Como sabrán aquellos que hayan
leído más o menos asiduamente mi blog, soy una persona fuertemente empírica,
dándole gran prioridad al razonamiento lógico que proviene de los sentidos (que
éstos puedan o no engañarnos es otro eterno debate filosófico). Pues bien,
posiblemente el mayor reto a mi razón me llegó de la mano del autor Juan
Sánchez Ballesteros, coautor y amigo con el que he iniciado un exitoso camino a
través de relatos de miedo, fenómenos inexplicables y temores icónicos del
subconsciente que todos tenemos (y que Jung explorara cautelosamente). En una
de nuestras anécdotas, Juan decidió llevarme a una zona duramente castigada
durante la Guerra Civil Española, para que pudiera experimentar en persona
algunos fenómenos que allí se dan de manera habitual…”y a ver cómo lo explicas” me dijo irónico. Hoy deseo compartir con
mis lectores lo que allí ocurrió, entre viejas trincheras.
Reconozco que suelo emocionarme con cada
“aventura”, que encuentro un reto para mi razón, así que sabiendo que iba a
visitar “un sitio encantado” decidí documentarme bien sobre la equipación
habitual para sacar el máximo potencial a esos lugares. Tras pasar por un
conocido centro comercial español, me planté el sábado por la mañana en el
lugar donde me había citado con mi colaborador, en una bonita y agreste zona
granadina, montañosa, con mi cámara Olimpus digital de 6Mb, una grabadora de
sonidos Sony recién comprada, una aplicación para detectar variaciones
electromagnéticas en mi móvil y mi brújula de geóloga, que cumplía la misma
finalidad, en uno de los múltiples bolsillos de mi pantalón habitual para
salidas de campo. Llevaba también mis prismáticos, una libreta, mi botella-termo
de litro y medio de agua, así como mis gafas negras de sol, gorra, protector
solar fp 50 y protector del pelo. Lo último, imprescindible para una persona con
elevada intolerancia solar como yo.
Tras saludarnos y tomar un café para
despejar el poco sueño que aún quedaba y contarme el plan de la jornada, nos
fuimos en su coche al lugar de la sierra Alfaguara, no lejos de donde
supuestamente se encontraba la tumba del poeta Federico García Lorca (cuyos
restos aún no se han logrado encontrar), una bonita zona montañosa llena de
pinares y matorral bajo. Durante el ascenso, de fuerte pendiente, nos cruzamos
con varias personas que practicaban escalada en las verticales paredes
carbonatadas a pie de carretera. Una vez arriba, me sorprendió lo pronto que
paramos en nuestra primera “estación”. Estábamos cerca de las primeras
trincheras. Nada más descender del coche de mi amigo, me sorprendió que a pesar
de ser un soleado día con buena brisa fresca, me inundó una sensación de
incomodidad, como de irascibilidad. <Esta zona no tiene buenas energías>,
pensé. Cogí la mochila, me la puse a las espaldas y al mirar al suelo me
sorprendió ver una punta de sílex trabajada, posiblemente paleolítica. Eso no
pintaba bien, aquella zona había sido casi desde el origen de la humanidad un
lugar de derramamiento de sangre. Aplicando la lógica, esa punta de flecha, con
la que me hice un colgante, posiblemente fuera usada para cazar animales que debían
habitar allí por el fresco paisaje, abundante vegetación y agua.
Punta de flecha paleolítica, hecha en sílex, encontrada en la explanada
y convertida en un pintoresco colgante. Mientras una de sus caras es
fuertemente convexa, con dos crestas que la recorren longitudinalmente y
pequeñas fracturas concoideas en todo su perímetro, la otra cara es totalmente
plana.
Visitamos las bien conservadas trincheras y
desde aquí Juan me señaló diversas crestas cercanas con trincheras de diversos
bandos. Aquello había sido una ratonera, no me extrañaba esa sensación de
agobio de la que no lograba zafarme. Tras recorrer varias de estas trincheras y
puestos de ametralladoras (junto a una de ellas, Juan encontró una moneda
medieval con el castillo y el león característicos), regresamos al coche para
seguir a nuestra siguiente “estación” de la ruta.
