miércoles, 20 de junio de 2018

El cambio climático


            Hoy voy a hablar de un tema de rabiosa actualidad dado el gran desajuste climático que estamos padeciendo. He querido dar una voz de alarma puesto que la mayoría de los mandamases y del ámbito industrial no se plantean el daño irreversible que estamos haciendo con nuestro hábitat. Lo que está ocurriendo no es una casualidad, ni un accidente, es el resultado de la acumulación durante siglos de decisiones económicas y de una mala política que han desembocado en esta inestabilidad climática que conllevan desastres naturales que aparecen por doquier. Vivimos en un mundo frágil al no cuidar ni respetar sus leyes naturales. La superpoblación que soporta, la falta de control sobre los procesos industriales y el seguir dependiendo de los combustibles fósiles -el carbón y los derivados del petróleo- para obtener energía necesaria para la vida, desechando una mayor investigación por la energía limpia de la fusión nuclear, nos ha llevado a esta encrucijada en la que está en juego la salud del planeta. Las posturas cerriles y egoístas de los países poderosos amenazan, como veremos, en que todo vaya a peor. Insisto, esta situación es culpa de todos, al dejar las riendas de nuestras naciones en políticos empresarios que únicamente deciden por el engrosamiento de sus carteras y cuentas bancarias. Sirva de ejemplo un detalle sumamente revelador que posiblemente muchos desconozcan: ¿sabían que gran cantidad de las jóvenes promesas de las universidades de todo el mundo compiten por lograr desarrollar motores eficaces ecológicos y otros medios de obtención de energía igualmente ecológicos?, ¿saben por qué? Porque las multimillonarias empresas petroleras pagan auténticas millonadas por sus patentes (no deja de ser una paradoja que las petroleras acumulen todo tipo de invenciones ecológicos, funcionales, que darían al traste con la dependencia mundial del crudo; triste ¿no les parece?).

            Para tener una visión global del problema, de los factores que producen el calentamiento global y del futuro inestable y arriesgado que nos puede esperar he preparado dos entradas para explicar de la forma más elemental posible las claves del problema que se llama “el cambio climático”. No es un problema para los países pobres, ni siquiera para los ricos aunque son ellos los que más intervienen en crearlo, es un problema para todos, dado que en nuestro mundo cuando hablamos de problemas ambientales no hay frontera alguna que lo separe o lo frene, no hay lugar donde escondernos, porque todos compartimos simplemente el mismo y único hábitat (en cumbres como la de Kioto, se puso un límite de contaminación atmosférica limitando muchísimo los vertidos de los países desarrollados pues ya habían contaminado con creces e incluso superado el límite establecido, mientras otros países subdesarrollados contaron con “el permiso” de seguir progresando hasta alcanzar ese límite polutivo establecido; ¿saben cuál fue la opción de los países desarrollados?, ofrecer a esos países subdesarrollados una cantidad económica que comprara “su derecho a contaminar” de esos países, denominado “cuota de contaminación”, contaminando por ellos; lamentablemente España se encuentra entre los países que así obraron, entre otros muchos de Europa o incluso Estados Unidos).


          Emplearé esta primera entrada para centrar el problema. Nosotros, los humanos,  vivimos en un mundo perdido en la infinidad del océano cósmico. Nuestra Tierra es un planeta pequeño que forma parte de un sistema solar insignificante, con ocho planetas y una sola estrella – el Sol- situado muy en las afueras de la galaxia de la Vía Láctea.

Localización de la Tierra en nuestra galaxia, la Vía Láctea
Es una galaxia espiral que contiene más de 400.000 millones de estrellas, y no es una galaxia grande, más bien normalita dentro de los cientos de miles de millones de galaxias (1011) existentes en la parte del universo conocido. Nuestro planeta, la Tierra, es un mundo tan minúsculo que, si estuviésemos viajando por el Cosmos, la posibilidad de dar con él, o de pasar cerca, sería inferior a un 1 dividido por 1033, esto es, un 1 dividido por otro 1 seguido de 33 ceros; o sea, una posibilidad nula. Hay que tener en cuenta que el Cosmos, el universo, está muy vacío. Hay muy poca galaxias en él teniendo en cuenta su amplitud e infinidad, y las distancias entre ellas son infinitas (ver aquí Hablemos de las estrellas).
            Con esta introducción quiero señalar lo solitarios que estamos en el universo, lo que hace que nuestro planeta no sea ni mucho menos desechable ya que no tenemos otro lugar adonde ir. De hecho no hace mucho, sólo dos docenas de siglos, que se desconocía la existencia de planetas parecidos al nuestro. Nuestro mundo es un sistema dinámico, frágil, que ha ido cambiando sus características lentamente con el tiempo manteniendo un equilibrio que ha hecho que apareciera y se mantuviese la vida. Cierto es que nada es uniforme, que podemos vivir muchísimo tiempo en ese equilibrio con el riesgo de que pueda ocurrir un desastre cósmico, en segundos, que lo cambie todo, como pudo ocurrir cuando se extinguieron cerca del 98 % de todos los seres vivos, al final del Paleozoico, la mayor extinción de la historia de nuestro planeta.

