Ahora
que nos acercamos al siglo y medio de la creación de nuestra última moneda
autóctona he decidido rendirle un pequeño homenaje. Sustituyó a los diferentes
antiguos “reales” (reales, cuarto y octavos de vellón) que junto al “excelente mayor”
introdujeron en la futura España moderna en 1475 los Reyes Católicos. Los
reales dieron juego y labor a lo largo del imperio español, facilitando
operaciones, comercios y pagos que ayudaron, sin duda, a la conquista de tan grande
imperio. Cumplieron esas monedas con la labor encomendada a este producto, cuya
creación data de más de 30 siglos antes. Hagamos un breve recordatorio de la
historia general de la moneda.
Nació
para facilitar la consecución de bienes para cubrir las necesidades de la
población primigenia. En tiempos primitivos, el hombre lograba lo necesario de
su alrededor, comida para comer, ropas para vestir y materiales para fabricas
sus utensilios de caza, de casa o de defensa. Al hacerse sedentarios y vivir en
tribus, los humanos empezaron a organizarse y a repartir tareas: cocinar,
recolectar, cazar, pescar…Los bienes que sobraban lo intercambiaban con las
tribus vecinas, naciendo así el trueque, que se fue imponiendo conforme las
sociedades se fueron haciendo más complejas y su mundo se iba ampliando. Era una
acción que iba ligada al comercio. Sin embargo, pronto comenzaron las
complicaciones. La primera fue cómo se determinaba el valor de la mercancía que
había que intercambiar. Tuvo que ir pasando el tiempo para ello, ya que a
medida que el intercambio aumentaba empezaron a ponerse de acuerdo en asignarle
un valor a los productos en función de las necesidades, pero esto no arreglaba
la segunda dificultad, que era como pagar el producto negociado, ya que llevar muchos
productos para cambiar con la otra parte podía ser una empresa dificultosa que
se hacía más imposible en función de la distancia a recorrer para el encuentro.
Por lo que habría que buscar alguna forma más fácil de pago aceptable para
proceder al intercambio. Aquí empezó a emplearse la idea de dinero. Este
concepto englobaba a materiales que se utilizaban como pago en los intercambios,
tales como conchas marinas, ámbar, marfil o jade, semillas de cacao, sal,
ganado… Pronto comenzaron a utilizarse metales
preciosos como cobre, plata y oro. Estos últimos eran más operativos porque se
podían fraccionar en unidades, eran perdurables y se podían pesar. Aunque
quizás también tenían la dificultad de llevar mucho peso en lingotes y de que
pudieran no disponer a veces de balanza para pesarlos, por lo que había que
buscar una solución más operativa. De esta forma nació la moneda.
De las primeras “monedas” de ámbito mayor al
regional que comenzaron a usarse, quizás el hacha de bronce sea la más
reconocible. Procedente de los yacimientos de la Península Ibérica, su ámbito
alcanzó las zonas de comercio tartesio en la Edad de los Metales: las islas
Británicas, Norte de África, Francia y las islas Mediterráneas, entre otras
zonas.
Las
teorías oficiales sostienen que el nacimiento de “la moneda” (tal como hoy la
conocemos, pues para mi estas hachas de bronce peninsulares de al menos el
tercer milenio a.n.e., con pesos y dimensiones concretas se ajusta bastante
bien a la idea de “moneda”) se produjo de forma casi simultánea en el siglo VII
antes de nuestra era por un pueblo de la actual Turquía, Lidia, y por los pueblos
de la actual China e India. Tras la conquista de Lidia, primero por Darío de
Persia y, después por los griegos, se fue aumentando el uso de la moneda en los
intercambios comerciales. Las monedas griegas eran de forma circular y estaban
formadas por una aleación de oro y plata, acuñadas a martillo, en las que se
señalaba su peso y la marca del emisor. Las asiáticas tenían formas diferentes.
Los materiales más usados eran el bronce, la plata y el oro y su valor dependía
del peso y del tipo de metal.
