recuerde el lector que la imagen se agranda si se pica sobre ella.
La Biblioteca fue construida y mantenida
por la dinastía Ptolemeica, descendiente del antiguo general griego de
Alejandro, Ptolomeo, que heredó las tierras egipcias del imperio de Alejandro
Magno y que gobernó con el nombre de Ptolomeo
I Sóter. Tanto él como sus descendientes potenciaron el saber y la investigación,
ideando una gran biblioteca que ofreciera un ambiente apropiado de trabajo e
investigación para que allí acudieran las mejores mentes de entonces. Se sabe
que la biblioteca disponía de diez grandes salas de investigación, cada una de especialidad
diferente, en medio de un espacio abierto con fuentes y jardines botánicos, con
un zoo, un observatorio, salas de disección y grandes salas en las que se
exponían enseñanzas y experiencias y en las que se debatían libremente las
ideas.
El tesoro
de la biblioteca era su colección de escritos. Los directores investigaban todas
las culturas y lenguajes del mundo, incluso enviaban representantes al exterior
a comprar bibliotecas enteras. Los reyes ptolomeicos dedicaron
gran parte de su riqueza a la compra de escritos griegos, de África, Persia,
India, Israel y otras partes del mundo conocido. Llegaron a crear un cuerpo de vigilancia en los
puertos, llamado “policía de los barcos”, cuyo objetivo era registrar todos los
buques de comercio que llegaban al puerto, buscando “libros” que confiscaban y que,
una vez copiados, se devolvían a sus propietarios con un pequeño obsequio o
dinero. Es difícil señalar el número de escritos que se guardaron allí, pero se
cree que la biblioteca poseyó una cifra cercana al millón de “libros”, siendo
la mayoría un rollo de papiro escrito a mano. El objetivo de esta admirable
generación era guardar todas las obras de la inteligencia, la creatividad y
el pensamiento humano, de todas las épocas y países, para legar al futuro una colección
inmortal. Desde su creación en el siglo tercero a. de C. hasta que se destruyó, a principios del siglo V d. de C.,
fue el cerebro y la inteligencia del mundo antiguo. Con ella prosperó
Alejandría, la mayor metrópoli de aquella época. Era una ciudad abierta donde gente
de todos los países acudían para vivir, comerciar, estudiar y aprender. Todos
los días llegaban allí mercaderes judíos,
soldados macedonios y, más tarde, romanos,
sacerdotes egipcios, marineros fenicios, aristócratas griegos, estudiosos y turistas de todos los países del mundo conocido para intercambiar
mercancías e ideas. Fue probablemente allí donde la palabra cosmopolita consiguió
tener un sentido auténtico, el de ciudadano, no de una sola nación, sino del
Cosmos (Carl Sagan).
El genio, la
ciencia y la erudición florecían en aquel lugar, de la mano de grandes
pensadores. Zenòdoto de Efeso, primer director de la
Biblioteca (325-260 a.C.) estudió y clasificó los poemas homéricos en 24
libros. Una de sus obras fue la discusión de todas las leyendas de Homero. Eratóstenes de Cirene (276-195 a.C.),
que sustituyó al segundo director de la Biblioteca, Apolonio de Rodas (296-216 a.C., autor del poema épico La Argonáutica), demostró que la Tierra era redonda y calculó su circunferencia (ver
Johannes Kepler aquí). Lo sustituyó Calímaco de Cirene (310-240 a.C.) que realizó un catálogo bibliográfico de
los clásicos más eminentes que había en la biblioteca que ocupó 120 papiros,
sentando las bases para los estudios bibliográficos. Beroso el Caldeo (350-270
a.C) escribió en tres volúmenes una Historia del Mundo señalando que desde la
Creación hasta el Diluvio pasaron 432.000 años, cien veces más que lo
manifestado en el Antiguo Testamento. Demetrio
de Falero (348-282 a.C.) dirigió un equipo para traducir al griego escritos
importantes. A él se debe que haya llegado a nuestros días La Biblia. Herófilo de
Calcedonia (335-280 a.C) realizó disecciones anátómicas de cadáveres en
público, por lo que se le considera el primer anatomista. Descubrió la
disposición de los vasos del cerebro, las meninges, los plexos coroídeos y el
cuarto ventrículo, así como la sincronía entre los latidos del corazón y el
pulso. Señaló la diferencia entre arterias y venas y afirmó que la inteligencia
residía en el cerebro y no en el corazón. El matemático griego Euclides (330-275 a.C) sistematizó
brillantemente la geometría en 13 libros en los que recoge técnicas
geométricas que hoy se consideran ejemplo de ecuaciones lineales y cuadráticas,
así como cuestiones numéricas como las propiedades fundamentales de la teoría
de los números (divisibilidad y números primos,
entre otras). Su geometría estuvo vigente a lo largo de veinte siglos. Aristarco de Samos (310-230 a.C.) propuso el modelo heliocéntrico del universo
conocido, colocando al Sol, y no a la Tierra, en el centro. A pesar de ser
correcto, la Iglesia eligió el modelo de Claudio
Tolomeo (100-168 d.C) que recuperaba y desarrollaba el modelo de Hiparco de Samos (siglo II a.C), que
colocaba a la Tierra en el centro (modelo geocéntrico) y que estuvo vigente más
de 1500 años. Erasístrato de Ceos (304-250 a.C.) descubrió las estructuras del cerebro, los hemisferios
cerebrales y el cerebelo, describiendo su papel en la coordinación motora.
