domingo, 23 de enero de 2022

José Domingo de Mazarredo, el héroe de Cádiz

Abriremos este año recuperando buenas costumbres –ahora que el Gobierno quiere borrar de los libros de texto toda historia anterior al siglo XIX, es decir, olvidarnos de todo aquello que nos hizo grandes y nos dio una identidad nacional uniendo las numerosas, belicosas y viscerales tribus bajo objetivos comunes y valores compartidos (y no como ahora, que se busca acentuar lo que nos divide) como fue primero la Reconquista, Renacimiento, …y finalmente el Imperio Español, siendo durante siglos el faro de Ilustración, Conocimiento y Ciencia de Occidente, mientras otras naciones europeas continuaban sumidas en el Medievo–, recordando personajes dignos de admirar por su entereza, lealtad, sacrificio y estrategia, mal que le pese a los dirigentes actuales que actúan como veletas vendiendo a su propio país y a las cualidades de éste, en países y prensas extranjeros, con el fin de enriquecerse a consta de las maltrechas arcas del Estado en beneficio propio, solo por seguir en el sillón un poco más de tiempo, aunque suponga ir pisando cadáveres. Si no fuera trágico asistir a la pérdida de valores, historia y principios constitucionales de España, resultaría incluso cómico observar cómo aquellos cazurros caciques que desean borrar la historia de nuestro país, no hacen sino volver a repetirla ya que si en algo coinciden todos los analistas del Imperio Español es que éste se derrumbó gracias a la inmoralidad, incompetencia y corrupción de sus gobernantes. Mejor ejemplo que el Gobierno que tenemos, imposible. Pero ¿saben qué? Propongo cumplir sus sueños y dejarles una legislatura más en el poder, ahora que han reducido lo que fue España a cenizas y han dejado una deuda pública de billones, a ver cómo se las ingeniaban para levantar todo de nuevo, cuando solo quede un erial y chacales buscando la dieta a la que les acostumbraron.

Dicho esto, pasemos a honrar a uno de esos grandes hombres cuya memoria quieren borrar de nuestros libros de texto y de historia.