Extinciones
Esos desastres son normales en el Cosmos y pueden llegar a acabar con la vida existente o futura de astros, como pudo ocurrir en Marte. En muchos mundos escrutados por sondas de la Tierra se han encontrado pruebas de ello. Pero cuando esto no ocurre con frecuencia, como en el caso de nuestro planeta, la evolución se va realizando dentro de un equilibrio más o menos estable.

En los gráficos, las diversas extinciones de seres vivos ocurridos a lo largo de la historia de la vida en nuestro planeta, registrados en los estratos geológicos. Con “A” destacamos la extinción del final del Pérmico y del Paleozoico (la primera Era), mientras que con “B” destacamos la famosa extinción ocurrida al final del Cretácico y del Mesozoico (segunda Era), la de los dinosaurios, entre otros animales que desaparecieron, tales como reptiles marinos, reptiles voladores e infinidad de invertebrados entre los que destacan los célebres ammonites. Mientras que en la gráfica de la izquierda se señala el porcentaje de seres vivos desaparecido, en el gráfico de la derecha se mide la cantidad de familias de seres vivos extinguidas.

Nuestro mundo tiene sus defensas para recuperarse de determinadas agresiones o de desastres naturales, como la erupción de un volcán, el barrido de un tsunami, la locura de un ensayo o un desastre nuclear de limitada amplitud; o de la incontrolada quema de bosques o vertidos de residuos tóxicos. De hecho, muchas actividades naturales producen desechos contaminantes para la vida que la misma naturaleza suele neutralizar, restaurando el equilibrio y manteniendo con él las etapas de la vida, las estaciones climáticas, la fertilidad de los campos y la limpieza del aire. Así, los óxidos de carbono que desprenden los animales al respirar, los gases sulfurados que aparecen en las emanaciones volcánicas o los compuestos hidrocarburados y amoniacales que se desprenden en descomposiciones o en otros procesos cuasi naturales, los neutralizan las plantas verdes terrestres o acuáticas transformándolos en sustancias no tóxicas y aprovechables. De esta forma se mantiene dentro de un límite razonable la limpieza de nuestra atmosfera o la cubierta de la corteza terrestre, pero no hay que olvidar que ambas son propiedades limitadas. Hay que tener en cuenta que la temperatura que tenemos en nuestra atmosfera, gracias a los rayos del Sol, que es fundamental para la vida, generalmente depende de su composición y de las plantas que cubren nuestro mundo. Las radiaciones que nos llegan desde la superficie solar, que tiene una temperatura próxima a los 6000ºC, hace que la Tierra tenga una temperatura media en la superficie alrededor de los 15ºC, que posibilita la existencia de agua líquida en equilibrio con los casquetes polares donde el agua es sólida. Para lograr esta temperatura es fundamental que haya en la tierra materiales que absorban o retengan parte de la energía que nos llega del Sol. Si no se absorbiera energía solar la temperatura de la superficie terrestre estaría muy por debajo de los 0ºC, sería una época glacial. Los principales componentes de la atmosfera son nitrógeno (78%) y oxigeno (21%), trazas de hidrógeno y gases nobles como argón, neón y helio, además de algo de anhídrido carbónico (CO2) y vapor de agua. Los dos principales componentes son gases ligeros que tienen poca capacidad de absorber el calor de los rayos solares. Sin embargo los últimos dos gases señalados, al constituirse de moléculas más complejas, tienen mayor capacidad de retener el calor solar, lo que hace que se puedan alcanzar los mencionados 15ºC. Cierto es que el anhídrido carbónico (dióxido de carbono) se puede considerar un contaminante que puede producir el aumento del “efecto invernadero” (aumento desproporcional de la temperatura atmosférica). En cantidades normales un pequeño efecto invernadero es necesario, ya que gracias a él la temperatura ambiental supera los 0ºC.

