jueves, 7 de marzo de 2024

Tolmo de Minateda, visitando la Troya española

(Para un correcto visionado en el smartphone aconsejo bajar totalmente la página y picar dónde pone "ver versión web")      

       Si hay algo que ha hecho famosa a las ruinas de Turquía que dicen (no sin dudas) corresponder a la Troya homérica es la superposición de ciudades, de distintas edades, permitiendo conocer la sucesión de culturas que se sucedieron y las peculiaridades a nivel doméstico y cotidiano de cada una de ellas.

         Los seguidores de mi web y de mis libros conocerán lo mucho que me enfada el desprecio que las sucesivas administraciones muestran hacia nuestro patrimonio cultural, abandonando a expoliadores y vándalos todo tipo de manifestaciones culturales pasadas de modo que se pierden para siempre auténticos hallazgos arqueológicos, para terminar vendidos en el mercado negro o destrozados como ya mostré en varias ocasiones (aquí).

         Así que mi sorpresa fue grande cuando descubrí un yacimiento que promete dar muchísimas satisfacciones futuras; no es otro que el Tolmo de Minateda, en Albacete, cerca del límite con la región de Murcia.


 


         El personal que lo lleva, en el Centro de Interpretación, es un auténtico encanto que nos prepara para descubrir la joya de la corona: un yacimiento que cuenta con una población ininterrumpida desde el Paleolítico Superior o Epipaleolítico, hasta la época de la dominación islámica. Solo entonces se produce una interrupción poblacional, para volver a ser ocupada, ya en las laderas, hacia siglos posteriores.

         Para poder disfrutar sin aglomeraciones del yacimiento, se recomienda llamar y reservar (610 59 26 55), las visitas son gratuitas durante todo este año 2024, pues se celebra el centenario del descubrimiento de las pinturas, por parte de  Juan Jiménez Llamas, ayudante de Henri Breuil. Entonces, ya en el Centro de Interpretación, ponen un breve documental sobre el yacimiento para ayudarnos a distinguir las principales etapas que por el momento han sido excavadas parcialmente, puesto que debido al potencial del yacimiento tan solo se ha sacado a la luz el 9 por ciento de las joyas que nos aguardan.

         Y lo mejor es que por el momento, gran parte de ellas corresponden a la etapa Goda, algo que me agradó sobremanera pues como he dicho en un libro y en numerosas ocasiones, es una etapa que ha sido muy maltratada por nuestros historiadores y arqueólogos, conservándose apenas distintas necrópolis antropomorfas excavadas en la roca, en distintas localidades españolas, restos de eremitorios o basílicas y poco más.

         Pero no adelantemos acontecimientos pues el primer gran tesoro que esconde este “cabezo” (que es lo que significa “tolmo”) es un conjunto de pinturas rupestres, Patrimonio de la Humanidad.


 


         Hay escenas de caza, de familia (una mujer con un niño) e incluso dinámicas, con una cabra montesa que tiene dos cabezas, una lateral y otra mirándonos de frente; casi podemos verla pastando cuando de pronto, al oírnos pisar cerca, se pone en guardia y alza su cabeza mirándonos. Se han inventariado más de 400 figuras en los distintos abrigos, atribuyéndoles unas dataciones de entre el 6000 y 1500 a.C.

         No soy arqueóloga pero me atrevería a distinguir dos fases de pinturas, una primera esquemática, con los arqueros trazados como lo haría un niño y otra posterior, con las figuras alargadas al estilo Greco, típicas del arte rupestre levantino (recordando a las mujeres que recogen miel).

         Situándonos hacia tiempos más próximos al cambio de era, el recorrido se inicia bordeando el cabezo (hay bancos y fuentes en el camino), por la parte inferior casi a ras del río –que por cierto da toda la impresión de contener la ciudad romana allí, con torreones defensivos tanto en el Tolmo como en el cerro de enfrente, recordándome muchísimo al yacimiento celtibero-romano de Monreal de Ariza, en Aragón y cerca del límite con la provincia de Soria-, hasta llegar a una pasarela metálica.


