sábado, 25 de marzo de 2023

El aún nada claro origen del ser humano actual

Este viernes (ayer), estuve de visita en la bella localidad de Orce (Granada) para mostrar a unos amigos el museo paleontológico de los Primeros Europeos (las trabajadoras que éste y de la Oficina de Turismo son un encanto) y aunque les gustó, salieron con más dudas que entraron porque tras mostrarle todo lo que allí había y resumirles la complicada vida de Josep Gisbert luchando contra académicos nacionales y extranjeros, les hablé del estado de conocimientos actual sobre la evolución humana, que ya he abordado en varias ocasiones en esta web.

Sobre Pep Gisbert, como bien supondrá el lector, los académicos españoles (colegas de profesión) fueron los que más encarnizadamente trataron de desprestigiarle públicamente al sostener él que había encontrado un fragmento de pariental homínido de unos 1,5-1,2 millones de años, frente a todos ellos que le acusaban de no saber diferenciar un trozo de cráneo humano de una quijada de un asno.

Ocurrió igual que con el descubridor de las cuevas de Altamira, D. Marcelino Sanz de Sautuola, que cada reunión científica de su ámbito académico al que acudía para dar a conocer el increíble yacimiento granadino (o en el caso de aquél, de Cantabria) puesto que verdaderamente es el primero donde aparecen homínidos fuera de África (en el barranco del león, en el yacimiento Venta Micena, en 1976), se convertía en un infierno de “todos contra él” para tratar de ridiculizarlo y hundir su carrera (al interesado en la cuestión, recomiendo la lectura del interesante libro escrito por el propio descubridor y titulado “El hombre de Orce. Los homínidos que llegaron del sur”, de la editorial Almuzara; por cierto que lo firma como José Gibert, sin la “s” tras la i, como se le conoce).


              Afortunadamente y unos años antes de morir en 2007, con 66 años, un laboratorio europeo independiente zanjaba la cuestión: algunas de las biomoléculas encontradas en la muestra parietal y en el diente molar eran indudablemente humanas. Con todo, las inversiones por parte de las administraciones españolas, locales y nacionales, fueron muy escasas y el propio Gibert en su libro agradece a distintas instituciones extranjeras tal apoyo económico esencial para continuar con las investigaciones científicas y excavaciones. ¿Resultado? A día de hoy apenas se ha avanzado en las investigaciones de una zona con tantísimo potencial, con los verdaderos restos de la salida de los homínidos de la cuna de la Humanidad, en África (posteriormente, se encontró en Orce el molar de un niño homínido dentro de lo que se cree que fue la cueva de una hiena, además de contar con más de un millar de antiguas lascas líticas retocadas por los homínidos y con 1.4 millones de años de antigüedad, de las más antiguas conocidas, obtenidas de los yacimientos barranco del león y Fuente Nueva 3). Pero esto parece no interesar a ninguna institución científica nacional o internacional (mientras, siguen apareciendo documentales recién grabados sobre el origen del Hombre ignorando no solo el yacimiento de Orce, sino los sorianos de Torralba y Ambrona en Soriade 1,5 millones de años, contemporáneos a Orce y con restos humanos aunque sean indirectos mediante sus hachas líticas, flecas de sílex y evidencias de descarnado de grandes mamíferos, y Atapuerca).

            Regresando al Museo de los Primeros Pobladores de Europa, en el espacio distribuidor de éste encontramos un mapamundi con los restos óseos de homininos hallados, y su datación, que me resulta una auténtica joya (a continuación lo muestro, algo cambiado por mí, para entenderlo mejor):


            Como corresponde a los hallazgos de restos óseos, no de material indirecto, por ese motivo se ha obviado la zona de Torralba y Ambrona (Soria, España) con restos líticos y de descarnado de presas de 1,5 millones de años, así como el yacimiento con huellas preservadas de homínidos en una zona costera inglesa que por su datación, hacia el 800.000 a.n.e. (antes de nuestra era, del cambio de era) se han atribuido a huellas de Homo antecessor, taxón descrito en Atapuerca (Burgos, España), entre otros.

            Pues bien, hablemos de algunas “cuestiones incómodas”, sobre la evolución de los homínidos y que a pesar del intento de los académicos por mostrar el tema totalmente cerrado, controlado y lineal, lo que en realidad tenemos es un auténtico caos. Me explico.

