El
planeta Júpiter, el quinto de nuestro Sistema Solar (situado entre Marte y
Saturno) y considerado uno de los planetas gaseosos al estar conformado
básicamente por Helio e Hidrógeno, es el mayor de todos los planetas de nuestra
galaxia. Además de su enorme masa, destaca el gran anticiclón que observado
desde la Tierra se ve como una mancha roja ligeramente por debajo de su ecuador
y sobre todo, su velocidad de rotación asombra, llevándole únicamente 10 horas
terrestres girar completamente (lo que entendemos por un “día”).
Es fácil distinguirlo en nuestro
cielo nocturno a simple vista, por su enorme brillo blanquecino. Debido a las
órbitas de este planeta y de nuestra Luna, cada 27 días es frecuentes observarlos
próximos en la noche.
Para nosotros, Júpiter fue
descubierto hacia la Grecia clásica, que lo llamaron en honor a su principal
dios (Zeus, el Júpiter romano), posiblemente por su gran brillo. Sin embargo
hubo que esperar hasta un tardío 1930, para que de la mano de los estudios de
Rupert Wildt pudiéramos conocer la composición química de este gran planeta.
Sin embargo, ¿qué pasaría si les
dijera que al menos trece siglos antes de la Grecia clásica, el planeta Júpiter
ya era sobradamente conocido en Oriente Próximo?.
Esa es al menos la conclusión que ha
extraído el historiador Mathieu Ossendrijver, de la Universidad de Humboldt
(Alemania), tras analizar cinco tabletas cuneiformes procedentes de Irak y que
forman parte de la colección del British Museum, en Londres.
Vista
de las ruinas de la capital de Babilonia desde el Palacio de Sadam Husseim en
Irak. Las guerras han destrozado a bombardeos estas milenarias ciudades
mientras el contrabando y el saqueo ha hecho el resto con lo que había
pervivido de esta civilización tan avanzada como antigua. Restos de parte de
los azulejos que fascinaron a Alejandro Magno, de la puerta de Ishtar, de
Babilonia.
El pueblo Babilónico era un pueblo
sabio, con textos legislativos, cívicos y astronómicos de gran antigüedad,
redactados en su peculiar escritura cuneiforme. Grandes bibliotecas conformadas
por una diversidad de textos fueron encontradas entre los restos de las principales
ciudades, en pequeñas tablas de cerámica que con los incendios que destruyeron
las grandes urbes se preservaron al cocerse, salvando su preciada información
hasta nosotros.
Seguramente el general y dirigente
babilónico más conocido de la historia sea Nabucodonosor II (630-562 a.C.) -o
“Nabucodonosor El Grande”, posiblemente llamado en acadio Nabû-Kudurri-usur que significaría “Oh Nebo, defiende mi Imperio”- debido a la destrucción que hizo del
Templo de Salomón llevándose a un ingente número de hebreos como esclavos, a su
tierra. De acuerdo con numerosos historiadores, la influencia de las leyendas y
mitos babilónicos fueron los causantes de la creación de muchos relatos
bíblicos tales como el Génesis, el Diluvio Universal con su Noé babilónico o la
Torre de Babel, entre otros.
Comparación
de un zigurat o templo babilónico con la Torre de Babel bíblica pintada por Pieter
Bruegel el Viejo (de cuyas obras ya hablé aquí).
Este jueves pasado, 28 de enero de
2016, el historiador Mathieu Ossendrijver daba un nuevo giro de tuerca
arrojando más luz sobre el conocimiento babilónico al publicar las conclusiones
de sus análisis en la revista científica puntera norteamericana “Science”
que sostienen que los antiguos babilonios no sólo conocieron el planeta por
métodos aritméticos, como los investigadores más arriesgados aseguraban hasta
ahora, sino que astrónomos babilónicos también lo localizaron acertadamente
basándose en métodos geométricos desarrollados entre el 350 a.C. y el 50 a.C.,
no repetidos (que tengamos constancia, al menos) hasta el siglo XIV de nuestra
era.
Tablilla
con escritura cuneiforme, considerado uno de los primeros textos de
contabilidad que se conservan, datada en el 3.100-3.000 a.C., y hablando de
cantidades de cerveza. Planetas conocidos, del Sistema Solar (estos últimos días
se está hablando de la presencia de un nuevo planeta, conocido más por los
efectos que causa en otros cuerpos que por haber sido visto). Recordemos que
Plutón ya no se considera planeta sino planetoide (se le ha degradado de
categoría).
El cuneiforme, llamado así porque se
escribía con un “lápiz” vegetal en forma de cuña, arañando sobre la arcilla
húmeda, es una de las escrituras más antiguas de las que se tiene constancia.