Radiaciones que llegan en la radiación solar (Espectro electromagnético)
Hay que tener en cuenta que de todas las radiaciones solares que nos llegan, formadas por pocos rayos ultravioletas y mucha radiación visible e infrarroja cercana (ver respuesta a Fabián en Hablemos de las estrellas) sólo se absorbe en la Tierra un 70%. Los gases de la atmósfera absorben el 20%; las plantas y los mares el 50%. De esta forma se alcanza en la superficie terrestre esa temperatura media de 15ºC. Si hacemos que haya más sustancias gaseosas complejas contaminantes en la atmósfera, como más óxidos de carbono o de nitrógeno, por vertidos incontrolados o porque hemos eliminado bosques y flora de todo tipo -con lo que disminuye la capacidad de limpieza de las plantas verdes- esa atmósfera apresaría más calor, con lo que la temperatura subiría produciendo un efecto invernadero peligroso por los desajustes que conllevaría en la naturaleza, como que se derritiera el hielo de los polos con la subida consiguiente del nivel del mar, que al reducir considerablemente el peso de los polos y desplazar así el centro de gravedad, produciría además el giro y balanceo desigual del planeta. En consecuencia se desplazarían los polos y el ecuador, produciendo una inmediata cadena de desastres naturales. Entre otras consecuencias.
 
 Radiaciones solares que llegan a la Tierra (Espectro electromagnético). Nosotros vemos sólo en la pequeña franja llamada luz visible. Por debajo de esa franja están las ondas menos energéticas (hacia el infrarrojo) u ondas largas que no producen daño al ser vivo. Por encima del visible, una pequeña fracción de la radiación ultravioleta pegada al visible (UVA) la utilizamos, con precaución para tostarnos la piel, la otra fracción ultravioleta cercana a los rayos X son perjudiciales para el hombre. Son ondas muy energéticas que pueden producir la muerte del ser vivo. Si esos rayos UVB no llegan a nosotros es gracias a la capa de ozono de nuestra atmósfera que los repele.

            Veamos cómo se está aumentando de forma incontrolada por parte del hombre este porcentaje de riesgo, que empieza a manifestarse en el loco cambio climático que estamos padeciendo. Por una parte, se están eliminando parte de los mecanismos que emplea la naturaleza para reciclar esos contaminantes, al suprimir bosques para levantar urbanizaciones o para que las papeleras funcionen, o envenenando las plantas acuáticas de nuestros ríos y mares con residuos tóxicos que se vierten de forma incontrolada, desde industrias, agricultura o ciudades.

Efecto invernadero

Efecto invernadero. Cuando hay contaminantes atmosféricos como los que señalo, parte de la energía solar que debería reflejarse es absorbida por los contaminantes que aumentan la temperatura atmosférica. Por otro lado, cuando hay desforestación en la superficie, la energía que debería absorber la tierra la desprende, siendo captada en parte por los contaminantes, elevando aún más la temperatura atmosférica. En el esquema de la derecha puede apreciarse cómo la capa de Ozono evita de rayos ultravioleta y otras dañinas radiaciones solares no incidan sobre la superficie de nuestro planeta.

            Se debe tener en cuenta que, además de las plantas verdes terrestres, donde la clorofila y la energía solar les permiten hacer el proceso de fotosíntesis, en el que se eliminan cantidades enormes de óxidos de carbono contaminantes y de otras sustancias y libera otras fundamentales para el ser vivo, como el oxígeno que respiramos o las proteínas que comemos, también las  plantas acuáticas participan en mayor proporción en este proceso. Dentro de las plantas acuáticas, las que viven en el agua dulce de nuestros ríos, lagos, pantanos… son las que más intervienen en el proceso de limpieza atmosférica, ya que aunque haya más concentración de plantas (algas) en el mar, al estar a mayor profundidad reciben poca luz solar, factor fundamental para iniciar el proceso. Un río muerto o un bosque quemado son las peores tragedias “naturales” que puede sufrir la vida.

Pero, ¿cómo se puede matar un río, un lago o una bahía? Simplemente vertiendo en él una cantidad de sustancias contaminantes superior a la que sus plantas puedan depurar, o sustancias que puedan envenenarlos. Estas sustancias, combinadas con aguas calientes (como las vertidas por ejemplo por las centrales térmicas), hacen proliferar masivamente las algas en los ríos y lagos eutrofizándolo, adsorbiendo prácticamente todo el oxígeno disponible, asfixiando al resto de seres vivos acuáticos.

