domingo, 5 de mayo de 2019

Descubriendo al Tiburón Blanco

        El ser humano, en su condición de mayor depredador de la Tierra, siempre ha sentido fascinación por otros grandes predadores de la naturaleza. De ahí el reprochable afán por posar con los cadáveres de otros animales de envergadura considerable, poniéndoles el pie encima en un derroche de testosterona y complejo cavernícola por hacerse ver como macho alfa (de hecho, solo les falta darse golpes en el pecho, a lo King Kong). Dentro de esa fascinación destructiva, el tiburón blanco, denominado a veces como “gran Blanco” (el mayor ejemplar cazado medía 7 metros de envergadura) se lleva la palma, y por desgracia esa aniquilación acaba extendiéndola al resto de los escualos o tiburones, hoy en grave riesgo de extinción (con datos en la mano, en un gran número de áreas con colonias de estos peces se ha constatado una disminución del 70 % en su población).
Por suerte, a veces se vislumbra algún rasgo de raciocinio en nuestra especie, y comienza a darse una tendencia hacia la protección del resto de vida salvaje (y digo “resto” porque me cuesta encontrar una especie más salvaje y autodestructiva que el ser humano; ojo, mi visión negativa hacia nuestra especie no es exclusiva mía, sino heredada de los grandes filósofos de la Grecia clásica que consideraban que el ser humano desde su origen ha buscado perfeccionar su autodestrucción con armas cada vez más sofisticadas; sería el autor romano Plauto, nacido en el 254 a.C., quien resumiría la idea con su lapidaria expresión “homo homini lupus”, que en latín viene a significar que el ser humano es un lobo –un depredador- para el propio ser humano). Las pistolas y arpones pasan a sustituirse por cámaras fotográficas y pistolas de artefactos que permitan el seguimiento de los individuos marcados, con fines meramente proteccionistas. Y es entonces cuando realmente surgen las sorpresas y fascinación. Por eso, hoy me he decidido a compartir con los lectores los últimos hallazgos científicos sobre este fascinante depredador al que me atrevería a tildar como la máquina más perfecta desarrollada por la evolución biológica. Pasemos a admirarlos.


El culmen de la teoría evolutiva
Algo que conviene destacar de los tiburones es que posiblemente sea “la especie” (filogenéticamente es en verdad un superorden, Selachimorpha, que deriva del término griego “selachos”, tiburón y que agrupa una inmensidad de géneros y especies) mejor adaptada y lo más importante, con mayor potencial de adaptación, de todas las que se han ido sucediendo a lo largo de la historia de nuestro planeta. Y es que los tiburones como tales surgen ya, hace la friolera de 417 millones de años. Desde entonces, como digo, han tenido la capacidad para ir adaptándose a los continuos cambios ambientales de su entorno, para lograr sobrevivir. Estas continuas adaptaciones han generado una amplísima variedad dentro de ellos, evidenciándose en las aproximadamente 375 especies diferentes que actualmente habitan en las aguas terrestres, principalmente saladas, si bien algunas especies toleran bien las aguas dulces.


Distintos géneros de tiburones que han existido, siendo sin duda el más famoso el Megalodón, a la derecha representado en proporción con un ser humano.