Eternos y admirados rivales: a la izquierda,
Darío I de Persia; a la derecha, Alejandro Magno, de Grecia.
Con
el paso del tiempo, el uso y la creación de monedas se extendieron. Cualquier
rey, príncipe, noble o aristócrata hacía sus propias monedas con un certificado
que señalaba su composición y valor. Estas acuñaciones de moneda las hacían los
orfebres. Estos artesanos eran especialistas en el trabajo con lingotes de oro
y plata, por lo que se encargaron de este trabajo y pronto, al gozar de la
confianza de los propietarios de monedas y lingotes, se encargaron también de
la custodia. De hecho, el peso social que alcanzaron hizo que se les invitara a
estar presentes cada vez que se hacia una transacción comercial. Por las que
pronto empezaron a cobrar comisiones. Además, al estar bajo su custodia monedas
y plata y oro, pronto empezaron a entregar recibos y certificados de los
depósitos que recibían. Recibos que, en algunos casos, se utilizaban en compras
y transacciones comerciales. Empezaban a nacer los banqueros.
Pero
pronto estos certificados dejaron de tener importancia cuando se inició la práctica
de limar, quitar o rebajar el contenido
de oro y plata en las monedas originales, apareciendo entonces la moneda
fiduciaria, que eran monedas de cobre o bronce cuyo valor dependía del número
que había que dar para igualar a una de oro o plata. Fue el primer paso para el
billete o papel moneda, que era también una moneda fiduciaria mucha más fácil
de manejar, que puede tener diferentes valores y que está certificado por un
gobierno y posteriormente por un banco. El billete era canjeable sin tener límite
de tiempo por monedas y estaba respaldado por su valor en plata y oro. Los
primeros billetes datan de China, comenzaron a aparecer en el siglo VII, pero
como cambio muy local. Tuvo un uso más amplio y oficial en el siglo VIII (año
812). En Europa se conocieron de manos del veneciano Marco Polo, en el siglo
XIII, cuando los trajo de China.
Ya en épocas del Imperio Romano existía la
picaresca. Así, mientras que las monedas romanas solían lucir redondas (A,
moneda de oro con la efigie de Nerón), comenzaron a proliferar las monedas de
circulación con cantos pulidos (C) y bordes tan erosionados (B) que con
frecuencia se acababa perdiendo la forma circular. Las virutas obtenidas se
usaban para acuñar nuevas monedas en época de escasez de oro y plata, o monedas
falsas que circularon como auténticas (D, la forma tan irregular y los toscos rasgos
con frecuencia delatan una moneda falsa).
En
Europa, el papel moneda comenzó su andadura en el siglo XVII. Se cree que
comenzó en Suecia, en 1661, cuando el Banco de Estocolmo entregaba un
certificado o recibo a aquellos ciudadanos que depositaran en el banco metales
preciosos. En 1783 comenzó a emitir billetes España, con Carlos III, y
rápidamente se consolidaron las emisiones ya que era más fácil llevar a las
colonias dinero de esta forma. En todos los casos y países, cada emisión de
billetes tenía que estar respaldada por la correspondiente cantidad de oro del
país, hasta la década de 1970 en la que se cambió este patrón y pasó a depender
del poder económico global del país. Hasta esa fecha se fueron tomando
diferentes medidas para evitar fraudes en el valor de la moneda. Una medida
interesante fue la sustitución de los bancos privados por un banco central
nacional como única autoridad a la hora de emitir billetes o papel moneda.
