Para todos nosotros hay
determinados acontecimientos históricos que nos habría encantado presenciar en
persona, ¿no es cierto?. Sé que para muchos son los típicos tópicos (el
descubrimiento del fuego, ir entre los soldados de Alejandro Magno en su
entrada triunfal por la bella Babilonia con sus jardines flotantes que eran una
de las maravillas del mundo antiguo, la invención de la imprenta, la redacción
de la carta de Independencia norteamericana, el descubrimiento de la tumba de
Tutankamón, …). Personalmente, también tengo mis “momentos favoritos” en los
que me habría encantado estar presente. Algunos quiero compartir con mis lectores.
Para
ser franca, habría sido fascinante estar justamente unos minutos después de
que se hubieran concluido al completo las pinturas rupestres de la impresionante
cueva de Altamira, la conocida como "la Capilla Sixtina" del Paleolítico, no sin razón. Debió ser mágico observar todos aquellos animales oscilando
por efecto del movimiento del fuego de las antorchas, mientras toda la cueva
olía a barro mojado, carbón y otros elementos usados como pigmentos.
Posiblemente la gruta estuviera llena de burdos andamios de madera y vegetales
usados como cuerdas, o tal vez de montones de tierra que llegaran hasta
escasamente un metro del techo, lo suficiente como para permitir realizar ese
fascinante conjunto de pinturas, aprovechando los salientes rocosos para dotar a
los animales representados de más naturalidad.
Haciendo un guiño a una de las frases atribuidas a Napoleón en Egipto, podría decirse que desde los muros de Altamira, "más de 30.000 años os contemplan".
En
su defecto, tampoco me habría “importado” haber acompañado en 1868, a la persona que se
considera que fue la primera de “nuestro tiempo” en pisar la cueva (si bien, quizás ni fue consciente de la totalidad de las pinturas allí realizadas
ni las pudo contemplar apropiadamente debido a que no podría llevar la
iluminación adecuada para lo que acababa de encontrar: todo un mundo mágico y
fascinante desplegándose ante él desde hacía más de 28.000 años). Por cierto, ayer las noticias informaban del hallazgo de una gruta ubicada también en la cornisa cantábrica, con pinturas posiblemente contemporáneas a las de Altamira y que acaban de ser descubiertas. A saber cuántas joyas aguardan aún en intrincadas galerías kársticas esperando ser encontradas.
Como
señalé en otra entrada anterior (aquí),
me habría fascinado estar en el acantilado inglés en el momento en que la
Gran Armada, la Invencible, se divisaba
en el horizonte. Debió ser espectacular ver aparecer una pared de buques de
todo tipo, con colosales naves al frente de ellos, enormes y sólidos como
bastiones. Complicados de manejar, es posible, pero tan pesados y firmes que
apenas los mecía el fuerte oleaje, convirtiendo sus cañonazos en altamente
mortíferos al ser sorprendentemente precisos.
En
esa misma entrada señalé la existencia de numerosos documentos de la época.
Pues bien, dejemos que uno de aquellos textos ( que abre mi libro "La Armada Invencible. La leyenda negra") se apropie de nuestra imaginación
y nos ayude a suponer lo que debió ser la colosal visión de aquella Armada el
29 de junio de 1588:
<< No vio el océano
espectáculo de mayor admiración. Extendíase la armada española en forma de
media luna, con inmensa distancia entre sus puntas. Venía con espacioso
movimiento y casi parecía que gemían las olas debajo de su peso y se cansaban
los vientos de regirla.>>
Finalmente,
y no por ello menos importante, habría dado lo que fuera por haber participado
en el hallazgo que denomino “la tumba de Tutankamon española”, la
habitación-sepulcro donde aguardaba la
Dama de Baza a ser descubierta a la luz de los nuevos tiempos
y civilización. Salvando las lujosas diferencias, debió ser fascinante el
momento en que aquel 22 de julio de 1971, ante un antiguo muro de piedra
construido por los iberos, se retiró pesadamente una de las piedras y el
arqueólogo Francisco José Presedo alumbró el interior de aquella extraña
habitación de 2,60 m
x 1,80 m…cuando el rayo de luz se posó sobre el apacible rostro de la Dama de Baza, que devolvía la
mirada majestuosamente sentada en su humilde trono, con todas las ofrendas
recibidas hacía más de mil años, dispuestas aún a sus pies. ¿Estaba enterrada
allí una mujer-guerrera?, ¿la esposa del jefe de la tribu de guerreros?. El
hecho es que los restos de esta señora descansaban en este recinto funerario
con numerosas armas iberas a sus pies, recipientes cerámicos con alimentos y, en
una esquina, un jarrón púnico con un conducto que salía al exterior (tal vez
para dejar escapar el alma de la fallecida, o posiblemente para que se
vertieran ofrendas líquidas, quién sabe)
Hace
poco estuve en Madrid viendo la exposición sobre Hernán Cortés (abierta hasta el 3 de mayo) y visité por dos días el recientemente reabierto Museo Arqueológico
Nacional (M.A.N.). En una de sus salas, junto a mi admirada “Bicha de Balazote”
se encuentra la Dama
de Baza en el interior de una fiel reconstrucción de lo que fue su recinto
funerario. En la sala contigua, la
Dama de Elche fascina a todos junto a la bella escultura del
“Guerrero de Osuna” y una de las “Dama Oferente” del Cerro de los Santos.
Merece la pena deambular por estas salas.
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