Pocos casos han despertado
tantísimo interés y han sido tan macabros como los asesinatos en serie de un
personaje llamado Jack el Destripador debido a que aún, a día de hoy, no ha
podido ser identificada la identidad del asesino. Se ha escrito un centenar de
libros sobre la cuestión y realizado distintos documentales defendiendo
diversas teorías. De todas ellas, nos vamos a quedar con las dos que más nos
convencen.
La
primera de ellas vio la luz en 1986, en forma de libro tan lapidariamente
titulado “Jack the Ripper: The Final
Solution”. En él su autor, Stephen Knight, trataba de dar carpetazo al
asunto presentando una historia que, aunque convincente, despertó un
encarnizado debate, ya que la Casa Real
Británica jugaba un papel importante en el asunto. Lo que sí es cierto es que
por primera vez encajaban todas las piezas, tales como horrendos asesinatos a
manos de lo que parecía ser un entendido en anatomía, usando herramientas
propias de médicos y forenses; atrocidades que parecían ir en aumento a medida
que mataba a más víctimas (prostitutas); una extraña frase junto al penúltimo
cuerpo; similitudes con rituales masónicos; una irreverente carta con medio
riñón de la penúltima víctima y que el asesino dejó de matar de la misma repentina
manera que comenzó.
En
la imagen, reconstrucción de la atmósfera londinense donde ocurrieron los
asesinatos, en el barrio de Whitechapel en otoño de 1888. A su lado, detalle de
la firma del asesino en una de las numerosas cartas que la policía recibió y
que muy posiblemente sean falsas, realizadas por desequilibrados mentales y
admiradores del asesino, entre otros personajes.
Para
Stephen Knight todos estos asesinatos se ubican en una curiosa trama. La reina
inglesa tenía un nieto bastante amigo de borracheras y de andar enredado en
varias faldas. El príncipe Albert Victor
contaba con un buen amigo para estas salidas nocturnas, el pintor Walter Sickert,
quién en opinión de varios autores, mantenía una relación sentimental con la
princesa Alexandra (madre del príncipe Albert Victor).
Una
noche, el pintor le presentó al príncipe a Annie Elizabeth Crook, una bella
joven que trabajaba en una confitería. Albert Victor comenzó una relación con
ella, enamorándose tan perdidamente que terminaron casándose en secreto, con el
pintor Sickert y la compañera en la confitería y amiga de Annie, Mary Jane Kelly,
como testigos. Del matrimonio nació una niña, Alice Margaret Crook (según reza
en su acta de nacimiento del 18 de abril de 1885). Sin embargo, la historia
llegaría a oídos de la reina Victoria quién mandará internar a Annie en un
psiquiátrico de por vida, donde acabará muriendo en 1920. No obstante, el bebé es entregado a Mary Jane Kelly
con el fin de evitar que cayera en manos de la reina, huyendo a Irlanda con él.
La historia da un giro cuando las fuertes hambrunas irlandesas hacen regresar a
la joven Mary Kelly a su Londres natal en busca de sustento, terminando
finalmente por hacerse prostituta en el barrio de Whitechapel. Vuelve a ponerse
en contacto con el pintor, al que entrega a la pequeña Alice. El pintor buscará
a los abuelos maternos y les entregará la niña
El escritor Stephen Knight supone que la mujer contó a sus compañeras de alojamiento y profesión (Mary Ann Nicholls, Annie Chapman y Elizabeth Stride) el asunto de su amiga Annie con el príncipe Albert Victor y se las ingenian para chantajear a la Corona con el asunto si no pagan una suma que las retire a todas de esa mala vida. La reina Victoria deja el asunto en manos del primer ministro Robert Salisbury, masón de alto grado quién a su vez habla con otro influyente masón, el doctor William Gull, médico de la reina y de gran parte de la aristocracia londinense, que había sufrido un derrame cerebral del que parecía haberse recuperado
El primer asesinato fue el de Polly Nicholls. Le seguirían el del resto de sus amigas, aumentando las mutilaciones de manera ascendente (sin embargo ellas murieron de manera repentina y prácticamente indolora), encontrándose los órganos dispuestos en rituales que recordaban a determinados ritos de los masones.
En el penúltimo asesinato, el de Catherine Eddowes (aparentemente no relacionada con la trama), se produjo todo un derroche de complementos ya que fue el cuerpo que apareció más mutilado, junto a su cadáver apareció una frase en la pared que parecía relacionada con los asesinos del constructor del templo de Salomón, Hiram, primer masón según las tradiciones de éstos y a la jefatura de policía de Fleet Street llegaba la única carta que se considera escrita por el asesino, el 27 de septiembre de 1888, encabezada “From Hell”, desde el infierno, terminando sin firmar pero con la sentencia “atrápeme si puede, señor Lusk” (el detective encargado de la investigación al que le enviaba medio riñón de la víctima invitándole a que lo comiera ya que la otra mitad se la había comido el asesino, según le decía en la carta). En la imagen, fotografía de la carta y retrato del príncipe Alberto Victor, duque de Clarence y Avondale.
