lunes, 18 de mayo de 2015

La prostituta que se convirtió en emperatriz


       No descubro nada nuevo si afirmo que los hombres (en masculino) con demasiada frecuencia aspiran a  dejarse ver públicamente llevando de la mano a una mujer (joven, preferiblemente) despampanante, objeto de envidia de sus congéneres masculinos. Esto ha sido siempre así y lo será. Por eso no debe extrañar que existan refranes como el que vulgarmente sentencia “más tiran dos tetas que dos carretas” con el género masculino, y que haya mujeres astutas que quieran usar esto en su propio provecho, sacando partido a sus atractivos físicos. Podríamos citar cientos, miles de nombres, desde la espía Mata Hari hasta Cleopatra, por citar tan solo a dos. Pero prefiero centrarme en un personaje que representa como pocos el culmen de la explotación de ese hecho, me estoy refiriendo a Teodora.

       Teodora de Bizancio fue una mujer que sin duda dejó huella de su paso en la tierra. Numerosos escritos se refieren a ella tanto por sus destacadas dotes como prostituta, como por su sentido de la justicia una vez que acaparó el mayor poder que pudo.
           

       Nació hacia el 500 d.C., en el seno de una familia burguesa, en la costa de la actual Turquía. Mientras unos la hacen hija de Acacio, otros (Bar-Hebraeus y Miguel el Sirio) la describen como hija de un sacerdote nacida en Daman, Siria y otros (Nicéforo Calixto), en Chipre. Sin embargo, los historiadores suelen prestar más credibilidad al escriba del general romano bizantino Belisario, Procopio. Así, la joven Teodora se trasladaría a vivir con muy pocos años a  Bizancio (Constantinopla o Estambul), gran urbe, tanto administrativa como cultural y comercial. Al padre parece irle todo bien y la familia disfruta de un nivel adquisitivo bueno hasta que Acacio sufre un accidente y muere. De acuerdo con las leyes del momento, la esposa y madre de la joven Teodora no podrá volver a casarse por respeto a su marido, lo que las lleva a tener que medir mucho sus gastos. Todo esto pasa factura a la salud anímica de la madre de Teodora, sumiéndose en una grave depresión.
     Mientras, la joven que estaba siendo educada por maestros de buena cuna y mejor salario, acaba viéndose abandonada a renunciar a esto, comenzando a descubrir una nueva vida en los ambientes poco éticos de la gran urbe de Oriente. A pesar de su precaria situación económica, Teodora cuenta con una gran belleza, porte y aires aristocráticos, de forma que no tarda en darse cuenta del poder que estos atributos tienen para obtener joyas y favores de hombres acomodados, con gran peso político, comercial y administrativo. Por otra parte,su hermana Komito pronto se convertirá en prostituta de hombres de baja realea.
      Comienza a frecuentar los distintos salones del hipódromo de Bizancio, donde se dan cita todos los jugadores y apostadores de la ciudad para ver peleas de gladiadores, carreras de caballos y otros eventos con lo más granado de la sociedad bizantina como asistente. En un primer “descenso a los infiernos” la aún no adolescente Teodora apuesta por ser actriz, realizando diversos papeles de clásicos que con frecuencia recitaba mal y le aburrían pero que atraían a gran cantidad de público por el encanto de la joven, que interpretaba pésimamente.
        Según cuenta Procopio, cansada de las filípicas de sus profesores que le reprochaban sus malas dotes interpretativas, terminó abandonando las escuelas que apostaban por los clásicos, dedicándose a recitar textos subidos de tono mientras se contorneaba provocativamente con ropas transparentes que deleitaban a su cada vez mayor público. No en vano, su madre había sido actriz y bailarina. Un día, tras su sesión de contorsiones provocadoras y recitado de historias que hacían sonrojar a las mujeres más pudorosas, acabó la actuación con una pirueta en el aire, casi desnuda, para sentarse en el escenario abierta de piernas. Para sorpresa de los asistentes subieron al escenario unos esclavos llevando un saco de cereal que vertieron sobre la joven, cubriendo su cuerpo y tras ello, varios gansos comenzaron con cuidado a retirar todos los granos del cuerpo de Teodora que se flexionaba y gemía de tal forma que las crónicas cuentan que todo el auditorio terminó masturbándose o teniendo relaciones sexuales en una gran orgía. Tenía diecisiete años y acababa de convertirse en la mujer más deseada de la capital de Oriente, la gran Bizancio.

        En poco tiempo amasó tal fortuna que pudo convertirse en la madame de su burdel, famoso en todo el Imperio. Su precio estaba a años luz del resto de prostitutas y aún así la lista de hombres deseosos por recibir la atención de Teodora era kilométrica. Gobernadores y ricos comerciantes pagaban sumas astronómicas para que la joven pasara unas horas o días en sus posesiones, agasajándola durante todo el viaje de ida y vuelta.
        Fue precisamente en uno de estos viajes cuando Teodora se topó en Alejandría (Egipto), con Severo (o Timoteo III de Alejandría) un alto cargo religioso en Antioquia caído en desgracia al defender la única naturaleza divina de Jesús (y no la triple naturaleza de Dios). Por primera vez la joven estaba ante un hombre interesado en la espiritualidad de la joven y no en sus atributos físicos o artes amatorias. Y le sorprendió. Tuvieron una larga y profunda charla que la cambió hasta tal punto que al regresar a Bizancio, Teodora dejó de prostituirse, rechazando a todo su largo séquito de amantes y fervientes admiradores, para trabajar como costurera. Con todo, Teodora acabó cediendo a las insistencias de una de sus amigas –Antonina, esposa del general Belisario- para que la acompañara a un banquete, donde le presentó al aristócrata Flavius Petrus Sabbatius, que no era otro que el futuro emperador Justiniano, el cual llevaba tiempo deseando conocerla y de la que se enamoró perdidamente. Como era de prever, el emperador y hombre más influyente y poderoso de todo Oriente, no debió hacer un gran esfuerzo para que la joven le mirara con buenos ojos, convirtiéndose en su amante.
       Dado que las leyes prohibían a las artistas y prostitutas casarse con gentes de la nobleza, Justiniano le otorgó el rango de patricia, pasando a formar parte así de la aristocracia. Aunque Teodora vivía en palacio con Justiniano, la emperatriz Eufemia y tía del joven no veía bien la boda así que tuvieron que aguardar hasta que ésta falleció y, tras esto, el joven convenció a su tío, el emperador Justino I, para que derogara la ley el tiempo suficiente para contraer matrimonio con Teodora. Así, no pasó mucho tiempo hasta que la naturaleza siguió su curso y Justiniano se coronó emperador, pasando Teodora a ser emperatriz consorte. El día 14 de noviembre es su santoral en la iglesia ortodoxa.

        De esta manera, una joven de gran belleza y gracia no sólo llegó a coronarse la mujer más influyente de Oriente sino que llegó a ser santificada. Ahí es nada.


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