Aún no se han borrado de la
retina de los españoles las imágenes de los efectivos de la UME o Unidad Militar de
Emergencias de España rescatando a numerosos conductores y familias atrapados
por una repentina y copiosa nevada en el norte de nuestro país. Y hablando de ellos, los
informativos hacían hincapié en que precisamente se cumplían diez años desde la
creación de esta unidad. Sin embargo, si echamos una mirada atrás, nos
preguntaremos, ¿realmente es tan novedoso este cuerpo?.
Que
la UME realiza
una tarea encomiable no lo discute nadie. Basta ver las imágenes aludidas de la abundante nevada que ha paralizado el norte de España para comprobarlo, o esperar
a la llegada del verano para encontrar a estos militares realizando actividades en los bosques o acudiendo a apagar incendios forestales (de los que por desgracia
una alta mayoría son provocados).
Sin
embargo, por extraño que resulte encontrarse a militares realizando tareas
forestales desbrozando el monte en lugar de estar en ejercicios militares con
tácticas de combate, se sorprenderá el lector al saber que estas tareas
campestres están más asociadas al ejército de nuestro país de lo que cabría
esperar.
De hecho, en la
Edad Media existía un servicio militar
conocido con el nombre de “azaría” o “acería” realizado por distintos pueblos
de nuestra geografía que se encontraban ubicados en zonas peligrosas,
fronterizas o próximas a los territorios ocupados por los “moros”. Las tareas
que se realizaban eran precisamente de protección del monte, de su limpieza y
vigilancia de una tala razonable que no supusiera un peligro para la futura
permanencia y pervivencia del bosque.
Igualmente de esta época y en relación con
los ejércitos, procede la expresión “bagaje” que actualmente usamos para
denominar a la carga emocional y de vivencias que acarreamos a lo largo de la
vida, pero que inicialmente designaba al equipo militar y el conjunto del
equipaje que los ejércitos desplazaban a su paso. Y es que existió una norma
denominada “contribución de bagajes” que obligaba a todos los habitantes de las
localidades por las que marchaban los ejércitos a acudir en ayuda de éstos con
carros, animales de carga y todo aquello que poseyeran y pudiera ayudar a
transportar heridos, armas, enseres, etc hasta llegar a otra localidad que les
sustituyera en el transporte. Como se imaginará el lector, esta obligación
acarreó muchos problemas ya que, a pesar de que el ejército solía dar una
bonificación monetaria a estos transportistas obligados, muchos protestaban
ante las autoridades debido a que ese pago no cubría el dinero perdido por
dejar de realizar sus jornales y tareas en el campo cuando acudieron a auxiliar
a las tropas militares. Por si esto
fuera poco, como venía siendo habitual, los inquisidores y sus familiares
cercanos, eclesiásticos, nobles y regidores quedaban exentos de cumplir esta
obligación. Y es que siempre hubo clases y favorecidos…
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