 


         Si nos fijamos bien, veremos restos de madrigueras de conejos, cerca de los matorrales bajos silvestres que tienen flores blancas simples pero muy bonitas –no arranquéis nada, solo lograréis que se muera, recordad que si se hace una foto durará toda la vida-, también se nota cómo el suelo removido por los conejos es de color gris y en ocasiones presentan bolitas pequeñas, indicativo de un intento fuego en el pasado que alcanzó unas temperaturas tan altas que llegaron a fundir parte del sedimento; posiblemente fue un incendio que asoló esta parte baja del yacimiento en una de las duras etapas de conquista que se han sucedido en nuestra historia. También sorprende la cantidad de trozos de cerámica que hay, evidencia del potencial del yacimiento y todo lo que queda por conocer de él.


 


         Llegados a la pasarela metálica, si nos fijamos en el suelo veremos la cantidad de rodadas dejadas por los cientos o miles de carros que por allí transitaron. Recuerdo que mi acompañante comentó lo mucho que tuvo que estar transitado el lugar para quedar tan marcado. Sí y no, pues como geóloga que soy ciento recordar que estamos ante roca caliza, que es muy alterable ante las inclemencias del tiempo y en la zona en la que se encuentra el yacimiento, con fuertes lluvias, hielo y barro, es fácilmente erosionable en estas circunstancias. De hecho, recuerdo cómo un compañero de despacho en Bristol (U.K.), mientras hacia mi tesis, realizó un trabajo sobre las marcas de carros de Malta que se tienen por milenarias y por las rodadas más viejas del continente europeo; Alistair sin embargo mostró cómo ensayos en laboratorio evidenciaron que bastaron 200 años para crearlas (y aunque publicó sus conclusiones en una prestigiosa revista científica, los malteses siguen sin cambiar su “cuento”).

         Afortunadamente no es el caso de este yacimiento, pues por su emplazamiento y profundidad me atrevería a decir que corresponden a la etapa romana o tardorromana.

         También las rocas hablar y por su meteorización observo que en el pasado el clima fue más continental y húmedo, con largas etapas de frío (nevadas y/o hielo) y lluvias más o menos abundantes, posiblemente consecuencia de amplios bosques hoy perdidos como resultado de la “domesticación” del paisaje y de la falta de repoblaciones forestales por parte de las distintas administraciones.

         Es interesante observar en un tramo con fuerte pendiente la existencia de unas marcas horizontales paralelas, es una evidencia de la “ingeniería de carreteras” que existía en el Imperio Romano, realizando esto para evitar las placas de hielo que pudieran ocasionar la pérdida de control de carros descendiendo o ascendiendo, más aún cuando uno de los laterales se asoma al barranco. Es similar a “los arañazos” que hoy se hacen en carreteras españolas que combinan un clima frío y una pendiente considerable.


 


         También llama la atención ciertas marcas semicirculares en  el lateral externo del camino, asomado al barranco y que me hace pensar en la existencia de maderos clavados con algún tipo de protección horizontal a modo de quitamiedos. Y es que ¡no hay nada nuevo inventado!.

         Conforme ascendemos, fijémonos en piedras labradas casi por cualquier lado, encontrándonos de pronto con la zona de las murallas prerromanas, posteriormente reconstruidas a gran escala por los romanos, con inscripción alusiva al emperador Octavio Augusto, si mal no recuerdo de lo dicho en el documental.


 


         Desde aquí puede observarse mejor el conjunto del yacimiento y basándome en otros muchos vistos en Italia, Grecia, Francia y España, me atrevería a señalar que aquí se sigue la disposición tradicional de las grandes ciudades romanas, con la aristocracia y foro en la parte superior del Tolmo, refugiada tras fuertes murallas defensivas (prerromanas y restauradas en la etapa romana, goda e islámica), mientras el pueblo llano se instalaba en la zona baja de la ciudad para correr a buscar refugio tras las murallas, en ataques puntuales.


 


         Y llegamos a la inmensa puerta de acceso de la ciudad. Debemos imaginarnos un descomunal muro realizado en tiempos romanos, con grandes piedras bien ensambladas y una gigantesca inscripción superior en honor al emperador Octavio Augusto. Por entonces la ciudad se conocía como Ilunum. Este muro, sustituyendo a las defensas iberas fueron tan recias, que posteriormente en época goda se optaría por construir la muralla defensiva cerca de medio metros más atrás, reutilizando los grandes bloques romanos desprendidos (y es que esta zona era propensa a los sismos que ocasionaron el desmorone de estas murallas, según contó el documental).

