Se ha usado
tanto la historia de la
Conquista de América para tratar de dinamitar el prestigio
del Imperio Español, el mayor que nunca ha existido, que muchas de
las curiosidades del encuentro de dos mundos, llamados el “Viejo” y el “Nuevo
Mundo” han pasado casi desapercibidas y me gustaría centrar la atención en
algunas de ellas.
La Leyenda Negra contra España ha
ido creciendo tan exponencialmente que casi hubo que esperar a que un
australiano, Mel Gibson, grabara su “Apocalypto” para que los historiadores comenzaran
a plantearse realmente qué papel jugó el ejército del Imperio Español (no más de cuatrocientos soldados en tierras mexicanas) en la caída
de los Aztecas e Incas, a manos fundamentalmente de una coalición de pueblos
nativos subyugados por los caciques de aquellas tribus.
Una vez que se acudió nuevamente a
las crónicas para leer fidedignamente lo que ocurrió -quitando odios, intereses
y falacias- se ha podido ir viendo una serie de hechos que realmente encuentro
entrañables, consecuencia de dos mundos dispares que se miran por primera
vez a la cara.
Así, ya conté en su momento la
graciosa anécdota de la procedencia del nombre de la Península del Yucatán,
en México,
quedándose con la denominación de “no entiendo”.
La misma falta de conocimiento puede
atribuirse a los indígenas lampiños que observaban llegar a hombres barbados montados en sus
caballos, portando ambos brillantes armaduras. Hacía ya siglos que el caballo
se había extinguido en el continente americano, así que desconocían este
animal. De hecho, los caballos que allí quedaron descienden de los llevados
por los españoles. Los famosos “Mustangs” norteamericanos, por ejemplo, (cuyo
nombre deriva del término español “mesteño”, cruzado); de ahí que en la
película “Océanos de Fuego” (imagen central), el protagonista llamara a su Mustang, “Hidalgo”, que significa en
castellano antiguo "miembro
de la nobleza” y por extensión, persona noble y honesta.
Como los nativos americanos no sabían qué era un caballo, fueron muchos los indígenas que
al ver a los jinetes españoles consideraron que eran todo uno, creyendo estar
ante seres fabulosos a modo de centauros griegos. Por recovecos de la historia,
curiosamente los propios escritores griegos de la antigüedad pusieron en sus crónicas, varios
siglos antes del cambio de era, que los centauros eran propios del sur de la
Península Ibérica. En la imagen, bajorrelieve griego y mosaico romano hallado
en la villa Adriana de Tívoli (Italia), representando a un centauro luchando.
Una anécdota parecida con respecto a animales desconocidos hasta entonces (Rafael
Aguirre Ruíz, Conceptos Básicos sobre
Cocina) puede contarse de Hernán Cortés cuando, en 1517, se dirigía hacia
Tenochtitlán con sus hombres y de pronto entre la vegetación les salió un pavo, que muy
pausadamente se cruzó delante de su camino, parándose ante ellos. Los
españoles, que nunca habían visto un animal semejante, lo miraron sorprendidos
ya que les recordaba a una gallina enorme.
Comenzaron a golpear escudos y corazas para que el animal huyera y pudieran proseguir su camino,
pero “el bicho” reaccionó sacando pecho, hinchando su plumaje, abriendo su cola
como un abanico enorme y mirándoles altanero. Tanta gracia les hizo a los
españoles que alguno dijo socarronamente: “míralo,
ni que fuera un pavo real” ya que, gracias a las posesiones en Filipinas y
Asia, en España era normal que los aristócratas tuvieran pavos reales en sus
jardines, por no mencionar que los musulmanes de Al-Ándalus también tenían esta
bella ave en sus palacios.
Pero claro, aquella “gallina
enorme”, con un plumaje tan poco agraciado distaba mucho de las aves del
paraíso, y tal vez por esa misma ironía, comenzaron a llamarle “pavo” o
“gallo de papada”, aunque los indígenas lo llamaban Guajolote.
Con todo, el animal no parecía
querer quitarse del camino, así que varios españoles comenzaron a tirarle
piedras para espantarlo lo que provocó que Ayauhtli (“niebla”), un indio que
iba guiando a los españoles, saliera en defensa del animal diciendo que era sagrado para ellos pues solía mediar para que los dioses les trajeran
lluvia. Los españoles rieron por la ocurrencia y Ayauhtli replicó
que además, era un manjar y para sorpresa de todos, mató al animal (joroba con
el respetuoso del intermediario de los dioses).
Prosiguieron viaje hasta que llegó la hora de comer y entonces Ayauhtli
cocinó la carne del pavo, hirviéndolo en una cazuela y añadiendo luego chocolate,
que fundió por encima. Al servir el plato, fueron muchos los que daban arcadas
ante el desconocimiento del chocolate (imagino que pensaban en otra cosa más
fisiológica) negándose en redondo a catarlo, hasta que Hernán Cortés,
convencido por Malinche y por Ayauhtli que le decían que era un manjar de
dioses, lo probó y lo encontró suculento. Gracias a este incidente, cuando los
españoles mandaron a “Las Españas” regalos de “las Indias”, enviaron un buen
lote de “gallinas de las Indias” enjauladas así como de chocolate. De esta manera
entraron en Europa ambos alimentos. Les seguirían el tomate, el maíz, la patata,
…Y también a la inversa, llegando a las Américas a través de los galeones
españoles las especias (azafrán, laurel, canela, …), los cítricos (naranjas y
limones), plantas decorativas (espliego, rosa, jazmín, romero, geranio, clavel,
etc) los caballos, ovejas, vacas y cabras, los perros, los gatos y muchos
medicamentos tales como el aloe vera (antiséptico, cicatrizante), tomillo (fuerte
antiséptico y efectivo contra el asma), ricino (purgante) y cientos de recetas
y consejos médicos heredados de insignes médicos árabes como Avicena.