Una cruz grabada en una superficie rocosa (señalada por flecha roja) parece
señalar el camino hacia las trincheras. Jamás había estado en unas, pero nunca
pensé que serían tan claustrofóbicas, habría que tener mucha maestría para no
ir rozando la culata del rifle que usaran contra las paredes.
Esta vez recorrimos más distancia y
tomando un camino lateral alcanzamos mayor altura, sin ver a nadie en todo el
trayecto. Aparcamos, tomamos las mochilas y caminamos un poco por un camino más
o menos llano hasta que llegamos a unas inquietantes ruinas, que correspondían,
según me informó Juan, a un antiguo sanatorio para tuberculosos que echó a
andar una señora alemana, Berta, cuyo fantasma dicen que suele frecuentar las
ruinas. Nos separamos y mientras mi amigo se fue a la zona posterior, cerca de
un quemador donde dice que se dan las mayores manifestaciones, yo me quedé en
la parte delantera pues se veían unas preciosas vistas de Sierra Nevada y la
sensación que allí había era de total serenidad. Recuerdo sentir gran pena al
ver cómo habían destrozado lo que debió ser un bonito lugar, dejando grafitis,
arrancando casi todo y dejando restos rotos de todo tipo ¿Por qué en España
tenemos tan poco civismo y respeto por nuestro patrimonio, que es de todos?
Decidí hacer algunas fotos del lugar. Más tarde me sorprendería al encontrar,
al visionar las fotografías, curiosos reflejos en todas ellas.
En prácticamente todas las imágenes que tomé, junto al sanatorio de
Berta, se aprecian unos reflejos curiosos o incluso neblinas (como en C) en las
esquinas o entre los árboles, que suelen ser considerados como una de las
extrañas manifestaciones que aquí se dan. Si nos fijamos en A, el sol se
localiza en la esquina superior derecha, así que en la fotografía B el sol
debía estar a mi espalda y ligeramente a la izquierda, no totalmente a la
izquierda, frente a mí, como debería
estar para crear el reflejo de la esquina superior izquierda. Aun aceptando que
estuviera allí, no explicaría el reflejo inferior ni la neblina blanca de la
esquina inferior derecha. En C aparece una neblina blanca, no reflejos de
distinto color propios de los rayos solares.
Aplicando la lógica, posiblemente estos
reflejos podrían explicarse como efectos naturales al disparar las fotografías hacia
el sol (aunque creo que tuve la precaución de no hacerlas así, algo de lo que
ya dudo, si deseo darle esa explicación racional). Eso sí, recuerdo que en un
par de veces me volví al escuchar un “chiss, chiss” como cuando se llama a
alguien, pensando que Juan deseaba enseñarme algo. También oía como murmullos
de gente, que atribuí al ruido de algún grupo de senderistas que traería el
viento, si bien no nos cruzamos con nadie en todo el día, ni Juan dijo haberme
llamado en ningún momento.
Saqué
mi brújula del bolsillo. La aguja giraba algo más de lo que habitualmente suele
hacerlo antes de decidirse a señalar el norte. Me chocó. Saqué de otro bolsillo
el móvil (sin cobertura en el lugar) y abrí la aplicación para medir
variaciones de electromagnetismo. Curiosamente, al desplazarme por el lugar sí
variaba bastante e incluso llegaba a pitar al alcanzar altos valores en
determinadas zonas (en las que luego salieron los reflejos en las fotografías).
