Para muchos, hablar del R.M.S. Titanic siempre ha tenido un
interés y una sugestión que nunca se ha tenido por otro barco. Muchas veces me he
planteado qué puede haber en la historia del hundimiento de ese barco que ha
cautivado a miles de personas, teniendo una atracción tan intensa para tantas de
casi cualquier edad; en el fondo fue un hundimiento más que ni siquiera batió
el record de víctimas en su tragedia. Posiblemente, lo que ocurrió aquella fría
noche del 14 de abril de 1912 se relacione con la vanidad, orgullo y prepotencia
de una clase poderosa que quiso imponer al resto de la humanidad, creyéndose
invencible o indestructible, tratando de mostrarte casi como dioses controlando
a los elementos. Cierto sabio dijo una vez: “quién no conoce su pasado está condenado a repetirlo” (frase atribuida
falsamente tanto al presidente estadounidense A. Lincoln como al primer
ministro británico W. Churchill, si bien fue el filósofo chino Confucio quién
la escribió, hacia el siglo V a.C.). Y ciertamente el relato del Titanic ha
vuelto a ser un ejemplo más de la eterna confrontación de David contra Goliat
que ha marcado el devenir de la humanidad; posiblemente por eso impactó tanto
ese desenlace, con la evidencia de que el orgullo desbordado de la
aristocrática compañía británica White Star (“Estrella Blanca”) con sus
mastodónticos buques volvió a ver terminar su rápido ascenso en una nefasta
caída. Acaso sea esta la razón del atractivo o el morbo de aquella aventura;
personalmente considero que podría ser aún mayor si se llegara a conocer la verdad
sobre las causas que condujeron al desastre. Y no me refiero a la bella
historia contada hasta la saciedad por documentales anglosajones y películas
hollywoodienses, me refiero a la verdadera historia que hay tras el Titanic,
ignorada por la gran mayoría del público en general y ocultada por muchos de
los pocos que la conocen. Como no podía ser de otra forma, aquí estoy yo para
compartirla hoy con mis lectores.
Cierto es que ese gran y
celebérrimo trasatlántico pertenecía a la White Star, compañía inglesa que como
tal suele tener bastante facilidad para ocultar o cambiar la verdad, pero toda
mentira suele tener los días contados, más en la era de la comunicación global
inmediata. Si las mentiras las transmiten los poderosos, puede ocurrir que se
tarde más tiempo en que ésta termine saliendo a la luz, pero sin lugar a dudas
la fecha llegará.
La aparición de Internet en el horizonte social hizo el mundo
más pequeño, ofreciendo mayores posibilidades a la investigación para llegar a
la información real. Porque en el caso que nos ocupa, hablamos de una compañía
poderosa que construyó el buque más grande y lujoso de su tiempo; lo cacarearon
a los cuatro vientos como que era un coloso era imposible de batir.
Constructores y propietarios se vanagloriaban de que al ser un barco
insumergible, con ello justificaron que llevara un número de botes salvavidas en
el que no cabía ni la mitad de la tripulación; después de todo, aseguraban,
aquellos botes estaban prácticamente para adornar el barco.
Todos creyeron el
mensaje y pronto un enorme grupo de ricos y poderosos ciudadanos ingleses y
norteamericanos llenaron la clase A del barco, a cuyo frente iba un
experimentado capitán que, tras más de cuarenta años en la mar cruzando ese
océano, aceptó el ofrecimiento de realizar aquél último viaje antes de su
jubilación; sería su gran broche dorado. Las clases B y C se llenaron por
completo con personas que buscaban en América una nueva vida o la forma de
vencer el hambre.
Era
el barco de los sueños para una población deprimida en los avatares de aquella
dura era industrial, y para mayor orgullo, la joya de la gran compañía naviera
inglesa. Sin embargo, ese experimentado capitán llevó al coloso al desastre, en
la primera travesía del barco, tras
intentar atravesar un mar de icebergs sin disminuir la velocidad. Tras consumarse
la tragedia, se produjeron una serie de decisiones desastrosas a bordo que
hicieron que el gran buque se fuera en menos de tres horas al fondo del
Atlántico Norte, llevándose en su caída a más de 1500 almas. Sólo se salvaron
705 personas. Después comenzó el circo. Había que justificar el desastre y
pintarlo de la forma más dulce y dramática posible, cuidando muy mucho señalar a
los verdaderos culpables, ocultando muchos aspectos de la cruel y hasta frívola
verdad.