         El emplazamiento del yacimiento era sumamente estratégico puesto que se podría decir que constituía la puerta de entrada hacia la costa, desde la Meseta manchega.

         Dejado atrás el conjunto defensivo de los torreones defensivos a ambos lados de la puerta, iniciamos el ascenso contemplando allá donde miremos piedras labradas haciendo codos o marcas de anclaje de grandes vigas de madera que sin duda formaban los techos de las casas. No puedo evitar pensar las joyas patrimoniales e informativas que yacen bajo nuestros pies, aguardando pacientemente su estudio arqueológico (lento, pues en 30 años de investigaciones en el yacimiento tan sólo se ha desenterrado un 9 % de éste pero…. La paciencia es una virtud….).


 


         Y por fin, coronando el cabezo o tolmo de unas 10 hectáreas de extensión, llegamos a la zona aristocrática del complejo, una sede episcopal visigoda. Tomo uno de los paneles explicativos del yacimiento, para hacernos una idea de lo que estamos observando in situ:


 


         El lugar es una gozada y está muy bien explicado en diversos paneles que se ubican en los puntos correspondientes. Todo en su conjunto permite hacerse una idea de lo majestuoso que debió verse este lugar, por entonces de acceso restringido como pueda hoy ser los interiores del complejo del Vaticano.

         Ya dentro de la basílica de Eio (como se llamaba el lugar en tiempos visigodos), confieso que me enamoró el cuidado puesto en el cauce-desagüe del agua de las pilas bautismales (pues por entonces el bautismo se efectuaba por inmersión, sumergiéndose el neófito en una bañera de tamaño diverso), efectuando una curva alrededor del muro interior del edificio (lo he resaltado con flechas) y cómo no, esa magnífica losa con la cruz paté grabada. La estructura de este edificio religioso me recordó mucho a otras vistas de influencia bizantina (ver mi libro La Herencia Goda Ignorada), de modo que documentándome sobre esta basílica dí con un debate que parece existir entre historiadores y académicos partidarios de considerar que aquí estuvo la sede episcopal goda correspondiente a la parte bizantina del sudeste peninsular, que hasta aquí llegaba, desde Murcia y parte de Andalucía oriental). A partir de aquí comenzaba la zona de influencia visigoda propiamente dicha, cuya sede episcopal parece haberse situado en el yacimiento de Oreto y Zuqueca, en la actual Granátula de Calatrava. Pero como digo, el debate al respecto sigue abierto. Este lugar se ubicaba igualmente en un importante nudo de caminos, cerca del puente romano de Baebius y de las ruinas de la ciudad celtíbera de Oretum. Para mí tenía además el interés adicional de un antiguo volcán cercano (la Geología “tira”, qué le vamos a hacer…).

         Por cierto que en este yacimiento de Granátula se ha encontrado un elemento único en Europa, por el momento (quizás Minateda nos sorprenda), una lápida bellamente decorada a modo de mosaico romano, pero con decoración plenamente visigoda; se muestra a continuación.


 


         Regresando al Tolmo de Minateda, poco antes de llegar a esta parte visigoda y también alrededor de la basílica se encuentran restos islámicos, pues se asentaron sobre la ciudad de Eio, reaprovechando parte de sus estructuras.


 


         Por el momento no se han encontrado restos de grandes edificios pero es de suponer que como en otros yacimientos contemporáneos, como el citado de Granátula, por ejemplo, habrá baños públicos, alguna mezquita e incluso algún palacio.

         El tiempo apremia y Gemma Ortega, arqueóloga del yacimiento, quién nos recibió y nos asesoró de manera inmejorable para la visita del lugar, aguarda junto con dos compañeras para cerrar. Bajamos raudos –haciendo las últimas fotografías rápidas de estructuras que afloran- y prometiendo regresar para visitar el castellum o estructura defensiva superior y la necrópolis norte (pues en el camino de regreso nos topamos con las típicas tumbas antropomorfas labradas en la roca que tanto abundan en mi Soria querida y en la cercana Burgos), cerca de la zona absidial de la basílica visigoda.


