miércoles, 29 de septiembre de 2021

Un yacimiento desconcertante

         Necesitaba desconectar de la locura de los últimos años (pandemia, estados de alarma, encierro por meses destinados a duros y productivos trabajos que han desembocado en la publicación de tres nuevos libros míos, gente que ha salido del encierro totalmente desquiciada y sin atender a normas de protección propias y ajenas, etc) y decidí tomarme una semana para mí, en uno de los lugares que mejor combina el cuidado a mi persona con la posibilidad de realizar escapadas culturales a cada cual mejor: el balneario de Alange, en Badajoz, lugar donde hasta tres emperadores romanos vinieron a relajarse y cuidar sus cuerpos. Ahora me tocaba a mí y la verdad es que no decepciona (piscinas de aguas de manantial frías y calientes, ducha escocesa realizada por mujeres expertas conocedoras de cómo dar masajes mediante caños de agua caliente-fría reactivando la circulación de todo el cuerpo a la vez que lo relaja como si de un buen masaje se tratara, inhalaciones para despejar las vías respiratorias, parafangos para la zona lumbar y cervical, tan castigada por largas horas escribiendo frente al ordenador…). Y todo ello manejado por un personal tan agradable y atento, como educado y profesional.

                Luego estaba la parte lúdica, mis escapadas. Tener la bella ciudad de Emérita Augusta a un paso es un gozo; estar rodeado de vírgenes negras es asombroso; poder pasear por el casco antiguo de la ciudad de Cáceres (Patrimonio de la Humanidad) es todo un lujo; y poder escoger qué castillo visitar, pertenecientes en su día a las órdenes de caballería de la Reconquista como la Orden de Santiago, la Orden del Temple o la Orden de Alcántara, entre otras es fascinante. Pero en esta ocasión era a mi otra pasión a la que deseaba dar prioridad, la protohistoria.

                Está el Centro de Interpretación de las Pinturas Rupestres de Cabeza del Buey, donde se habla de la infinidad de yacimientos existentes en la provincia de Badajoz, casi todos ellos de figuras esquemáticas y datados tardíamente; y que sin embargo es difícil de visitar dado que abren los dos primeros sábados de cada mes, o ya hay que llamar para concertar cita (algo complicado porque estaba pendiente de mis sesiones de baños termales y de otras visitas) así que me quedé con ganas de verlo. Con todo, a escasos kilómetros de Alange hay una de las estaciones de pinturas, la de la Zarza, con figuras tipo tallo vegetal, entre otros motivos.

                Ya en mi obra “Tartessos, 12.000 años de historia” avancé que muy posiblemente el imperio tartesio dispusiera de un tipo de vías comerciales  terrestres (a lo largo de la vía de la Plata hasta Galicia, de la que poseía su versión costera; y otra hacia levante) y marítimas (por la costa lusitana hasta las islas británicas, las Casiátides, a por el estaño, enlazando con las leyendas irlandesas que aseguran que los primeros pobladores de allí fueron “gentes de Breogán” que construyeron los primeros megalitos irlandeses, así como con el hallazgo cerca de Stonehenge del enterramiento de un hombre extranjero que por su ajuar funerario era típicamente campaniforme, cultura oriunda de la Península Ibérica (como opinan los académicos extranjeros, a pesar del esfuerzo de los españoles por intentar atribuirla a cualquier otra nación). En mi trabajo posterior, “Tartessos y su prehistoria” muchas de mis suposiciones recogidas en el libro “Tartessos, 12.000 años de historia”  se transformaron ahora en evidencias, confirmándose por descubrimientos arqueológicos, que mencioné, mostré fotográficamente y cité en la bibliografía puesto que como siempre sostengo, no deseo sentar verdades absolutas sino plantear los fallos en las existentes, aportando alternativas más plausibles con las evidencias arqueológicas.

