Es curioso cómo las amistades
suelen pedir la “opinión experta” de conocedores de la materia que tocan
algunas películas. Y ese ha sido el caso de la versión “Pompeya” estrenada el año pasado (2014). Una amistad se interesó por mi opinión como
geóloga sobre el particular ya que en cierta forma, como entretenimiento, no le
había resultado tan mala la película. Es una opinión respetable. Personalmente
no sólo me defraudó desde el punto de vista de la perspectiva geológica sino
también de la histórica. Con decir que veo más rigurosidad en “Un pueblo llamado Dante Speak”, donde los protagonistas llegan a
conducir su ranchera sobre una colada de lava incandescente y la única
consecuencia que sufren por ello es que se les deshinchen los neumáticos…Y con
todo, la ranchera sin neumáticos logra escapar de una colada o flujo
piroclástico (que viaja a más de 300 km/h y supera los 100 grados centígrados).
Con eso creo reflejar muy bien mi opinión sobre la película Pompeya.
Y
es que algo que no logro comprender es la razón que lleva a un director a
realizar una versión de una película para desmejorarla. En “los últimos días de
Pompeya” la película era medio digna y los errores cometidos se justificaban
por el escaso conocimiento que había aún de lo realmente ocurrido. Pero a día
de hoy, con un análisis bastante exhaustivo y completo del perfil sedimentario,
completado con las conclusiones de numerosos equipos arqueológicos que durante
años han estado trabajando en las ruinas de la famosa ciudad ¿por qué hacer una
película tan mediocre cuando tenían la capacidad para haber realizado un
excelente documental-película sobre la realidad que la Ciencia cuenta del final
de Pompeya y que sin duda da para una película muy entretenida, a la vez que
didáctica?. Volvamos a tener el error de “Troya”, cuando la información en nuestras manos daba de sobra para una
película realmente sobrecogedora.
Por Plinio el Joven sabemos que en
septiembre (el director de la película emplaza la acción el 24 de agosto) del
79 d.C., el Vesubio entró en erupción de una forma tan violenta que 24 horas
más tarde había arrasado las dos grandes ciudades residenciales del imperio
romano y uno de los principales puertos internacionales, pereciendo la
principal flota comandada por Plinio el Viejo, al tratar de salvar a los
ciudadanos que se apelotonaban en las playas. El propio Plinio fallecería en
otra localidad relativamente próxima a Pompeya, recopilando datos sobre la
erupción. Hay quien cree que lo mataron gases volcánicos tóxicos ya que su
cuerpo no mostraba herida alguna.
Las ciudades próximas al Vesubio sufrieron terremotos
leves, una nube ardiente, coladas de lava y un tsunami (en función del registro
sedimentario) que acabó barriendo la costa y destrozando la flota romana. El
volcán disminuyó en 600
metros su altura lanzando toda su cima a modo de
proyectiles en una mortífera columna que alcanzó los más de 32 km de altura, oscureciendo
el cielo de Europa. El problema es que el preludio de todo este infierno (y
nunca mejor dicho) fue una “inofensiva” lluvia de cenizas que provocó que los
habitantes de las ciudades relativizaran lo que estaba por llegar. A
consecuencia de los depósitos dejados por el volcán, la línea de costa
retrocedió bastantes kilómetros estando actualmente ambas ciudades (o lo que
queda de ellas) alejadas de la costa, tierra adentro.
Dicho
esto, procederé a compartir mis críticas. Lo primero que eché en falta fue
Herculano, una ciudad también ubicada en la falda del Vesubio y que, al
contrario de Pompeya, fue arrasada por la lava que comenzó a manar por la ladera
en dirección a la ciudad. Afortunadamente, muchos pudieron huir. Hoy día aún
pueden verse los edificios, emergiendo de zonas de lava aún no retirada y
vajillas y otros enseres rotos por el suelo a causa de la precipitación de la
huida de sus propietarios. Sobrecoge.
Pompeya,
por su parte, tuvo la mala suerte de encontrarse en la dirección del viento que
arrastró al flujo piroclástico o nube ardiente, descendiendo en este lado del
volcán con destino al mar. Por eso la gran mayoría de la población pereció
asfixiada y se “esfumó” ya que una enorme masa de aire a más de 300 ºC asoló la ciudad. Para
cuando llegó la lava a Pompeya no quedaba nada con vida en ella. El molde de un
perro retorcido aullando y personas caídas con gesto de asfixia o el hombre que
en una esquina esconde el rostro en sus manos mientras aguarda la muerte se
produjo como consecuencia de la caída de ceniza que durante todo un día estuvo
lloviendo sobre Pompeya como preludio de lo que estaba por llegar, pero nadie
supo interpretarlo. Conforme se acumulaba la ceniza, el aire se fue
volviendo cada vez más ácido e irrespirable, mortal. Los pulmones acabaron
fallando, hombres y mascotas murieron y la ceniza (formada por motas de polvo
minúsculas) que no paraba de caer cubrió totalmente sus cuerpos, preservando
cada detalle. Para cuando llegó la nube ardiente, la ceniza se coció
(favorecida por las grasas de los cuerpos) formando el molde que los
arqueólogos terminando encontrando y que al llenar de cemento inyectado dio
lugar a las figuras que observamos. Esta idea, todo sea dicho, fue del
arqueólogo Giuseppe Fiorelli que en 1863 obtuvo los tres primeros moldes de
yeso siguiendo su intuición y acercándonos así un poco más a todos, a la
tragedia que allí se vivió.
Por
cierto que aquí encontramos otro fallo grave de la película al poner bombas
volcánicas cayendo en Pompeya y encima con tremenda puntería (ya le gustaría a más de un ejército lograr tal grado de precisión en sus misiles...), cuando la realidad es que los desperfectos fueron causados por la nube
ardiente y por el peso de grandes cantidades de ceniza volcánica en los tejados
de los edificios, que terminaron colapsando sobre los pompeyanos que se habían
refugiado en sus hogares esperando que amainara la lluvia de cenizas.
Para
no alargar más esta entrada, continuaré mi análisis de la película en otra, próximamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario