Posiblemente una de las imágenes más evocadoras de la
antigüedad es la de la acrópolis de Atenas, con las ruinas del magnífico
Partenón y el templo de las Cariátides, increíblemente blancas, presidiendo la
colina a cuyos pies se ubica la actual capital de Grecia.
El
edificio del Partenón fue realizado por los arquitectos Ictino, Calícrates y el
escultor Fidias en tan sólo nueve años (447-438 a.C.), albergando en su
interior una estatua de doce metros de altura de la diosa Atenea, patrona de
Atenas, cuya lechuza se mostraba en las monedas de esta ceca griega. Se
construyó fundamentalmente con elementos dóricos y, en menor medida, algunos
jónicos.
Presenta en sus dimensiones el conocimiento que la antigua Grecia tuvo
de las matemáticas como expresión de las proporciones y de la belleza. Aquí
está inmortalizado el número áureo, pero también otros efectos ópticos. Así, si
nos situamos a escasos metros de la fachada y observamos los escalones o las
columnas comprobaremos que las rectas pasan a ser curvas, las paralelas se
convierten en rectas divergentes pero todo en su conjunto crea un efecto
perfectamente geométrico. En la imagen he señalado mediante rectas rojas las
líneas que se pueden trazar en el edificio y, en azul, las que deberían haberse
hecho de buscar el perfecto paralelismo o los 90 grados (perpendicularidad).
Aún con estos “defectos” intencionados, el resultado es perfecto. Son muchos
los que hubieran dado lo que les pidieran por haber llegado a presenciar este
magnífico edificio intacto, tal cual fue en su día.
Pues bien, ¿qué pasaría si les
dijera que el Partenón permaneció intacto hasta 1687?. Lo cierto es que,
conscientes de la admiración que el mundo occidental sentía por este majestuoso
edificio, emblemático de la etapa de Pericles (s. V a.C.), las tropas turcas que
habían tomado la ciudad decidieron usarlo como polvorín (almacén de armas y
pólvora).
Por entonces era usado como mezquita ya que tiempo antes, con la
llegada del cristianismo, el templo a Atenea pasó a ser una iglesia bizantina.
Durante las peleas por el dominio de la ciudad, una de las bombas venecianas
fue a parar al Partenón y, acrecentada por el contenido que los turcos
almacenaban en el edificio, voló todo por los aires, quedando en el lamentable
estado en que hoy día se encuentra.
Aprovechando los desperfectos, a comienzos
del siglo XIX Thomas Bruce Elgin –entonces embajador británico en Estambul-
mandó para Inglaterra gran cantidad de restos decorados, entre los que se
encontraban parte de frisos, frontones y métopas que pasaron a formar parte de
los fondos del Museo Británico. Desde entonces la polémica está abierta pues si
bien existen partidarios de devolver las piezas a Atenas tras la II Guerra
Mundial, para que se visiten donde fueron creadas, hay otros que consideran que
han sido protegidas durante todo este tiempo y que, de no haber estado en el
museo Británico, hoy posiblemente formaran parte de diversas colecciones
privadas de todo el mundo.
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