Estamos en el siglo XII, época de las Cruzadas, nombre dado a las campañas militares de los ejércitos cristianos de los diversos reinos europeos
occidentales, con el fin de arrebatar a los sarracenos los enclaves en los que transcurrió la
vida de Jesucristo.
Son numerosas las órdenes de caballería
que se crean en esta etapa histórica, muchas de ellas adquiriendo tal renombre
y fama que su denominación perdura aún en nuestros días. Son distinguibles por las
coloraciones de sus emblemas: la orden de los caballeros Teutones, con la cruz paté negra sobre
fondo blanco; la orden de los Templarios, cruz paté roja sobre fondo blanco; la
orden de los caballeros del Santo Sepulcro, cruz latina roja sobre fondo
blanco; la orden de los caballeros de San Juan de Jerusalén (eternos rivales
del Temple, en España), cruz paté blanca sobre fondo negro; entre otras. Esta última orden se instaló en Malta
a partir de 1530 dando lugar a una nueva orden caracterizada por una cruz paté blanca sobre un
fondo rojo, pasando a ser conocida como Orden de Malta.
Los caballos usados por los
caballeros de estas órdenes eran cuidadosamente seleccionados entre aquellas razas de gran
resistencia, estabilidad y porte. Podían costar una auténtica fortuna y con
frecuencia llegaban a ser para sus dueños tan inseparables como uno de sus
hermanos.
Durante las distintas contiendas entre árabes y cristianos en Tierra
Santa hubo caballeros que se arruinaron o que se vieron obligados a regresar a
sus tierras, por motivos familiares o como consecuencia de las heridas sufridas
en batalla. Muchos de ellos vieron una alternativa a su lucha, en las batallas a
favor del cristianismo en la Península Ibérica, donde se estaba llevando a cabo
la conquista de territorios otrora en manos cristianas y entonces
en poder del Islam.
De esta manera se instalaron en territorio peninsular las
órdenes del Temple, de los Hospitalarios y otras en menor número. Con el
tiempo, fueron fundándose, a la sombra de estas grandes, otras autóctonas que
fueron ganando adeptos –la orden de Calatrava, de Alcántara, de Montesa,...- y
fama. Pero de todas ellas, la que mayor poder acaparó en relativamente poco
tiempo fue la de los templarios.
Llegaron a destacar tanto en batalla que
pronto fueron un ejército que todo rey cristiano deseaba para sí en su bando,
capricho que con frecuencia salía caro. De esta manera en apenas 10 años
llegaron a poseer un alto porcentaje del territorio europeo, además de grandes
sumas de dinero e influencias, pues los hidalgos nobles de las grandes familias
europeas poseían con frecuencia algún hijo dentro de esta orden. Así que, con
frecuencia los reyes cristianos solían sentirse marionetas en manos de los
maestres templarios, situación que les incomodaba sobremanera.
Pues bien, tal
fue el malestar que causaban, que cuando el rey Ricardo I de Inglaterra,
“Corazón de león”, fue herido mortalmente por una flecha en el sitio del castillo de Châulus en 1199, al ser instado por un fraile a renunciar a la ambición, avaricia y lujuria, con el fin de marchar en paz de este mundo, respondió
públicamente: ¿Habéis oído lo que me acaba de decir este hipócrita...?
Pues bien, voy a hacerle caso: dejo mi ambición a los templarios, la avaricia a
los monjes y la lujuria a los prelados. No puede decirse que el
monarca tuviera al clero en muy buena estima.
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