            Así como me maravilla el mapamundi antes mostrado, con todos los datos objetivos marcados en él, que son las evidencias con las que realmente contamos (todo lo demás es especulación y tratar de engarzar las distintas cuentas de collar que es cada evidencia paleontológica), detesto el diagrama que han colocado a la salida del museo de Orce y aunque con la mejor de las intenciones –mostrar cada “eslabón” de la aún no bien entendida evolución humana-, se cae en el terrible error de mostrar la evolución como una sucesión lineal de especies hasta llegar a nosotros:

A la izquierda, la supuesta evolución humana, con una sucesión lineal de formas (y la broma, de mi amiga y yo al final de la cadena evolutiva). A la derecha, aunque este panel como digo, induce a error, lo cierto es que permite apreciar un detalle en el que han reparado pocos paleoantropólogos y es el hecho de observarse un aumento corporal cuando los humanos se dispersaron por Europa, fuera de la cuna africana.

            Muchos programas actuales sobre alienígenas y temas relacionados tratan de decir (o ya dicen directamente, como si fuera algo cierto) que en ese momento los extraterrestres tomaron a estos homínidos, los manipularon genéticamente haciéndolos más listos y mejores y volvieron a soltarlos “en el campo” y de ahí que de pronto su capacidad craneal aumentara de golpe y se mantuviera constante desde entonces hasta ahora. Esta fantasía contiene una media verdad, que es la relativa a la capacidad craneal. Pero solo eso. La capacidad craneana, y por tanto la supuesta inteligencia, es un valor que se relaciona con el tamaño corporal. Por ello, ya los homínidos más pequeños eran igual de inteligentes (en teoría) que nosotros porque sus tamaños corporales eran también menores. Pero si nos atenemos a esos valores proporcionales, entonces la fantasía de la manipulación alienígena vuela por los aires porque en ese caso el Homo neanderthalensis era más inteligente que nosotros (tenía un cerebro similar a nosotros pero más envergadura). De hecho, los primeros instrumentos musicales encontrados (flautas hechas con huesos largos de animales) y las primeras pinturas rupestres de la Península Ibérica se realizaron en un periodo de tiempo en el cual el Homo sapiens aún no se encontraba en el territorio y por tanto debieron realizarse por neandertales, no por “nosotros” (ver aquí). 

            Y es que los neandertales, nuestros fascinantes “primos”, no paran de darnos sorpresas: en Portugal se hallaron los restos de una madre con su hijo que aparentemente sufrió alguna deformidad que le llevó a la muerte. … O eso se pensó durante años pues la genética mostró que ese niño era un mestizo entre Homo sapiens y Homo neanderthalensis, la evidencia de que ambas especies tan cercanas genéticamente, se mezclaron. Con estos datos en la mano se recurrió a la genética y al comparar el genoma humano de ambas especies, conformados a partir de diversas muestras procedentes de distintas partes de Europa, se encontró que los genes que poseemos que nos dan el pelirrojo, los ojos verdes e incluso la diabetes son exclusivos de los neandertales, su legado genético en “nosotros” los sapiens puesto que antes no aparecían estos genes en el genoma sapiens. Incluso, ahora que el covid-19 parece haber sido un mal sueño, sopeso si la extraña incidencia del virus de manera desigual en distintas partes del país no pudo responder a esta genética evolutiva (me explico, en zonas como el País Vasco algunas personas muestran en su cráneo protuberancias que recuerdan a rasgos neandertales, por ejemplo un "moño óseo" en la parte posterior; o en zonas montañosas de Soria abundan personas con ojos verdes y pelo pajizo, como en Irlanda, que pudieran responder a una mayor abundancia en su día de neandertales en esos parajes y por tanto su aporte genético fue mayor).

            Por otro lado,  como recojo en mi libro “Tartessos, 12.000 años de historia” (marzo de 2014) y su reedición “Tartessos y su prehistoria” (diciembre de 2018), en un yacimiento estadounidense del Solutrense (Paleolítico Superior) se hallaron varios restos esqueletales de distintos individuos y cuyos análisis genéticos evidenciaron estar emparentados… ¡¡con Homo sapiens de la cornisa cantábrica!!; es decir, que después de todo España descubrió América mucho antes de que supuestamente lo hicieran los vikingos (es broma, pero a más de uno debe escocerle porque de este estudio científico nadie ha vuelto a hablar a pesar de ser realizado con rigurosidad).