Para llegar
a ella debemos hacer un breve análisis de la realidad de 1912. Era la época de
los grandes transatlánticos. En esas fechas, inicios del siglo XX, la necesidad
de mano de obra barata, prácticamente esclava, propiciaba grandes migraciones desde
Europa a América, exigiendo a estos grandes buques la capacidad
suficiente para llevar, junto a cientos de los más ricos empresarios o artistas
en sus giras mundiales, un enorme número de emigrantes europeos hacinados en
las bodegas, gentes que buscaban
oportunidades de trabajo y progreso en la tierra de la libertad. En
consecuencia, se inició la construcción de grandes trasatlánticos. La
primera botadura de estos grandes buques fue la del RMS Lusitania, de la
Compañía naviera “Cunard Line”, en 1906. Era el comienzo de la
segunda revolución industrial, que permitió grandes avances técnicos en los
transportes y supuso el nacimiento de enormes imperios empresariales dirigidos
desde ambos lados del Atlántico.
“Los tres grandes” de
la naviera Cunard, el Mauritania, el Berengaria y el Aquitania. A la derecha, bella imagen del Olympic (uno de “los tres grandes” de
la White Star) en dique seco.
Prácticamente, la “Cunard Line” era en
aquel decenio la empresa naviera por excelencia. Sin embargo, pronto le surgió
una fuerte competidora, la “White Star Line”, que ofrecía trasatlánticos más lujosos, con más
capacidad y con las características de insumergibles. Estos
barcos eran un orgullo para los países constructores, principalmente británicos,
y para los propietarios, que insistían en ganar la carrera naval, de forma
análoga a lo
ocurrido en la carrera espacial que se inició medio siglo
después. Rápidamente la “White Star” ganaba esta batalla. De manos del
brillante constructor y diseñador irlandés Thomas Andrews se adelantó en esta competencia, planificando la
construcción de tres trasatlánticos de lujo gemelos, el Olimpic, el Titanic y el
Britannic. Inició la construcción de su primer trasatlántico en septiembre
de 1907. Era el RMS Olympic, que se botó el 20 de octubre de 1910, mientras su gemelo,
el Titanic, estaba medio construido.
Con más de 300 metros de eslora, el
Olympic ostentó en su momento el título del barco más grande del mundo. Su primer capitán fue Edward John Smith, quien dirigió el
barco hasta el 30 de marzo de 1912. El
Olympic, grande y lujoso como su gemelo era mucho más ligero que éste, ya
que la cubierta de paseo era completamente descubierta, a diferencia del Titanic que tenía cerrada la mitad. El Olympic pesaba 1004 toneladas menos
que el Titanic, una diferencia que lo
hacía más sobrio. Sin embargo, el día de
su botadura rozó a un barco de guerra inglés que había en el puerto y algo tuvo
que pasarle en ese contacto, porque a pesar de que era el elegido para hacer el
viaje a New York, como es sabido esa ruta la haría el RMS Titanic (sin que nada trascendiera sobre las razones que se
escondieron tras esta decisión “de última hora”). Tal es así, que de hecho se
tomaron parte de los botes y salvavidas del Olympic
para completar lo que exigía la ley marítima para el Titanic. A estos botes tuvieron que borrarles el nombre del Titanic tras el hundimiento de éste, reasignándolos
al Olympic. Este dato resulta interesante
para comprender la verdad sobre el hundimiento. Aunque se cambió el buque, se
mantuvo al capitán Edward John Smith para ese viaje inaugural.
La verdad es que fueron barcos sin suerte.
Sólo el Olympic pudo funcionar a
pleno rendimiento durante unos 24 años, hasta que en 1937 fue desguazado en
Jarrow (Escocia). De hecho, el día de la tragedia del Titanic, fue uno de los barcos que recibió señales de socorro, pero
desgraciadamente navegaba a más de 800 kilómetros de distancia, lo que hacía imposible
prestarle ayuda. Sólo el RMS Carpathia intentó
llegar a socorrerlo, pero tarde y sólo pudo recoger los náufragos del
hundimiento en los botes.