Fallos de la película Megalodón
     Recientemente (2018) se ha estrenado una película cuya estrella principal es el Megalodón, el género de tiburones emparentados con el Tiburón Blanco (éste científicamente se denomina Carcharodon carcharias, mientras el megalodón es Carcharodon megalodon) que mayor envergadura ha llegado a alcanzar, hasta 20 metros según algunas estimaciones. 
   De nuevo, como la exitosa serie de Parque Jurásico (que no incluía ni una sola especie de dinosaurios que habitó en el Jurásico, en su primera película), los fallos que esta película comete desde el punto de vista paleontológico son considerables. El principal de ellos, sin ir más lejos, es ubicar a esta especie por debajo de la termoclina, en las fosas Marianas. Para los que lo desconozcan, las condiciones en tal zona son sumamente radicales, con elevadas presiones, temperaturas extremadamente bajas y porcentaje de sal mucho más bajo que en otras aguas marinas, además de haber unas condiciones reductoras tremendas (el oxígeno es sumamente escaso) que conlleva la eliminación de carbonatos, a favor de los fosfatos. Pues bien, como digo, en la película ubican ahí el hábitat de los megalodones, cuando las evidencias paleontológicas muestran que sus restos fósiles se encuentran en depósitos de mares cálidos tipo los caribeños actuales. Eso por no mencionar que dado el enorme tamaño de estos tiburones, al ascender a aguas menos profundas y más cálidas fallecerían con el ascenso (y si no que pregunten a cualquier forofo del submarinismo sobre los problemas de la descompresión). Y en el supuesto de que hubiera superado la terrible descompresión, las condiciones más salinas de las aguas, la luz solar, mayores temperaturas…lo habrían aniquilado.


Uno de los aspectos que sorprende es cómo varía las dimensiones del tiburón, y su radio de mordedura, en las diferentes escenas de la película Megalodón.

¿Cómo paliar este gran fallo? Fácil, se añaden conductos hidrotermales, como los que se observan al inicio de la película, y listo. El problema es que geológicamente hablando, esa solución no es tan “fácil” pues conlleva unos cambios mediambientales que casan mal con la termoclina. Es decir, ésta en estas condiciones se invertiría, pero no entremos en complicaciones técnicas. Baste decir que el punto de partida de la película queda invalidado.
                Y podemos citar más fallos, tales como que al final el héroe raja al animal con un minisubmarino, cuando la verdad es que son muchos los tiburones actuales que presentan en sus cuerpos cicatrices producidas por peleas con otros tiburones e incluso calamares gigantes. Si extrapolamos las dimensiones de estos tiburones a los cerca de 18 metros del Megalodón, ese roce con el minisubmarino si acaso le hubiera provocado cosquillas. O cuando el Megalodón, en un recuerdo de la película Tiburón, se sube a la parte trasera del barco y éste no se hunde automáticamente ni se parte, por el incremento instantáneo de más de cien toneladas de peso en la zona posterior de la nave. Por no hablar de cómo se supone que se las ingenian para sacar del agua el cadáver del primer megalodón muerto, con el terrible peso muerto que suponía, incapaz de ser izado por grúa de barco alguna. E incluso el constante peligro de ser atacados por este megapez, cada vez que uno de los protagonistas cae al agua. ¿De verdad debemos pensar que un animal de 18 metros va a tomarse la molestia de atacar un animal de 1,80 metros de longitud, cuando puede optar por otros animales marinos de mayor envergadura?. Pero dejemos la película para proseguir con nuestro acercamiento a los tiburones blancos reales.

Biológicamente no es el mayor depredador de su cadena alimenticia
                Esto es al menos lo que ha demostrado un análisis de datos continuo de diversos individuos de Tiburón Blanco marcados. Para sorpresa de numerosos biólogos marinos que han estado realizando durante años el seguimiento de diversos tiburones en diversas partes del globo terráqueo, resulta que cuando un grupo de Orcas entra en el territorio del tiburón blanco éstos huyen y a veces no regresan durante meses, hasta incluso un año, a pesar de que en ocasiones estas Orcas simplemente estén de paso.

Curiosas sorpresas
                El estudio contínuo en el tiempo de poblaciones de tiburones ha permitido comprobar cómo algunos tiburones, tales como el Tiburón toro y especialmente el Tiburón sarda puede moverse con relativa comodidad por agua dulce.


La sorpresa fue mayúscula cuando se descubrió que en Papúa Nueva Guinea aún existían ejemplares del que se creía extinto género de tiburón de agua dulce, Glyphis garricki.

                Además de hallarse otras especies, aún vivas, de géneros que se consideraban extintos hacía tiempo, considerados fósiles vivientes.
 
