En todo el mundo existen leyendas
de tesoros escondidos compuestos por enormes riquezas que aguardan a que algún
agraciado con la suerte ese día lo saque a la luz. Esto ha hecho que existan
numerosos soñadores que persiguen estas fortunas ocultas, así como cantidad
de escépticos que se burlan de ellos, alegando que los tesoros ocultos son
espejismos o ilusiones de niños. Pero, ¿lo son realmente?.
En
países que han sufrido invasiones de otros pueblos, las historias sobre tesoros
ocultos son algo frecuente, más que nada porque era costumbre esconder
determinados objetos valiosos en escondrijos naturales cuando la invasión era
inminente, para evitar que cayeran en manos indeseadas.
Posiblemente
uno de los países que más invasiones ha sufrido sea España, por su posición
estratégica. La Península Ibérica
(actualmente formada por España y Portugal) ha sido invadida por prácticamente
todos los pueblos conocidos del mundo antiguo (Cartagineses, Romanos, Suevos,
Vándalos, Visigodos, Árabes…¡y hasta las tropas Napoleónicas!), sufriendo
además en ciertos puntos de su geografía el ataque de vikingos, ingleses e
incluso fenicios (llegaron a someter todo el territorio tartesio de Cádiz y
parte de las provincias de Sevilla y Huelva).
Es
por esta razón que han sido numerosas las “sorpresas” encontradas de manera
casual y que resultaron ser “tesorillos” u objetos enterrados por sus dueños
con intención de evitar que cayeran en manos no apropiadas, para recuperarlos
luego, y nunca pasó esto último. Tal vez los más espectaculares hayan sido las
coronas votivas visigodas encontradas tanto en Torredonjimeno (Jaén), como en la
toledana Guarrazar (en la imagen). Incluso las numerosas “apariciones” marianas
correspondientes a tallas románicas en troncos de grandes árboles y cuevas,
durante la reconquista de la Península Ibérica a los musulmanes están relacionados con esta precaución por esconder los objetos sagrados cristianos de los árabes.
Se
sabe que los visigodos arrasaron Roma, llevándose consigo gran parte de los
tesoros de la gran urbe, que pasó a ser denominado “tesoro antiguo”. Conforme
los visigodos avanzaban hacia la Península
Ibérica presionados por el avance de los hunos tras de sí,
iban depositando el “tesoro antiguo” en determinados lugares, que puntualmente
se incrementaba con el añadido de nuevas riquezas apresadas en los territorios
recientemente conquistados. Cuando en determinados lugares ocurría una revuelta
o un ataque de pueblos enemigos y los godos eran aniquilados u obligados a huir
rápidamente, estos tesoros puntuales quedaban enterrados, olvidados tras de sí
por los godos y posiblemente ignorados por los pueblos vencedores.
Algo
así debió ocurrir en una zona de la actual región italiana de Abulia, en la Terra di Bari. En la
provincia de L’Aquila. En esta zona, según las tradiciones, existía un
santuario astronómico que poseía una estatua en mármol de una divinidad pagana.
En torno a su cabeza, a modo de corona en bronce, se leía “en las calendas de mayo, cuando el sol se levante, tendré una cabeza de
oro”. Parece ser que el tiempo transcurrió sin que nadie pudiera o quisiera
pensar en algún significado más allá de esa extraña frase que podía
interpretarse como que en esas fechas el sol alumbraba la cabeza de la deidad,
hecho curioso sin más trascendencia.
…Hasta
que llegó un árabe que, de acuerdo con la tradición, hacia el año 1073 aguardó
a que ocurrieran las Calendas (fiestas romanas celebradas al comienzo del mes
de mayo) y excavó en el lugar en que se proyectaba la sombra de la cabeza de la
deidad justo “cuando el sol se levante”,
que rezaba la propia estatua del dios antiguo. Sobra decir que el
sarraceno dio con un gran tesoro que le sirvió para construir en el lugar un
castillo que respetara toda la arquitectura astronómica de la construcción
antigua, preservando así los juegos de luces y sombras en determinadas fechas.
Posteriormente sobre este alcázar construiría Federico II, iniciando las obras
en el solsticio de verano de 1233, el Castrum Sancta
Maria de Monte, el Castillo de Santa María del
Monte o Castel del Monte, basándose en el Templo de Salomón bíblico y usando el
número ocho como base y medida principal de la esotérica construcción. Hay que
recordar que en el esoterismo árabe, el ocho es el número que representa lo
divino.
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