            Siguiendo en América, algo más hacia el sur, concretamente en tierras actuales peruanas se han ido encontrando distintos cráneos deformados de la cultura Paracas. Pues bien, entre ellos, algunos presentan la ausencia de determinadas líneas de suturas craneales o de forma distinta a las del Homo sapiens. Para salir de dudas, de nuevo se recorrió a los análisis genéticos… y otra vez se obtuvieron “respuestas” que nos dejaron absortos a los científicos: el análisis de ADN mitocondrial determinó que la madre era humana pero al ver el ADN paterno, no pudo establecerse similitud con especie homínida alguna. ¿Conclusión? De nuevo los fanáticos del tema OVNI corrieron a considerarlos híbridos humanos-alienígenas, pero yo más bien creo que debe haber un taxón homínido (si no varios) aún no encontrado, que habitara en América y que fue el padre de estos “niños de las estrellas” como les llaman.

Uno de los cráneos precolombinos sin la sutura posterior craneal y esquema de cómo se deformaba la cabeza con cuerdas y madera, en bebés, en la cultura Paracas (600 a.C. – 100 d.C.).

             Desde hace centurias, criptozoólogos y partidarios de los alienígenas han especulado con la posibilidad de que los yetis, pie-grandes y demás parientes descritos en distintas partes del mundo (incluso en el Pirineo aragonés, según un documental de Lorenzo Fernández Bueno) pudieran ser descendientes de un homínido no conocido, de un híbrido manipulado por los aliens, de seres de dimensiones paralelas y demás hipótesis.

Ahora vayamos a otra parte del mundo no muy lejos de América, la gran China. Allí durante la Segunda Guerra Mundial se encontraron, de modo casual, unos restos que el descubridor (un obrero que cavaba para las obras de un futuro puente) corrió a ocultar en un pozo de su propiedad. Pasaron los años y ya en su lecho de muerte, dijo a su nieto aficionado a los fósiles, que podían interesarle unos huesos de oso o así que escondió en dicho pozo. Cuando el nieto dio con los restos, sacó a la luz un esqueleto parcial de un homínido muy bien conservado que ha permitido la descripción de un nuevo eslabón de la evolución humana: el Homo longi u “Hombre dragón” (que significa “longi”), un ser sumamente curpulento, enorme, con una hombrera ósea del entrecejo sumamente marcada y que rápidamente ciertos investigadores han corrido a señalar como un “yeti” fosilizado.


Izquierda, detalle de un molde de huella de un supuesto yeti y reconstrucción de un rostro yeti en Roadside Bigfoot (Georgia, USA). Derecha, cráneo de Homo longi y reconstrucción de su aspecto facial.

            Los paleoantropólogos sostienen que posiblemente se trate si no de un denisovano (un homínido hallado en Denisova, Georgia y que presenta un aspecto más robusto que el Homo sapiens y unos molares gigantescos, pero cuyos restos óseos son sumamente escasos y mal preservados) o un derivado de éste pues lo cierto es que al desconocerse su cráneo bien pudiera ser el Homo longi un ejemplar de ellos y por tanto, el primer rostro conocido de esta especie.

De nuevo los análisis genéticos de Homo longi arrojaron sorpresas: aunque sí parece tener cierto parentesco con “nosotros” los sapiens, buena parte de su genoma es desconocido, lo que abre la puerta a considerar que en un determinado momento de la evolución no solo cohabitaron hasta cinco tipos de homínidos distintos, en el planeta, sino que pudieron existir muchos otros de los que no tenemos ni remota idea de su existencia.

Por otro lado, hay “sorpresas” como la ofrecida por el Homo floresiensis, una especie de homínido que, como en el ejemplo de los ponies, se vieron afectado por un tipo de conducta evolutiva que hace que las especies se adapten al medio en el que viven, de manera que si se trata de una isla pequeña, terminan adaptándose a ese micromundo y su tamaño se reduce.  Ocurrió, como digo, con los ponies en las islas escocesas y con el Homo floresiensis en la asiática isla de Flores, de forma que terminaron por existir seres humanos a pequeña escala, de un metro con veinte centímetros de altura máxima.


Por tanto, la evolución humana, lejos de ver una sucesión lineal de formas en el tiempo (ejemplo del diagrama A y C), nos está resultando ser algo más caótico (B, explicado en mi entrada sobre la cuestión, aquí), de modo que me la imagino como una serie de “nube de posibilidades” que ocurren con cada especie y que se favorece en una dirección u otras (representado por la flecha roja) según sus particulares circunstancias del medio, climáticas y del entorno, sucediéndose de un modo caótico y que desembocarán en líneas genéticas que se continuarán en el tiempo, si las descendencias se van viendo favorecidas, o terminarán por desaparecer, al desembocar en “caminos sin salida”, extintas (esquema D).

Como siempre digo, la Geología (y en este caso concreto, la paleontología y evolución humana) es realmente fascinante.

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