El arte de la Alquimia ha gozado desde la
Edad Media de una relación amor-odio muy
peculiar ya que fueron muchos los que se sintieron atraídos por este saber,
pero a la vez muy poquitos los que admitían este interés abiertamente, por
posibles represalias inquisitoriales.
Es
cierto que la Iglesia Católica
perseguía y condenaba su práctica, ya que, en el sentido más objetivo, se
trataba de analizar todo lo creado para encontrar aquellos atributos propios de
cada objeto que precisamente le hacían ser lo que era y no otro. En ese sentido
se rayaba lo profano, al tratar de descubrir la esencia de cada cosa, ya que al
ser creación obra de Dios, necesariamente portaría algo de la divinidad. Y si los
alquimistas eran capaces de aislar ese aporte divino, estudiándolo, podrían
incluso llegar a dar con características exclusivamente divinas. ¡Qué osadía!,
pues el conjunto de cualidades divinas determinaría a Dios. ¿Y cómo el hombre
podía atreverse a parcelar y determinar cada uno de los elementos propios e
intrínsecos que hacen que Dios sea Dios y no otro de los elementos creados por
él?.
Alquimistas en sus laboratorios
imaginados y representados por los pintores Mattheus van Hellemont (izda) y
David Teniers el Joven (dcha).
Sin
embargo fueron muchos los católicos que se dedicaron al arte de la alquimia y
entre ellos encontramos incluso a religiosos tales como el arzobispo de Toledo,
Carrillo, y hasta un Papa, Gerbert d’Aurillac, más conocido como Silvestre II.
Conforme
se fue incrementando el número de personas que se dedicaban a este oficio,
aumentaron también los textos, que comenzaban a circular de manera clandestina
por toda Europa, Oriente Medio y Asia, de manera que esta disciplina fue
enriqueciéndose hasta llegar a convertirse en toda una filosofía que hundía sus
raíces en culturas milenarias como la egipcia, babilónica, sumeria e incluso
china.
El
lado bueno de la alquimia es que, gracias a los estudios realizados, se
descubrieron los elementos de la Tabla
Periódica, fundamentalmente a partir del análisis de
minerales y rocas, los beneficios (farmacológicos) de muchas plantas e incluso
aspectos astronómicos. Todo este compendio de saberes sentaría las bases para
las ciencias que más tarde se desarrollarían: Mineralogía-Geología, Astronomía,
Química, Física, Biología, Farmacia, y las Matemáticas como lenguaje universal
para expresar todas las leyes encontradas que parecían regir la Creación.
En las imágenes anteriores, distintos detalles de la Botica del monasterio de
Santo Domingo de Silos (Burgos), donde aún hoy es posible oír la misa con
cantos gregorianos medievales, como el que se muestra a continuación (“Alleluia, beatus vir qui suffer”, que
podría traducirse al castellano como “aleluya,
bienaventurado el hombre que sufre”) con imágenes del claustro del
monasterio.
A este respecto, es interesante conocer que también se han “rescatado” cantos
mozárabes (esto es, cristianos) del siglo IX o anteriores que entroncaban con cantos visigóticos:
Completemos la visión musical medieval peninsular con la música sefardí (propia de las comunidades de hispanojudíos)
y música andalusí, recitando un poema (“mi
agua es perlas fundidas”) escrito por Ibn Zamrak en el siglo XIV:
Volviendo a la Alquimia, se
sabe que sir Isaac Newton (s. XVII-XVIII), descubridor de las leyes de la Gravitación Universal,
era un apasionado de la Alquimia, como también lo era el sevillano Abu Abd
Allah Jabir Ibn Hayyan Al Sufi, “Geber” (s. VIII); el franciscano inglés Roger
Bacon (s. XIII); el dominico alemán San Alberto Magno (s. XIII); el médico y
astrónomo suizo Theophrastus Bombast von Hohenhein, más conocido como “Paracelso”
(s. XV); San Cipriano de Antioquia (s. III); el francés Nicolás Flamel (s. XIV);
el italiano Galileo Galilei (s. XVI) e incluso Leonardo Da Vinci, entre otros
muchos ilustres personajes. Incluso el monarca español Felipe II mandó
construir un laboratorio equipado con los últimos aparatos en su palacio –y
monasterio- San Lorenzo del Escorial (que ya analizamos aquí) e incluso se comenta que la pólvora se descubrió por casualidad durante unos
experimentos de cierto alquimista chino que perseguía dar con el elixir de la
eterna juventud (no deja de ser irónico que buscando la fórmula de la
inmortalidad se descubriera el componente que tantas vidas ha sesgado).
Pintura mostrando el momento en
que se descubre la pólvora, en China. Posteriormente la fórmula pasaría a los
árabes y de allí llegaría a Europa, según algunos historiadores, a través de
los Templarios.
