Con
la entrada anterior abríamos una nueva sección sobre el refranero popular
español. Aprovecho esta ocasión para comentar posiblemente el dicho más común
hoy y día ya que ¿quién no ha tenido en las últimas semanas alguna conversación
con sus amistades en las que alguno comentaba algún temor y otro pretendiendo
hacer una gracia fácil se tocaba su cabeza como aludiendo a que la tiene llena
de serrín?.
Siempre
que he oído la expresión “tocar madera” me imaginaba que posiblemente se
originó en algún hecho relacionado con un crucifijo (por su relación con el
cristianismo y que de esa forma se trataba de atraer la protección de Jesús) o
bien a la época del dominio del Imperio Español en los mares, por aquello de
que la madera siempre flota y puede salvar a un náufrago. Suposiciones aparte,
¿de dónde procede realmente dicha expresión?.
Pues
bien, por consenso entre diversos historiadores y antropólogos que han tratado
el tema, parece ser que se remonta a las Cruzadas, cuando los caballeros de
toda Europa alentados por el Papa de Roma, trataban de acudir en tropel a
Oriente Próximo a salvar los Santos Lugares, donde se había desarrollado la
vida de Jesucristo, de mano de paganos que habitaban en ellos.
Y
se desató una serie de acciones, batallas y persecuciones donde se realizaron
tanto las más sanguinarias y vergonzosas acciones, como las más loables y
heroicas en todos los bandos, en nombre de su propia fe (ya fuera islámica,
judía o cristiana). Como comenta en cierto momento el personaje de Ron Perlman
en “Tiempo de Brujas” (2011), peleando precisamente en una de las cruzadas
orquestadas por el Vaticano, “¿no tienes
la sensación de que Dios tiene demasiados enemigos?”. Y es que son
numerosos los documentos de la época que relatan cómo por las calles corrían
ríos de sangre de los masacrados, cristianos o árabes según las ocasiones.
Uno
de los errores difundidos por las películas de Hollywood es considerar que los
cruzados peleaban con espadas lo suficientemente livianas como para moverlas
con soltura con una mano, hacer virguerías con ellas lanzándolas al aire,
cogiéndolas con la mano a la espalda y lindezas por el estilo, cuando lo cierto
es que eran sumamente largas, pesadas y difíciles de maniobrar. De
hecho los propios soldados del Imperio Romano sufrieron milenios antes
problemas parecidos, lo que les llevó a adquirir la gladio hispana, mucho más corta y manejable, de tal forma que únicamente dejaron las largas
espadas típicamente romanas para los desfiles militares en Roma, la capital del
Imperio.
Por
este motivo, y para aligerar el peso que cada caballero cristiano llevaba en su
cuerpo durante las batallas en las áridas tierras de Oriente Medio,
prescindieron de armaduras metálicas en gran parte de sus cuerpos dejándolas
únicamente para cubrir piernas, hombros y la parte superior de los brazos. El
resto se cubría con prendas de cuero, telas rellenas de heno y otros elementos
que pudieran evitar que las flechas enemigas se clavaran.
Hecha
esta aclaración de vestuario, resulta que durante las Cruzadas, antes de entrar
a pelear era costumbre entre los caballeros cristianos santiguarse y tal vez
rezar una pequeña plegaria a Dios, que finalizaban haciendo la señal de la cruz,
para encomendarse a Dios. En ese momento, al alzar el brazo dejaban vulnerable
la zona de la axila, que quedaba protegida por el cuero que reforzaba la zona de
los hombros y brazos. Así, al santiguarse era de las pocas ocasiones en que
quedaba desprovista de protección esa zona bajo el brazo y, conscientes de ello,
los musulmanes aguardaban ese momento para lanzarles una certera flecha que,
clavada en dicha zona, penetraba en el corazón o dañaba los pulmones, hiriendo
mortalmente al guerrero cristiano. Esta herida, similar a la que causó la
muerte al rey inglés Ricardo Corazón de León y de la que morirá también el padre en
la ficción del protagonista de “El Reino de los Cielos” (2005), causó gran cantidad de muertos cristianos.
Por
ello, la Iglesia
terminó por difundir el contenido de una Bula Papal en la que se recomendaba a
los religiosos guerreros sustituir la santiguación por posar la palma de la
mano en el pomo de la silla de montar, que solía ser de madera reforzada con
cuero. De esta forma, antes de entrar a luchar era frecuente oír en los campos
de batalla a los capitanes ordenando a sus tropas a caballo tocar madera antes de
espolear a los animales y cargar contra el enemigo. Curioso, ¿no es cierto?.
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