lunes, 21 de abril de 2014

Sibilas, las adivinas de los oráculos


      Cuando comentábamos los dibujos que Miguel Ángel realizó en la Capilla Sixtina, mencioné la presencia de la Sibila de Delfos, una famosa adivina de la antigüedad que habitaba en la mencionada ciudad griega y que era sacerdotisa del templo del dios Apolo, deidad relacionada con la adivinación.
          Esta mujer gozaba de tanta fama que frecuentemente acudían a ella grandes personajes de la sociedad griega y romana. El mismísimo Hércules fue a pedirle consejo, una vez hubo asesinado a su esposa y parte de su familia. Según relatan las crónicas de entonces, esta mujer -en trance- escribía enigmáticas frases en hojas de laurel que entregaba a los consultantes como respuesta a sus dudas; ya cada cuál interpretaba los posibles deseos que el dios Apolo le había transmitido a través de la sacerdotisa.
            Pues bien, ésta no fue la única adivina de su época; el escritor romano Varrón, por ejemplo, llega a citar hasta diez de ellas.

            Aunque no está claro en significado del término Sibila (plural, Sibyllai), hay quien considera que fue el nombre de una sacerdotisa de gran fama, que habitaba en Marpeso, próximo a Troya (actual Turquía) y, posteriormente, se dio tal nombre a las distintas profetisas que siguieron el ejemplo de esta mujer, de tal forma que correspondiera más a un cargo que a una persona en concreto.
 Así, se sabe que hubo una en la ciudad grecorromana de Cumas (a unos 20 km al NW de Nápoles, en su bahía). Era sacerdotisa de Apolo y parece ser que entraba en trance a consecuencia de las emanaciones volcánicas y tóxicas que se liberaban a través de las fracturas existentes en el laberinto de galerías en el que habitaba, junto a un oscuro lago, si atendemos a las indicaciones de Virgilio. Entre otros méritos de esta adivina figura el haber indicado a Eneas la entrada al inframundo, como se recoge en La Eneida. Actualmente, con reservas, se considera que su cueva se localiza bajo las ruinas de un templo a Apolo que, a su vez, se encuentran en la base del cerro sobre el que se levantó un templo a Júpiter (por mandato del emperador Augusto Octavio), convertido más tarde en iglesia cristiana. De acuerdo con una leyenda, esta joven llegó a Cumas procedente de Oriente (¿de Marpeso, Turquía, tal vez?) y asombrado por sus dotes adivinatorias, el dios Apolo le ofreció morar en su oráculo si a cambio le concedía el deseo que le pidiera. La joven tomó un puñado de arena y solicitó vivir tantos años como granos contuviera en su puño, que resultó superar el millar. El dios cumplió su palabra pero, como la mujer olvidó solicitar mantenerse de apariencia joven, su belleza fue marchitándose y por ello se refugió en la oscuridad de las galerías de las cuevas que horadaban la montaña, esperando con ansia la hora de su fallecimiento.
      Otra leyenda cuenta que una vez llegó hasta ella el rey romano Tarquino, al que la sibila ofreció nueve libros que había escrito. El monarca rechazó la oferta por su elevado coste, así que la joven quemó tres de ellos y le ofreció el resto por el mismo precio. El rey volvió a rechazarlos y la sacerdotisa quemó otros tres, por lo que finalmente Tarquino le compró los tres restantes que se conservaron en el templo capitolino de Roma y, conocidos como “los libros sibilinos”, fueron continuamente consultados por el Senado en distintas confrontaciones. Finalmente se destruyeron  en el incendio del año 83 a.C.
           
    Hemos mencionado ya a la Sibila de Delfos, llamada por otros cronistas pitonisa o pitia, para distinguirla de la de Cumas. Como aquella, moraba en una gruta con emanaciones sulfurosas y, de acuerdo con escritos que nos han llegado, solía masticar hojas de laurel (árbol del dios Apolo).
Como ya he dicho, no eran las únicas, siendo numerosas las sibilas repartidas por todo el mundo antiguo. En la imagen se muestra un documento que las enumera, citándose en Cumas, Delfos, Libia, Persia, Erythrea, Samia, Egipto, Europa,..  Miguel Angel pintó a las cinco primeras sentadas en bancos de mármol, consultando documentos y con un par de estatuas desnudas a ambos lados de ellas (en la imagen figura la de Cumas, sorprendiéndome la desproporción entre su enorme cuerpo, brazo masculino y diminuta cabeza).
La pregunta no se hace esperar: si gozaron de tanta fama estas sacerdotisas adivinas en todo el mundo antiguo, ¿hubo alguna en la Península Ibérica?.

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