Otros pueblos como el Acadio, el Persa o el Hitita también lo adoptaron para dejar
por escrito sus palabras. Fue el británico Thomas Hyde el que usó por primera
vez este término para referirse a esta escritura, basándose en los estudios
realizados por el investigador italiano Pietro Della Valle, que reparó en estos
símbolos que consideró una escritura, en los muros de la antigua Persépolis,
hacia 1621. Desde entonces, se denomina “cuneiforme” a este tipo de escritura,
lograda traducir en gran parte por la “piedra rossetta” encontrada por el
oficial británico Henry Rawlinson en un acantilado de Behistún, en Persia, en
1835, redactada en antiguo persa, babilonio y elamita. Actualmente es
totalmente traducible gracias a los estudios de Henry Rawlinson, el irlandés
Edward Hincks, el alemán Julius Oppert y el británico William Henry Fox Talbot.
Pues bien, estaba el profesor
Ossendrijver trabajando sobre los textos de tres tablillas cuneiformes
publicados y un cuarto texto no publicado, cuando su colega Hermann Hunger
(Universidad de Viena) le hizo llegar un cuarto texto 8tampoco publicado a la
comunidad científica), que a diferencia de los que estaba analizando
Ossendrijver, describía un método geométrico y no aritmético como era común en
otros textos babilónicos astronómicos.
Como imaginará el lector, el historiador se obligó a releer y comprobar
en varias ocasiones lo que ante él se describía ya que había que esperar a
numerosos siglos más tarde (casi mil cuatrocientos años más tarde), ya en la
edad moderna, para encontrar análisis semejantes.
En ese quinto texto desconocido para
muchos, se describía no un trapecio –como sí ocurría en las tablillas que
estaba estudiando- sino un cálculo astronómico que arrojaba como resultado el
mismo que los métodos aritméticos que usaban los trapecios y que el historiador
cree que se refieren al planeta Júpiter (por similitud en los valores numéricos
obtenidos).
Ossendrijver afirma que “The
crucial new insight provided by the new tablet without the geometrical figure
is that Jupiter’s velocity decreases linearly within the 60 days. Because of the linear decrease a trapezoidal figure
emerges if one draws the velocity against time”, que en
castellano se traduciría como “la nueva
visión crucial proporcionada por la nueva tableta (cuneiforme) que no posee la figura geométrica
(trapezoidal) es que la velocidad de
Júpiter disminuye linealmente por un tiempo de 60 días. Debido a este descenso
lineal, aparece una figura trapezoidal si dibujamos la velocidad con respecto
del tiempo.” Es decir, que mientras 4 tablillas sí contienen el dibujo de
un trapecio en sus cálculos aritméticos, esta quinta tablilla describe otro
método que lleva al resultado del área de ese trapecio, si se siguen los pasos
lógicos descritos. Ossendrijver remata,
añadiendo: “Es a partir de esta figura
trapezoidal, cuyo área se calcula en las otras cuatro tabletas”, a través
de lo cual concluye que los babilónicos no sólo conocían el planeta Júpiter,
sino también (y más novedoso) el movimiento de éste, su correcta posición
durante los 60 días aludidos en las tablillas. Por extrapolación, si en estos
60 días el planeta va desacelerándose, habrá otros 60 días anteriores en que
irá acelerándose, pudiéndose así conocerse toda su trayectoria completa, además
de otras descripciones que permiten, mediante el uso geométrico de trapecios,
conocer otros datos relevantes del movimiento de Júpiter en el firmamento
terrestre.
Aparte de lo novedoso de este estudio,
otros investigadores encuentran un hecho más destacable que el conocimiento de
este gran planeta: el manejo del pensamiento abstracto para aplicarlo satisfactoriamente
a los elementos y hechos naturales, ya en época babilónica.
Ossendrijver se cuestiona cómo pudieron los babilónicos
conocer estos aspectos tan peculiares de Júpiter, lo que me sorprende pues si
lo pensamos, no es tan difícil dado que los astrónomos babilónicos habían
dividido el firmamento en 360 grados y Júpiter, junto con el planeta Venus, son
los dos componentes más brillantes de nuestro Sistema Solar. Por tanto, creo
que más bien habría que preguntarse cómo no podrían conocer estos detalles
gozando de científicos centrados en la astronomía y careciendo de la
contaminación lumínica que tenemos desde la revolución industrial.
Bonita
imagen desde Ushuaia (Argentina, tomada por Víctor Bibé) de Júpiter alineado
con Venus, junto a la Luna. Imagen tomada en San Carlos de Bariloche y que
permite apreciar el brillo de Júpiter con respecto al de otros planetas
visibles por la noche, desde la Tierra (como siempre, si hacen clic sobre la imagen, la verán de mayor tamaño).
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