lunes, 1 de febrero de 2016

Los babilónicos conocían el planeta Júpiter y su movimiento


          El planeta Júpiter, el quinto de nuestro Sistema Solar (situado entre Marte y Saturno) y considerado uno de los planetas gaseosos al estar conformado básicamente por Helio e Hidrógeno, es el mayor de todos los planetas de nuestra galaxia. Además de su enorme masa, destaca el gran anticiclón que observado desde la Tierra se ve como una mancha roja ligeramente por debajo de su ecuador y sobre todo, su velocidad de rotación asombra, llevándole únicamente 10 horas terrestres girar completamente (lo que entendemos por un “día”).
         Es fácil distinguirlo en nuestro cielo nocturno a simple vista, por su enorme brillo blanquecino. Debido a las órbitas de este planeta y de nuestra Luna, cada 27 días es frecuentes observarlos próximos en la noche.
            Para nosotros, Júpiter fue descubierto hacia la Grecia clásica, que lo llamaron en honor a su principal dios (Zeus, el Júpiter romano), posiblemente por su gran brillo. Sin embargo hubo que esperar hasta un tardío 1930, para que de la mano de los estudios de Rupert Wildt pudiéramos conocer la composición química de este gran planeta.
            Sin embargo, ¿qué pasaría si les dijera que al menos trece siglos antes de la Grecia clásica, el planeta Júpiter ya era sobradamente conocido en Oriente Próximo?.


Esa es al menos la conclusión que ha extraído el historiador Mathieu Ossendrijver, de la Universidad de Humboldt (Alemania), tras analizar cinco tabletas cuneiformes procedentes de Irak y que forman parte de la colección del British Museum, en Londres.

Vista de las ruinas de la capital de Babilonia desde el Palacio de Sadam Husseim en Irak. Las guerras han destrozado a bombardeos estas milenarias ciudades mientras el contrabando y el saqueo ha hecho el resto con lo que había pervivido de esta civilización tan avanzada como antigua. Restos de parte de los azulejos que fascinaron a Alejandro Magno, de la puerta de Ishtar, de Babilonia.

            El pueblo Babilónico era un pueblo sabio, con textos legislativos, cívicos y astronómicos de gran antigüedad, redactados en su peculiar escritura cuneiforme. Grandes bibliotecas conformadas por una diversidad de textos fueron encontradas entre los restos de las principales ciudades, en pequeñas tablas de cerámica que con los incendios que destruyeron las grandes urbes se preservaron al cocerse, salvando su preciada información hasta nosotros.
            Seguramente el general y dirigente babilónico más conocido de la historia sea Nabucodonosor II (630-562 a.C.) -o “Nabucodonosor El Grande”, posiblemente llamado en acadio Nabû-Kudurri-usur  que significaría “Oh Nebo, defiende mi Imperio”- debido a la destrucción que hizo del Templo de Salomón llevándose a un ingente número de hebreos como esclavos, a su tierra. De acuerdo con numerosos historiadores, la influencia de las leyendas y mitos babilónicos fueron los causantes de la creación de muchos relatos bíblicos tales como el Génesis, el Diluvio Universal con su Noé babilónico o la Torre de Babel, entre otros.

Comparación de un zigurat o templo babilónico con la Torre de Babel bíblica pintada por Pieter Bruegel el Viejo (de cuyas obras ya hablé aquí).

            Este jueves pasado, 28 de enero de 2016, el historiador Mathieu Ossendrijver daba un nuevo giro de tuerca arrojando más luz sobre el conocimiento babilónico al publicar las conclusiones de sus análisis en la revista científica puntera norteamericana “Science” que sostienen que los antiguos babilonios no sólo conocieron el planeta por métodos aritméticos, como los investigadores más arriesgados aseguraban hasta ahora, sino que astrónomos babilónicos también lo localizaron acertadamente basándose en métodos geométricos desarrollados entre el 350 a.C. y el 50 a.C., no repetidos (que tengamos constancia, al menos) hasta el siglo XIV de nuestra era.

Tablilla con escritura cuneiforme, considerado uno de los primeros textos de contabilidad que se conservan, datada en el 3.100-3.000 a.C., y hablando de cantidades de cerveza. Planetas conocidos, del Sistema Solar (estos últimos días se está hablando de la presencia de un nuevo planeta, conocido más por los efectos que causa en otros cuerpos que por haber sido visto). Recordemos que Plutón ya no se considera planeta sino planetoide (se le ha degradado de categoría).