Cuando llegó Juan, tras comentarle las
variaciones electromagnéticas, sonrió maliciosamente como diciendo “te lo dije”
(en las múltiples charlas que hemos tenido en las que él sostiene que existe
“algo” que se nos escapa y yo defiendo que todo es físicamente explicable, que
somos susceptibles a dejarnos llevar por la imaginación). Juan, malagueño
enamorado de su tierra, me ha contado en varias ocasiones extrañas experiencias
que tuvo en diferentes “casas encantadas” de su ciudad e incluso asistiendo a
sesiones espiritistas, algunas de las cuales hemos usado en relatos publicados
en nuestros libros. Yo sin embargo me resisto a creer en fantasmas, lugares
encantados y todo este tipo de fenómenos. Considero que son fenómenos naturales
que sin duda tienen una explicación física y por tanto, que pueden ser repetidos
obteniendo similares efectos, en un laboratorio. Lo que ocurre es que se dan en
un entorno de decadencia o donde han ocurrido determinadas situaciones
afectivas que afectan al espectador, alterando su percepción y haciéndole creer
que es un milagro o un fenómeno inexplicable. Así, Juan me retó a explicar
coherentemente esas súbitas variaciones electromagnéticas. “Lo más lógico es suponer que bajo nosotros
debe fluir agua”, le dije, pues de los ríos subterráneos con frecuencia
emanan energías telúricas beneficiosas. Eso explica que los árboles crezcan
rectos y haya tanta vegetación. Y efectivamente, no lejos de aquí, encontramos
los restos de una antigua fuente. Juan reconoció que en la parte de atrás del
sanatorio aún se puede ver un aljibe más o menos amplio. “¿Ves?”, le dije divertida, “ahí
tienes tu anomalía”. “Vale, pero está
todo seco”, se defendió, “tanto el
aljibe como la fuentona”. Era cierto, pero eso puede explicarse fácilmente
por la rotura de cañerías, no quiere decir que no siga fluyendo el agua, pensé
sin expresarlo en voz alta, dejando a él la última palabra.
A: Frente al sanatorio y hacia abajo (desde donde realizo esta imagen),
hay una explanada. B: detalle de la explanada, con un curioso rayo blanco
frente a mí. Por esta explanada pasa un camino y si lo sigo hacia mi derecha
(también hacia la derecha del sanatorio), se llega a una antigua fuente, ahora
sin caño ni agua. C: detalle de la fuente, con una neblina blanquecina sobre
ella, a pesar de que -como puede apreciarse en la imagen- la tomara en la sombra
proyectada por los árboles.
Proseguimos la ruta, ascendiendo ahora a la colina más elevada, en cuya
línea de cresta había nuevas trincheras. Me acordé de mi nueva grabadora, aún
sin estrenar, y decidí ponerla a grabar en una curva de la trinchera con una
larga y estrecha ventana horizontal, que Juan me explicó que era un puesto de
ametralladoras. Nos alejamos de allí, yéndonos a otras trincheras ubicadas en
el lugar opuesto de la colina, desde donde se controlaban los diversos accesos
a esta zona montañosa. Allí me estuvo contando cómo fue esta zona durante la
guerra, que el sanatorio de Berta se empleó como puesto de mando y algún que
otro hecho de la Guerra Civil. Afortunadamente yo nací años después de la
muerte de Franco y no viví lo que fue una guerra y postguerra, pero Juan
contaba cosas que me resultaban casi cómicas, como que te multaran por besar en
la calle a tu pareja o una vez que estaban en un pueblo de Málaga con unas
poesías de Miguel Hernández, que pegaban por las calles cuando nadie les veía.
Al tomarse algo en un bar se les acercó “un miguelete” (así llamó a un Guardia
Civil) porque les veía pinta de buscar camorra, cuando sólo eran un grupo de 5
universitarios. Les pilló algunos papeles con las poesías de Miguel Hernández
que dijeron que se los habían dado y antes de irse “el miguelete” les amenazó
con que dijeran a ese Miguel Hernández conocido suyo que se anduviera con
cuidado, que a lo mejor lo pillaban. No sabía que el gran poeta alicantino
había muerto en la cárcel durante la Guerra Civil (pocos años más tarde, Serrat
ponía música a alguno de sus desgarradores poemas).
