Es una cuestión un poco extraña que la mayoría de arqueólogos se
apresurarán a negar, habida cuenta de la falta de evidencias arqueológicas que
confirmen esta suposición. Y sin embargo, son varios los relatos y escritos de
cronistas griegos que hacen suponer que efectivamente el norte de Europa les
era conocido.
Así por ejemplo, si nos
centramos en los escritos de Homero, encontramos que en “La Odisea”, donde se
relata el retorno de Ulises a su hogar y las peripecias que sufre, observamos
que sus barcos se extravían. Lo que nos hace suponer que se desviaron de las
rutas más frecuentadas y comunes por entonces. Posiblemente salieran del
Mediterráneo a mar abierto. Esto es, al Atlántico.
Son varios los autores que se
han atrevido a ubicar la patria de Ulises en la mismísima Cádiz, por entonces
un istmo o isla. Para ello se basan en la ausencia de construcciones palaciegas
en la isla de Ítaca (patria de Ulises), la similitud entre los animales y
paisajes descritos por Homero para aquella isla y las evidencias halladas en
Cádiz, así como la amplia presencia de focenses y griegos en Andalucía,
remontándose sus primeros hallazgos a fechas muy cercanas a cuándo se dio la
batalla de Troya. Igualmente vimos en las entradas referidas a Hércules (I y II) los numerosos relatos mitológicos griegos que ubicaban a sus personajes
cerca de la desembocadura del Guadalquivir. Por no mencionar las tradiciones que hablan de la creación del asentamiento de Pontevedra por un superviviente griego de la guerra de Troya, o el hecho de que la capital de Francia comparta el nombre del príncipe Paris, causante de la famosa guerra, al llevarse consigo a la bella Elena.
Al margen de esta teoría y
regresando a referencias antiguas sobre el norte de Europa, Homero menciona
cómo Odiseo y sus guerreros, tras comer y beber en abundancia, tratan de
orientarse usando la posición del Sol y cómo se extrañan al observarlo tan
estático en el cielo que no pueden suponer dónde ha surgido (este) y dónde se
ocultará (oeste). Este detalle (Odisea, X, 190-192) se ajusta al llamado “sol
de medianoche” del Círculo Polar ártico, ya que por las altas latitudes de aquellas
regiones el Sol alarga su estancia durante el día y durante la noche hasta
llegar a alcanzarse días de 6 meses de duración y noches de la misma extensión.
Por su parte, muchos son los
autores que creen encontrar referencias a los fiordos noruegos (en concreto, al
fiordo occidental) en la descripción que Estrabón realiza basándose a su vez en
Crates, al decir que existe una especie de estuario o golfo orientado al Polo Sur.
Siguiendo con los escritos
homéricos, no deja de haber partidarios de considerar que “el pulmón marino”
mencionado por Piteas y sobre el que la maga Circe previene a Ulises, sería en
realidad el remolino marino de Maelström. De esta forma, los relieves que se
movían destruyendo los barcos que por allí transitaban corresponderían a las
cimas noruegas del cabo Lofotodden y la isla Vaeroy.
También los argonautas
comandados por Jasón sobreviven al paso de este peligroso remolino que engullía
las aguas marinas, que se precipitaban al interior de la Tierra para
formar corrientes de agua y el Hades (o infierno), donde las almas de los muertos fluían por
los caudalosos ríos. Son numerosos los antiguos escritos mitológicos griegos
que mencionan que este descomunal remolino se debía a la acción de los
monstruos marinos Caribdis y Escila, que vivían cada uno en una orilla.
Pero es que además, Homero en sus escritos habla en varias ocasiones de pueblos que vivían de coger ostras. Estos bivalvos habitan en aguas mucho más frías que las mediterráneas, siendo frecuentes en el Atlántico. Sin embargo, si bien esta observación es cierta en la actualidad, considero que para extrapolar dicha aseveración al pasado sería más que recomendable hacer un estudio paleoecológico (análisis comparativo de la composición isotópica del carbonato), puesto que por todos es conocidos el calentamiento global que estamos sufriendo. Posiblemente 3.000 años atrás, las aguas del Mediterráneo permitirían la presencia de ostras en ciertas zonas de este mar.
Hay incluso quién cree advertir, en comentarios homéricos sobre el aspecto de los cielos, referencias al fenómeno de las auroras boreales. Aún así, lo cierto es que hasta que no aparezcan vestigios arqueológicos atribuibles indudablemente a la cultura griega, todas estas opiniones no dejarán de ser consecuencia de las diferentes interpretaciones, subjetivas, de los lectores. Pero, al fin y al cabo, es ahí dónde radica la magia de las grandes novelas y relatos mitológicos, en hacer volar la imaginación de los lectores, ¿o no?.
Pero es que además, Homero en sus escritos habla en varias ocasiones de pueblos que vivían de coger ostras. Estos bivalvos habitan en aguas mucho más frías que las mediterráneas, siendo frecuentes en el Atlántico. Sin embargo, si bien esta observación es cierta en la actualidad, considero que para extrapolar dicha aseveración al pasado sería más que recomendable hacer un estudio paleoecológico (análisis comparativo de la composición isotópica del carbonato), puesto que por todos es conocidos el calentamiento global que estamos sufriendo. Posiblemente 3.000 años atrás, las aguas del Mediterráneo permitirían la presencia de ostras en ciertas zonas de este mar.
Hay incluso quién cree advertir, en comentarios homéricos sobre el aspecto de los cielos, referencias al fenómeno de las auroras boreales. Aún así, lo cierto es que hasta que no aparezcan vestigios arqueológicos atribuibles indudablemente a la cultura griega, todas estas opiniones no dejarán de ser consecuencia de las diferentes interpretaciones, subjetivas, de los lectores. Pero, al fin y al cabo, es ahí dónde radica la magia de las grandes novelas y relatos mitológicos, en hacer volar la imaginación de los lectores, ¿o no?.
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