Conforme
fueron avanzando los descubrimientos de elementos, leyes físicas y de reacciones
(leyes termodinámicas), los alquimistas comenzaron a percibir que podían influir en las sustancias e incluso podían
transformar unas en otras variando sus características y proporciones. Entonces,
alguien sugirió que si era posible hacer esto, sería posible obtener el
codiciado oro a partir de otros elementos más abundantes, baratos y “menos
nobles”. De esta manera comenzó una frenética búsqueda del alquimista capaz de
hacer tal conversión en las cortes de toda Europa, pues si eran capaces de
disponer de una fuente inagotable de oro podrían convertirse en los amos del
mundo (“poderoso caballero es don dinero”, como diría el satírico Quevedo). De
esta manera, la Iglesia Católica
se percató de cómo esta codicia comenzaba a afectar a la población, a la vez
que multitud de embaucadores ofrecían sus servicios a los poderosos para hacer
esa transformación, cobrando por ello cifras astronómicas y siendo ajusticiados
meses más tarde tras resultados nulos, al sentirse estafados los nobles que
habían pagado.
A la vez que
esto sucedía también proliferaban los charlatanes que iban por los pueblos
vendiendo todo tipo de pócimas que decían ser los remedios definitivos a las
enfermedades más frecuentes de la época, llegando a causar envenenamientos,
malformaciones y otras lindezas al mezclarse los brebajes. Así las cosas, la Iglesia tomó cartas en el
asunto condenando estas prácticas y persiguiéndolas.
Y ya que hemos mencionado a Francisco de Quevedo y
Villegas, ilustre escritor satírico del siglo de Oro español, recordemos que en
sus obras ridiculizaba a los alquimistas diciendo frases tan lapidarias como “nadie ofrece tanto como el que no va a
cumplir”. Pero mi parte preferida de esta faceta “alquimista” de Quevedo es
cuando aconsejaba para enriquecerse pronto, en su Libro de todas las cosas y otras muchas una caricatura sumamente
ajustada de los escritos alquimistas que nos han llegado y que efectivamente
son, en lo que respecta a concretar sustancias y metodología, un poquito
parcos. Escribe totalmente irónico don Francisco de Quevedo: << Y si quisieras ser autor de libro de
Alquimia, haz lo que han hecho todos, que es fácil, escribiendo jerigonza:
“Recibe el rubio y mátale, y resucítale en el negro. ltem, tras el rubio toma a
lo de abajo y súbelo, y baja lo de arriba, y júntalos, y tendrás lo de arriba”.
Y para que veas si tiene dificultad el hacer la piedra filosofal, advierte que lo primero que has de hacer es tomar (un
trozo de) el sol, y esto es dificultoso
por estar tan lejos.>>
Me descubro ante una manera tan irónica de clavar un
escrito alquímico. Ciertamente son del tipo que él señala y sólo tras mucha
concentración y comparación de documentos de prestigiosos alquimistas, se logra
llegar a descifrar el proceso. Personalmente, me costó 15 años lograr desentrañarlo,
si bien a día de hoy conozco 3 vías para la realización de la Gran Obra: la vía
seca, la vía húmeda y la combinada. Pero lo mejor es que me permito descifrar
los canecillos y relieves alquímicos en nuestras bellas iglesias románicas y reconozco que
nada hay que me cause mayor gozo en este mundo que permanecer horas a solas, en
silencio, vagando sin rumbo en las iglesias tras los canecillos, relieves y decoración diversa, que van contando el proceso
mientras “externamente” parecen relatar pasajes de la vida de Jesús, de la
matanza de los Inocentes, de Sansón y sus aventuras o de la visita de los Reyes
Magos.
Por cierto que llegados a este punto no puedo por menos
que advertir una evidencia. Cuando Quevedo satiriza de manera tan precisa los
escritos alquímicos, difíciles de conseguir por otra parte, no puedo por menos
que preguntarme los años que él dedicó al estudio de esa disciplina. Cuando voy
disfrutando de mi peregrinaje por iglesias románicas y encuentro canecillos
rotos o cambiados, en puntos fundamentales de “La Gran Obra”, no puedo evitar
preguntarme cuántos monjes y obispos llegaron a conocer profundamente este
proceso, conocimiento necesario para seccionar uno de los pasos claves de “la
receta”.