Tras unos 30 o 40 minutos, después de
comer, me acerqué a por la grabadora e hice que dejara de grabar, apareciendo
en la pantalla que tenía “una pista”. Continuamos viendo cosas. Había distintas
trincheras, así que caminé por otra llevando la grabadora en funcionamiento en mi
mano (“tiene dos pistas”). Vi un búnker y me decidí a entrar. Antes tomé una
linterna y una caja de pilas, abrí el paquete de pilas comprado el día
anterior, cargué la linterna y me interné en el bunker, con el perro de Juan
que nos acompañaba. Estaba muy fresco, pero era tan oscuro que debió ser muy
complicado desplazarse por él durante la guerra, entre bombazos. De pronto noté
que el perro salió a todo correr hacia la salida, empujándome “¿A dónde vas?” le dije asustada por su
empujón y a la vez riendo por su reacción. Recordando distintos vídeos que
había visto, se me ocurrió decir divertida en voz alta “¿Hay alguien aquí?” y al momento se me apagó la linterna y mi
móvil pitó en señal de que no tenía batería, a pesar de estar cargado. Seguí
los pasos del perro, despacio y palpando las paredes, pues no veía nada. Ya
fuera, volví a accionar el interruptor de la linterna, pero no encendía. Cambié
las pilas por otras y volvió a iluminar. Le puse las pilas anteriores y no
funcionaba. Miré el móvil- “2 % batería”- Miré la grabadora y había dejado de
grabar. Fui al menú principal - “no tiene ninguna pista grabada”- Estupendo, acababa de perder todas mis
grabaciones. Extraño, lo admito. Acudí a donde estaba Juan, con el perro pegado
a sus piernas. Le conté lo ocurrido y no dijo nada, solo sonrió socarrón.
La flecha roja de la primera imagen señala la trinchera en la que dejé la grabadora, en una curva que hacía aproximadamente donde señala la flecha celeste. En la imagen central, el búnker o tramo de trincheras cubiertas donde ocurrieron las descargas de las pilas y batería del móvil. En la foto de la derecha las flechas señalan la ubicación de las trincheras del bando contrario, en la cresta de la montaña de enfrente, visibles desde las trincheras en las que estábamos.
“He
perdido todas las grabaciones” le dije, enseñándole la grabadora. Se
lamentó pero me dijo “anda, vámonos”
y comenzamos el descenso. Costó porque el perro estaba como clavado al lugar. No
se movía por mucho que lo llamáramos, así que a pesar de las protestas de Juan,
decidí cogerlo en brazos y descender unos 200 metros con él. Cuando volví a
dejarlo en el suelo ya siguió nuestra marcha, como si nada hubiera pasado. Tras
casi una hora de caminata campo a través por un suelo bastante empinado y lleno
de agujas de pino (milagro que ningún pirómano se pasara por la zona, porque el
monte estaba muy poco limpio) llegamos al coche y nos fuimos. La sensación de
agobio me acompañó todo el tiempo que estuve en esa montaña, con excepción del
mirador del sanatorio. Pasamos cerca del parque con el cartel marcando el lugar
donde Lorca fue fusilado y ya me dejó en el bar donde tenía aparcado mi coche,
tomamos un refresco y nos fuimos cada uno por nuestro camino.
Al llegar a casa, tras ducharme y ponerme
cómoda, decidí comprobar todo. El móvil lo puse a cargar y las pilas estaban
descargadas, las eché a reciclar. La grabadora volví a encenderla y para mi
sorpresa se leía - “tiene tres pistas”- ¡No las había perdido!, así que llamé a
Juan para contárselo, contenta. Me estuvo comentando sobre las psicofonías, que
debía usar cierto programa que me descargué siguiendo sus indicaciones, que utilizara
cascos y el volumen máximo porque apenas se escuchan. Por eso es útil el
programa ya que, aparte de quitar ruido de fondo, permite detectar posibles
voces grabadas por las ondas que muestra la pantalla, más que porque se oigan.