Por cierto que tratándose de perros,
hay otra anécdota que muestra el choque de mentalidad entre dos mundos que
supuso la llegada a América de los españoles y es que hacía ya muchos milenios
que entre los españoles el perro había ocupado un lugar preferente (de hecho ya
en tumbas prehistóricas de miles de años de la Península
Ibérica se han encontrado varios esqueletos de perros
acompañando a sus dueños a la otra vida, junto a ricos ajuares funerarios con
alimentos para ambos). Por eso mismo, otra de las costumbres que causó gran
rechazo a muchos españoles fue comprobar cómo numerosos indígenas solían criar
curiosos perros sin pelo, de pequeño tamaño y que no hacían ruido alguno, para
terminar comiéndoselos. En el lienzo de Tlaxcala, de hecho, se recoge, entre
los regalos entregados por los indígenas a los españoles pavos, huevos y un
perro listo para su consumo, algo que muchos españoles consignaron como una
costumbre de salvajes. El propio Hernán Cortés se hacía escoltar por varios
mastines que le acompañaron desde España y a los que tenía gran cariño.
Lienzo
de Tlaxcala mostrando los regalos dados a Cortés y sus hombres (Malinche de
traductora), por los indígenas. Detalle de un cuadro de Pedro Subercaseaux que
recoge la primera misa oficiada en Chile, donde se ve a un español junto a su
fiel mastín (Museo Histórico Nacional).
¿Y qué
raza de perros era aquella?, se preguntarán algunos. Aunque hay dudas ya que
suele considerarse la raza Chihuahua como de origen chino, hay quién la
identifica con las descripciones que los españoles hicieron de esos perros
criados como alimento.
Y ya que mencionamos a Cortés
(debemos volver a él), en cierto momento de sus andanzas por el país mexicano,
dejó a su caballo herido en manos de indígenas amigos (unos dicen que itzáes,
otros que en la actual isla de Flores, camino a Honduras, en 1525). El caso es
que su manera de cuidar a tan extraño animal para ellos era agasajarlo con
frutas, de forma que no pasó mucho tiempo hasta que el pobre animal murió. Unas leyendas dicen
que construyeron entonces una estatua en piedra a escala del animal fallecido
al que seguían agasajando, por si el extremeño decidía volver por él.
Réplica de uno
de los caballos de Cortés y su silla de montar (exposición de Hernán Cortés,
Madrid 2015). Lápida de “Cordobés”, otro de sus caballos. Representación de
Cortés a lomos de “Molinero” y con uno de sus mastines.
Lo cierto
es que Cortés adoraba a los caballos, hasta tal punto que uno de ellos, “Cordobés”,
se reencontró con su dueño años más tarde, estando ambos jubilados y en tierras
sevillanas. Fallecido el animal, fue enterrado en uno de los jardines del
Palacio de Montpensier, en Castilleja de la Cuesta (Sevilla), actualmente conocido como “convento
de las Irlandesas”. Inicialmente se le colocó una lápida de pizarra que con el
deterioro del tiempo fue sustituida por otra de caliza que aún hoy día se
conserva (como se analiza aquí).
Unos años más tarde, el propio Hernán Cortés fallecerá escasos kilómetros lejos
de allí, instalándose una placa en su honor.
Aunque eran pocos los caballos que
llevaron consigo los españoles en los barcos, causaron gran temor entre los
indígenas y el sibilino Cortés no dudó en usarlo en su provecho. Tal fue el
caso de cierta reunión con caciques mexicanos. Una de las yeguas estaba en
celo, así que Cortés mandó que parte de sus ropajes se dejaran cerca de ella
toda una noche con el fin de que se impregnara con su olor. Al día siguiente,
cuando se iban a encontrar, mandó a Alvarado atar un bello y gran semental cerca de
donde ocurriría la reunión. Al sentarse Cortés -con sus ropajes- en compañía de los
caciques cerca del equino, el animal comenzó a bufar, relinchar y encabritarse, cundiendo el
pánico entre los indígenas. Entonces Cortés se acercó al animal, que al momento
se calmó, oliendo sus ropajes con avidez, mientras él decía a los caciques
que si todo iba bien entre ellos, él intermediaría calmando a esos extraños animales, de forma que no
atacasen a los indígenas, siendo totalmente mansos como había ocurrido ante
sus ojos con aquel fiero (y alto) animal.
Concluiré esta recopilación de
anécdotas con algo que poca gente sabe y es que precisamente Cortés y Moctezuma
trabaron tal conocimiento mutuo y respeto como dirigentes que el azteca
confiaría al extremeño el cuidado de una de sus hijas que será llevada a España
para evitar que enemigos indígenas de su padre pudieran matarla, de tal forma
que el linaje del gran Moctezuma pervive en España. Animo a los curiosos a
profundizar más en este aspecto visitando la siguiente página del diario
mexicano Proceso (aquí).
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ResponderEliminarSr. Pedro Zapata Sánchez, le agradezco que intervenga, pero como vengo diciendo en el blog, está prohibida la publicidad. Celebro que esté orgulloso de tradiciones prehispánicas y de razas de perros autóctonas, ya que creo que todo país debe orgullecerse de sus peculiaridades. Ahora bien, le invitaría a que comparta todo ello escribiéndolo en forma de comentario que nos enriquecería mucho a todos. Un saludo.
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