José Domingo de Mazarredo Salazar Muñatone y Gortázar fue militar, marino, organizador táctico naval y uno de los científicos más eminentes de la Real Armada Española del siglo XVIII. Este vasco eminente nació en Bilbao en 1745 en una familia perteneciente a la nobleza vascongada; su padre fue alcalde de Bilbao y su abuelo paterno diputado general. Como marino realizó grandes gestas que le valieron el máximo grado militar de teniente general de la armada, y como científico son muchos quienes lo consideran el sucesor de Jorge Juan. Mazarredo fue uno de los marinos importantes  comprometidos con el avance científico y con la formación de oficiales; también fue el mayor responsable de la actividad naval española de los últimos decenios del siglo XVIII, apostando por la construcción naval y por un código de disciplina en los barcos. Con trece años, en 1759 ingresó en la Escuela de Guardias Marinas, realizando sus prácticas en el navío de línea de 80 cañones “Fénix” con el que intervino en diferentes batallas contra los corsarios, completando sus prácticas en los barcos Atlante, Vencedor y Héctor. Ya como guardiamarina navegó, a la orden del capitán de fragata Francisco de Vera, en el chambequín “Andaluz” en el que evitó que el barco chocara contra las rocas logrando que varara en las salinas de La Mata (Alicante) y poniendo a salvo a los 300 marineros de la tripulación en la noche del 13 de abril de 1761, en medio de un fuerte temporal, desatado mientras estaba de guardia. Por esta actuación fue premiado con el ascenso a sub-brigadier de guardias marinas. Navegó en los jabeques “Vigilante” e “Ibicenco” con los que participó en la lucha contra el corso. En 1764 navegó en el “Glorioso”, en la escuadra de Cartagena a las órdenes de Agustín de Idiáquez, ya como brigadier; el buen trabajo que realizó en esa escuadra fue reconocido con el ascenso a alférez de navío en 1767. Su actuación en la goleta “Brillante” contra los berberiscos le valió el ascenso a teniente de fragata y desempeñó el cargo de ayudante de la capitanía general de Cartagena hasta 1771, fecha en la que solicitó embarcar en la fragata “Venus” al mando de Juan de Langara, rumbo a Filipinas. Este marino ejerció mucha influencia en Mazarredo, que en esa travesía demostró su rápido aprendizaje en los métodos para determinar las longitudes en el mar. En 1774 volvió a navegar con Landara en la fragata “Rosalía” a aguas brasileñas para realizar observaciones astronómicas. Con ellos iban tres brillantes oficiales, Ruíz de Apodaca, Varela y Alvear, e idearon un nuevo método para mediciones más perfecto, cuya exactitud comprobaron al determinar la posición exacta de Trinidad del Sur y con el que recababan días después en el cabo de Buena Esperanza con total exactitud. Con ese nuevo método de su invención fueron corrigiendo muchas medidas registradas por los métodos usados hasta entonces. Mazarredo estuvo a punto de perecer en este viaje cuando iba a presentar los respetos al gobernador de Trinidad en un bote y un golpe de mar volcó la barca; quedó atrapado debajo de ella, pero por fortuna todo quedó en un buen susto. A su vuelta recibió el ascenso a teniente de navío y un permiso para descansar en Bilbao. En 1775 ya estaba nuevamente embarcado en una escuadra que salió de La Coruña para atacar a los piratas de Argel; como ayudante del mayor general le correspondió a él preparar los planes de ataque, desembarco y reembarque. Dirigió personalmente el desembarco de los 20.000 hombres mandado por el general O´Reilly, pero les aguardaba una emboscada en la que Mazarredo pudo evitar la debacle con sus excepcionales dotes organizativas, logrando el reembarque sin apenas bajas, lo que le valió el reconocimiento del marqués González de Castejón, capitán general de la escuadra, que abrazó a Mazarredo cuando subió a su buque insignia “Velasco” agradeciéndole su astucia militar. Su actuación le valió el ascenso a capitán de fragata en 1776. Fue tan alto el reconocimiento que tuvo en la Real Armada que todas las promociones de jóvenes oficiales que salían navegaban con él, para instruirlos en las normas y en los instrumentos navales. Tomó el mando del barco San Juan Bautista, con el que realizó varias travesías, con ese fin, utilizarlo para las prácticas de los guardiamarinas. De los datos y mediciones que obtuvo publicó Tofiño las cartas de su Atlas Marítimo de España en 1789.


Con 31 años, Mazarredo fue ascendido a capitán de navío, cargo que simultaneó con el de capitán de la Compañía de Guardiamarinas, a punto de crearse la escuela de Cartagena, donde impartió enseñanza sobre Lecciones de Navegación, que era un resumen del Compendio de navegación de Jorge Juan y trabajó con los instrumentos de medidas marinas, explicando su método de observación y elaborando una colección de tablas de medidas para su uso en el mar (1779), calculando un año antes latitudes y longitudes de España y África. Ese mismo año contrajo matrimonio con una sobrina suya. El 12 de Abril de 1779 estalló una nueva guerra entre Francia e Inglaterra. Como consecuencia del pacto familiar España tuvo que intervenir a favor de Francia, embarcando en el buque “Santísima Trinidad” de 140 cañones, a las órdenes de Miguel Gastón de Iriarte en una escuadra, como Mayor General de una de las divisiones, y junto con la escuadra francesa atacaron el territorio inglés aprovechando su superioridad. El mando de toda la flota española recaía en el teniente general Luis de Córdova y Córdova. La expedición fue un fracaso, por el mal tiempo, la indecisión de los franceses, y por la inoportuna salida del general francés contra la opinión de Mazarredo, aunque éste pudo subsanarla realizando una brillante estrategia táctica. Acabaron refugiándose en el puerto de Brest y en el contraataque inglés brillaron la personalidad y la visión naval de Mazarredo, tanto entre los españoles como entre los franceses; el 12 de Enero de 1780, la escuadra española volvía a Cádiz a reunirse con la escuadra del Mar Océano. En el transcurso de ese viaje, pudo comprobar que los métodos e instrumentos marinos de medida franceses no eran mejores que los españoles. A su llegada a Cádiz, Mazarredo fue nombrado Mayor General de toda la escuadra española para su reorganización y disciplina. Sus enseñanzas pronto dieron sus frutos, pues navegando en una escuadra combinada de 36 barcos entre Cádiz y el Cabo de San Vicente, para evitar que una flota inglesa reforzara Gibraltar, se encontraron que por el oeste viajaba una escuadra inglesa de 73 barcos, con refuerzos, mercancías, víveres y armas para la colonia norteamericana. Siguiendo las enseñanzas de Mazarredo atacaron a la altura de Las Azores y tras una atrevida maniobra táctica, que todos los mandos consideraron extremadamente  arriesgada, lograron una importante victoria; 55 barcos ingleses fueron apresados además de tres fragatas con 80 cañones, que pasaron a la armada española con los nombres de Colón, Santa Balbina y Santa Paula. Tomaron 4800 prisioneros ingleses.