En fin, que me puse a escuchar qué había grabado (nunca antes había hecho esto
y estaba feliz y nerviosa por ver “qué había cazado”), recordándome lo que
insistió Juan, que es difícil lograr una psicofonía buena, pues con frecuencia
los ruidos o murmullos que se oyen son realizados por el que graba, sin ser
consciente o sin acordarse de haber dejado algo, haber pisado en tal sitio, etc
y sobre todo, que se oyen muy, muy bajo, así que si creía tener algo, que no
tocara nada de la grabación, que se la pasara y ya le aplicaría diversas cosas
para lograr oírla. Comencé con las dos grabaciones cortas, del búnker y de mi
camino por la trinchera y aunque se oían cosas, creo que eran todas naturales: roces
de mi ropa, respiración del perro que me acompañaba, el zumbido de un insecto,
… Entonces pasé a la larga, a la que grabé cuando dejé la grabadora sola en el
puesto de ametralladora. Y me sorprendió oír como el zumbido de un insecto que
fue haciéndose más fuerte. Entonces se calló ¡¡Y de pronto se oyen como dos cazas pasando raso
sobre el lugar!! Me quedé de piedra.
Allí no había avión alguno, no se oyó nada más que pájaros en todo el tiempo
que estuvimos. Y desde luego si hubiesen estado esos aviones los habríamos
oído, por lo fuerte que se habían grabado. Rebobiné atrás para volver a
escucharlo, subiendo el volumen y comprobé que el ruido del insecto era en
verdad el ruido de un avión que se acercaba. Como tenía el volumen a tope, tras
oír pasar los cazas escuché un susurro que decía “BOMBA VA” y a continuación
ruido como de viento, que se escuchaba cada cierto tiempo, durante los 38
minutos de grabación. También se escuchó el ruido de una moto de montaña
cercana que tampoco oímos cuando estuvimos allí porque, insisto, todo lo que se
oía eran pájaros y de eso estoy segura porque Juan me dijo que anotara cada
ruido externo que oía cuando ponía la grabadora, para descartarlo después. Le
mandé la grabación a Juan y me confirmó el ruido de avión acercándose, los
cazas y el “bomba va”, seguido por el “viento” que yo decía y que él cree que
era EL RUIDO DE LAS DETONACIONES DE LAS BOMBAS. La moto también la oyó y como
confirma que allí no se oyó ni vimos nada, cree que eran las motos empleadas
por los soldados para comunicar las diversas trincheras. En resumen, que
habíamos grabado uno de los muchos bombardeos que allí se dieron. Alucinante. Reconozco
que a esto no tengo explicación coherente, salvo que por alguna extraña razón
allí se de algún pliegue en el tiempo defendido ya en su día por Albert Einstein, y esos bombardeos continúen ocurriendo en
algún tipo de realidad paralela que grabó la máquina. De ser cierta esta posibilidad,
la duda está clara: ¿Qué vio el perro para salir a la carrera de la trinchera y
negarse a moverse de donde estaba?
Como reconozco que lo que cuento puede ser
difícil de creer, dejo a continuación la parte de la grabación en la que se
escucha lo que he mencionado, por si alguien desea escucharla y sacar sus propias
conclusiones al respecto. Sé que el incrédulo (yo misma, si no lo hubiera
grabado) podrá alegar que cómo sabe que no es un montaje. Bueno, no puedo
demostrarlo, tan sólo deseo compartir lo que grabé y dar mi palabra de que no
hay trucaje.
