jueves, 21 de enero de 2016

Anécdotas del Descubrimiento de América


        Se ha usado tanto la historia de la Conquista de América para tratar de dinamitar el prestigio del Imperio Español, el mayor que nunca ha existido, que muchas de las curiosidades del encuentro de dos mundos, llamados el “Viejo” y el “Nuevo Mundo” han pasado casi desapercibidas y me gustaría centrar la atención en algunas de ellas.

            La Leyenda Negra contra España ha ido creciendo tan exponencialmente que casi hubo que esperar a que un australiano, Mel Gibson, grabara su “Apocalypto” para que los historiadores comenzaran a plantearse realmente qué papel jugó el ejército del Imperio Español (no más de cuatrocientos soldados en tierras mexicanas) en la caída de los Aztecas e Incas, a manos fundamentalmente de una coalición de pueblos nativos subyugados por los caciques de aquellas tribus.
            Una vez que se acudió nuevamente a las crónicas para leer fidedignamente lo que ocurrió -quitando odios, intereses y falacias- se ha podido ir viendo una serie de hechos que realmente encuentro entrañables, consecuencia de dos mundos dispares que se miran por primera vez a la cara.
            Así, ya conté en su momento la graciosa anécdota de la procedencia del nombre de la Península del Yucatán, en México, quedándose con la denominación de “no entiendo”.

            La misma falta de conocimiento puede atribuirse a los indígenas lampiños que observaban llegar a  hombres barbados montados en sus caballos, portando ambos brillantes armaduras. Hacía ya siglos que el caballo se había extinguido en el continente americano, así que desconocían este animal. De hecho, los caballos que allí quedaron descienden de los llevados por los españoles. Los famosos “Mustangs” norteamericanos, por ejemplo, (cuyo nombre deriva del término español “mesteño”, cruzado); de ahí que en la película “Océanos de Fuego” (imagen central), el protagonista llamara a su Mustang, “Hidalgo”, que significa en castellano antiguo "miembro de la nobleza” y por extensión, persona noble y honesta. 
           Como los nativos americanos no sabían qué era un caballo, fueron muchos los indígenas que al ver a los jinetes españoles consideraron que eran todo uno, creyendo estar ante seres fabulosos a modo de centauros griegos. Por recovecos de la historia, curiosamente los propios escritores griegos de la antigüedad pusieron en sus crónicas, varios siglos antes del cambio de era, que los centauros eran propios del sur de la Península Ibérica. En la imagen, bajorrelieve griego y mosaico romano hallado en la villa Adriana de Tívoli (Italia), representando a un centauro luchando.

             Una anécdota parecida con respecto a animales desconocidos hasta entonces (Rafael Aguirre Ruíz, Conceptos Básicos sobre Cocina) puede contarse de Hernán Cortés cuando, en 1517, se dirigía hacia Tenochtitlán con sus hombres y de pronto entre la vegetación les salió un pavo, que muy pausadamente se cruzó delante de su camino, parándose ante ellos. Los españoles, que nunca habían visto un animal semejante, lo miraron sorprendidos ya que les recordaba a una gallina enorme.


        Comenzaron a golpear escudos y corazas para que el animal huyera y pudieran proseguir su camino, pero “el bicho” reaccionó sacando pecho, hinchando su plumaje, abriendo su cola como un abanico enorme y mirándoles altanero. Tanta gracia les hizo a los españoles que alguno dijo socarronamente: “míralo, ni que fuera un pavo real” ya que, gracias a las posesiones en Filipinas y Asia, en España era normal que los aristócratas tuvieran pavos reales en sus jardines, por no mencionar que los musulmanes de Al-Ándalus también tenían esta bella ave en sus palacios.
            Pero claro, aquella “gallina enorme”, con un plumaje tan poco agraciado distaba mucho de las aves del paraíso, y tal vez por esa misma ironía, comenzaron a llamarle “pavo” o “gallo de papada”, aunque los indígenas lo llamaban Guajolote.
          Con todo, el animal no parecía querer quitarse del camino, así que varios españoles comenzaron a tirarle piedras para espantarlo lo que provocó que Ayauhtli (“niebla”), un indio que iba guiando a los españoles, saliera en defensa del animal diciendo que era sagrado para ellos pues solía mediar para que los dioses les trajeran lluvia. Los españoles rieron por la ocurrencia y Ayauhtli replicó que además, era un manjar y para sorpresa de todos, mató al animal (joroba con el respetuoso del intermediario de los dioses).
          Prosiguieron viaje hasta que llegó la hora de comer y entonces Ayauhtli cocinó la carne del pavo, hirviéndolo en una cazuela y añadiendo luego chocolate, que fundió por encima. Al servir el plato, fueron muchos los que daban arcadas ante el desconocimiento del chocolate (imagino que pensaban en otra cosa más fisiológica) negándose en redondo a catarlo, hasta que Hernán Cortés, convencido por Malinche y por Ayauhtli que le decían que era un manjar de dioses, lo probó y lo encontró suculento. Gracias a este incidente, cuando los españoles mandaron a “Las Españas” regalos de “las Indias”, enviaron un buen lote de “gallinas de las Indias” enjauladas así como de chocolate. De esta manera entraron en Europa ambos alimentos. Les seguirían el tomate, el maíz, la patata, …Y también a la inversa, llegando a las Américas a través de los galeones españoles las especias (azafrán, laurel, canela, …), los cítricos (naranjas y limones), plantas decorativas (espliego, rosa, jazmín, romero, geranio, clavel, etc) los caballos, ovejas, vacas y cabras, los perros, los gatos y muchos medicamentos tales como el aloe vera (antiséptico, cicatrizante), tomillo (fuerte antiséptico y efectivo contra el asma), ricino (purgante) y cientos de recetas y consejos médicos heredados de insignes médicos árabes como Avicena.