Pero
volvamos a España. Desde el siglo V antes de nuestra era, se conocen monedas en
España. Las más antiguas proceden de las colonias griegas de Rosas (Rhodes) y
de Ampurias (Emporion). A finales del siglo IV las colonias fenicias de Ibiza (Ebezus)
y Cádiz (Gadir) ya hacían monedas. Los romanos comenzaron a traer sus denarios
durante la conquista –se cree que la palabra dinero procede de denario- y a finales
del siglo tercero antes de nuestra era, comenzaron a acuñarse monedas en
nuestras cecas. Las primeras se hicieron en Lérida (Iltirta) y en Sagunto
(Arse) y continuaron por diversas cecas (llegando a existir hasta un par de
cientos), utilizando inicialmente para ello diferentes alfabetos (hasta seis
variantes de alfabetos iberos) y en cada cara de la moneda aparecía el jinete
ibero y la cabeza de Hércules, respectivamente. Fue el comienzo, después siguieron,
en la Edad Media, las monedas bizantinas, visigodas (siliqua, soledus, tremis,…)
y las andalusíes (dirham, dinar, felus,…). Los primeros reinos cristianos
empezaron usando el maravedí musulmán, al que acompañó una gran serie de
monedas como el doblas o castellanos, el real, la blanca, el aragonés, el
ducado y el cuartillo, entre otras. En la España moderna de los Reyes Católicos
aparecen, como ya se ha señalado, el real, el cuarto y el ochavo de vellón,
junto con el excelente mayor, en 1495 (si el lector desconocía que el dólar
norteamericano se inspiró en la moneda española de los Reyes Católicos, le
aconsejo que pique aquí para documentarse). En 1497 se añaden el ducado y el excelente menor. Durante los Austrias y los
Borbones aparecen el escudo de oro, el real de plata, el real de vellón, el
doblón de oro y la onza, que aunque tenían su valor en oro, cambiaban tomando
como unidad el maravedí. Así, el escudo de oro cambiaba por 350 maravedíes y el
real de plata por 34. En los últimos tiempos era el escudo la base de la unidad
monetaria nacional.
Distintas monedas acuñadas en la Península
Ibérica. De derecha a izquierda, celtiberas (con el báculo Numantino y el
buitre acompañando en la moneda, al guerrero, asegurándole la gloria), Dirham
almohade, maravedí de Felipe IV y moneda de oro del Reino de Navarra.
A
lo largo del siglo XVIII aparece ya entre otras monedas de cambio la peseta,
junto al peso, el duro y el durillo, aunque las monedas tradicionales eran los
reales y los maravedíes. En el primer diccionario de lengua castellana,
publicado por la Real Academia Española, entre 1726 y 1739, denominado
“Diccionario de Autoridades”, que fue la base del actual Diccionario de la
Lengua Española, se definía la peseta como "la pieza que vale dos reales de plata de moneda provincial, formada en
figura redonda”. También ese diccionario define la “peseta colunaria” como
“moneda castellana de cinco reales de
vellón, y se llama colunaria por tener grabadas las columnas de Hércules”.
También en 1791, define al duro como "el
peso de plata de una onza, que vale diez reales de plata", esto es,
cinco pesetas. Pero en esas fechas eran monedas complementarias. Fue durante el
reinado de Isabel II cuando esta moneda tuvo más notoriedad y su uso comenzó a
desplazar a otras monedas más habituales como el maravedí, el real o el escudo,
entre otras.
Fue
tras el derrocamiento de Isabel II, el 19 de octubre de 1868, cuando realmente
nace la peseta como unidad monetaria española. Se ordena una ceca única para la
acuñación o fabricación de moneda, el Banco de España de Madrid, creado por el
burgalés y ministro de Hacienda, Ramón de Santillán, que había luchado en la
guerra de la independencia napoleónica. Para ello fusionó en 1847 el Banco
privado de Isabel II (que se dedicaba a prestar dinero alegremente y a su antojo, de forma que lo
llevó casi a la quiebra) con el Banco de San Fernando (también llamado de San
Carlos), creando en él la Ceca española. Desde entonces se han acuñado en esa
Fábrica todas las pesetas que han circulado hasta la aparición del euro. En esa
fecha señalada, el Ministro de Hacienda, Laureano Figuerola, del gobierno
provisional del General Francisco Serrano,
que secundó la iniciativa del General Prim, firmó un Decreto con esa fecha, en
el que señalaba a la peseta como unidad monetaria nacional, sustituyendo a las
21 monedas que había en circulación. Con la peseta entraba en vigor el sistema
centesimal europeo.