Izda: el capitán Smith,
que se hundió con el Titanic (unos lo describen como un versado hombre de mar
capaz de mantener la calma en cualquier situación, mientras otros dicen que fue tal
el estado de shock en el que entró al asumir que el increíble barco se hundía,
que fue incapaz de reaccionar tomando la iniciativa otros oficiales). Dcha:
oficiales supervivientes del Titanic, Quinto Oficial Harold G. Lowe (izda, de
pie), Segundo Oficial Charles H. Lightoller (centro, de pie), Tercer Oficial
Herbert J. Pitman (dcha, de pie) y Cuarto Oficial Joseph G. Boxhall (sentado; le
pusieron al mando del bote nº2). Sorprende que a pesar de no haber botes
salvavidas para toda la tripulación del barco, lograran sobrevivir todos los
oficiales.
Su otro hermano, el HMHS Britannic, estaba iniciando su construcción cuando zarpó el Titanic. Pero no terminó de construirse,
los interiores nunca fueron acabados ya que cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, fue
requisado y transformado en “El barco hospital de su majestad” y también tuvo
un hundimiento trágico como el Titanic.
En 1916 cuando cruzaba el canal de Kea en el Mar Egeo, fue torpedeado por el submarino alemán U-73. El capitán del barco, Charles
A. Barlett, procurando salvar a los pasajeros intentó encallar en la
Isla de Kea, pero no lo logró ya que poco a poco el barco se fue escorando y se
hundió en menos de una hora. Aunque tuvieron tiempo para intentar salvar a las
1100 personas que navegaban en el buque hospital, hubo 29 bajas, la mayoría succionadas por las hélices del barco al
arrojarse al agua tras la explosión. Este pecio fue hallado por el explorador
francés Jacques Cousteau. Se
encuentra a 90 m de profundidad, en perfecto estado, excepto el gran agujero
que hizo la explosión del torpedo.
Pero volvamos al Titanic.
Realmente era un barco de ensueño. Podía desplazar 52.310 toneladas, con una
eslora de 267 m de longitud en la línea de flotación y una anchura máxima, una
manga, de 28 m. Tenía una altura análoga a una casa de 11 pisos e iba preparado
con la última tecnología, como una sala de radio –que constituía una gran
novedad en los barcos ya que la mayoría no la llevaban- controlada por Jack
Phillipsse y Harold Bride, empleados de la British Marconi Company. Por tanto,
no dependía de la cadena de mando del Titanic.
Sobre el lujo de su interior sólo se puede decir que era insuperable. Suites
con cubiertas de paseo privadas, camarotes decorados según periodo y con
diversos estilos; gimnasios completos con baños turcos y piscina; ascensores
para la primera y segunda clase; además de los comedores normales había restaurantes
a la carta y un café, el Café Parisien, que imitaba a una cafetería moderna;
hasta los compartimientos de la clase C (tercera) eran impresionantes para
aquellos tiempos. De todo, lo que más resaltaba era la escalera principal, con
un gusto y una grandeza propia de ese barco de ensueño. Con respecto a su
estructura, la sala de máquinas disponía de 29 calderas alimentadas por 159
hornos de carbón, que proporcionaban al barco una potencia máxima de 59.000 CV,
consiguiendo una velocidad máxima de 23 nudos (43 km/h). El barco llevaba un
sistema de seguridad contra hundimiento perfecto: 16 mamparos herméticos en su
casco y compuertas estancas controladas a distancia. Toda la seguridad y el
lujo de un barco insumergible para que viajase la flor y nata de la sociedad
inglesa y norteamericana. Sin embargo algo falló, ya que tras salir de Southampton el 10 de
abril de 1912 y recalar en Cherburgo (Francia) y después en
Queenstown (hoy Cobh) en Irlanda, para recoger pasajeros y salir
rumbo a NewYork, cerca de la media noche del 14 de abril, tras cuatro días
de travesía y a unos 600 km al sur de Terranova, chocó lateralmente contra
un iceberg que rajó parte del casco por el lado de estribor bajo
la línea de flotación, inundando cinco mamparos de los siete de estribor.