            En la escuadra de Luis de Córdova fue enviado después para ayudar a una expedición francesa a llegar a un determinado lugar. Ambas escuadras, con 66 navíos y 24 fragatas tenían que defender a un convoy con ricas mercancías, integrado por 130 barcos, de ataques ingleses y holandeses. En una absurda salida ordenada por el general francés al mando, Conde de Estaing, cuando ya había avisado Mazarredo de fuerte tormenta, se puso en riesgo de pérdida a toda la flota, lo que evitó la intervención de Mazarredo consiguiendo llevarla nuevamente al puerto de Cádiz. Por sus méritos fue ascendido a Brigadier en 1781 cuando contaba con 36 años.

            Ese mismo año, en una segunda campaña contra los ingleses la escuadra combinada franco-española se midió con la inglesa a la altura de las islas Sorlinga, con el mar en contra. El general francés Guichen hizo varios amagos de derrota, siendo necesaria nuevamente la intervención de Mazarredo para marcar el rumbo, salvando toda la escuadra. Más tarde acudió a bloquear Gibraltar con la escuadra española para evitar que entrara un convoy inglés con refuerzos. El 20 de octubre de 1782 se enfrentó frente al cabo Espartel a la escuadra superior inglesa mandada por el almirante Howew; tras cinco horas de combate los ingleses se retiraron, al desarbolarlos la escuadra enemiga en una maniobra admirable en la que Mazarredo dio tales pruebas de valor y serenidad que asombraron a los mismos ingleses. Firmada la paz de Versalles con Inglaterra, Mazarredo fue nombrado Jefe de Escuadra por los méritos exhibidos, y llevado a tierra.

Muy valorado por el Primer Ministro, el conde de Floridablanca, y por el Secretario de Marina, D. Antonio Valdés, en 1785 le encargaron hacer un estudio practico en el Mediterráneo al mando del buque Nepomuceno para comparar el tipo de construcción inglesa y francesa, llevando con él la fragata inglesa Brígida y la francesa Casilda. Realizó un brillante estudio de lo que solo pervive el manual “Informe sobre construcción de navíos y fragatas”.

En 1786 fue nombrado comandante de las tres escuelas de Guardiamarinas: El Ferrol, Cádiz y Cartagena. Fue preparando cursillos para grupos reducidos de oficiales a fin de mejorar la formación teórico-práctica de la Escuela Naval.

En 1789, contando 44 años es ascendido a Teniente General y acude a Madrid para preparar el manual “Ordenanzas Generales de la Armada Naval”. Fue la mejor obra de su tiempo y el rey lo premió con la Encomienda de la Orden Militar de Santiago.

