Con
frecuencia, la realidad suele superar la ficción y eso es algo que puede
aplicarse a los avatares de la vida que hicieron del espía español Juan Pujol
García un elemento clave para permitir el Desembarco de Normandía aquel famoso
Día D, a la Hora H.
Juan Pujol
García era un agente doble usado por los británicos durante la Segunda Guerra Mundial.
Conocido con el nombre en clave de “Garbo” (para los británicos), jugó un papel clave cuando en 1944, días antes del
Desembarco de Normandía por parte de los Aliados, los alemanes recurren a él (su
nombre en clave para ellos era “Arabel”) para tratar de dilucidar qué había de
cierto en tal información captada por otros espías nazis. “Garbo” quitó valor a la información diciendo
que era una cortina de humo para desviar la atención del verdadero desembarco,
en Calais. Para asegurarse de que era oído, mandó nada menos que 500 mensajes
con esta información a Berlín atrayendo la atención alemana hacia el teatro que
los aliados estaban llevando a cabo en Calais (como ya mostré en su día aquí
con imágenes curiosísimas), casi 240 kilómetros más
al norte.
Juan Pujol vistiendo su
uniforme republicano durante la Guerra Civil. Posando junto a la embajada alemana en España.
Con esa
contradictoria información en mano, los dirigentes nazis deciden dividir sus
tropas, mandando las más numerosas a Calais. Lo curioso es que parece ser que
no sólo no se le tiene en cuenta tan “fatal error”, que llevó al Tercer Reich a
perder la Guerra,
sino que el propio Hitler condecorará a “Garbo” con la cruz de hierro, en
agradecimiento a los extraordinarios servicios prestados a Alemania, el 29 de
julio de 1944. El mismo año y pocos meses después, es el gobierno británico el
que decide premiarle por sus servicios reconociéndole como Caballero del
Imperio Británico (esto es, “Sir”). Que se sepa, es la única vez en la Historia que ambos
bandos premiaron a un espía por su labor realizada en un mismo conflicto.
Lo más
tremendo de este asunto es que antes de esta acción si hubieran preguntado sobre él a
cualquier agente británico que estaba al mando, habrían coincidido en
asegurar que pasaba sin pena ni gloria, era un hombre gris, pequeñito, calvo y
aburrido que no llamaba la atención. De hecho, en un primer momento, el Servicio
de Inteligencia Británico rechazó sus servicios cuando en 1941 Pujol se personó en la embajada madrileña a ofrecer su trabajo
a la Corona Inglesa. Ante esta negativa, Pujol se
ofreció a los nazis mostrando un falso pasaporte venezolano, como diplomático
que frecuentemente viajaba a Londres (aunque Pujol por entonces no hablara ni entendiera
inglés) y afín a las ideas nazis. Los alemanes lo reclutaron, le prepararon
intensivamente como espía y pusieron a su disposición todo lo necesario para
que creara una red de “contactos” londinenses. Como desconocía el idioma
anglosajón y su pasaporte venezolano era falso, Pujol se las ingenió para marchar a Lisboa
(lejos de los franquistas, pues era republicano y había pasado su último año encerrado en una pequeña habitación de un mediocre hotel madrileño con todas las luces apagadas para no ser detectado por los nacionales) y desde allí, con libros sobre
la inteligencia británica, noticias diarias en los periódicos y buenas dosis de
imaginación, creó supuestos informes de inteligencia que enviaba a Berlín haciéndolos
pasar como fruto de la información de su red inglesa. Estos informes estaban
tan bien fundados en “medias verdades” que cuando agentes ingleses constataron
la gran verosimilitud que los nazis daban a un informe de Pujol sobre
movimientos militares británicos en Malta inventados por él, los ingleses
decidieron contar con sus servicios como agente doble. Lo trasladaron a
Londres, le sometieron a un curso intensivo del idioma y el ejército británico,
perfeccionaron su “currículo” e hicieron que un sargento estadounidense en una
noche de borrachera “confesara” al cabecilla galés de Los Hermanos de la Orden Mundial Aria, las
preocupaciones de los Aliados hacia un espía de identidad desconocida que
parecía tener una tupida red de buenos contactos en Londres e informaba a los
nazis. Este ex granjero de pollos, resultó ser el mayor actor del mundo,
logrando mentir a ambos bandos con su papel de “mosquita muerta”. E ingenioso.
Por ejemplo, en noviembre de 1942 solicitó a los agentes británicos que lograran
dar salida a su carta informando del inminente desembarco de tropas británicas
en el norte africano, con fecha en el matasellos anterior al momento de salida de la
misiva. Su respuesta desde Berlín se lamentaba de que no hubiera llegado a
tiempo ya que la información era sumamente valiosa y veraz.