Es inevitable la siguiente pregunta ¿Ese daño fue suficiente para hundir tamaño
mastodonte? ¿Qué pasó con el resto de los mamparos de sujeción y de las otras
medidas de seguridad?. Siempre se dijo que por una razón de mala suerte, le
inundó el número justo para hundirlo, uno menos y habría logrado mantenerse a
flote hasta que toda la tripulación a bordo hubiese sido felizmente rescatada
por otros barcos que acudieron al socorro del supuesto buque insumergible.
Dos curiosas
imágenes tomadas durante la construcción del Titanic en Belfast.
Desde pequeña siempre me impresionó
la historia de este hundimiento, que tan cautivado tenía a mi padre y a mi
abuelo materno, como a tanta gente, posiblemente porque significaba, además de
lo anteriormente señalado, el fin de una época. La magnitud del hundimiento
hizo que en el fondo la humanidad perdiera su inocencia y su sensación de
seguridad, al romperse en trizas la fascinación y el sueño de controlarlo o
dominar la naturaleza que había inducido el uso de la incipiente tecnología.
Fue muy relevante la frase que Walter Lord escribía en su libro “The night
lives on”: “En 1912 las personas tenían
confianza. Ahora nadie está seguro de nada, y cuanto más inseguros nos volvemos,
más añoramos la época dichosa en que conocíamos todas las respuestas. El
Titanic simboliza esa época o, lamentablemente, su final. Cuanto peor se ponen
las cosas ahora, más pensamos en ese barco y en todo lo que se hundió con él”.
Con todo, debo confesar que me
impactaban las imágenes de este mastodonte en los diversos embarcaderos, o en
los libros que tenían con las primeras imágenes del hallazgo del buque saliendo
entre las fantasmagóricas oscuridades de las profundidades oceánicas; me
producían una mezcla de terror y cierta curiosidad por ver más imágenes del
lecho marino mostrando una trompeta reconocible, un orinal, …
Sin embargo, con respecto a ese
hundimiento siempre me quedaron varias dudas, sobre todo en lo referente a su
velocidad en la travesía ¿Cómo es posible que un experimentado capitán no
disminuyera la velocidad máxima del barco al penetrar en una zona con alto
riesgo de encontrarse con un iceberg? Y más aún conociendo este hecho, pues es
sabido que desde que penetró en esa peligrosa zona, el Titanic no dejó de recibir mensajes señalándole los riesgos de la abundante
presencia de icebergs. El primero en alertarles fue el Caronia, trasatlántico de la compañía rival Cunard, que se había
cruzado con varios bloques de hielo en la zona por la que ahora se adentraba el
Titanic. Siempre me extrañó que el
capitán Smith no hiciera caso a tantos avisos de peligro. Además, la noche era
muy fría y oscura y el mar excesivamente tranquilo, lo que hacía difícil ver un
iceberg a una distancia lejana. Más aún cuando los vigías no disponían de
prismáticos. Por eso siempre me pareció muy inconsciente, casi suicida, el
mando del capitán Smith. Se nos ha justificado la locura, con la excusa de que
se quería batir un récord en la travesía, sacando el máximo rendimiento de las
máquinas, tal como imponía “el malo” de la historia, J. Bruce Ismay (presidente
de la White Star Line, el responsable de que el buque llevara 16 botes en lugar
de 48 y encima que se salvara en uno de ellos, haciéndose pasar por una mujer).
Sin embargo este argumento se me antoja ilógico, ya lo había batido pues hasta
ahora ningún buque podía mantener la velocidad que llevaba el Titanic sin
necesidad de forzarlo. Además, aunque Ismay obligara a forzar la marcha, en un
barco siempre manda el capitán; recordemos que para Smith era además su último
viaje, luego se jubilaría así que no había nada que pudiera temer al respecto
en lo relativo a represalias o mala fama sobre él. Así las cosas, toda la
historia del Titanic se me ha antojado siempre sumamente absurda, sin entrar en
que justamente cuando el buque transita la zona más peligrosa (y profunda) de
su ruta, a pocas horas de finalizar su viaje inaugural y poder acabar su
carrera en lo más alto, el capitán decide irse a dormir dando orden de no ser
molestado. Estupendo, muy profesional, mejor dejar todo el buque y sus
tripulantes en una sumamente calmada y oscura noche, en manos de sus oficiales
más jóvenes y desprovistos de prismáticos, ¡dónde va a dar!. En conclusión: más
y más absurdos. Posiblemente por ello nunca ha llegado a atraparme esta
historia. Me han fascinado las dimensiones…pero la historia siempre la he visto
como un conjunto de absurdos, a cada cual mayor (finalizando con el hecho de
que la empresa nunca llegara a pagar una sola libra como indemnización).