            En marzo de 1793, la República francesa (la revolución francesa se inició el 5 de mayo de 1789) declara la guerra a Carlos IV por su apoyo moral al decapitado rey Luis XVI, rompiendo el pacto familiar entre los borbones. España e Inglaterra se unen para atacar a Francia; en 1795 aún dura la guerra cuando Mazarredo sale al frente de una flota de Cádiz hacia el Mediterráneo para unirse a la flota de Langara y recuperar posesiones francesas, al mando del navío Purísima Concepción. La caída de Antonio Valdés no favorece a Mazarredo y menos aún el nombramiento de Ministro de Marina a favor de Pedro Varela. Acaba la guerra con Francia con el Tratado de Basilea en julio de ese año, tratado que otorga a Godoy el título de Príncipe de la Paz. Tras el ascenso de Langara a capitán general queda la flota en manos de Mazarredo, quien tras un profundo estudio eleva un informe al ministro señalando la penosa situación de la flota española y exigiendo urgentes reformas. Este informe cae mal en la Corte y en el Ministerio, preocupados ahora por una alianza con Napoleón ante el avance imparable de su ejército. El Tratado de San Idelfonso de 1796 pone a la armada española en manos de Napoleón y la incomunica con sus posesiones de América pues su nueva prioridad es luchar contra Inglaterra. La protesta de Mazarredo hace que lo destituyan de su cargo,  dejando la escuadra en manos de un marino menor, el Conde de Morales, quien ordena llevarla a Cádiz. La llegada de la flota coincidió con un fuerte temporal y el jefe de la flota decide esperar a que pase la tormenta refugiándose en el cabo de San Vicente, en contra de las opiniones de sus oficiales. En aquel lugar la flota sufre una emboscada de la escuadra del Almirante Jarvi y el Comodoro Horacio Nelson, a causa de la inexperiencia del jefe, en la que pierde cuatro barcos, y puede ser rescatada gracias a la entereza de otros capitanes, alumnos de Mazarredo. La desmoralizada flota se refugia en el puerto de Cádiz, siendo Mazarredo el Comandante General de Cádiz, tras las insistentes peticiones al rey de prestigiosos militares. Entre sus primeras demandas figuraban los nombramientos de Escaño, Cosme de Churruca, José Espinosa y Gravina como sus ayudantes. Como buen estratega, tras algo más de un mes de asumir el mando ya tenía armados 25 navíos de línea, de los cuales 16 procedían del Arsenal de La Carraca junto con  50 lanchas cañoneras. Esperaba el ataque británico, dispuesto a hundir la flota, que creían material y moralmente abatida, y quemar el Arsenal. Los ingleses contaban además con un arma secreta: una embarcación de grandes dimensiones que podía acercarse fácilmente a las murallas de la ciudad y alcanzarla con sus cañones. En la madrugada del 3 de julio de 1797 se inició el ataque: obuses y granadas cayeron sobre el castillo de San Sebastián, sobre la Caleta, desatando el terror entre vecinos y pescadores; pero aparecieron las cañoneras mandadas por Mazarredo y dirigidas por los grandes oficiales Gravina, Escaño y Churruca. Se iniciaron los combates a corta distancia entre las cañoneras españolas y las lanchas y buques británicos; las lanchas cañoneras provocaron severos daños en las fuerzas enemigas, obligándolas a retirarse, pero esa misma noche volvieron a atacar los ingleses capitaneados por Nelson, que con sus botes intentaron abordar las lanchas cañoneras que habían salido en busca de los buques adversarios. La lucha hombre a hombre fue durísima y en ella pudo perder la vida el comodoro Horacio Nelson, de no ser por la intervención de John Sykes, quien recibió el sablazo dirigido a él. La lucha continuó a lo largo del día siguiente, fue un continuo bombardeo por ambos lados; sin embargo, por la tarde la batalla se decidió a favor de los españoles. Las  fuerzas de Mazarredo aguantaron a los ingleses y la eficacia de sus lanchas cañoneras volvieron a hacer mucho daño a un poderoso enemigo, con Jervis y Nelson a la cabeza, que tomaron buena nota de aquella táctica. Pronto se retiraron, temiendo más daños y convencidos de que Cádiz no iba a sucumbir. Aquella noche los gaditanos regresaron agradecidos a sus casas, haciéndole una coplilla al artífice de la gesta en las noches del 3 al 5 de julio de 1797, en la que Nelson sufrió su primera derrota contra España:

“De qué sirve a los ingleses

 tener  fragatas ligeras

 si saben que Mazarredo

 tiene lanchas cañoneras”.