"Entramado Pujol" sacado
recientemente a la luz en periódicos y webs de todo el mundo, y pasaporte usado
por él haciéndose pasar por venezolano.
Sin embargo,
si la labor del espía “Garbo” es digna de recordar, la que hizo otro espía español,
Miguel Piernavieja del Pozo, es más bien para olvidarla. Y es que,
recientemente, entre los documentos desclasificados por el Servicio de
Inteligencia británico, consta cómo Miguel fue enviado un 29 de septiembre de
1940 (asentándose en Londres el 27 de noviembre) a Gran Bretaña por el ministro
de Exteriores de Franco, Serrano Suñer, para que tratara de pasar desapercibido
y se hiciera con información trascendental que pasar a los nazis sobre el
bando Aliado.
Serrano Suñer saludando
desde un coche oficial en un desfile. Imagen mostrando al capitán Zamanillo (izquierda
de la mujer), una enfermera alemana, Miguel Piernavieja (derecha de la mujer) y
Francisco de Miguel González (derecha).
Pues bien,
estos documentos recogen que Miguel –cuyo nombre en clave era Pogo– se aficionó
tanto a la “mala vida”, alquilando un lujoso apartamento en el 116 de la avenida
Picadilly y siendo “muy popular” entre las bailarinas del Café de París, haciéndose
pasar por periodista del régimen (y concediendo varias entrevistas a
importantes periódicos británicos asegurando que los nazis ganarían la guerra),
que terminó por ser reclamado desde Madrid para que regresara, depués de tan sólo un año “de servicio” en Londres. No en vano, hay quién le califica “el Anacleto de Franco”.
Si todo esto
ya causaría cierta vergüenza, lo mejor llega cuando los documentos del MI5
desvelan que el contacto al que el tinerfeño pasaba su información, Gwylm
William, no era el nacionalista galés pronazi que el español pensaba sino un
agente británico. Piernavieja hizo cosas tan estrepitosas como llegar a pasar a
este agente del MI5 las claves de la embajada inglesa en la capital española o
pagarle al galés 3.900
libras (toda una fortuna para la época, equivalente a
112.000 euros actuales) en una lata de polvos de talco, a cambio de que le
revelara información sobre el movimiento galés y las plantas de armamento que
en tal región había ya que, según le dijo el español, tenía por misión
sabotearlas. Con estas ingentes meteduras de pata, los ingleses vieron la
oportunidad de pasarle falsa información para así que actuara, sin saberlo,
como agente desinformativo de los alemanes.
Carlos, hermano de
Miguel y gran deportista español. Miguel posando con la Selección Española
de Fútbol, en su nueva faceta tras abandonar el Ejército.
Para limpiar
sus errores se enroló en la División Azul
donde se le reconocen varios méritos en combate (recibiendo por ello la cruz de
hierro), llegando a ser años después un directivo de alto cargo en el Consejo Superior
de Deportes.
Lo malo es que
al retirar a Miguel Piernavieja de Londres al año de haber llegado la
situación no mejoró para los servicios de inteligencia franquista, al ser
sustituido por Ángel Alcázar de Velasco, cuya altanería y prepotencia le hacían
no pasar desapercibido, con sus constantes bromas de mal gusto contra
Jesucristo en la anglicana Londres. No en vano es conocido como “el
Torrente de Suñer”. Lejos de pasar desapercibido al más puro estilo Juan
Pujol García, Alcázar alardeaba públicamente de poseer tan buenos contactos en
el Gobierno español que posiblemente terminaría como embajador en la capital inglesa. Se
codeaba públicamente con los más fieles defensores del nazismo, defendía sus
ideas e incluso llegó a hacer acto de presencia en un respetable y selecto club
londinense ataviado con su uniforme falangista.
Alcázar supo explotar su experiencia como
espía para desarrollar su otra faceta como escritor.
A todo esto se
debe sumar las pésimas medidas de seguridad de la embajada española en Londres, donde era
fácil colarse, robar determinados archivos, comprar a empleados para obtener los códigos de descifrado de mensajes y, lo peor, que
dichos códigos no se renovaban en meses, a veces hasta casi un año. Por eso,
como el MI5 fanfarroneaba en cierto documento desclasificado, en apenas un par
de meses ya tenían una visión bastante precisa de la Embajada Española,
sus componentes, redes y contactos.
Todos estos
documentos han dado lugar a la realización de un libro por parte del profesor
Christopher Andrew denominado “The
Defense of the Realm: The Authorized History of MI5” (Ed. Penguin, 2010), “La defensa del reino: historia autorizada
del MI5”.
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