No creo ser osada si digo que
Salvador Dalí ha sido por muchas cosas un pintor revolucionario y que ha sabido
plasmar figuras que tal vez formaban parte del inconsciente colectivo del que
hablaba Jung, por aquello de que determinados cuadros del pintor nos sonaban
familiares y han quedado para siempre formando parte de esas imágenes conocidas
por todos. Los famosos relojes blandos (La
persistencia de la memoria), los alargados elefantes (los elefantes), la mujer contemplando el mar (muchacha en la ventana),…
Con todo, algo
que me atrapa del genial pintor es lo que se viene en llamar por los
especialistas en arte como imágenes dobles o paranoicas. El mismo artista,
Salvador Dalí, las explicaba como «la
representación de un objeto que, sin la menor modificación figurativa o
anatómica, es al mismo tiempo la representación de otro sujeto absolutamente
diferente». Es una técnica que usa en su obra L'homme invisible
(El hombre invisible, 1929-1932), Endless Enigma (Enigma sin fin,
1938), Gala en esferas o su peculiar
representación de El Quijote que ya usé en otra entrada y en el que el
propio Quijote y su escudero Sancho son usados para crear el rostro del primero.
Pero como
sabéis que no paro de fijarme en detalles curiosos que encuentro por doquier,
también en los trabajos de Dalí encuentro muchas cosas interesantes. Por
ejemplo, ¿qué tenían los curiosos elefantes alargados en la mente del pintor
para ser una figura recurrente en varias obras suyas? En la imagen se muestran,
de izquierda a derecha, los cuadros Los
elefantes (1948), Sueño causado por
el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar
(1944) y La tentación de San Antonio
(1946).
De acuerdo con
algunos autores, para Dalí los elefantes representaban la fuerza y un gran
deseo sexual. Sus largas piernas simbolizaban lo lento que llegaban y por
eso explican por qué el pintor pusiera la representación de uno de estos elefantes
ante su puerta ya que le recordaba todo lo que tuvo que esperar para lograr
tener a Gala, el amor de su vida, junto a él. También en el cuadro de La tentación de San Antonio estos
animales llevan sobre sus espaldas mujeres desnudas y otros símbolos no sólo lujuria si no también de avaricia.
¿Sabía el
lector que Dalí también realizó una representación de La Última Cena, en 1955, que está actualmente en the Nacional Gallery of
Art de Washington? Y para seros sincera, creo que estamos ante la
representación más magistral que nunca he visto de la máxima francmasónica del
Gran Arquitecto del Universo o Dios para ellos. Si contemplamos el lienzo
en detalle (he resaltado algunas cosas), veremos que las matemáticas que rigen la
naturaleza presiden también el cuadro. Así, encontramos cuatro poliedros coronando el cuadro
sobre los que se superpone un cuerpo masculino con un río en su pecho, el río de
la vida y de la sabiduría. Ninguno de los apóstoles muestra su rostro y por los
pliegues de la vestimenta, estos aparecen representados por hexágonos y otros
poliedros perfectos.
Un curioso detalle, no hay coronas de santidad en todo el
cuadro. Otro, en lugar de un lujoso cáliz, Dalí –que se declaró siempre un
amante de los detalles dorados y del lujo- optó por poner un humilde vaso de
cristal. Un tercer detalle es que no se representan caracteres relativos a los apóstoles, tales
como “el discípulo amado” -generalmente representado por un imberbe san Juan
que apoya su cabeza en el pecho de Jesús- o el traidor Judas.
Si vemos los
cuatro poliedros y completamos la figura, comprobaremos que Dalí ubicó la cena
en el interior de un dodecaedro, es decir un poliedro regular formado por doce
caras (¿por eso los discípulos tienen por cara una figura geométrica?).
Únicamente se muestran cuatro grandes caras de este dodecaedro. Curiosamente para la
escuela Pitagórica de la Grecia Clásica,
el dodecaedro representaba al mundo, al estar conformado por 4 elementos (tierra,
agua, aire y fuego) que a su vez daban lugar a los cuatro estados de la materia
(sólido, líquido, gaseoso y fundido, distinto del líquido al ser más denso y
plástico).
Pues bien, las
matemáticas nos han enseñado que al unir los centros de las caras de un
dodecaedro se obtienen tres rectángulos con el número aúreo como proporción.
¿Trataba Dalí de hacer reparar al espectador de su obra en dicha proporción
aúrea al representar triángulos a ambos lados de Jesús?.
Está claro que
para los Pitagóricos las matemáticas gobernaban el mundo y posiblemente Dalí
compartió bastantes ideas pitagóricas. De hecho, siempre que he contemplado el
precioso cuadro de Gala en esferas no
he podido evitar acordarme de la bella idea pitagórica de la melodía de las esferas que no podemos escuchar al nacer, ya
acostumbrados a ese ruido de fondo.
Se sorprenderá
el lector al saber que posiblemente el hombre más influyente de todo su tiempo
en el medievo europeo, Bernardo de Claraval, quién redactó la regla del Temple
y fue responsable de varias Cruzadas, llegó a dejar por escrito que «Dios es longitud, anchura, altura y
profundidad. » Entre otros grandes personajes, Johannes Kepler (1571-1630),
el considerado como fundador de la óptica y astronomía física moderna, escribió
en su obra Astronomis Nova de Motibus
(1607): «El objetivo principal de todas
las investigaciones sobre el mundo exterior debe ser descubrir el orden
racional y la armonía que ha impuesta por Dios en él, por ello nos ha revelado
el lenguaje de las matemáticas», igualmente «La geometría es un coeterno reflejo de la mente de Dios.»
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