            Por cierto que tratándose de perros, hay otra anécdota que muestra el choque de mentalidad entre dos mundos que supuso la llegada a América de los españoles y es que hacía ya muchos milenios que entre los españoles el perro había ocupado un lugar preferente (de hecho ya en tumbas prehistóricas de miles de años de la Península Ibérica se han encontrado varios esqueletos de perros acompañando a sus dueños a la otra vida, junto a ricos ajuares funerarios con alimentos para ambos). Por eso mismo, otra de las costumbres que causó gran rechazo a muchos españoles fue comprobar cómo numerosos indígenas solían criar curiosos perros sin pelo, de pequeño tamaño y que no hacían ruido alguno, para terminar comiéndoselos. En el lienzo de Tlaxcala, de hecho, se recoge, entre los regalos entregados por los indígenas a los españoles pavos, huevos y un perro listo para su consumo, algo que muchos españoles consignaron como una costumbre de salvajes. El propio Hernán Cortés se hacía escoltar por varios mastines que le acompañaron desde España y a los que tenía gran cariño.

Lienzo de Tlaxcala mostrando los regalos dados a Cortés y sus hombres (Malinche de traductora), por los indígenas. Detalle de un cuadro de Pedro Subercaseaux que recoge la primera misa oficiada en Chile, donde se ve a un español junto a su fiel mastín (Museo Histórico Nacional).

      ¿Y qué raza de perros era aquella?, se preguntarán algunos. Aunque hay dudas ya que suele considerarse la raza Chihuahua como de origen chino, hay quién la identifica con las descripciones que los españoles hicieron de esos perros criados como alimento.
 
            Y ya que mencionamos a Cortés (debemos volver a él), en cierto momento de sus andanzas por el país mexicano, dejó a su caballo herido en manos de indígenas amigos (unos dicen que itzáes, otros que en la actual isla de Flores, camino a Honduras, en 1525). El caso es que su manera de cuidar a tan extraño animal para ellos era agasajarlo con frutas, de forma que no pasó mucho tiempo hasta que el pobre animal murió. Unas leyendas dicen que construyeron entonces una estatua en piedra a escala del animal fallecido al que seguían agasajando, por si el extremeño decidía volver por él. 


Réplica de uno de los caballos de Cortés y su silla de montar (exposición de Hernán Cortés, Madrid 2015). Lápida de “Cordobés”, otro de sus caballos. Representación de Cortés a lomos de “Molinero” y con uno de sus mastines.

       Lo cierto es que Cortés adoraba a los caballos, hasta tal punto que uno de ellos, “Cordobés”, se reencontró con su dueño años más tarde, estando ambos jubilados y en tierras sevillanas. Fallecido el animal, fue enterrado en uno de los jardines del Palacio de Montpensier, en Castilleja de la Cuesta (Sevilla), actualmente conocido como “convento de las Irlandesas”. Inicialmente se le colocó una lápida de pizarra que con el deterioro del tiempo fue sustituida por otra de caliza que aún hoy día se conserva (como se analiza aquí). Unos años más tarde, el propio Hernán Cortés fallecerá escasos kilómetros lejos de allí, instalándose una placa en su honor. 
            Aunque eran pocos los caballos que llevaron consigo los españoles en los barcos, causaron gran temor entre los indígenas y el sibilino Cortés no dudó en usarlo en su provecho. Tal fue el caso de cierta reunión con caciques mexicanos. Una de las yeguas estaba en celo, así que Cortés mandó que parte de sus ropajes se dejaran cerca de ella toda una noche con el fin de que se impregnara con su olor. Al día siguiente, cuando se iban a encontrar, mandó a Alvarado atar un bello y gran semental cerca de donde ocurriría la reunión. Al sentarse Cortés -con sus ropajes- en compañía de los caciques cerca del equino, el animal comenzó a bufar, relinchar y encabritarse, cundiendo el pánico entre los indígenas. Entonces Cortés se acercó al animal, que al momento se calmó, oliendo sus ropajes con avidez, mientras él decía a los caciques que si todo iba bien entre ellos, él intermediaría calmando a esos extraños animales, de forma que no atacasen a los indígenas, siendo totalmente mansos como había ocurrido ante sus ojos con aquel fiero (y alto) animal.
            Concluiré esta recopilación de anécdotas con algo que poca gente sabe y es que precisamente Cortés y Moctezuma trabaron tal conocimiento mutuo y respeto como dirigentes que el azteca confiaría al extremeño el cuidado de una de sus hijas que será llevada a España para evitar que enemigos indígenas de su padre pudieran matarla, de tal forma que el linaje del gran Moctezuma pervive en España. Animo a los curiosos a profundizar más en este aspecto visitando la siguiente página del diario mexicano Proceso (aquí).


2 comentarios:

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    1. Sr. Pedro Zapata Sánchez, le agradezco que intervenga, pero como vengo diciendo en el blog, está prohibida la publicidad. Celebro que esté orgulloso de tradiciones prehispánicas y de razas de perros autóctonas, ya que creo que todo país debe orgullecerse de sus peculiaridades. Ahora bien, le invitaría a que comparta todo ello escribiéndolo en forma de comentario que nos enriquecería mucho a todos. Un saludo.

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