Señaló que los nervios convergen hacia el sistema nervioso central y estudió la
relación existente entre el número de circunvoluciones de la corteza cerebral y
el nivel de inteligencia entre las diferentes especies de animales.
Arquímedes de Siracusa (287-212 a.C),
el más grande matemático de la antigüedad, estudió el empuje de los líquidos y los
identificó en función de su peso, construyó numerosas máquinas para elevar agua
en las regiones donde no llegaba el agua del Nilo y hasta construyó espejos que
utilizó para defender Siracusa contra las naves romanas, a las que prendió
fuego. Fue el mayor genio mecánico hasta Leonardo de Vinci. Apolonio
de Perga (262-170 a.C.), conocido como el
Gran Geómetra, estudió y desarrolló las secciones cónicas, dando nombre a
la elipse, parábola e hipérbola, curvas que actualmente siguen en sus
órbitas los planetas, cometas y estrellas. Hiparco
de Nicea (190-120
a.C) hizo el mapa de las constelaciones, estudió el
brillo de las estrellas y calculó la distancia de la
Tierra a la Luna. Dionisio de Tracia (170-90 a.C), en su obra principal Gramática, hizo un estudio sistemático de la
estructura del lenguaje y definió las partes del discurso; dividió la gramática
en seis partes: lectura llana, exégesis de los textos, exégesis de las
palabras, etimología, paradigmas de la flexión y crítica textual. Herón de Alejandría (10-70
d.C) en sus tres papiros de La Mecánica estudió las máquinas simples y la composición de los
movimientos. Se le considera el inventor de cajas de engranajes y aparatos
de vapor. Su libro Autómata es la primera obra que trata sobre
robots. Galeno de Pérgamo
(130-216 d.C.) fue pionero en la
observación científica de los fenómenos fisiológicos y realizó disecciones que
le permitieron profundizar en la medicina. Demostró que las arterias no
llevaban aire, como se creía, sino sangre. Escribió más de 300 libros de
Anatomía de los que hoy quedan algo menos de 150.
Escenas de la película “Ágora”. Hipatia
observando el atardecer desde el Ágora, contemplando la ciudad presidida por su
mítico faro. Actualmente el único faro de la antigüedad que sigue en pie y en
pleno uso es La Torre de Hércules (La Coruña, Galicia, España, ver aquí).
Entre estos grandes pensadores
hubo una mujer, Hipatia (370-415
d.C.), matemática, filosofa y astrónoma. Se cree que fue la última luz y
directora de la biblioteca, siendo su martirio la antesala de la destrucción
definitiva de la biblioteca. Vivió en una época en la que las mujeres eran tratadas
como objetos en propiedad y sin embargo ella se movió libremente. La ciudad
vivía bajo dominio romano y había graves tensiones. La creciente Iglesia
cristiana era cada vez más poderosa y quería eliminar la influencia y cultura
paganas de las que consideraban representante a Hipatia. Por ello y por su
estrecha amistad con el gobernador romano estaba en el punto de mira de las
críticas y ataques de Cirilo, arzobispo de Alejandría. Un día que iba a su
trabajo fue asaltada por una turba de seguidores de Cirilo que la desollaron
con conchas marinas, quemaron después sus
restos y destruyeron sus obras. Cirilo fue nombrado santo.
Si bien, esta versión no es del
todo definitiva ya que hay bibliografías que señalan que Cirilo había fallecido
dos años antes, sí es cierto que forma parte del santoral de la Iglesia. La
verdad es que hay una nebulosa en lo referente a la destrucción de la
Biblioteca. Varias versiones no la asocian a Hipatia. El gran desastre final de
la Biblioteca se produce en fechas aún indeterminadas. Hay constancia, lo
refiere Tito Livio, de que en el 47 a.C., cuando César acude a Alejandría en
auxilio de Cleopatra, se produce el gran incendio del puerto de Alejandría,
quemándose no menos de 40 000 libros almacenados en el puerto para su clasificación
o posible traslado a Roma. Se sabe que a lo largo de los siglos III y IV d.C, hubo
diferentes niveles de destrucción de la Biblioteca, en el año 273 d.C., cuando
el emperador Aureliano tomó y saqueó Alejandría, o en el 297 d.C. cuando
Diocleciano volvió a tomarla. También hay constancia de que hubo un hurto
masivo de libros de la Biblioteca cuando Teodosio el Grande, en 391, ordena al
patriarca cristiano de Alejandría, Teófilo (tío de Cirilo), la destrucción de
los templos paganos. Sin consenso entre los historiadores, todo parece apuntar
a que tras la gran destrucción siguió funcionando una segunda Biblioteca,
reducida a menor espacio y fondos, que se ubicaría en el sótano llamado Serapeo
y que dirigiría Hipatia. Tras su muerte fue sucesivamente expoliada hasta que el caudillo
árabe Omar ordenase en el siglo VII su definitiva destrucción.