 


         Maravillados por lo visto… y por lo que queda por descubrir, proseguimos viaje hacia otro lugar que debía estar fuertemente protegido (al no ser el caso, ya he procedido a comunicarlo a la Lista Roja del Patrimonio Español). Por ello evitaré dar datos exactos del lugar, aunque sí diré que se trata de un conjunto eremítico visigodo.


 


         Según los datos que he obtenido, se considera que el de mayor tamaño corresponde a una ermita mozárabe realizada entre los siglos VI al IX, mientras que el menos profundo sería un eremitorio más. Personalmente discrepo tanto en esta interpretación como en la dada en una publicación científica considerándolos sepulcros prerromanos de influencia etrusca (como el hipogeo de la Toya, en Jaén, dicho sea de paso). La manía de nuestros arqueólogos e historiadores en atribuir todo lo realizado en suelo español a influencias extranjeras me saca de mis casillas.          Observando el lugar, comparto la idea de encontrarnos en una zona sacra, tal vez de carácter funerario, pero para nada considero que sea de manufactura mozárabe, estando totalmente ausentes los característicos arcos de herradura.


 


         Personalmente creo encontrarme en un recinto empleado para honrar a los muertos, funerario, observando muchas semejanzas con la bellísima e interesante necrópolis tartésico-turdetana-romana de Carmo (la actual Carmona, en Sevilla). De hecho, el “eremitorio” de menor tamaño me encaja bastante bien con los bancos laterales que se empleaban para depositar los cadáveres completos y adornados (como también harían posteriormente los primeros cristianos en sus catacumbas), sin necesidad de recurrir a influencias etruscas externas. Es más, fueron varios los cronistas latinos que comentaban que el mundo tartesio (y su influjo) se extendió por toda Andalucía, llegando hasta la desembocadura del río Segura, en la actual Guardamar del Segura (Alicante).


 


         En lo que respecta al de menor tamaño, posee marcas de haberse cerrado con anclajes en al menos tres sitios distintos (resaltados por flechas) y en su espacio, sumamente pequeño, destacan tres bancos adosados a las paredes, donde debieron ubicarse los cuerpos de los fallecidos. Aún hay un tercer “eremitorio” y varias marcas tanto en suelos, como en rocas (petroglifos) y rocas labradas por doquier.

         Es sin embargo el recinto más profundo y espacioso el que más atención requiere pues se pueden observar detalles de cómo fue excavado, de distintas hornacinas e incluso de una cavidad a la altura del altar, junto a dos posibles bancos sepulcrales adosados a la pared, usado para dar salida a los humos de las ofrendas e incluso para realizar la práctica ya observada en la necrópolis de Carmo, donde se dejaba una cavidad para verter por ella leche o vino, para compartir con el difunto (esta práctica también se ha encontrado en algunas necrópolis celtíberas).


 


         Pondré únicamente a título comparativo un par de fotografías que realicé en mi visita a la impresionante necrópolis de Carmona, mostrando un detalle de una de los numerosos monumentos sepulcrales que allí pueden verse (y del que ya hablé en su día, aquí).


 


         En poco tiempo se levantó un frío viento y el cielo se nubló amenazadoramente, así que optamos por ir a comer. Al cabo de un tiempo terminamos entrando en el agradable restaurante Jesús, de Tobarra, donde el trato, el ambiente y el menú fueron muy recomendables.

         Finalmente terminamos visitando las ruinas de un antiguo balneario cuyo nombre me hizo sospechar la existencia de aguas mineromedicinales, tal vez ferruginosas…. Pero nada más lejos de lo encontrado.


 


         Lo cierto es que había poco que ver, salvo un impresionante eucalipto de tronco enorme y que por el ruido que hacía al arañar la parte alta del edificio movido por el viento de tormenta recordaba mucho al árbol de la película Poltergeist. Como no había ni rastro de aguas termales ni ferruginosas o sulfurosas, decidimos dar por concluida la bonita salida de este día.


 

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