Pues bien, una de esas confirmaciones se encuentra precisamente en tierras de Badajoz. Aquí se han hallado yacimientos que evidencian la presencia tartesia en la Guareña (temporalmente cerrado para su visita porque se sigue investigando el lugar; pero cuyas fotografías me recuerdan rabiosamente a la necrópolis de Carmo, la tartesia Carmona, en Sevilla, no lejos de los Gazules y su conjunto megalítico); la necrópolis tartesia -a menos de 10 kilómetros de Guareña- en la imponente Medellín de Hernán Cortés (concretamente en el cerro del magnífico castillo que se construyó encima, donde se localiza el teatro romano junto a la iglesia de San Martín, lugar donde una placa recuerda que en su pila bautismal, el pequeño Hernán Cortés fue bautizado); posiblemente el destruido yacimiento de El Palomar (en la localidad de Palomas) y finalmente en la bella población de Campanario (la carretera quita el hipo, al pasar por el impresionante castro que es la localidad) con el edificio protohistórico de La Mata, en medio de una llanura entre cerros y berrocales graníticos con petroglifos, algún que otro dolmen como el de Magacela (el dolmen de la Serena) y de nuevo bastantes pinturas esquemáticas datadas en la Edad del Bronce, como el propio dolmen mencionado.



Lo cierto es que el lugar transpira historia, mal conocida y peor contada por unos arqueólogos y académicos emperrados en denostar su patrimonio y hacerlo pasar por el hueco del alfiler de la historia oficial castrante de la Península Ibérica que se viene sosteniendo desde comienzos del siglo XX si no antes, y tan absurda como anticuada, que se esfuerza por mostrar la Península Ibérica como el último bastión de primitivas tribus que terminarán siendo salvadas de su incultura por los buenos fenicios, griegos y romanos, idea que es minada continuamente por evidencias arqueológicas presentes en museos de todo el mundo, como muestro en mi obra “De Iberos, Griegos, Fenicios… y otras incógnitas” y que sin embargo parecen ignorar los académicos nacionales, manteniendo aún esas absurdas interpretaciones.



El yacimiento de La Mata consiste, como un panel gigante señala, en un edificio protohistórico (sobre el que más tarde se construiría una villa romana). Está vigilado y mostrado por un joven e inquieto geógrafo de amplia mente, Agustín Banda, que no duda en compartir la opinión de los académicos sobre el yacimiento… pero también los fallos que él encuentra, aportando su opinión alternativa que ciertamente suena más lógica que la arqueológica; como por ejemplo sostener que en las dos salas inferiores más oscuras y vacías se hacía la vida de los moradores, frente a su idea de que el piso inferior actuó como zona de amplia despensa, almacenaje y comercio, dejando el piso superior, más aireado y luminoso, permitiendo observar lo que ocurría alrededor y prevenir un ataque, para la vida de los que allí moraban.


Izquierda, varios molinos de mano encontrados en el edificio y alrededores (consejo de Geóloga, si desean que se degraden rápidamente, lo mejor es dejarlos como lo hacen, expuestos a la intemperie en lugar de ponerlos bajo el techado del yacimiento). Derecha, la llamada “estela de Magacela”.


Es un sitio peculiar, nos encontramos ante un gran edificio de tipo torreta, con unos 6 metros de altura y posiblemente parte inferior de mampostería mientras su segundo piso lo era de madera, dotado de un pequeño muro defensivo y muchas estancias en las que se han hallado varios recipientes cerámicos con grano, vino, cerveza y otros alimentos, así como muchos molinos de mano. Por tanto, seguramente funcionó como almacén –se desconoce si de una gran familia aristocrática de entonces, o comunitaria, de toda una tribu- durante unos años, hasta que finalmente fue destruido por un incendio que no se sabe si ajeno (lucha entre tribus tras largos meses de sequía) o propio (destruido antes de irse del lugar). Posee, no muy lejos de él, un río que posiblemente funcionara como zona donde se llevaban a cabo los intercambios comerciales de alimentos y otros productos.


Derecha, vista del conjunto. Centro, una de las dos salas de acceso, donde se encontraron las estelas de guerrero y algunos molinos de manos. Derecha, una de las salas de almacenaje y despensa, en la planta inferior. Los muros eran de arena compactada y el suelo estaba tan presionado que asemejaba mármol.


El conjunto se data hacia el siglo V a.C., pero confieso que la visita me desconcertó. Conforme Agustín nos iba relatando la forma de este edificio, admito que acudió a mi cabeza el texto de un cronista del siglo I que mencionaba numerosas “torres cartaginesas” en Sierra Morena, si bien a fecha de hoy aún no se han encontrado ninguna de ellas, como tales.