Uno de los varios cuadros realizados para representar lo que debió
ser la destrucción de la mítica biblioteca de Alejandría (en llamas, a la
derecha).
Pero
la pregunta importante es ¿por qué se destruyó la Biblioteca, la gran fuente
del progreso y del saber, iniciando con ello mil años de tinieblas hasta que
Colón y Copérnico, entre otros, redescubrieran lo que allí se hizo? Posiblemente,
porque al conocimiento que allí había sólo accedía una minoría privilegiada. La
población desconocía los grandes descubrimientos que allí se hacían, les
benefició poco. Los científicos jamás entendieron el potencial de las máquinas y
el saber para mejorar la calidad de vida de la gente y los grandes logros
intelectuales no tuvieron aplicaciones prácticas inmediatas. No hubo contrapartidas
a la incultura, la esclavitud, el pesimismo y la superstición. Por ello, cuando
la chusma quemó definitivamente la Biblioteca no hubo nadie para detenerla. Su
gloria era solamente un recuerdo lejano. Del inicio de la aventura intelectual que nos ha llevado al
espacio no queda nada, sólo un sótano oscuro del Serapeo, el anexo de la
biblioteca. La pérdida fue incalculable. No tenemos una idea exacta de todo lo
que había allí, solo conocemos una pequeña fracción de la que deducimos que la desaparición de la Biblioteca de Alejandría
fue el desastre cultural más terrible de la humanidad.
Dicho esto, creo que mucho se ha escrito ya sobre la Biblioteca de
Alejandría y muy poco o nada sobre otra gran biblioteca de la antigüedad,
igualmente desaparecida y muy poco analizada por los historiadores: la gran
biblioteca de Éfeso, en la bella y señorial ciudad homónima ubicada hoy en
Turquía y edificada en el 110 d.C. para custodiar más de 12.000 rollos pero
también para servir de tumba a Tiberio Julio Celso Polemeano, viejo cónsul y
gobernador romano de Asia (promotor de la obra). ¿Quién la destruyó? Los atrevidos señalan con el
dedo acusador a las invasiones godas, en el año 263 d.C. pero ¿por qué?,
resulta curioso que las mismas invasiones respetaran edificios del saber en
Roma y destruyeran bibliotecas en las provincias.
Detalle de la fachada de la biblioteca de la
ciudad de Éfeso, lo único que queda. Relieve de la diosa Atenea Nike victoriosa
y fotografía del magnífico anfiteatro.
Admirable trabajo. Sorprende que todo sea un viaje al pasado. No sabía que hubiera tantas cosas descubiertas mucho antes de la Iglesia. Enhorabuena.
ResponderEliminarMe ha dejado sorprendido con la lectura de su artículo sobre la Biblioteca de Alejandría. No sabia que todo eso existiera de forma tan planificada y ordenada. Eso era realmente cultura y calidad de vida. Trabajo muy interesante.
ResponderEliminarHe disfrutado con su trabajo. Ha completado el conocimiento que tenía sobre la Biblioteca de Alejandría. Un trabajo muy trabajado y conciso. Saludos.
ResponderEliminarNo me ha quedado muy claro si la biblioteca se destruyó tras la muerte de Hipatia o fue más posterior.
ResponderEliminarGracias por sus palabras, Sra. Fernández, Sr. Esteban y Sra. Artiles, celebro que hayan disfrutado del texto. Es realmente apasionante (y algo triste, a la vez) comprobar que no existe nada nuevo bajo el sol (o muy poquito). Un saludo.
ResponderEliminarLorente,no hay una respuesta exacta a su pregunta, ya que hablamos de una época muy lejana y en parte olvidada. Cierto es que la Biblioteca sufrió varios incendios, cada vez que se producía una invasión importante, Alejandría y sus tesoros ardían. De hecho, se cree que Hipatia trabajaba en una parte, ya disminuida, el Serapeo, de la antigua Biblioteca, porque el resto estaba destruido. Está claro que el final definitivo ocurrió, como señalo en el artículo, mucho más tarde que la muerte de Hipatia, en el siglo VII a manos de Omar. Un saludo.
ResponderEliminarA mí también me gustó. Muchas gracias.
ResponderEliminarGracias por sus palabras, Sr. Ferney, celebro que haya sido de su agrado. Parece que la Antigüedad, después de todo, no era tan retrasada ni tan distinta al mundo actual. Un saludo.
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