Nada más iniciarse el fragmento de la grabación se puede oír como un
leve murmullo, que se oirá en diversos momentos, más adelante. El ruido de los
cazas se puede escuchar entre 1:18- 1:21. De 1:32 a 1:43 se puede oír el ruido
de la motocicleta de montaña que allí ni oímos ni vimos. A 1:58, una especie de
arañazo o trino de pájaro terminado por el susurro “bomba va” (2:00). En 2.42, nuevos murmullos
de una conversación. En 3:08, un ejemplo del “viento” que yo digo y que se
escucha con diversas intensidades a lo largo de toda la grabación (en este
fragmento, a partir de 4:30 se escucha varias veces).
Recomiendo poner al máximo el volumen, usar
altavoces si es posible, o cascos para oír más clara la grabación. Y cómo no,
si alguien tiene alguna posible explicación o desea compartir su opinión al
respecto, le invito a que lo haga. Sin duda estamos ante un delicioso reto a la
explicación lógica y racional porque como se supondrá, lo que sí que es seguro es
que no hubo en el lugar una persona escondida susurrando a la grabadora “bomba
va”.
A continuación pongo la misma sección de la grabación, amplificada,
permitiendo escuchar con algo más de claridad la conversación que se da al
inicio del fragmento y que corresponde a la voz de un hombre:
Este hombre parece decir algo y añadir “¿aquí sí?” ( para entonces, la grabadora llevaba 7
minutos sola, grabando). Hacia el 0:28-0:31 se oye como si el mismo hombre
tosiera y se sonara la nariz por tres veces para oírse un murmullo de
conversación entre la voz de un hombre y otro más aniñado (¿un adolescente?)
1:05-1:07, “el viento” (o la detonación de una bomba, en opinión de Juan), a
1:20-1:22, los aviones. Ahora puede oírse como el ruido de la motocicleta se
superpone al de un hombre hablando (1:34-1:46). El tamborileo de dedos, arañazo o trino y el “bomba va” se oyen hacia 1:57-2:01. Y el ruido del “viento”
efectivamente parece corresponder más a algún tipo de objeto de fabricación
humana como el sobrevuelo de un avión o el paso de un camión pesado (3:08-3:16
y en 5:06).
Y finalmente, la misma sección de la
grabación, amplificada y con reducción del “ruido” (se eliminan ciertas frecuencias
que conforman el “ruido ambiente” permitiendo escuchar con más nitidez la
grabación).
Comienza con la conversación del hombre que se suena la nariz, y aunque
no se logra entender nada, hacia el 1:04-1:06 se oye “viento” y a continuación
parece distinguirse al hombre preguntando “¿duele?” (1:10) y una voz ¿femenina? dice “corre” (1:13-1:14). Los cazas: 1:20-1:21. Entre 1:35-1:46 se escucha el
solapamiento entre el hombre murmurando y la moto de montaña; el tamborileo de dedos,arañazo o trino de pájaro y a continuación la
frase “bomba va” (1:57-2:01)…
Es acojonante Valeria, cuesta creerlo pero impresiona terriblemente. Has tocado un tema tabú que tiene defensores enfrentados en ambos lados. Ya quisiera las grabaciones de cuarto milenio tener la calidad que tiene la tuya. Realmente impresionante.