El denominado coloquialmente “tiburón anguila” es un tipo de tiburón fósil que, para sorpresa de los científicos, ha logrado sobrevivir hasta la actualidad.
               
El mayor pez que existe
                Puestos a hablar de curiosidades, ¿sabía el lector que el mayor pez que actualmente habita en nuestros océanos es un escualo cuyas dimensiones dejan la envergadura de los tiburones blancos como mero chiste?. Se trata del Tiburón ballena (Rhincodon typus), un pez bonachón que carece de dientes y se alimenta del microscópico plancton. Llega a alcanzar los 12 metros de envergadura y, lamentablemente, es aún un gran desconocido para los científicos.

               
                 Aún no se sabe exactamente el número de tiburones ballena que existen en nuestros mares pero se han echado a andar diversos proyectos enfocados en la protección de estos gigantones, entre los que se incluye la oferta de poder nadar con ellos, en pleno mar caribeño, como medida para aprender a respetarlos y admirarlos.
                En el segundo puesto de este podio a las mayores dimensiones se encuentra el llamado Tiburón peregrino (Cetorhinus maximus), muy parecido al Tiburón ballena pero con unas dimensiones ligeramente inferiores, pues “solo” alcanzan los 10 metros de longitud y cuatro toneladas de peso.

Renovarse o morir: un organismo que roza la perfección
                Pero si algo cabe destacar de los tiburones es su capacidad para ir readaptándose a las cambiantes condiciones de su entorno, desarrollando un amplio abanico de mecanismos y posibilidades que le han convertido en la perfección andante de su entorno. Así, ha desarrollado un cuerpo extraordinariamente hidrodinámico, que le permite alcanzar enormes velocidades. Pero es que si además observamos de cerca la piel del tiburón, encontraremos que está compuesta por una serie de escamas cuya morfología permite “romper el agua” creando microturbulencias por el agua por la que circula, que incrementa  su hidrodinamismo al reducir la resistencia del agua a su paso y que le confiere la aspereza de una lija, al tacto. De hecho, al mayor nadador medallista olímpico norteamericano, Michael Phelps, se le amenazó con penalizarse si hacía uso en las pruebas de su traje de baño diseñando a imitación de la piel de tiburón.


Detalle de la piel de tiburón observada con microscopio (dentículos dérmicos, izda), clave para su extraordinaria agilidad en el agua (centro). Los tiburones son, además, auténticos limpiadores de los océanos (derecha, tiburón blanco comiendo una ballena muerta).