Todo en ello desconcierta, comenzando por su supuesta muralla, que como bien explicaba mi guía era absurdamente inoperativa como tal pues podía ser fácilmente sorteada y saltada; la aparente ausencia de herramientas en el interior o alrededor del yacimiento (si bien le dije que tal vez esto respondiera a expoliadores con detectores de metales, a lo que reconoció que ciertamente había tenido que espantar a un par de ellos en algunas ocasiones, y en otras encontraba huecos dejados por éstos), e incluso de objetos metálicos cuando en teoría estamos en el periodo Orientalizante en el que de cada 5 elementos fabricados, tres eran de metal; se encontraron dos estelas de guerrero, actualmente en el Museo Arqueológico provincial de Badajoz. Y el propio guía del yacimiento, Agustín Banda, ha recogido más de cincuenta molinos de mano en los campos de labor que rodean al edificio protohistórico, llevándolos a las instalaciones del yacimiento para su preservación y protección. No sé, todos estos elementos me sugerían una datación muy anterior a la otorgada por los arqueólogos, era como encontrar restos paleolíticos dentro de una basílica visigoda, era extraño. Con todo, si se desea leer el artículo científico realizado por los arqueólogos que trabajan en el yacimiento, pinchar aquí.


Izquierda, reconstrucción de una de las salas de almacenaje. Derecha, reconstrucción de  escalera de acceso a la planta de vivienda, superior.


Huelga decir que dado que este edificio se databa en el siglo V a.C., y contenía dos estelas de guerrero, han sido varios los que se han apresurado a argumentar “ergo las estelas de guerrero son del siglo V a.C., si no más recientes” idea con la que discrepo tremendamente.


Izquierda, comparación de la tipología de construcción de los muros observable en el yacimiento. Derecha, como una de las estelas de guerrero halladas llevaba esta especie de estrella en el escudo, ha quedado como símbolo del yacimiento.


Veo probable que este edificio se abandonase en el siglo V a.C., en el incendio señalado que afectó al edificio y del que quedan rastros de cenizas por doquier, pero me parece que fue habitado mucho antes. Junto a este edificio, aprovechando las estancias que menos daño habían sufrido tras su destrucción, los romanos levantarían una villa romana, que actualmente se encuentra sumamente arrasada.

No lejos de aquí se encuentra el llamado “túmulo chico” (este edificio era conocido como “túmulo grande” por los vecinos de la localidad, según recuerda Agustín), una necrópolis de incineración con cerámicas algunas de ellas decoradas con motivos florales, aunque fueron robadas poco después de encontrarse y algo antes de comenzar las excavaciones arqueológicas en el lugar. Su datación también parece corresponder al siglo V a.C., como igualmente se cree que corresponde la realización del dolmen de Magacela e incluso de muchas de las pinturas de arte esquemático dispersas por la zona. Por doquier hay rocas graníticas de formas caprichosas y cubiertas de petroglifos que recuerdan a determinados paisajes gallegos cargados de historia y leyendas de meigas.


        El problema, nos cuenta Agustín Banda, es como siempre monetario, pues tener la maravillosa ciudad de Mérida cerca es una bendición pero también una maldición ya que todo el dinero que se destine en dicha urbe es siempre poco, así que el resto de yacimientos menos vistosos suelen salir mal parados en esa distribución de ayudas a la investigación. Y en el caso de La Mata, cuya actividad plena se estima enclavada en pleno periodo “orientalizante”, es un claro ejemplo. Admito que el edificio de la Mata desconcierta, pero no hace falta ser muy experto para observar el dolmen de Magacela y ver sus similitudes con otros del III milenio a.C.; es más, me parece un insulto a la razón sostener que ciertamente mientras en pleno siglo V a.C. todo el Mediterráneo florecía con los intercambios comerciales, adelantos de ingeniería civil y de agricultura, aquí andaban aún alzando megalitos, como creer que en Abu Dabi entre todos los impresionantes rascacielos y puentes futuristas, se va a realizar un anfiteatro de estilo griego clásico, en lugar de un cine 3D o un auditorio dotado de los últimos avances.



                No quisiera cerrar esta entrada sin agradecer a Agustín Banda sus atenciones, explicaciones y tiempo, intercambiando opiniones, interpretaciones y compartiendo información sobre otros yacimientos cercanos que poder visitar y hallazgos efectuados en la zona, a fin de poder contar con una visión más completa del contexto. Fue una visita sumamente recomendable.

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