Hoy no deseo hablar de batallas,
de bulos históricos, del simbolismo que nos rodea, del significado de ciertas
expresiones cotidianas ni de personajes olvidados. Hoy deseo compartir con los
lectores dos de los pintores que considero que mejor han sabido plasmar,
combinar y transmitir en sus obras algo tan simple y a la vez tan complicado
como la luz y la belleza.
Cada
vez que contemplo uno de sus cuadros no puedo por menos que llenarme de luz,
tranquilidad y armonía, despejando oscuros nubarrones de mi cabeza. Por eso me
he decidido a llenar con algunos de sus cuadros esta entrada, ya que el arte (y
la pintura como tal) se dice que es alimento para el alma. ¡Pues alimentémosla
sin más!.
El
primero de ellos no podía ser otro que el pintor español (valenciano por más
señas) Joaquín Sorolla y Bastida (27 de febrero de 1863-10 de agosto de 1923),
con una obra tan prolífica que cuenta con más de 2.200 pinturas conocidas en su haber
Sorolla
es pura luz levantina. Nada hay en sus cuadros que sea feo. Bastan unos leves
brochazos para marcar unas olas haciendo espuma al romper en las doradas arenas
de la playa.
Su
prolífica obra debemos agradecérsela al marido de su tía Isabel, ya que este
matrimonio se hizo cargo tanto del pequeño Joaquín como de su hermana mayor cuando
quedaron huérfanos. Joaquín contaba sólo con dos años de edad y aunque su tío,
cerrajero, trató de enseñarle su profesión, no tardó en desistir al ver las
dotes del adolescente para la pintura, pagándole sus estudios en Valencia y,
más tarde, ayudándole en lo posible con sus gastos en Madrid. Allí, el joven
Sorolla se hizo un asíduo al Museo de El Prado, donde observaba con devoción
cada trazo y cada perspectiva de las obras de los grandes maestros.
Una de las características que más me fascina de Sorolla es que capta de tal forma en su paleta la luz del sol reflejándose en el mar que logra
incluso deslumbrar al observador de sus cuadros.
Hacia
1884, Sorolla sale de España y pasa unos meses viviendo en Roma, así como en
París (1885), conociendo no sólo las obras de los grandes y reconocidos
pintores europeos sino que se impregna de las nuevas corrientes que entran con
fuerza, tales como el impresionismo, en el que se convierte en todo un maestro
por derecho propio, ganándose la admiración de reconocidos colegas y del público
versado en gran parte del mundo.
Así,
Sorolla no sólo alegra con sus bucólicas imágenes sino que logra que el
observador se interese por las más variopintas tareas cotidianas, tan simples
como abrochar un vestido o tan laboriosas como coser una vela. Consigue así, al menos en mi caso, que el observador se quede pasmado frente a su lienzo mirando pasmado la escena y casi esperando que los personajes dibujados (que permanecen ajenos a todo, ocupados en sus tareas) se pongan en movimiento.
A
continuación, el pintor fotografiado inmerso en su labor en el frondoso jardín
del Pazo de Vista Alegre. A su lado, imagen que inmortalizó a Sorolla
realizando su bello cuadro “el baño del caballo”, en Valencia (1909).
No
es mi intención alargarme en hechos biográficos de este prestigioso pintor valenciano que están disponibles ampliamente por doquier, así
que mostrada parte de su bella obra pasaré a la de otro pintor no menos
“luminoso”, el francés William Adolphe Bouguereau (30 de noviembre de 1825-19
de agosto de 1905), contemporáneo de Joaquín Sorolla.
Menos
prolífico que Sorolla, Bouguereau “sólo” pintó 826 cuadros, en los que una gran
mayoría de ellos aparecen mujeres de diversas edades. Otro de los rasgos de la
obra de Bouguereau es que casi siempre sus personajes aparecen mirando
directamente al espectador. Es decir, a diferencia de los lienzos del pintor valenciano, donde las escenas dibujadas transcurren ajenas al observador, en los cuadros del francés sus personajes tratan de conectar con quién los mira, haciéndoles partícipes y en cierta manera cómplices, de lo que ocurre en el lienzo.
Aunque
su obra muestra siempre bellos rostros e imágenes campestres, en general tiende
a ser algo más oscura que la de Sorolla. Como el valenciano, conoció el
reconocimiento en vida, siendo el pintor favorito de ricos franceses
adinerados y convirtiéndose en el primer presidente del departamento de Pintura de la
prestigiosa Sociedad de Artistas Franceses.
Entre
sus admiradores se encontraban personajes de la talla de Napoleón III o el gran
compositor Frédéric Chopin. Casado con una pintora francesa, Bouguereau luchó
bastante para ayudar a pintoras (mujeres) a ser reconocidas por el público en
general y a que pudieran gozar de oportunidades similares a las de cualquier
pintor (masculino), algo que le costó no pocos disgustos e incluso el rechazo y críticas por parte de reconocidos personajes de su época.
No hay comentarios:
Publicar un comentario