            Tras lo ocurrido, en 1798 Mazarredo fue nombrado Capitán General del Departamento de Cádiz, donde ayudó a terminar el Observatorio Astronómico en la Isla de León (San Fernando). Preparó una escuadra controlando las tareas de reclutamiento, las mejoras de tripulaciones y pertrechos hasta donde pudo, para combatir con el aliado francés al inglés. En 1799, al mando de una flota intervino junto con la flota francesa del almirante Bruix para conquistar Menorca a los ingleses.

Su total desacuerdo con que la flota combinada fuera capitaneada por un almirante francés y con la estrategia francesa, así como trasladar la flota a Brest, le hicieron caer en desgracia, aunque Napoleón lo mantuvo en su cargo al reconocer su valía, hasta que tras varias entrevistas con mandos franceses y con el mismo Napoleón le llevaron a la conclusión de que las pretensiones del emperador pasaban por aislar a la escuadra española en Brest, lo que hizo que se enfrentara a los planes de Napoleón, enviando sucesivos escritos (700) a la corte española y a Federico Gravina, encargado del mando provisional de la escuadra. Tuvo que renunciar a su cargo en 1801, quedando la marina española a los designios de los franceses. Le concedieron un largo permiso en Bilbao y allí apoyó las protestas de oficiales contra un decreto sobre alistamiento, por lo que lo desterraron fuera de Madrid. Los luctuosos acontecimientos de 1808 y su situación de ostracismo le llevaron a aceptar el cargo de Secretario de Estado y Director General de la Armada dentro del gobierno galo y lejos de sus antiguos compañeros. Dolorido por la realidad murió en 1812 de un fuerte ataque de gota.

            A lo largo de su vida militar nunca descuidó las observaciones científicas y siempre se empeñó en adquirir los mejores instrumentos náuticos que existían (octantes, sextantes, agujas acimutal, reloj de Arnold…) para acoplarlos a sus barcos. Sus escritos fueron ejemplos muy interesantes del conocimiento astronómico de su época. Su libro  Rudimentos de Táctica naval” y su “Colección de tablas para los usos necesarios de la navegación” así como las “Lecciones de navegación para el uso de las compañías de guardias marinas” y la reglamentación de las normativas navales, “Ordenanzas generales de la Armada Naval” fueron un gran avance y acontecimiento para la marina real de la época.

4 comentarios:

  1. Increíbles los grandes hombres que hicieron historias a pesar de los malos gobernadores de este país. Hubo tantos.

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    1. Miles, añadiría yo. Sin ir más lejos, recordemos que el mejor cuerpo militar de la historia, reconocido mundialmente por distintas academias militares de todo el mundo, los Tercios, gran parte de sus hazañas las hicieron muertos de hambre y sin cobrar sus pagas durante meses o años y con todo, mantuvieron posiciones, hicieron conquistas y gestas, fueron fieles a su monarca y siguieron al pie del cañón incluso perdiendo la vida. Y como ellos otros héroes españoles como el afamado don Blas de Lezo, que tuvo que ser mantenido por su esposa pues su Gobierno no le pagaba su salario prometido y con todo, barrió a la flota Inglesa y defendió como gato panza arriba la plaza de Cartagena de Indias. O en mismísimo Miguel de Cervantes, que tuvo que reinventarse varias veces para seguir comiendo, llegando a ser acusado de quedarse con dinero que no le pagaba el que le denunciaba, pasando varias temporadas en cárceles (en su etapa de recaudador para "La Grande y Felicísima Armada", La Invencible), donde compondría parte de su maravillosa obra; o Hernán Cortés, el militar con más mérito en estrategia (superando a Alejandro Magno), que terminó viviendo varias etapas hacia el final de su vida de la caridad porque los monarcas a los que regaló el Imperio Azteca le pagaron mal y tarde. Y lo dejo aquí porque como digo, lamentablemente en España andamos sobrados de casos así, continuando con "el guapo" Gobierno (gobierna, gobierne, gobiernu) actual, que de un plumazo desea borrar de los libros de texto toda historia de España anterior al siglo XIX, de un acto tan patético como bochornoso. Un saludo.

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