martes, 23 de junio de 2015

La Sagrada Familia. Gaudí y Durero


          En una entrada anterior concluía señalando la extraña relación que unía al bello cuadro Melancolía I de Durero con la no menos maravillosa Sagrada Familia de Antonio Gaudí. Pues bien, ha llegado el momento de tocar este asunto, como le prometí a uno de los lectores que dejó su comentario allí.
      Si la figura de Antoni Gaudí y su mentalidad es francamente fascinante, no lo es menos su inconclusa y magnífica obra, la iglesia de la Sagrada Familia, en Barcelona. No es de extrañar que desde el momento mismo de su construcción el mundo contuviera la respiración y acabara influenciado por el edificio en el que, verdaderamente, nada está dejado al azar y es un cúmulo de simbolismo desde de la primera a la última piedra.


        Como los antiguos maestros constructores del Medievo, Antonio Gaudí comprendió que la elaboración de un templo sagrado cristiano equivalía a traer parte de la creación, del mundo que conocemos, a esa parte de tierra de manera que cualquier persona que analizara el templo pudiera obtener una visión del mundo y del Universo, así como de algunas de las leyes físicas que lo rigen. Para ello, como los sabios de la Antigüedad, se basó en un minucioso estudio de la naturaleza y de las leyes que la regulan para extrapolarlas a las piedras de la futura iglesia.

         De esta manera llegó a tomar de la naturaleza parte de sus elementos constructivos. Así, los dientes de león sirvieron de inspiración para los pináculos, las margaritas y los bosques para el aspecto del interior de su iglesia, las caracolas para sus escaleras y el propio macizo rocoso de la Sierra de Montserrat, para una de sus cúpulas principales que se alzan hacia el cielo.


       Seguramente Antonio Gaudí y sus colaboradores debieron tener serias dudas acerca de cómo transmitir los parámetros del mundo real que conocemos. En ese sentido debieron verse reflejados con el ángel que, diversas herramientas en mano y alrededores de distintos oficios, retrató Alberto Durero devanándose los sesos para conocer la esencia de Dios en su cuadro Melancolía I y cuyo simbolismo ya analizamos en otra entrada.

       Pues bien, se sorprenderá el lector al comprobar que parte de los elementos que Alberto Durero añadió a su curioso cuadro están presentes en el monumento de Antonio Gaudí. ¿No lo creen? Pues nada mejor como las imágenes para despejar toda duda razonable.
    Y por tener, Gaudí se tomó la licencia de añadir a su obra un laberinto como los presentes en otros santuarios sagrados, ya fueran prerromanos y con petroglifos, o bien románico-góticos alzados sobre un antiguo dolmen, como en la catedral francesa de Chartres. En el caso de la Sagrada Familia, el laberinto se encuentra en la fachada de la Pasión, cuyo conjunto escenográfico se ha de leer en forma de S (¿velada referencia a las fuerzas telúricas representadas en culturas prerromanas por un símbolo similar y la serpiente?), en la escena relativa a la negación de Pedro. Las esculturas, como informan Albert Fargas y Pere Vivas, fueron elaboradas por Joseph Maria Subirachs.

         Así las cosas, trasladémonos frente a la fachada de la Pasión (en la imagen), en cuyas columnas Gaudí quiso expresar una atmósfera descarnada mediante la imitación de cartílagos y huesos.
         
    El primer elemento evidente compartido por Gaudí con Durero y que salta a la vista es un cuadrado mágico. Como en el cuadro de Durero, Gaudí lo añade como fondo, sobre una pared. En la Sagrada Familia acompaña a la escena del beso de la traición de Judas, como se muestra en la imagen.
            
     Como se observa, todos estos elementos rodean a las puertas que en todos los idiomas se plantea “¿Cuál es la verdad?” en la Puerta del Evangelio, ante cuya entrada Gaudí situó a un flagelado Cristo con el Alfa y el Omega  (Apocalipsis 22,13: “Yo soy el alfa y el omega, el primero y el último, el principio y el fin”) coronando la columna.


       Uno de los elementos que tengo en mis numerosas “tareas pendientes” es centrarme en la inmensa simbología que se acumula en las maravillosas puertas de bronce del Portal de la Fe (Puerta de Getsemaní y Puerta de la Coronación), en un aparente galimatías que para un buen entendedor, nada tienen de eso. Es precisamente en estas puertas donde encontramos el resto de los elementos tomados del cuadro de Durero (esfera y poliedro) e incluso la mención al mismo:


      Además de otros curiosos elementos, como un corazón con forma de hoja o de erizo fósil (equinodermo), una llave o el detalle de la Creación de Adán pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina y donde curiosamente la mano de Dios ha sido trazada recordando al Ojo de Osiris de la milenaria cultura egipcia.
        Como vemos, nada en la obra de Gaudí es casual o meramente ornamental. Igual ocurría en las ermitas e iglesias románicas entre las que nunca me cansaré de caminar descubriendo siempre un elemento nuevo o un “mensaje” debidamente escondido a los ojos del mundo no iniciado.


4 comentarios:

  1. Amparo Alcántara23 de junio de 2015, 4:25

    Como siempre, me ha encantado su artículo.
    Muy didáctico, entretenido y bien argumentado, ayudando a que apreciamos nuestro patrimonio.
    Felicidades una vez mas y la ánimo a continuar.
    Amparo Alcántara

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  2. Muchas gracias, Amparo, por sus palabras. Un saludo.

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  3. Uno de los artículos que más me ha gustado hasta la fecha.
    Me ha atrapado con su magia y la abundante información de esas curiosísimas concordancia existentes entre tres genios. He sentido por un momento la misma sensación que me invade al entrar en la Sagrada Familia: de ser un ser minúsculo y estar rodeada por algo muy grande que no acierto a comprender.
    Grande, grande, Gaudí. Qué gran contraste entre la gran austeridad de su vida, rayana en la miseria, y la grandeza de su obra.
    Lo dicho. Un placer. Te animo a seguir acercándonos a esas fuentes de saber puro y a animarnos a sentir la magia en tantos sitios de nuestro gran patrimonio.
    Saludos

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    1. Muchas gracias, Minuciosa. Ciertamente parece que Gaudí quiso hacerle su pequeño homenaje a la obra de Durero, a la vez que actuó como un maestro de obras de una de las logias medievales del siglo XII, guardando su trabajo mucho paralelismo con cualquiera de las enigmáticas e iniciáticas iglesias románicas primero y luego góticas de nuestra bella y variada geografía española.

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