                Pero es que además, los tiburones poseen un esqueleto cartilaginoso que les resta peso y les permite una mayor flexibilidad, lo que les permite aproximarse a zonas someras costeras para cazar focas, pudiendo luego regresar a aguas más profundas sin problema. Seguro que alguna persona, al leer esto, estará pensando inevitablemente en otro gran predador marino, de cuerpo también hidrodinámico y hábil cazador de focas: las Orcas o “ballenas asesinas”. Pues bien, si hemos de compararlos, lo cierto es que sobre el papel ganaría el tiburón debido a que las Orcas, al ser mamíferos y no peces como los tiburones, respiran a través de pulmones. En otras palabras, necesitan salir a la superficie a tomar aire o morirían ahogadas, paradójicamente. El tiburón, al poseer agallas, respira bajo el agua, tomando de ellas el oxígeno necesario.
       Además de todo lo dicho con respecto a su morfología, el diseño del tiburón lleva incorporado diversos “extras” que sin duda le hacen rozar la perfección y es que este animal posee longitudinalmente en sus flancos la denominada “línea lateral”, un sensor interno conectado con su cerebro que le informa de la más leve vibración en el agua. Al comparar sus sensaciones con ciertos patrones que lleva adquiridos, puede conocer dónde se encuentran otros tiburones, o si hay un banco de peces, de ballenas, etc. A eso debemos añadir su más que extraordinario olfato, capaz de oler una sola gota de sangre en el agua por la que faene, si bien es falso que el olor de la sangre despierte en ellos sus más salvajes instintos puesto que cuando un tiburón ha comido y está saciado, suele ignorar a una presa sangrando, dejándola para otros tiburones.
     Otro órgano increíble que posee el tiburón es la llamada “ampolla de Lorenzini”, que actúa cual tacto y que permite a estos peces detectar las distintas cargas eléctricas que todo ser vivo emite (y que se incrementan cuando se agitan en el agua). El oído también parece estar muy desarrollado puesto que muchos científicos creen que puede distinguir ruidos a kilómetros,  gracias a ciertas membranas que poseen a la altura de su oído interno y que incrementan las vibraciones (como aquel juego infantil que usaba el recipiente de un yogur para oír, precisamente porque su fondo vibraba aumentando el sonido que transmite). Con respecto al sabor, los tiburones carecen de lengua, por lo cual los sensores del sabor (el equivalente a las papilas gustativas de las lenguas de los mamíferos) se distribuyen por toda la superficie de su amplia boca, ¡ahí es nada!. Por todo ello, tal vez estos extraordinariamente  desarrollados sentidos dejen en desventaja al menos perfecto de ellos, por así decirlo, y que resulta ser la vista. Maticemos: no es que no esté desarrollada -de hecho pueden ver bien en aguas turbias, al atardecer, de noche, …- sino que lo está menos que el resto de sus sistemas sensoriales. Por este motivo muchísimos ataques de tiburones a personas se deben precisamente a un fallo de percepción, al confundir a una persona subida en un colchón, tabla de surf o a los miembros que agite en el agua, con una tortuga marina, una foca o león marino, una cría de delfín o incluso algún pez tipo anguila. De hecho, una vez que muerden a la persona, terminan soltándola ya que no la saborean como la presa que esperaban haber cazado.


Izda: tortuga marina observada desde la profundidad del mar. Centro: niña en flotador inflable  en forma de rosco, vista desde abajo. Dcha: colchoneta para playa y piscina, de morfología que ya de por sí se asemeja a una tortuga marina nadando.

Lo que el seguimiento de los tiburones blancos nos ha enseñado
                Quizás el aspecto más sorprendente es que estos animales, de vivir sin el peligro de ser cazados por el ser humano, es que pueden alcanzar los 70 años de vida. Por eso entristece tanto el comprobar que las dimensiones de los tiburones blancos son cada vez menores, señal de que son más jóvenes y que posiblemente su caza indiscriminada les impida alcanzar la madurez e incluso estadios seniles. Por cierto que no es verdad que el tomar cartílago de tiburón mejore nuestros propios cartílagos, alargando nuestra salud (idea tan absurda como creer que ingerir polvo de cuerno de rinoceronte o la bilis de oso vaya a incrementar la virilidad). Actualmente existen productos de farmacia y parafarmacia, mucho más efectivos para lograr tal propósito, sin necesidad de aniquilar a ningún animal.
                Una curiosa cuestión sobre los tiburones, y especialmente sobre el Tiburón Blanco, tenía que ver con sus ojos, pues en ocasiones se observaban blancos. ¿Qué ocurría, tenían cataratas?. Tras muchas observaciones se ha podido comprobar que realmente se trata de un párpado que poseen y que está relacionado con su mandíbula (por cierto, a modo de curiosidad, ¿sabían que la película Tiburón, de Spielberg, realmente se llamó, en inglés, "Mandíbulas"?). Observemos la siguiente imagen, para entenderlo mejor:


 Cuando un tiburón muerde, de forma habitual, lo hace con un simple mordisco (como en la primera imagen, izda y dibujo 2). Sin embargo, cuando el bocado es de mayor tamaño, debe abrir más su boca lo que provoca que los músculos se tensen enseñando “más encías”, por así decirlo (imagen derecha y dibujo 3). En los casos en que debe abrir totalmente sus mandíbulas, hasta casi desencajarlas, sus músculos se tensan tantísimo que provocan que se cierre el párpado y de ahí que se les vea el ojo blanco, pues el párpado más claro cubre sus ojos negros característicos.