El cuneiforme, llamado así porque se escribía con un “lápiz” vegetal en forma de cuña, arañando sobre la arcilla húmeda, es una de las escrituras más antiguas de las que se tiene constancia. Otros pueblos como el Acadio, el Persa o el Hitita también lo adoptaron para dejar por escrito sus palabras. Fue el británico Thomas Hyde el que usó por primera vez este término para referirse a esta escritura, basándose en los estudios realizados por el investigador italiano Pietro Della Valle, que reparó en estos símbolos que consideró una escritura, en los muros de la antigua Persépolis, hacia 1621. Desde entonces, se denomina “cuneiforme” a este tipo de escritura, lograda traducir en gran parte por la “piedra rossetta” encontrada por el oficial británico Henry Rawlinson en un acantilado de Behistún, en Persia, en 1835, redactada en antiguo persa, babilonio y elamita. Actualmente es totalmente traducible gracias a los estudios de Henry Rawlinson, el irlandés Edward Hincks, el alemán Julius Oppert y el británico William Henry Fox Talbot.
Pues bien, estaba el profesor Ossendrijver trabajando sobre los textos de tres tablillas cuneiformes publicados y un cuarto texto no publicado, cuando su colega Hermann Hunger (Universidad de Viena) le hizo llegar un cuarto texto 8tampoco publicado a la comunidad científica), que a diferencia de los que estaba analizando Ossendrijver, describía un método geométrico y no aritmético como era común en otros textos babilónicos astronómicos.  Como imaginará el lector, el historiador se obligó a releer y comprobar en varias ocasiones lo que ante él se describía ya que había que esperar a numerosos siglos más tarde (casi mil cuatrocientos años más tarde), ya en la edad moderna, para encontrar análisis semejantes.
En ese quinto texto desconocido para muchos, se describía no un trapecio –como sí ocurría en las tablillas que estaba estudiando- sino un cálculo astronómico que arrojaba como resultado el mismo que los métodos aritméticos que usaban los trapecios y que el historiador cree que se refieren al planeta Júpiter (por similitud en los valores numéricos obtenidos).
Ossendrijver afirma que “The crucial new insight provided by the new tablet without the geometrical figure is that Jupiter’s velocity decreases linearly within the 60 days. Because of the linear decrease a trapezoidal figure emerges if one draws the velocity against time”, que en castellano se traduciría como “la nueva visión crucial proporcionada por la nueva tableta (cuneiforme) que no posee la figura geométrica (trapezoidal) es que la velocidad de Júpiter disminuye linealmente por un tiempo de 60 días. Debido a este descenso lineal, aparece una figura trapezoidal si dibujamos la velocidad con respecto del tiempo.” Es decir, que mientras 4 tablillas sí contienen el dibujo de un trapecio en sus cálculos aritméticos, esta quinta tablilla describe otro método que lleva al resultado del área de ese trapecio, si se siguen los pasos lógicos descritos.  Ossendrijver remata, añadiendo: “Es a partir de esta figura trapezoidal, cuyo área se calcula en las otras cuatro tabletas”, a través de lo cual concluye que los babilónicos no sólo conocían el planeta Júpiter, sino también (y más novedoso) el movimiento de éste, su correcta posición durante los 60 días aludidos en las tablillas. Por extrapolación, si en estos 60 días el planeta va desacelerándose, habrá otros 60 días anteriores en que irá acelerándose, pudiéndose así conocerse toda su trayectoria completa, además de otras descripciones que permiten, mediante el uso geométrico de trapecios, conocer otros datos relevantes del movimiento de Júpiter en el firmamento terrestre.
Aparte de lo novedoso de este estudio, otros investigadores encuentran un hecho más destacable que el conocimiento de este gran planeta: el manejo del pensamiento abstracto para aplicarlo satisfactoriamente a los elementos y hechos naturales, ya en época babilónica.
Ossendrijver  se cuestiona cómo pudieron los babilónicos conocer estos aspectos tan peculiares de Júpiter, lo que me sorprende pues si lo pensamos, no es tan difícil dado que los astrónomos babilónicos habían dividido el firmamento en 360 grados y Júpiter, junto con el planeta Venus, son los dos componentes más brillantes de nuestro Sistema Solar. Por tanto, creo que más bien habría que preguntarse cómo no podrían conocer estos detalles gozando de científicos centrados en la astronomía y careciendo de la contaminación lumínica que tenemos desde la revolución industrial.

Bonita imagen desde Ushuaia (Argentina, tomada por Víctor Bibé) de Júpiter alineado con Venus, junto a la Luna. Imagen tomada en San Carlos de Bariloche y que permite apreciar el brillo de Júpiter con respecto al de otros planetas visibles por la noche, desde la Tierra (como siempre, si hacen clic sobre la imagen, la verán de mayor tamaño).


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