Los lectores de mi libro “La
Armada Invencible. La Leyenda Negra” y de mi artículo publicado en la revista
de historia de la BBC sobre las Mentiras de la Invencible (aquí)
sabrán que no es esta reina santo de mi devoción, precisamente por ser de los
primeros personajes que dedicó numerosos esfuerzos y fortuna de la que carecía
su reino (y pueblo) a hacer un boicot propagandístico a su eterno gran rival:
el Imperio Español. Sus argucias y mentiras fueron tan bien orquestadas y
difundidas que han sobrevivido hasta hoy, en que internet ha logrado comenzar a
mostrar al mundo la gran cantidad de humo y falacias que las sostenían.
Así,
poco a poco se comienza a reconocer hechos que hasta entonces se daban por
falsos (permítame el lector que le muestre varios, aquí, sobre las mentiras de
la Invencible),
entre ellos que era una reina querida por todos, superando en fama a su hermana
María, casada con Felipe II, rey del que estaba tan enamorada -y que sin
embargo se sigue sosteniendo que era al revés, que el monarca español moría de
amores no correspondidos por la reina inglesa-, que cuando él se casó con una
reina francesa, la pataleta de la reina inglesa fue considerable declarándole
la guerra de por vida, no respetando los pactos de no ataque firmados por ambos
monarcas en varias ocasiones. Pues bien, hoy vamos a mostrar cómo este fervor
del pueblo hacia la reina Isabel I fue nuevamente una inventiva más. Y para
ello, acudiremos a dos testimonios muy fiables: dos cuadros de la época.
Empezaremos
con un cuadro conocido como “The Wanstead or Welbeck Portrait of Eizabeth I”, o
también como “The Peace Portrait of Elizabeth I”, realizado entre 1580 y 1585
por Marcus Gheerhaerts
el Viejo. En él se muestra a la reina sosteniendo una rama de olivo en una
mano, símbolo de la sabiduría y de la paz (recordemos que la paloma de la paz
lleva una ramita de olivo en su pico), y se alza de pie sobre una espada
desnuda, símbolo de la Justicia. En el colmo de la adoración, el pintor le ha
dibujado una cintura de avispa imposible y un tamaño desproporcionado,
representando a su perrito faldero del tamaño de un ratón. El representarla con
la espada de la Justicia será un motivo recurrente en sus retratos.
La reina de Inglaterra se representa con una
rama de olivo en una mano, en señal de paz (si bien nunca dejó de conspirar
contra el Imperio Español y contra los católicos, derramando numerosa sangre en
sus “cacerías” y con la piratería, por ella patrocinada) y sobre la espada de
la Justicia.
Aludía
a dos curiosos cuadros. El primero ha pasado durante siglos por ser uno de los
más admirados en lo relativo a la representación de esta monarca, al mostrarla
inocente llevando unas bellas florecillas silvestres representativas de su
virginidad, pues es sabido (según "la versión oficial") que cientos de personajes la pretendieron, citando
incluso al todopoderoso Felipe II, pero ella se mantuvo estoica defendiendo su
virginidad hasta el día de su muerte, siendo por ello conocida con gran admiración
por el apelativo de “la Reina Virgen”. Sin embargo, ha sido recientemente
cuando ha mostrado su verdadero “rostro” en el mismo lienzo, puesto que en el proceso previo a la
restauración se le aplicaron rayos X para analizar las distintas capas de
pintura aplicadas, trazos, materiales grietas… dejando en evidencia cómo en la
pintura original la reina llevaba una serpiente en su mano, que posteriormente
sería rectificada y ocultada por las flores. Como es de suponer, los
restauradores quedaron atónitos ante el hallazgo, ya que si bien la serpiente
ha sido identificada con la sabiduría en los ritos paganos, lo cierto es que en
el simbolismo de la época se asociaba a las artes oscuras y al demonio. Por
ello son varios los autores que defienden que el autor de la pintura pretendía
censurar a la “Reina Virgen” precisamente por su conducta tan reprochable en lo
referente a los rumores que la acompañaron siempre y que hablaban de sus
incestuosas insinuaciones al más puro estilo “Lolita” cuando siendo una
jovencita no paraba de comprometer al marido de su madrastra, Catherina Parr
(tras la muerte de Enrique VIII); igualmente coqueteó cuánto puso con el marido
de su hermanastra, el joven Felipe II; también se rumoreó bastante sobre sus
coqueteos con el conde de Anjou… En fin, que posiblemente por eso se tapó la
serpiente enroscada en la mano de la reina, sustituyéndola por florecillas
inmaculadas.