Con frecuencia tiende a considerarse una imagen bonita e incluso romántica, la presencia de lagos y ríos cubiertos de algas y microorganismos verdes cuando lo cierto es que la presencia de estas masas es un síntoma de la mala salud de ese ecosistema.

Contaminantes hay muchísimos y muy peligrosos, como los derivados del mercurio, plomo y cadmio, que nuestro organismo no puede eliminar cuando se ingieren al comer pescado contaminado, al tomar un vaso de agua “potable” que llega a nuestros grifos atravesando una vieja e inestable tubería de plomo en mal estado o al beber un líquido usando un vaso de plástico tintado con cadmio. Veamos algunos ejemplos: en el norte de EEUU, en la frontera con Canadá está el Lago Erie, de 26.744 km2 (la Comunidad de Madrid mide 8.030, la de Valencia 23.255 y la gallega 29.574 km2), que hace un siglo era un lugar inmaculado, paradisíaco, rodeado de montañas nevadas, con bosques y refugios. Los vertidos de unas cuantas papeleras, junto con los de otras industrias que se instalaron en sus orillas, sumados a los vertidos orgánicos de ciudades como Detroit o Cleveland en sus aguas, provocaron que en algo más de diez años desapareciera la vida en el lago. En los peces muertos que yacían en su superficie había una concentración de mercurio ocho veces superior a la letal. Esa misma historia se repitió, no en un lago “cerrado”, sino en una bahía abierta al mar. Ocurrió en la Bahía de Minamata, en el extremo sur de Japón, y sus actores fueron una planta petroquímica junto a una papelera. Las papeleras utilizan celda de mercurio que al tratarla con cloro libera sales mercuriales al medio ambiente si no se controla, para blanquear la pasta marrón de papel; si alguien llega a comer pescado de esas aguas, ese contaminante produce en el ser vivo una docena de dolencias como gingivitis, temblores, fallos en las funciones sensoriales, osteoporosis, fibromialgias, fatiga crónica, taquicardia, hipertensión, parálisis cerebral, entre otras. Pues bien, eso se pudo estudiar hace algo más de 50 años en Minamata, en la humilde población de pescadores que hacía del pescado su principal medio de alimentación.

A la izquierda se señala el lugar geográfico de la bahía de Minamata. En el centro los primeros efectos de los contaminantes y a la derecha un niño de la zona con parálisis  cerebral  por envenenamiento con mercurio.

El plomo es otro contaminante peligroso. En el ser vivo produce saturnismo. Bloquea la creación de hemoglobina por lo que produce anemia. Se comienza con la pérdida del apetito, dolores de cabeza, perdida de destrezas del desarrollo (en niños), cólicos abdominales, encefalopatía aguda con vómitos, debilidad muscular que se agrava con convulsiones y coma. El cadmio ataca a los riñones y a los pulmones, pudiendo producir cáncer.


2 comentarios:

  1. Impresionante artículo, Valeria. La verdad es que nos pega Ud casa susto que empezamos a no saber donde está el enemigo. Consiguió que tropas variadas dejara de fumar y me temo que otro grupo dejará de respirar y no se que es peor. Esperamos acongojados la segunda parte, está usted consiguiendo que nos olvidemos del problema catalán y el de los inmigrantes. Afectuosos saludos.

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  2. Muchas gracias por sus palabras, Sr. Uribe, pero siento informarle que esta primera entrada solo ha sido para allanar el camino...el susto viene en la segunda. No obstante, permítame que le aconseje que se lo tome con calma, que el estrés produce impotencia. Con todo, aún tengo en "tareas pendientes" una entrada centrada en todos los cosméticos, dentífricos, geles, lociones de afeitado, champús y demás productos que habitualmente empleamos, para mencionar las varias sustancias químicas que contienen relacionadas con la generación de diversos tumores y disfunciones hormonales demostrado y publicado en prestigiosas publicaciones científicas y por eso mismo, prohibidas en diversos países del mundo, no así en el nuestro que suele dejarse llevar por lo barato que resultan estos componentes a la industria; en fin, que ya verán qué risas se echarán. Esperemos que al menos logre que se dejen de lado sustancias sumamente nocivas, hábitos que matan y plásticos que aniquilan nuestra fauna y flora. Siento el susto, pero como dice el chiste: "haber preferido la muerte". Saludos.

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