Como en el caso de los Tiburones Ballena, existe un tipo de turismo ecológico consistente en nadar entre tiburones, acompañados de expertos que en todo momento comprueban que no haya peligro alguno. Por cierto, ¿sabía el lector que la punta del hocico del tiburón es tan sensible que si se acercan a nosotros, con golpearles ahí servirá para que se desvíen y se marchen?, aunque si se les desea hacer daño de verdad, su punto más sensible son ojos y branquias. Y es que la zona del hocico de los tiburones es tan sensible que el buzo sudafricano Andre Hartman ha saltado a la fama como encantador de tiburones, ya que con ciertas caricias que les hace en tal zona, logra que se queden quietos y relajados. De hecho, si se fijan en los documentales, es frecuente que para medirlos o marcarlos se les de la vuelta pues entran en una especie de letargo que permite su manejo (siempre que no dure mucho tiempo o morirán).


El encantador de tiburones, mostrando sus habilidades con “tiburones limón” (Carcharhinus acronotus). En la imagen de la derecha puede observarse parcialmente el párpado.

                Como decimos, afortunadamente parece que el ser humano comienza a tratar de acercarse a estos animales más con un afán de respeto y observación que de destrucción. Esto acarrea que haya más datos, observaciones y poblaciones siendo estudiadas en diversas partes del mundo. Al compartir estos datos, se encuentran observaciones curiosas como que por ejemplo en la zona de la isla de Guadalupe (México) haya individuos de mayores dimensiones que en Nueva Zelanda. Parece ser que se asocia con sus presas pues mientras que en la zona de Oceanía el Tiburón Blanco caza focas, en México se alimenta de leones marinos, de mayor tamaño que las focas. Por otra parte, el hecho de que las aguas sean más frías en Nueva Zelanda que en el Caribe puede estar detrás de la evidencia de que los machos sean más abundantes en Nueva Zelanda que en México, donde proporcionalmente hay más hembras y crías.

Estudios genéticos nos han revolucionado la idea que teníamos de los tiburones blancos
                Efectivamente, la mayor sorpresa que nos ha llegado de los tiburones ha sido de la mano de los análisis genéticos de cierta población de tiburones que llevaban siendo estudiadas durante años. Al tomar muestras de varios ejemplares de la Isla de Guadalupe (México) para analizar la relación que pudiera existir entre ellos, descubrieron que había dos parejas de hermanos, siendo la más joven (macho-hembra) de ese año y la mayor (dos machos) de dos años y medio o tres de edad. Al contrastarlas entre ellas resulta que todos ellos, los cuatro, resultan ser hijos de la misma madre. Aún no se habían recuperado de la sorpresa cuando un nuevo análisis les muestra ¡que también son hijos del mismo padre!. Esto conmocionó, lógicamente, a los científicos. ¡¡Resulta que son monógamos!!, ¡y familiares! Porque ¿de qué otra forma puede interpretarse que una pareja de hermanos comparta territorio con otra pareja de hermanos mucho más joven?, ¿y que según los análisis genéticos, el mismo macho se aparee con la misma hembra por al menos cuatro años seguidos?.
                Sin duda se requieren más datos para corroborar estas afirmaciones que parecen ser ciertas, el problema es que se requiere una media de 25 años para que un tiburón blanco alcance su madurez sexual y la caza indiscriminada está diezmando la población de tiburones en todo el mundo. Por suerte, diversos gobiernos comienzan a concienciarse y crear santuarios marinos para proteger a estos grandes peces, entre otras cosas porque siendo prácticos, resulta mucho más rentable un tiburón vivo que un tiburón muerto desde el punto de vista de su capacidad para atraer turismo. Incluso se está desarrollando un spray ahuyentador de escualos desarrollados a base de una hormona que aparece en los tiburones muertos. De esta manera se pueden garantizar playas libres de tiburones sin necesidad de masacrarlos para que el ser humano disfrute de un chapoteo.


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