Hace
ya unos meses que me acercaba brevemente al monasterio y palacio real de El
Escorial para analizarlo desde una perspectiva simbólica (aquí).
A pesar de hablar de varios aspectos curiosos, quedaron otros muchos en el
tintero, que hoy vamos a tratar. ¿Me acompañan?.
En El Escorial, quizá como en el
propio monarca Felipe II, nada es lo que parece. Así, a pesar de ser el palacio
real del mayor imperio de su tiempo (y por varios siglos más, no está de más
recordarlo, por mucho que otros anglófilos se empeñen en inventar que el
imperio británico comenzó a hacer sombra al español por esta época, lo que es rotundamente
falso), será el primero de todas las cortes europeas que no se muestre como
centro, en lo referente a ocupar una enorme planicie destacando la imponente
entrada del palacio para decir “a buen entendedor” que su monarca es
todopoderoso. Curiosamente el monarca que sí lo era en esos momentos, Felipe
II, en cuyo imperio nunca se ponía el Sol -recordemos que abarcaba desde España
y Portugal, incorporada al imperio por el almirante D. Álvaro de Bazán, pasando
por África, América y Asia (también lo vimos aquí)- decidió construir su palacio en una planicie …pero vuelto hacia la sierra de
Guadarrama, hacia el pico Abantos. Toda una declaración de principios, me
atrevería a decir.
Lo que lleva a la conclusión, idea que
siempre he sostenido, de estar de nuevo ante una mala prensa extranjera, que
hace de Felipe II un fundamentalista cristiano, más inquisidor que los
inquisidores dominicos. Rotundamente falso, por mucho que muchísimos biógrafos
de este monarca insistan en dar esta visión de él. Ya vimos en la entrada
anterior sobre El Escorial que sufragó un enorme laboratorio dedicado a la Alquimia, práctica perseguida
por la Inquisición. También se dijo que puso como bibliotecario al sabio Arias
Montano, quién precisamente se salvó de la persecución inquisitorial porque el
mismísimo rey frenó a los dominicos. Con todo, Arias Montano se vio obligado a
“autodesterrarse” cual asceta medieval, a la telúrica sierra onubense de
Aracena (Huelva), donde Felipe II acudió a visitarle en un par de ocasiones.
Por expreso deseo del monarca, Arias
Montano tuvo vía libre para adquirir todo tipo de tratados que considerara
imprescindibles, llegando a obtener muchos títulos perseguidos por la Iglesia.
Felipe II hizo especial hincapié en el sabio mallorquín Ramón Llull, enviando a
su bibliotecario a la isla para hacerse con todos los ejemplares que encontrara
de la obra de este cabalista, al que el rey leía con avidez.
Por expreso deseo del rey, se edificará
su palacio en un macizo rocoso de gran energía telúrica, cerca de diversos
santuarios prerromanos y orientando su puerta principal hacia la montaña. En su
interior, como se ha visto, instalará un gran laboratorio con el objetivo de
desentrañar lo particular de cada una de las sustancias existentes en la
naturaleza, cerca de un enorme compendio de todo tipo de tratados herméticos,
en distintas lenguas y de diversas épocas, traidos de todos los rincones del
mundo conocido. Me atrevería a preguntar qué parte de todo esto lleva a suponer
que este monarca era un cristiano recalcitrante, obtuso y cerrado en dicha
religión.
Por tanto, todo el que llegara desde
Madrid al Escorial se encontraba con una parte de la fachada, cuyas puertas de
apariencia principal correspondían en realidad al servicio. Si se deseaba
acceder al recinto y no se pertenecía al ejército de personas que atendían las
necesidades reales, debía recorrerse toda la fachada hasta llegar a la puerta
principal. Una vez dentro, los grandes reyes sabios bíblicos nos observaban
desde las alturas. Aquí, durante muchos años, se oficiaba misa, siendo ocupado
este primer patio por los civiles que decidieran atender la misa que el propio
monarca frecuentaba. De aquí en adelante estaba prohibido el acceso a todo
civil ajeno al servicio. Entonces, ¿por qué esa enorme entrada? ¿Qué deseaba
destacar la entrada principal? ¿No se lo imagina el lector, a estas alturas?
Pues ni más ni menos que todo el compendio del saber que se guardaba en el
palacio, ya que precisamente en la segunda planta de esta fachada se encontraba
la enorme biblioteca.
