Cada
vez son más los investigadores que coinciden en la apreciación de que la Guerra Civil española
fue un ensayo de laboratorio de otras grandes potencias internacionales que en
su día –periodo previo a la Segunda Guerra
Mundial- se encontraban moviendo ficha en el ajedrez que entonces se jugaba
para medirse las fuerzas. España siempre ha sido ese conjunto de tribus
relativamente independientes que se encontró el Imperio Romano cohabitando en
el territorio peninsular y, para más detalle, en un enclave geográfico
estratégico de primer orden.
Los
intereses políticos de las distintas potencias removieron ancestrales rencores
tribales y estalló una guerra intestina, visceral y fraticida en la que se
manifestaron las perversiones y odios más primarios, incendiados por diversas
potencias mundiales. El resultado fue devastador y humillante para ambos
bandos. A día de hoy siguen descubriéndose nuevos datos y hallazgos que no
hacen sino respaldar esta idea. Veamos algunos de ellos.
Confieso
que gran parte de la obra del pintor aragonés Francisco de Goya no me gusta, tal
vez porque muestra cosas que provocan que me avergüence. Con todo, confieso que
uno de sus cuadros es para mi el que mejor recoge el absurdo de la Guerra Civil española (aunque
el pintor aragonés lo pintó basándose en los horrores realizados, en la guerra
de Independencia, por los ejércitos franceses sobre los ciudadanos españoles).
Consiste en la pintura llamada “duelo a garrotazos”, en la cual se ve a dos
hombres sumergidos hasta las rodillas en arenas movedizas. Como es sabido por
todos, en este tipo de terreno cuanto más se mueve uno más se sumerge, de
manera que con frecuencia se usan tablones de madera o una cuerda para ayudar a
la persona o animal caído en él, a subir y librarse de esta prisión mortal. Si
miramos el cuadro, ambos hombres llevan madera en sus manos pero, lejos de
ayudarse entre sí para salvarse de las peligrosas arenas, continúan dándose
peligrosos golpes con el fin de matarse, lo que a su vez les garantiza su propia
muerte pues esos enérgicos movimientos se sumergen más y más en el fango mortal.
En la imagen se muestra el cuadro junto a un autorretrato que el pintor hizo
de joven en su taller de pintura.
Pues
bien, a finales del mes de noviembre del año pasado, se descubrían en La Sagrera, una zona de la
ciudad de Barcelona, una red de túneles antiaéreos construidos en plena Guerra
Civil que no habían vuelto a ser pisados por nadie desde 1939. Concretamente
se ubican en la calle Berenguer de Palau, nos 52 al 62, bajo la
conocida Torre de la Sagrera. El
hallazgo se produjo cuando la casa de tipo indiano de 1875 y estilo neoclásico
conocida como “torre” y en la que habitó el director de la fábrica de textiles
de La Española
fue desalojada de “okupas” y se mandó a un equipo de obreros a estudiar si los
cimientos no se encontraban dañados por las cercanas obras del AVE (tren de
alta velocidad). Los técnicos echaron abajo un muro tapiado con ladrillo para
poner evaluar mejor los cimientos, dejando a la luz, para su sorpresa, una
escalera de 6,5 metros
de longitud que se adentraba en el suelo accediendo a la red de túneles de la Guerra Civil. Así,
se encontrada de manera fortuita otro de los 1.350 refugios antiaéreos
barceloneses de los que se tiene constancia a día de hoy y es que se estima que
la ciudad condal sufrió unos doscientos bombardeos durante la cruenta Guerra
Civil.
El azar quiso que las cercanas obras del AVE no se toparan con ellos, preservándose para futuras generaciones, ya que como bien dijo Cicerón “quién no conoce su pasado está destinado a repetirlo”. Por ello es vital que este tipo de construcciones se preserven para que generaciones futuras que no sufrieron los horrores de la guerra sepan de las atrocidades cometidas por ambas facciones enfrentadas y evitar así repetirlas. Esta misma razón es la que me hace defender, por ejemplo, que el Valle de los Caídos no sea destruido ya que creo que borrar de un plumazo este tipo de obras no es la mejor solución para evitar que se cometan errores similares a los que desembocaron en ese vergonzante sinsentido.
En la imagen, aspecto del bello edificio la Torre de la Sagrera, plano con los 1.400 refugios antiaéreos de Barcelona y detalle de uno de los tramos.