Izda.: Thomas
Andrew, el constructor del Titanic ha pasado a convertirse en uno de sus
héroes, dado que fueron muchos los pasajeros que relataron cómo este hombre fue
llamando puerta por puerta de todos los camarotes para despertar a sus
ocupantes y pedirles que subieran todos a cubierta y se salvaran. Dcha: algunos
pasajeros paseando por una de las cubiertas del barco. Uno de los supervivientes, su mayordomo, relató que la última vez que lo vio estaba de pie en una de las cubiertas y contemplaba como ido un lienzo del puerto inglés al que iba a regresar el Titanic a la vuelta de su primer viaje.
Una nebulosa tapó la tragedia,
señalando diversas circunstancias que ocultaban la verdad. Que los remaches del
casco saltaron en el roce no dejó de ser una justificación absurda, ya que no se
despegaron planchas de acero del casco, sino que éste se rajó. Que el acero era
de mala calidad y que a esa temperatura lo rasgó el hielo como si fuera
mantequilla, es solamente una suposición. Muchos barcos chocaron con un iceberg
y no rajaron el acero de su casco. Dudo mucho que el Titanic tuviera acero de peor calidad. La respuesta a todo estaba
en otro lado, muy relacionado con la peligrosa negligencia de la compañía propietaria.
Hoy se sabe que cuando se eligió el Titanic
para hacer la travesía, la compañía propietaria estaba muy cerca de la quiebra
económica. De ahí que utilizara botes del Olympic
y que esos botes con tan tristes recuerdos los volviera a recuperar para este
mismo barco, gemelo del Titanic.
Pues bien, ahora llegamos realmente
a la verdad de toda esta historia. Y es que precisamente tal falta de liquidez
hizo que se priorizara la salida del Titanic
en su viaje inaugural, cuando en su sala de máquinas se había iniciado un
incendio en una de sus carboneras, que se propagó a la contigua. Para la
travesía, el Titanic tuvo que recoger
indiscriminadamente carbón de diferentes procedencias y se da la circunstancia
de que mineralógicamente hablando, algunos tipos de carbón tienen la propiedad
de emitir gases combustibles que arden con cualquier chispa (puesto que el
carbón no deja de estar compuesto por vegetales milenarios en descomposición;
de ahí que los mejores ejemplares de plantas fósiles de otras épocas se
encuentren en estratos de carbón). Eso fue lo que ocurrió en Queestown. Lejos
de parar la travesía, la compañía ordenó partir porque su situación económica
no le permitía devolver el dinero recibido y supondría el hundimiento de su
popularidad. Esto hizo que el Titanic navegara
con alguna de sus carboneras ardiendo. Para apagar el incendio, la medida
habitual era echar el carbón en llamas, a las calderas. Esto hizo que el barco
tuviera un exceso de combustible ardiendo en ellas, lo que justifica la alta
velocidad de desplazamiento del barco. Explica perfectamente la extrema
velocidad con la que navegaba, incluso por el campo de hielo. Era tanto el
carbón ardiendo que tuvieron que eliminar, que llegaron a dudar si tenían
combustible suficiente para llegar a New York.
Pero lo peor no fue eso, sino que
la combustión de las carboneras actuó sobre el acero del casco y de los
mamparos finales, abombando éstos y deteriorando el acero del casco. De hecho,
diversas fotografías de la travesía mostraban una larga mancha oscura a lo
largo del casco, justo en la zona de estribor que rozó el iceberg, lo que
podría justificar su fragilidad.
