Es conocido por todos, la tremenda
pérdida que supuso para la
Humanidad, el irreversible destrozo, tanto de la biblioteca de
Alejandría como de la biblioteca de Éfeso; hasta tal punto que se habla del
gran retraso que supuso para la
Ciencia tal hecho, posiblemente hasta cinco siglos de
conocimiento.
Sin
embargo, nunca nadie se ha planteado que una tragedia similar se pudo vivir en
suelo patrio. Y que ocurrió repetidamente a lo largo de los siglos y sucesión de culturas que por aquí pasaron.
Ya
en el siglo I d. C., el escritor Estrabón recogía en sus escritos, cómo el pueblo
de los Turdetanos -descendientes de los tartesios (en el valle del
Guadalquivir)- poseían libros legales, así como textos con rima y en prosa, de seis mil
años de antigüedad.
Muy
en la línea de nuestros académicos, que haciendo honor a la idiosincrasia
española arrojaban tierra sobre esas afirmaciones calificándolas de exageradas
(ciertamente el filósofo griego Plauto acertó al decir en el siglo I a.C., que Homo homini lupus, es decir, “el hombre es un lobo para el propio hombre”,
pero lo habría redondeado si hubiera especificado que el español es un lobo
para la marca España y su historia), a pesar de existir objetos conocidos desde
1946 que mostraban escritos –o al menos la existencia de hasta tres signarios
diferentes- en el cuarto milenio antes de nuestra era. Con todo, hubo de
esperar hasta bien entrados en 2003 para que la historiadora y doctora de la UNED, Ana María Vázquez Hoys
volviera a hablar de estas paleoescrituras dadas a conocer ya en 1946 (pasó sin
pena ni gloria) demostrándose que las afirmaciones de Estrabón acertaban con
sus dataciones (ver aquí).
Posiblemente este dato suene meramente anecdótico a los profanos en la materia
de la arqueología, pero consideren que “oficialmente” se sostiene que el
alfabeto lo inventaron los fenicios hacia el 900-800 a.C., diseminándolo por
toda la cuenca mediterránea a través de sus rutas comerciales. Pues bien, esta
idea se hace añicos cuando ya en el 4.000 a.C. en suelo de la actual provincia de
Huelva se usaban hasta tres alfabetos distintos (algunos con caracteres
similares a los que unos 3.200 años más tarde usarían los fenicios, que mire
usted por dónde, estuvieron en la zona donde se empleaban estas protoescrituras,
hacia el siglo X-IX a.C. ¿Aprendieron los fenicios la escritura de los
tartesios?.
Los tres objetos con
signarios del IV milenio a.C., Museo Arqueológico de Huelva (España). Si se pica sobre la imagen, se agrandará.
Con estos
objetos, quedaba demostrada la veracidad de la afirmación de Estrabón. Por
tanto, ¿por qué no creer el resto de sus afirmaciones, esto es, la existencia
de una nutrida literatura, tanto en prosa como en verso e incluso jurídica, por
parte del pueblo tartesio, predecesor del turdetano?. Y recordemos que el pueblo
tartesio y turdetano era comerciante, por lo que debemos creer que dispondrían
al menos de una cuantiosa biblioteca meramente mercantil, donde se registraran
transacciones, rutas comerciales, flotas de ida y vuelta, pactos, permutas y
demás acciones comerciales. He escrito “al menos” porque según la magnitud de
cada puerto comercial, lo suyo sería disponer de un registro mercantil en cada
ciudad. De hecho los fenicios poseían numerosos registros de este tipo,
prácticamente al menos uno en cada factoría.
Lamentablemente,
hoy no queda nada de todo aquello y los escasos documentos en tartesio, ibero y
celtibero que se preserva no pueden ser leídos, pues hace mucho que se
perdieron esos idiomas, al desaparecer las personas que los conocían.
Arriba, izquierda,
texto en tartesio o sublusitano (escrito
de derecha a izquierda), a su lado plomo escrito en lengua ibera (escrita de
izquierda a derecha) y bajo ambos, uno de los bronces de Botorrita, escrito en lengua celtibera (de izquierda a
derecha).