El cuadro, pintado por un autor desconocido hacia 1580, muestra a una
reina ya mayor llevando en su mano unas flores que resultaron ser añadidas más
tarde, escondiendo una serpiente enroscada entre sus dedos.
Con
todo, no podemos evitar eludir la coincidencia de esa serpiente
convenientemente censurada en la época, con un cuadro de un autor desconocido y
que ha llegado a atribuirse al discípulo de Nicholas Hilliard, Isaac Oliver Marcus e incluso a Gheerhaerts el Joven (hijo del autor del cuadro comentado antes,
que representó a la monarca inglesa con la rama de olivo y la espada de la
Justicia), entre otros. Este cuadro se ha denominado “el retrato del arco iris”
por la curiosa frase que aparece escrita en latín y que puede traducirse como
“no hay arco iris sin sol”. Si prestamos atención a los detalles, veremos en la
manga izquierda de la monarca una serpiente bordada, mientras que por sus
ropajes proliferan ojos y oídos (¿aludiendo a que todo lo oye y lo ve?). a
pesar de que el cuadro, restaurado, muestra un joven rostro de la reina, lo
cierto es que en la pintura original su cara es de más anciana, pues debía
rondar los sesenta años cuando se pintó. De nuevo, no parece quedar muy bien
retratada, llevando en su mano izquierda el símbolo del diablo, y ojos por
doquier. Con todo, si observamos el supuesto arco iris que sostiene en su
diestra, veremos que precisamente destaca por no mostrar uno solo de sus
vibrantes colores que lo caracterizan, más parece una serpiente que se
convierte en su abrigo. En cuanto a la frase, no puede ser más explícita: hace
falta un sol para brillar. Y recordemos que “el imperio donde no se ponía el
sol” (es decir, el Imperio del Sol en sí mismo) era el Imperio Español.
¿Trataba el autor del cuadro de dejar de manifiesto el odio nacido del despecho
que guardó toda su vida Isabel I contra el rey español?.
Sorprendente cuadro en el que una monarca ya
mayor, parece sostener una serpiente en su mano derecha, mientras que en su
mano izquierda destaca otra bordada. Sus
ropajes están adornados con numerosos ojos y oídos. La frase en latín dice: "non sine sole iris".
El
segundo cuadro es, sin duda, mucho más explícito. Fue pintado poco después de
morir la reina, o más bien fue cuando salió a la luz, si bien su autor ha
preferido quedar en el anonimato y sin duda basta una ojeada al cuadro para
entender tal decisión: la “Reina Virgen” queda muy mal retratada.
Si prestamos
atención a los detalles veremos en el rostro de la reina una tremenda inquietud
y preocupación ante su inminente muerte. Y no es para menos pues mientras que
dos querubines sostienen su corona (¿socarronamente, recordando a los cuadros
renacentistas representando a la Virgen María?), sobre el hombro izquierdo de
la reina vemos a un esqueleto mostrándole el inexorable pasar del tiempo en un
reloj de arena, mientras que con su esquelética mano izquierda osa pasarla
sobre el sillón real, empujando la espalda de Isabel I. Su otro lado no es
mejor, pues a su derecha ella tiene a un hombre que le imita la postura y que
parece tener cuernos. Si nos fijamos en una versión más aclarada de la pintura
(retirada la pátina de barniz oscurecido) veremos cómo este hombre sostiene una
guadaña, aguardando aburrido junto a un reloj de arena rojo sobre el cojín que
tiene delante, señalándole que la reina ha consumido todo su tiempo y es hora
de perecer. Otro detalle, junto a la reina, entre pliegues de una capa vemos
asomar el puño de una espada (¿la espada de la justicia aludida en el primer
cuadro, guardada y olvidada por la reina?). Como decimos, sin duda este cuadro
no guarda ninguna consideración para con esta monarca inglesa.
El cuadro anónimo, restaurado, tras retirar la pátina de barniz que lo
oscurecía.
Por
tanto, como vemos, tampoco es cierto que fuera una reina querida, más bien al
contrario, observamos que fueron varios los pintores que no dudaron en plasmar las
malas artes (tildándolas de diabólicas) de Isabel I, eso sí ocultando su autoría
por temor a la cólera de la monarca, de todo menos justa . Tampoco vale en esta
ocasión atribuir esos cuadros a españoles, costumbre que venía siendo habitual
ante cualquier evidencia en contra de la versión oficial, atribuirla a las
ideas maliciosas y envidiosas de los españoles, con la finalidad de desviar la
atención de ella o hacerla pasar por falsa. Eso ya no vale. Y estos son tres
cuadros que se han conocido. Cuántos otros debieron ser pasto de las llamas, víctima de la censura…
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