Sobre la Astrología, la disciplina de adivinar el porvenir
en las estrellas y precursora de la Astronomía, Quevedo tampoco guardaba mejor
opinión, cuando escribió: “La astrología
es una ciencia que tienen por golosina los cobardes, sin otro fundamento que el
crédito de los supersticiosos. Es un falso testimonio que los hombres mal
ocupados levantan a las estrellas.” Con todo, fueron numerosos los monarcas
europeos que se dejaron llevar por lo dicho en sus cartas astrales, o en las de
sus contrincantes. El caso más evidente es el del célebre Nostradamus, que a
pesar de cursar astronomía, fue expulsado de la universidad dejando inacabados
sus estudios. Pero ese “detalle” no fue impedimento para que se recorriera
todas las cortes europeas haciendo predicciones, cartas astrales de infantes y
reyes, de bodas y tratados, logrando ser uno de los hombres con más poder de todo
el continente. A pesar de existir numerosos astrólogos y astrónomos que han
analizado seriamente las cartas astrales de Nostradamus que se conservan,
encontrando fallos gravísimos con respecto a la posición de los planetas. Otros
académicos han encontrados plagios de escritos anteriores a él, en sus
Profecías, donde se hablaban de batallas ocurridas tiempo atrás (en ocasiones anteriores
al nacimiento de Nostradamus), de manera que para ellos, si tales profecías del
francés se cumplen, es más por nuestros deseos de hacer encajar los hechos con
palabras y expresiones de Nostradamus, que porque realmente sean proféticas,
pues de hecho son textos copiados de autores de la antigüedad que hablaban de
hechos ya pasados en el área del Mediterráneo Oriental.
A. Alegoría de la Alquimia, en la iglesia templaria de Notre Dame
de Paris (Francia); B. Representación de músicos con matraces (alquimistas) en
la iglesia de Santo Tomé (Soria, España); C. Grabado de una obra alquímica
donde se aprecia la importancia de conocimientos astronómicos; D. Iglesia
templaria de Alpanseque (Soria, España) con símbolos alquímicos; E.
Representación figurada de un mago alquimista rodeado de libros, un dragón y
representación de distintos astros.
Con todo,
había quién usaba el arte de la
Alquimia no para enriquecerse vendiendo falsas pócimas, sino
para avanzar en el conocimientos de las Ciencias. Hemos citado a importantes
científicos que con sus descubrimientos y estudios hicieron grandes avances en
diversas disciplinas tales como la filosofía (Geber, Bacon), la astronomía
(Galileo, Newton), la
Biología (Alberto Magno), las matemáticas y mecánica (Da
Vinci), entre otros.
Por eso es
cierto que fueron muchos los charlatanes que denigraron este saber al tratar de
enriquecerse usando los anhelos de la gente, pero es igualmente verdad que sin
estos científicos de la antigüedad a día de hoy aún estaríamos en las cavernas,
temiendo a los rayos y truenos como castigo de iracundos dioses que desean
castigar al ser humano y muriendo por enfermedades que hace ya mucho que
dejaron de ser mortales.
Concluiré esta
entrada con alguna de mis frases favoritas de Francisco de Quevedo:
“Si quieres que te sigan las mujeres, ponte
delante.”
“Todos los que parecen estúpidos, lo son y,
además también lo son la mitad de los que no lo parecen.”
“Creyendo lo peor, casi siempre se acierta”.
“Los que de corazón se quieren, sólo de
corazón se hablan”.
“Conviene vivir considerando que se ha de
morir; la muerte siempre es buena (cierto, ayuda a dar el valor real a las
cosas, a gozar de lo que se tiene, a ser generoso con la gente y a aprovechar
al máximo nuestra vida); parece mala a
veces porque es malo a veces el que muere.”
“El valiente tiene miedo del contrario; el
cobarde, de su propio temor.”
“Mejor vida es morir, que vivir muerto.”
“Ningún vencido tiene justicia si lo ha de
juzgar su vencedor.”
“Donde hay poca justicia es un peligro tener
razón.”
“No es dichoso aquél a quién la fortuna no
puede dar más, sino aquél a quién no puede quitar nada.”
“Vive sólo para ti si pudieres, pues sólo
para ti si mueres, mueres.”
“Siempre se ha de conservar el temor, más
nunca se ha de mostrar.” (…) “El
temor empieza toda sabiduría, y quién no tiene temor, no puede saber.”
“Aquel hombre que pierde la honra por el
negocio (llevado por la codicia),
pierde el negocio y la honra.”
“Ser tirano no es ser, sino dejar de ser…y
hacer que dejen de ser todos.”
“En los más ilustres y gloriosos capitanes y
emperadores del mundo, el estudio y la guerra han conservado la vecindad
(han ido parejos, de la mano), y la arte
militar se ha confederado con la lección. No ha desdeñado en tales ánimos la
espada a la pluma. Docto símbolo de esta verdad es la saeta (la flecha): con la pluma vuela el hierro que ha de
herir.” (cierto, pero también con la pluma, la punta de hierro que escribe,
hiere).
“Muchos vencimientos han ocasionado la
consideración y muchas victorias ha dado la temeridad.”
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