Por otro lado, el deterioro que el
fuego causó en los últimos mamparos hizo que estos cedieran a la presión del
agua al penetrar en el barco. Ahora ya sí encaja plenamente la decisión de irse
a dormir y no ser despertado, tomada por el capitán. ¿Es posible que un curtido
lobo de mar como él, a pocas horas de jubilarse, fuera consciente de que
adentrarse en el campo de iceberg en semejante noche oscura y queda, sin
prismáticos entre sus oteadores, y con las calderas rugiendo por las llamas que
ardían sin control no era más que jugar a la ruleta rusa?. ¿Se resignó así a
una tragedia que veía inevitable?. Tal vez por ello mantuviera la calma en esas
circunstancias…o estuviera en shock, pero seguro que había presagiado su
destino y el de gran parte de la tripulación, sin apenas botes salvavidas y en
aguas gélidas.
El último bote
salvavidas del Titanic, rescatado por el Carpathia. A la derecha, los botes salvavidas del Titanic, en el muelle de la White Star, siendo
comprobados para asignarse al Olympic.
Ya en las declaraciones realizadas a
la comisión investigadora tras el hundimiento, en una declaración del segundo
maquinista que sobrevivió al hundimiento, queda registrado el hecho del
incendio en las carboneras. Esta declaración fue oportunamente ocultada ya que
si se hubiera fallado que el Titanic
se hundió por una negligencia de la compañía propietaria ¿Qué hubiera sido de
la White Star y de sus poderosos socios, que llegaban hasta el entorno del Gobierno?
Lamentablemente, esto ocurre con
cierta frecuencia. De los errores, desfalcos y depredaciones prácticamente
nunca se responsabiliza a los poderosos. Siempre se encuentran hombres de paja
o chivos expiatorios a los que asignarles la culpa. Mejor y más fácil si, como
en este caso, están muertos.
Un episodio más para enmarcar en la
“desinteresada” historia británica.
Increible lo que cuenta Valeria. Me cuesta trabajo pensar que un marino de la categoría que parece que se le concede al capitán Smith se ofrezca a ese juego. ¡Vaya con la ética y la honradez británica!.
ResponderEliminarSiempre igual. Vaya con el cinismo de los británicos. Me imagino que lamentarán que exista internet porque después de todo lo que se está desmintiendo sólo ellos, junto a los norteamericanos y un grupo trasnochados de portugueses, creen sus mentiras. Lo que cuenta usted del Titanic, que ya en alguna ocasión habiamos debatidos, no tiene perdon de Dios. Ya sabemos que si en un National Geography dicen que una nave britanica ha llegado al Sol es mentira. Buen trabajo.
ResponderEliminar¡No salgo de mi asombro!. Ahora encaja muchas premisas. Hemos realizados hace años debates con el tema del hundimiento y había muchas cosas que no encajaban. La burla del acero de baja calidad ya lo habíamos descartados, pero lo que señala Ud, Valeria, encaja correctamente en el motivo de la tragedia. Es lamentable que un pais tenga que sostener su excesiva gloria en continuas y asquerosas mentiras, que encima producen víctimas y ruinas. Un muy interesante artículo que endulzará la sobremesa.
ResponderEliminarGracias por sus palabras, Sr. Uribe, Sr. Rodri y Sr. Osorio. Como ocurre con las falacias anglosajonas, hubo que esperar a que se redescubrieran altiguas fotografías sobre este barco que llevaban más de cien años "olvidadas", hasta que alguien las sacó a la luz para obtener cierto provecho económico de la venta de fotografías inéditas de este famoso barco. Fue el escritor y periodista Senan Molony (con varias publicaciones sobre el Titanic y las historias de sus víctimas, y otros detalles) el que reparó en "la sombra" que mostraba el casco del Titanic justo donde sería "rasgado" por el iceberg. Acudió a otras imágenes comprobando que efectivamente el casco mostraba cierto abombamiento en esa zona, en su perfil, y tras buscar en archivos dio con notas sobre un supuesto problema poco importante que anecdóticamente se dio en el Titanic días antes de zarpar y que fue rápidamente arreglado. Sin embargo este periodista experto en el Titanic reparó en que el acero expuesto a altas temperaturas llega a perder su resistencia hasta en un 75% con respecto al acero normal. Y claro, tras indagar en esta dirección se ha podido comprobar que el incidente sin importancia del carbón fue en realidad de una envergadura colosal y que duró durante el viaje del buque, causando indirectamente su hundimiento y la enorme pérdida de vidas humanas. Saludos.
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