A. Primera peseta de la historia. B. La “perra
gorda” (pues con frecuencia se desgastaba y el león se consideraba un perro).
C. La “perra chica” (la mitad del valor que la “perra gorda”).
La
peseta fue portadora, para cada etapa de su tiempo tiempo, de historia, arte,
economía y religión, concentrados en su redonda forma. En la primera peseta de
1869, la leyenda de "Gobierno Provisional" desplazó en el anverso a
la denominación de "España" que aparecerá en el resto de las acuñaciones. Esta primera peseta era
de plata (pesaba 5 gramos). La figura, o motivo elegido, era la de una matrona
que descansaba sobre montañas, con lo que se pretendía representar a Hispania
recostada sobre los Pirineos , con los pies en Gibraltar y con una ramita de olivo
en las manos que representaba la paz, alegoría que estaba inspirada en las
monedas romanas de Adriano del año 117. Su autor fue Luis Marchionni, que ocupaba desde 1861 el
cargo de grabador de la Casa de la Moneda de Madrid. En el reverso aparecía el
escudo de España entre las columnas de Hércules. Equivalía a cuatro reales y
estaba dividida en cien céntimos. Las monedas de diez céntimos, de cobre o bronce,
tenían los mismos anagramas, pero en el
reverso, el escudo de España estaba agarrado por un león rampante, que al no
estar claramente dibujado, hizo que mucha gente lo confundiese con un perro y
de ahí nació familiarmente la “perra gorda”. A la moneda de cinco céntimos, más
pequeña en tamaño, se la llamó “perra chica”. Estas monedas, de aluminio,
volvieron en la dictadura del general Franco y se acuñaron el 29 de octubre de
1941 y aunque cambiaron el león y el escudo por un soldado ibero a caballo, se
les mantuvo esta denominación popular.
La peseta catalana (A) apareció como moneda
complementaria en Barcelona, en la invasión francesa (B) de España. La famosa
peseta “rubia”, de la Segunda República (C). La primera peseta acuñada por
Franco (D).
El
nombre de peseta pudo ser anterior. Se conoce que desde el siglo XV el nombre
de Peceta (piececitas) se aplicaba a las monedas de plata y se utilizó para
designar “el real de a dos”, que después inundó Cataluña en la Guerra de Sucesión
a la corona española de 1705 entre el pretendiente francés Felipe de Borbón y
el Archiduque Carlos de Austria, que desarrolló su contienda hasta 1714 en
Barcelona, trayendo grandes cantidades de este tipo de moneda de plata, que empezaron
a pasar a Castilla donde derivó su nombre a Peseta. De hecho, esta moneda, no
oficial, se acuñó por primera vez en Barcelona tras la ocupación napoleónica de
la capital, bajo el gobierno de José Bonaparte. En el anverso tenía su valor
nominal, el nombre de la capital y la fecha de emisión y en el reverso, el
escudo catalán. En la primera, de 1808, en vísperas de la invasión francesa, acuñada
en Gerona (que aparece con el nombre en español y no en latín) se proclamaba a
Fernando VII rey de España.