No
será la única pérdida que lamentar ya que comerciantes fenicios, griegos y
cartagineses también llegaron a las costas españolas y se sabe que solían
llevar anotadas sus ventas y encargos, de los que tampoco se han conservado un
solo documento.
Lo
mismo puede decirse del comercio con Roma, tan productivo y constante que
existe cerca de la antigua capital del imperio, una montaña artificial
construida con las vasijas que importaban aceite y vino de Hispania, según
acreditan los sellos comerciales de cada uno de estos recipientes y que ya
traté en mi primera entrada del presente blog, aquí.
Con
la llegada e instalación de personajes del Imperio Romano procedentes de Italia
y de otras nacionalidades englobadas por Roma –se sabe que muchas ciudades como
Zaragoza o Caesaraugusta, así como
Santipoce o Itálica por citar un par de ellas- se fundaron con el
objetivo de recompensar a veteranos de guerra con fértiles tierras en las que
retirarse. Junto a ellos hubo magistrados, letrados, comerciantes…¡e incluso
dos emperadores nacieron en la
España romana o Hispania!.
Es de suponer que todos estos aristócratas de elevada posición social tenían
gran inquietud intelectual y por tanto, poseyeron ricas bibliotecas de las que
nada se conserva. Ni siquiera del poeta Marcial, favorito del emperador romano
Nerón, nacido en Bilbilis (la Calatayud romana, en
Aragón), a cuya patria se retiró para pasar sus últimos años en su tierra, con
su gente y sus caprichos (entre los que sin duda creo que se encontraba una
brillante y voluminosa biblioteca). Sin embargo, la llegada de los pueblos
Godos supuso para muchas ciudades destrucción y ruina, como ocurrió en el valle
del Jalón. Una capa de cenizas da buena cuenta de ello en las excavaciones de Bilbilis.
Texto romano
(izquierda) junto a un pergamino hispanogodo (parte de las etimologías del
religioso Isidoro de Sevilla).
La
mentalidad de la sociedad, en general fue cambiando durante los años que los
visigodos estuvieron al frente de la otrora Hispania. Se sabe que fueron buenos
continuadores del Derecho romano, siguiendo con su redacción de leyes que eran
de riguroso cumplimiento en todo el reino (si bien los visigodos nunca tuvieron
la noción de Península Ibérica como patria, sino de un territorio gobernado por
ellos, estuvieran donde estuviesen y ocupara los límites que poseyera). Por
tanto, debemos admitir cuando menos, la existencia de numerosos textos
jurídicos y legales en todo el territorio, tanto para darlas a conocer como
para condenar a los que incumplían las leyes. Pero es que además comenzaron a
florecer en esta época los scritorium
de los monasterios, donde legiones de monjes copiaban textos antiguos o se
dedicaban a redactar las vidas de los santos, mientras en las juderías se
redactaban y copiaban numerosos documentos hebreos, tanto religiosos como
versados en asuntos comerciales a los que se dedicaban los judíos. De la
ingente cantidad de documentos que debieron existir en la Hispania visigoda me
atrevería a suponer que no han sobrevivido ni un 0,5 % .
La
irrupción de los árabes en el solar hispano supuso un nuevo cambio de
mentalidad y una fragmentación de la sociedad y del territorio, lo que conllevó
la aparición de aún más documentos ya que en este caso teníamos los
monasterios, los distintos ermitaños y comunidades de ascetas dedicados a la
contemplación (y que sin duda redactarían documentos de carácter espiritual y
filosófico) en zonas rocosas de difícil acceso, tanto en territorio musulmán
como cristiano. Las juderías también continuarían su labor literaria
apareciendo ahora, además, la
Cábala y la Alquimia. De
hecho, los autores de “Masones y Templarios,
sus vínculos ocultos”, Michael Baigent y Richard Leigh, defienden la tesis
de varios académicos y que sostiene que Nicolás Flamel –el más famoso de los
primeros alquimistas- aprendió los secretos de la transmutación, de un libro
procedente de España. También el trovador templario Wolfram von Eschenbach
(autor de “Perzival”, obra artúrica que hace del Temple el custodio del Grial
en el castillo de Montsalvache) escribió al inicio de su obra, que oyó este
relato de boca de un judío español.