ResponderEliminarGracias, Sr. Fonseca, por sus palabras. Es un tema controvertido, máxime cuando mi espíritu científico me hace ser escéptica en estos asuntos. Con todo, admito que mi sorpresa fue tremenda cuando, tras suponer que había perdido las grabaciones y ponerme a oírlas luego, me topé con ese constante ruido de motos de montaña que allí en el lugar no se oían o la de ambos aviones que pasaron supuestamente tan cerca de la grabadora que habría sido imposible no haber reparado en ellos. Eso por no hablar de los constantes murmullos que se oyen o del susurro que incluso dice el "bomba va" de manera vacilona, como imitando el ruido de la bomba al pronunciar las palabras lapidarias. Tampoco acierto a explicar el hecho de los numerosos reflejos. Fíjese que la segunda imagen, la central, del ruinoso sanatorio cuyo pie de texto comienza con "En prácticamente..." es idéntica a la primera de la siguiente tanda cuyo pie de texto comienza con "A. Frente al sanatorio...". Si los reflejos se debían a realizar las fotos contra el sol, ¿por qué en una aparecen varios reflejos y en otra ninguna, siendo similar ángulo?, porque lógicamente el sol no se quitaría de su posición en cuestión de minutos. En fin, que por más que trato de sopesar todas las variables, admito que no encuentro explicación lógica para dichos reflejos, el que se descargara a la vez las pilas de la linterna y la batería de mi móvil, las reacciones del perro o el creer que estaba en un lugar relativamente silencioso y comprobar en la grabación que se solapan murmullos, susurros, ruidos de motos, de aviones, "soplos de viento" (basta ver el gráfico, en la última figura, para comprobar todos los sonidos que se registraron y los que, insisto, ninguno se oyó in situ salvo algún insecto o algún piar) ... Un saludo.
EliminarMe ha sorprendido mucho su trabajo, para las personas como nosotros que creemos en que esto no acaba aquí ha sido una experiencia muy linda. Conocemos los dos ¿últimos libros? suyos sobre historias extraordinarias que ha publicado por acá y ya vemos que no son tan fantásticas como se enuncian en la tapa principal. Pasamos ratos deleitable con las historias de su último libro. No sabriamos por cual inclinarnos, a mi particularmente me ha gustado la rectoria, pero la del refugio de montaña, el espejo, o cualquiera de las 11 son muy interesantes. No conociamos en su blog esa faceta, la admiramos. Saludos.
ResponderEliminarGracias por su comentario, Sr. Vicuña, me agrada que le hayan gustado nuestras historias fantásticas en las que ciertamente se entremezclan realidades y fantasías. Sobre su pregunta de nuestros dos últimos libros, le señalo que antes de esas dos obras que se han publicado allá, hay tres más publicadas aquí que, de interesarle, tendría que acudir a Amazon, en internet, con diversos precios, aunque ellos se encargan de entregarles el libro en la dirección que usted le señale. Tomo nota de sus palabras. Un saludo.
EliminarNos agradó sus vivencias. Hemos tenidos algunas asemejantes por determinados lugares de los Andes y nos sorprende la correlación que muestra. Vemos que tiene barro para las historias fantásticas que publica. Las del último libro fueron sublimes. Creo que hace mal en apadrinar en los concursos radiofónicos a Juandedeus. Afortunadamente sus volúmenes sumerge cualquier discusión sobre la identidad de las historias. Le agradecemos los buenos ratos que nos hace pasar. Hemos intentado acceder a algunos de sus libros en Amazones, pero se escapan a nuestra posibilidades. Haría bien en trasladarlos a alguna editorial del pais vecino, con sus costes específicos. Se venderían bien. Le felicitamos por su web, es muy completa y justa. Reciba nuestro reconocimiento.
ResponderEliminarGracias, Sr. Demetrio, por su comentario. La verdad es que la experiencia ha sido bastante desconcertante en todos los sentidos y hechos, de ahí que me decidiera a compartirlo en mi blog, pues me cuesta dar con alguna explicación racional que no sólo explique todo lo sucedido sino que me permitiera reproducir iguales resultados (de manera no maliciosa, claro). Con respecto a lo que señala de la radio, lo cierto es no apadrinamos a nadie pero le garantizo que las historias son 100 por cien nuestras (de Juan y mia) y como tal, contamos con sus registros de propiedad intelectual. Respecto a los libros, estamos en negociaciones con una editorial argentina precisamente para permitir que los libros puedan ser adquiridos allá, como señala y a un precio acorde con los que allá se manejan. El lado malo es que para poder hacerlo es necesario aguardar cierto tiempo impuesto por este tipo de trámites, pero se publicarán, estamos en ello. Un saludo y muchas gracias por sus palabras sobre mi web, alientan a continuar.
ResponderEliminar