La
peseta acuñada en 1869 se mantuvo hasta la Restauración. Conforme pasaba el
tiempo y cambiaban los gobiernos, la peseta fue cambiando su diseño en función
de la situación política. Aunque el escudo nacional solía ser habitual en el
reverso, en el anverso la alegoría de Hispania era sustituida por efigies
reales. Durante la II República se rompe esta tendencia, desaparece la figura
real y se introducen motivos republicanos. Las primeras acuñaciones (1931-32)
eran de plata, después pasaron a ser de latón y níquel (1933-35) y las figuras
reales se sustituyeron por una matrona sentada con una rama de olivo en la mano
que, en las monedas de cuproníquel tenía un color amarillo. De ahí apareció el
apodo familiar de “la rubia” para
esta moneda, de la que se emitieron 50 millones de unidades. Ya en la guerra
civil, ante la necesidad de metales para el armamento y la munición, se deja de
imprimir moneda y aparece el papel. Los billetes de peseta, que ya tuvieron su
primera emisión en papel en julio de 1874, se empiezan a imprimir en Burgos, en
la parte nacional en 1937 y continuaron hasta 1953. En casi todos ellos estaba
imprimida en el anverso el escudo nacional, y en el reverso aparecían
diferentes figuras, que iban desde ciudades (como en la primera peseta de papel)
hasta figuras ilustres o escenas históricas como la entrega de Granada a los
Reyes Católicos o el desembarco de Colón (1943) en el Nuevo Mundo, la nao Santa
María (1941), la Dama de Elche (1948), Don Quijote (1951) Hernán Cortés (1940),
Fernando el Católico,… La última, de 1953, portaba la figura del Marqués de
Santa Cruz, D. Álvaro de Bazán. En 1944, en plena dictadura, vuelve la moneda
de peseta, con un número uno impreso, que en 1947 es sustituido por la imagen
del dictador copiada de un retrato de Mariano Benlliure. Las últimas monedas con
la imagen del dictador (1966) fueron realizadas por Juan de Ávalos.
La democracia (1975) sustituye la imagen de
Franco por la del rey Juan Carlos I mirando hacia el lado opuesto al que miraba
el dictador. Las emisiones de 1975 y 1980 conservan en el reverso el viejo
escudo de España de la dictadura. En este último año se cambia la aleación a
aluminio, ya que el metal que se utilizaba hasta entonces (cuproníquel) valía
más que el valor de la moneda. Se siguió fabricando hasta 1989, siendo
sustituida por el euro el 1 de julio de 2002, con el cambio de 1 euro por
166,386 pesetas.
En los billetes, como en los sellos, desfilaron
los personajes más destacados del Imperio Español y de España, como por ejemplo
el poeta del Romanticismo, Gustavo Adolfo Bécquer (del que hablamos aquí). El último billete de una peseta que se
acuñó llevaba el rostro del invicto almirante D. Álvaro de Bazán. En el reverso
aparecía la nave capitana usada por el almirante, con su escudo heráldico bien
visible (y que es toda una declaración de intenciones, como analicé aquí).
La peseta
traspasó nuestras fronteras y países coloniales o amigos la fueron adoptando
como moneda oficial. En 1969 lo hizo Guinea Ecuatorial (hasta 1975). También lo
hicieron la República Árabe Saharaui ecuatorial, Perú, México, Puerto Rico… Fue
un legado más de nuestra historia.
+ + +
Esas monedas que señala tan raras de oro y plata, al principio de su artículo, serviria para guardar dinero invirtiendo en ellas. Hay garantizada ura revaloración superior a se invirtiera en oro.
ResponderEliminarGracias por su comentario, Yerma, pero hay algo que me inquieta, ¿dice en serio que por usted haría fundir monedas con más de cinco mil años de antigüedad, de las primeras civilizaciones conocidas?, ¿en serio no ve de ellas más que el valor que pueda tener el oro o la plata en las que están acuñadas?. Tenga en cuenta que el valor histórico y testimonial de esas monedas supera con creces el valor del material con el que están hechas. Un saludo.
EliminarSi nosotros tenemos más oro que ustedes, ¿porque nuestros pesos valen menos que su peseta?
ResponderEliminarGracias, Nayeli, por su comentario, pero debería tener en cuenta que no sólo influye la cantidad de oro que tenga un país, sino también su estabilidad política, su riqueza industrial y sus otras materias primas (minerales estratégicos como por ejemplo el litio, presencia de hidrocarburos extraíbles, etc). Permítame aconsejarle que se lea mi libro "La isla Bermeja"; en él encontrará abundantes respuestas en ese sentido y se centra en su país, fundamentalmente.
EliminarAh, y por cierto, hace ya bastantes años que la moneda española es el euro, no la peseta (formamos parte de la Unión Europea, junto con Portugal, Italia, Francia, Alemania...). Un saludo.