A la izquierda, detalle
del Mazhor o libro de oraciones sefardí, restaurado por el IPSE (Instituto del
Patrimonio Cultural de España). A la derecha, frases del Corán adornan los
muros de la Alhambra
(Granada, España).
Las órdenes
militares proliferaron en territorio cristiano, con numerosas encomiendas entre
las que funcionaban documentos legales, informativos, pagarés para los viajeros
y peregrinos, además de textos religiosos. Los árabes, por su parte,
desarrollarían todas las ciencias, además de la poesía y la prosa. También
debemos añadir a los juglares que iban de castillo en castillo cristiano,
cantando y rimando las hazañas de héroes propios y extraños, durante las
diversas contiendas. De todo ello es una ínfima parte lo que ha pervivido.
¿O es que acaso el mismísimo
“antipapa” o “Papa Luna” (cuyo castillo de Peñíscola le fue regalado por la Orden de Montesa, conformada
por antiguos monjes templarios del reino de Aragón) carecería de biblioteca?
¿Debemos suponer que la
Casa-Madre de la
Orden del Temple en Aragón, Monzón, careció de biblioteca?,
¿Qué ha sobrevivido -en papel o pergamino- de las dos juderías más importantes
hispánicas, la de Toledo y la de Soria y qué queda de las escuelas de
traductores que proliferaron en la Edad
Media, conviviendo las tres principales religiones
monoteístas, entre la que habría que citar “la ciudad de las tres culturas”,
Ágreda (Soria)?, ¿Alguien cree en serio que “el azote de Dios”, el maquiavélico
y brillante estratega Almanzor no poseyó un sólo libro?, ¿Quién se atreve a
dudar que personajes como Séneca, Isidoro de Sevilla, Prisciliano y seguidores,
Adberramán, Averroes, Maimónides, Ramón Llul, Hernán Cortés, Arias Montano y seguidores,
Velázquez, Juan de Herrera, Diego de Riaño, Alfonso X el Sabio (autor, entre otras obras, de las Cantigas), Fernando de Rojas (supuesto autor de la Celestina), Gustavo
Adolfo Bécquer, Góngora, el almirante Juan Martínez de Recalde, Rosalía de
Castro, Blas de Lezo, el condestable de Luna… o incluso los mismísimos Reyes Católicos poseyeron gran
cantidad de obras de su tiempo y de siglos anteriores a ellos, por citar
únicamente a un reducido grupo de personajes destacados de los muchos que ha
dado nuestra fecunda historia?.
De izquierda a
derecha, detalle de una de las Cantigas, de uno de los pergaminos con el Cantar
de Mio Cid, fotografía del bello monasterio geronés de Sant Pere de Rodes (s. X-XI, con
poblado medieval y albergue de peregrinos de Santiago, en ruinas) y detalle de
un pergamino de Parzival mostrando a dos templarios sobre un caballo, junto
el estandarte blanco y negro usado por ellos al entrar en batalla.
Por
desgracia, nada de ésto nos ha llegado y únicamente una parte ha pervivido de,
por ejemplo, la biblioteca de Miguel de Cervantes, de Juan Ramón Jiménez o de Luis Siret, por
citar tres eruditos de los muchos que ha dado nuestra fecunda historia. Por no olvidar todas aquellas hojas de ruta, diarios de navegación/campaña y demás anotaciones personajes, entre las que seguramente existirían manuscritos, investigaciones inéditas, descubrimientos y miles de ideas que se perdieron irremediablemente gracias a las invasiones, batallas, rebeliones, persecuciones religiosas y guerras civiles (cartagineses contra fenicios; Pompeyo vs Julio César; Sertorio vs Roma; godos contra godos; reinos de taifas árabes; Guerra Civil española; etc). Una verdadera lástima que nadie parece considerar seriamente.
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