El azar quiso que las cercanas obras del AVE no se toparan con ellos, preservándose para futuras generaciones, ya que como bien dijo Cicerón “quién no conoce su pasado está destinado a repetirlo”. Por ello es vital que este tipo de construcciones se preserven para que generaciones futuras que no sufrieron los horrores de la guerra sepan de las atrocidades cometidas por ambas facciones enfrentadas y evitar así repetirlas. Esta misma razón es la que me hace defender, por ejemplo, que el Valle de los Caídos no sea destruido ya que creo que borrar de un plumazo este tipo de obras no es la mejor solución para evitar que se cometan errores similares a los que desembocaron en ese vergonzante sinsentido.
En la imagen, aspecto del bello edificio la Torre de la Sagrera, plano con los 1.400 refugios antiaéreos de Barcelona y detalle de uno de los tramos.
Alguien dijo
aquello de “todos perdemos en una guerra”.
Por ello hay que mantener esas cicatrices bien visibles si se desea que tanto
dolor y absurdo puedan traer consigo algo bueno. Y a la vez por eso veo tan
peligroso el juego egoísta de muchos políticos actuales de abrir la caja de
Pandora de los nacionalismos radicales con el fin de desviar la atención de
corrupciones propias. Es un tema que reabre heridas llevando a la gente a
manifestaciones tan reprochables como hacer una fiesta carnavalesca vestidos de
militares catalanes fingiendo matar gozosamente a otros vestidos de militares
españoles (ver),
o los tuits escritos por diversas personas diciendo que no deben preocuparse
tanto por las víctimas españolas del accidente aéreo del avión de la Germanwings en los
Alpes porque después de todo eran catalanas (ver).
A mi entender los idiomas y dialectos de cada región
enriquecen las regiones puesto que conllevan un folclore y maneras propias de
entender la vida que deben cultivarse y resguardarse; eso sí, siempre desde el
mayor respeto, sin imponerse nunca unas sobre otras y sin entrar en
tergiversaciones de la historia. Tenía yo un compañero “choquero” (onubense)
que se sentía ofendido porque, según él, el dialecto andaluz era un idioma distinto
pero muy similar al castellano y defendía su tesis con palabras, que aún se usan,
tomadas del pasado andalusí como “candela” en lugar de fuego o “manío” en lugar
de pan pasado y rancio, tipo chicle. Argumentaba que para un andaluz Granada se
dice realmente “Graná”, Cádiz es “Cai”, Huelva es “Huerva” y “adios” en
“andaluz” es “con dió”, algo que frecuentemente dicen los hombres de cierta edad. A
este respecto, recuerdo una broma que me pasó para “demostrar” precisamente
estas ideas y que se basaron en un hecho real, cuando el Ayuntamiento de
Barcelona escribió a la empresa “Isleña de Navegación S.A.” de Cádiz, en
catalán, pidiéndoles algo que los gaditanos no supieron entender. La gracia
reside en la carta de respuesta “en andaluz” que los gaditanos remitieron a los
catalanes y que muestro en la imagen evidenciando los absurdos en los que se
puede caer, de abrir polémicas muy poco apropiadas para el siglo XXI en el que nos
hallamos. En la imagen se muestra la explicación del hecho y una fotografía de ambas cartas. Picar con el ratón sobre la imagen, para ampliarla.
Dejando
estos rifirafes a un lado y regresando a las noticias, la sorpresa llegaba de la
mano de un equipo de investigadores del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica
que se encontraba trabajando en la una antigua majada del municipio turolense
de La Abejuela,
descubriendo un conjunto de esqueletos enterrados en verano de 1938 en las
proximidades de una trinchera. Se cree que corresponden a soldados republicanos,
ya que de ser franquistas, sus restos habrían sido desenterrados recibiendo
sepultura en los cementerios locales como ocurrió en tantas otras ocasiones.
Analizando los detalles anatómicos de los cinco esqueletos, se ha determinado
que dos de ellos tendrían 20-25 años cuando fallecieron, otros dos rondarían
los 15 años y un quinto sería menor de 15 años. De esta manera se encontraban
los restos de tres niños soldados –ya que claramente vestían uniforme al
encontrarse entre los restos hebillas, casquillos de balas y botones de
uniformes-, los primeros de los que se tiene constancia que lucharon en la Guerra Civil. Lo más extraño es
que en opinión de los investigadores, los republicanos no dejaban salir al
campo de batalla a niños menores de 17 años ni a mujeres, lo que da una idea de
la crueldad que imperó en tierras aragonesas, precisamente en la misma región
de la que era natural el pintor Goya. Se estima que existieron 25 fosas pero
muchas fueron removidas y expoliadas hace años.
En
la imagen, detalle de uno de los restos y de uno de los casquillos de bala encontrados
(abajo), junto a la carta que el alcalde nacional de Abejuela envió el 3 de
mayo de 1939 a
su equivalente de El Toro solicitando permiso para dar cristiana sepultura a
los republicanos muertos, apelando a la dignidad humana.
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