Decíamos que los biógrafos de Felipe
II no dudan en mostrarlo más intransigente con las corrientes filosóficas que
los propios Reyes Católicos, y sin embargo los frescos que contrató para que
adornaran su enorme biblioteca señalan todo lo contrario. Al dar un paseo por
este bello recinto, os saldrán al paso las distintas ciencias y artes: la
Geometría, con compás y escuadra; la música, con distintos músicos haciendo
sonar los instrumentos; La Dialéctica, La Retórica, con el Caduceo del dios Hermes…pero
además veremos a grandes sabios de la Antigüedad distraídos en sus quehaceres,
tales como Arquímedes, Aristarco, Xenócrates o Pitágoras, entre otros. Hemos
mencionado a Hermes, iniciador del Hermetismo, tan perseguido por la Iglesia
durante siglos; tampoco debe inquietarnos encontrar al mismísimo dios Pan
tocando música, continuador del culto a la fertilidad en todas sus facetas, y
responsable de que al propio Satanás se le representara como macho cabrío (sin
duda inspirado en este dios pagano grecorromano).
Detalle de
alguno de los frescos que decoran la enorme biblioteca del palacio de El
Escorial, donde podemos ver al rey Salomón debatiendo con la reina de Saba
sobre un cuadro mágico. En el mantel, escrito en hebreo, la idea de Pitágoras
de que todo puede ser referido a números (peso, altura y profundidad). El dios
Pan. Pitágoras (esquina inferior derecha), junto a un personaje que toca una
flauta y sostiene la piel de un león (¿la música amansa a las fieras?).
Aún a riesgo de repetirme, ¿qué hay
en todo esto que nos muestre al monarca Felipe II como un cristiano
intransigente? Estamos ante la obra de un monarca, el de mayor poder de su
época, que pone su palacio de espaldas a los accesos, vuelto hacia la gran mole
granítica de Guadarrama. Se hace construir un palacio con una decoración
totalmente sobria, cuyo interior albergará los preciosos frescos de la
biblioteca, más de 17.000 libros de todo tipo y autor (más de 130 de ellos
estaban en las listas inquisitoriales de libros prohibidos), cuadros de los más
afamados pintores y el panteón real. Las puertas principales resultan ser del
servicio, las del rey con frecuencia están semiocultas, cubiertas con bóvedas
que imitan cuevas, y en el lugar más relevante del edificio, la academia
esotérica, la biblioteca con su laboratorio de alquimia, en manos de Arias
Montano y de otros personajes no bien vistos por la Iglesia. Todo el recinto, a
pesar de su simetría, termina resultando un descomunal laberinto de pasillos,
muy similares entre sí, en el que nada es lo que parece. De hecho, se juega de
tal manera con la geometría que puertas que parecen estar arrinconadas, en
verdad están en el perfecto centro de la sala, o zonas que parecen resaltarse
como vía para acceder a un lugar importante del recinto, en realidad mueren
ahí.
Considero que el gran fallo de los
historiadores ha sido valorar al rey sólo por sus campañas contra el turco
(Lepanto), los protestantes ingleses (La Armada Invencible y la Contra-armada),
los rebeldes holandeses (Flandes) y otras actuaciones de “alta política”, desentendiéndose
de la interpretación del Escorial, sin desentrañar todo su simbolismo, que
aporta información importante para completar todas las facetas de este gran
personaje de nuestra historia, ya que mientras en sus acciones el rey trata
prioritariamente de evitar que las fronteras de su reino se reduzcan, en este
edificio se entregó en cuerpo y alma, comenzándolo cuando tenía 36 años y
finalizándolo con 57. Son numerosas las referencias que mencionan las visitas
del monarca a las obras, supervisando cada mínimo detalle y obligando a cambiar
lo realizado si no estaba de acuerdo con ello.
Es muy conocido el grabado que
realizó Arias Montano del rey y que incluyó en una de sus obras, donde mostraba
el paralelismo entre el rey sabio Salomón y el monarca Felipe II, al que
representa junto a un compás y una escuadra (en la imagen a continuación),
dominando la Geometría Sagrada. Recordemos que Salomón hablaba “el lenguaje de
los pájaros”, como en la Edad Media se referían soterradamente a la alquimia.
Resaltemos igualmente cómo Salomón adoraba a un único dios, pero terminó
honrando igualmente a numerosas deidades paganas relacionadas con la
Naturaleza, sus ciclos y la fecundidad (según las malas lenguas, por influencia
de la reina de Saba).
De hecho, como se muestra en la
imagen anterior (arriba a la derecha), en la biblioteca del Escorial existe un fresco que
representa el Concilio de Nicea, con los “padres de la Iglesia” rodeando a uno
que no duda en quemar abiertamente un documento. Recordemos que en dicho
concilio se aprobaron cosas tan decisivas como la divinidad de Jesucristo, Hijo
de Dios, que resucitó; la condición de María Magdalena (prostituta o no); o incluso la propia Biblia (según se cuenta, los evangelios
existentes, todos, se dejaron una noche en una sala vacía, bajo cerrojo, y a la
mañana siguiente sólo cuatro seguían sobre la mesa, el resto estaba en el suelo,
como claro rechazo a su contenido por parte de Dios y claro está, fueron eliminados). ¿Estaba Felipe II cuestionando
el mismísimo cristianismo, a través de dicho fresco?.
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