El escritor Stephen Knight supone que la mujer contó a sus compañeras de alojamiento y profesión (Mary Ann Nicholls, Annie Chapman y Elizabeth Stride) el asunto de su amiga Annie con el príncipe Albert Victor y se las ingenian para chantajear a la Corona con el asunto si no pagan una suma que las retire a todas de esa mala vida. La reina Victoria deja el asunto en manos del primer ministro Robert Salisbury, masón de alto grado quién a su vez habla con otro influyente masón, el doctor William Gull, médico de la reina y de gran parte de la aristocracia londinense, que había sufrido un derrame cerebral del que parecía haberse recuperado
El primer asesinato fue el de Polly Nicholls. Le seguirían el del resto de sus amigas, aumentando las mutilaciones de manera ascendente (sin embargo ellas murieron de manera repentina y prácticamente indolora), encontrándose los órganos dispuestos en rituales que recordaban a determinados ritos de los masones.
En el penúltimo asesinato, el de Catherine Eddowes (aparentemente no relacionada con la trama), se produjo todo un derroche de complementos ya que fue el cuerpo que apareció más mutilado, junto a su cadáver apareció una frase en la pared que parecía relacionada con los asesinos del constructor del templo de Salomón, Hiram, primer masón según las tradiciones de éstos y a la jefatura de policía de Fleet Street llegaba la única carta que se considera escrita por el asesino, el 27 de septiembre de 1888, encabezada “From Hell”, desde el infierno, terminando sin firmar pero con la sentencia “atrápeme si puede, señor Lusk” (el detective encargado de la investigación al que le enviaba medio riñón de la víctima invitándole a que lo comiera ya que la otra mitad se la había comido el asesino, según le decía en la carta). En la imagen, fotografía de la carta y retrato del príncipe Alberto Victor, duque de Clarence y Avondale.
Todo
esto se puede explicar fijándose en un detalle revelador y es que cuando fue
detenida la joven dio como nombre suyo el de Mary Ann Kelly, sentenciándose a
muerte sin saberlo. Es de suponer que el asesino fue advertido de que la joven
que buscaba iba a ser liberada esa noche en esa comisaría y así realizó con
ella todo lo que quiso, incluso escribir a los policías, ya que daba por hecho
que sería su último asesinato, desapareciendo de la escena con él. El problema
es que Kelly seguía viva y escondida, así que para cuando dio con ella su
cuerpo fue el más mutilado de todos, llegando a quemar el corazón de la joven
(de nuevo en otro curioso ritual).
Como
vemos, todos los detalles encajan en la rocambolesca teoría de Stephen Knight;
sin embargo se ha señalado a todo tipo de personajes como aspirantes a Jack el Destripador.
Así, basándose en el ADN de las manchas de sangre y semen del chal de Catherine
Eddowes, se señala a un polaco que fue investigado en su día (si bien extraña
que hubiera semen del asesino pues éste no se movía por impulsos sexuales ni
abusó de ellas) e incluso al inspector de Scotland Yard, Frederick George
Abberline, basándose en el análisis caligráfico, defendiendo una trama que
nuevamente implicaba a la
Corona al ser dicho investigador un bastardo de la realeza
(José Luis Abad y Benítez, 2011). Sin
embargo, otro experto grafólogo, esta vez colaborador de la CIA, apunta al forense de
entonces como el verdadero asesino sin justificar los asesinatos más que por el
mero hecho de ser las prostitutas que esas noches se cruzaron con él. Y estos
son sólo unos pocos candidatos de los muchos que se han señalado (picar aquí
para ver más).
La
segunda hipótesis a la que aludía al comienzo de esta entrada se debe a la
escritora Patricia Cornwell, que tanto se implicó en el asunto que gastó buena
parte de su dinero en adquirir el escritorio del pintor Walter Sickert,
numerosos cuadros de él y escritos, entre otros bienes, concluyendo que el pintor era el verdadero Jack
el Destripador, respaldándose en que en varios cuadros que hizo sobre los
asesinatos aparecían elementos solo conocidos por el asesino y los primeros
policías en llegar a las escenas del crimen (ya que no salieron a la luz
pública).
En
la imagen, fotografía del pintor, en cuyas obras las prostitutas eran un tema
recurrente. Incluso hay autores que sugieren ciertos desequilibrios mentales
libidinosos patentes en su cuadro “Ennui”, cuyo boceto permite ver a
un hombre de cierta edad dando placer a una joven en su parte más sensible.